Greg y Lanette estaban sentados en primera fila; Greg iba en silla de ruedas, pero su pronóstico era positivo. Con terapia física, los doctores dijeron que probablemente recuperaría la mayor parte del uso de la pierna izquierda, aunque siempre cojearía. Lanette había cuidado de su marido con fiera devoción y se negó a dejarlo rendirse, aun cuando su dolor por Corliss casi había acabado con él.
Gloria y Harlan estaban también en primera fila, ambos con aspecto mucho más envejecido mientras ellos se tomaban de las manos, pero también sonreían.
Brock empujaba la silla de ruedas de Lucinda avanzando majestuosamente junto a Roanna. Lucinda vestía de su color favorito, melocotón, adornada con perlas y maquillada. Sonrió a cada uno conforme avanzaban. Sus frágiles y nudosos dedos se entrelazaban con los más esbeltos de Roanna, y juntas recorrieron el pasillo, tal y como Roanna había deseado
Llegaron bajo el cenador y Webb extendió la mano para tomar la de Roanna, colocándola a su lado. Brock situó la silla de ruedas de Lucinda de modo que ocupara el tradicional lugar de la madrina, y después ocupó su propia posición de padrino.
La mirada de Webb se encontró brevemente con la de Lucinda. Había una cualidad serena, casi translúcida en ella. Los doctores le habían dicho que no le quedaba mucho tiempo, pero ella los había desconcertado otra vez, y comenzaba a dar la sensación de que vería el invierno después de todo. Ahora decía que quería esperar hasta saber si su bisnieto era niño o niña. Roanna había declarado de inmediato que no tenía intención de dejar que el doctor o el ecógrafo le dijera el sexo del bebé antes de su nacimiento, y Lucinda se rió.
Perdóname, le había dicho ella, y él lo hizo. No podía aferrarse a la ira, o el resentimiento, cuando tenía tanto por lo que dar gracias. Roanna giró su radiante rostro hacia él, y casi la besa en ese mismo instante, antes incluso de que la ceremonia comenzara.
– Guau-, le susurró, tan bajito que sólo ella pudo oírlo, y noto como tenía que sofocar una risita tonta ante lo que se había convertido en su código privado para “te quiero”.
Ella sonreía con más facilidad últimamente. Él había perdido la cuenta, al menos en su cabeza. Su corazón todavía se estremecía con todas y cada una de las curvaturas de sus labios.
Sus dedos se entrelazaron, y él se perdió en sus ojos ambarinos mientras las palabras comenzaba a sonar, fluyendo sobre ellos en las suaves sombras purpúreas del crepúsculo: – Queridos hermanos, estamos aquí reunidos…
Linda Howard
Su nombre real es Linda Howington. Nació en 1958. Comenzó a escribir a los nueve años de edad y vendió su primer libro en 1980. Asistió a una pequeña escuela rural. En cuanto dejó la universidad trabajo en una compañía de transportes que amplió su conocimiento de las personas.
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