De nuevo sintió nauseas, y rápidamente se dio la vuelta para rodearse con los brazos la piernas dobladas y así poder apoyar la cabeza sobre ellas. Sus movimientos hicieron rodar algo de gravilla, pero estaba lo bastante lejos, para que ellos no pudiesen escuchar ningún sonido que hiciese, y en estos momentos se encontraba demasiado asqueada para que le importase. De todas formas no estaban prestando ninguna atención a lo que pasaba a su alrededor. Estaban demasiados enfrascados en meter y meter. Dios, qué ridículo se veía… y qué vulgar, todo a la vez. Roanna se alegró de no estar más cerca, encantada de que el arbusto, al menos, les tapara en parte.
Podría matar a Jessie por hacerle esto a Webb
Si Webb se enteraba, posiblemente la mataría él mismo, pensó Roanna, y un escalofrío la recorrió. Aunque normalmente se controlaba, todo el mundo que conocía bien a Webb era consciente de su temperamento y se cuidaban mucho de no provocarlo. Jessie era una imbécil, una estúpida y maliciosa imbécil.
Pero posiblemente se creía a salvo de ser descubierta, ya que Webb no regresaría de Nashville hasta esta noche. Para entonces, pensó Roanna asqueada, Jessie estaría bañada y perfumada, esperándolo y llevando un bonito vestido y una sonrisa, mientras que en su interior se reiría de él porque solo unas horas antes había estado follando en el bosque con otro.
Webb se merecía algo mejor. Pero no se lo podía decir, pensó Roanna. Jamás podría contárselo a alguien. Si lo hacía, seguramente lo que ocurriría es que Jessie mentiría hasta escapar del embrollo, diciendo que Roanna sólo estaba celosa y que intentaba causarle problemas, y todo el mundo la creería. Roanna estaba celosa, y todos lo sabían. Y entonces Webb y la Abuela se enfadarían con ella en vez de con Jessie. La Abuela estaba exasperada con ella la mayor parte del tiempo por una cosa u otra, pero no podría soportar que Webb se enfadase con ella.
La otra posibilidad sería que Webb la creyese. Mataría realmente a Jessie, y entonces estaría en un buen lío. No podría soportar que le pasase algo. Puede que lo averiguase de otra forma, pero ella no podía evitar eso. Lo único que podía hacer era callar y rezar, para que si lo descubría, no hiciera nada por lo que pudiese ser arrestado.
Roanna salió de su escondite tras la roca y rápidamente se encaminó de vuelta por la colina y a través de los pinos hacía donde había dejado pasteando a Buckley. Resopló como bienvenida y la empujó con la nariz. Obedientemente le acarició la gran cabeza, rascándole detrás de las orejas, pero su mente no estaba en lo que hacía. Montó y sin hacer ruido se alejó de la escena del adulterio de Jessie, volviendo a los establos. La aflicción pesaba enormemente sobre sus delgados hombros.
No podía entender lo que había visto. ¿Cómo podía cualquier mujer, incluida Jessie, no estar satisfecha con Webb? Durante los diez años que llevaba viviendo en Davencourt, se había intensificado la adoración de Roanna por su héroe de la niñez. A los diecisiete, se había dado dolorosamente cuenta, de la respuesta de otras mujeres hacia él, por lo tanto sabía que no sólo ella opinaba así. Las mujeres miraban a Webb inconsciente o no tan inconscientemente, con anhelo en los ojos. Roanna trataba de no mirarle de esa manera, pero sabía que no siempre tenía éxito, ya que Jessie a veces decía algo mordaz sobre que estuviera babeando en presencia de Webb y siendo una molestia. No lo podía evitar. Cada vez que lo veía, era como si su corazón diese un gran vuelco antes de empezar a latir tan fuerte que a veces no podía ni respirar, y toda ella se sentía invadida por una gran ola de calor y hormigueo. Posiblemente era por la falta de oxigeno. No creía que el amor causara hormigueo.
Porque lo amaba, mucho, de una manera que Jessie jamás haría o podría.
Webb. Con su pelo oscuro, sus fríos ojos verdes y la perezosa sonrisa que la mareaba de placer. Su cuerpo alto y musculoso la hacía sentir a la vez frío y calor, como si tuviese fiebre; esa reacción tan extraña la preocupaba desde hacia ya un par de años, y empeoraba cada vez que lo veía nadar, llevando tan solo ese escueto y ajustado bañador. Su grave y perezosa voz y la forma en que fruncía el ceño a todos hasta que se había tomado su primer café de la mañana. Sólo tenía veinticuatro años, y ya estaba a cargo de Davencourt, e incluso la Abuela hacia caso de su opinión. Cuando estaba enfadado, sus ojos verdes se volvían tan fríos que parecían un glaciar, y la pereza en su tono desaparecía abruptamente, convirtiendo sus palabras en cortantes y mordaces.
Ella conocía bien sus cambios de humor, cuando estaba cansado, cómo le gustaba que le hiciesen la colada. Conocía su comida favorita, sus colores favoritos, el equipo deportivo que seguía, lo que le hacía reír y lo que le hacía enfadar. Sabía lo que leía y lo que votaba. Durante diez años había absorbido cada ínfimo detalle sobre su persona, volviéndose hacia él como una tímida violeta hacía la luz del sol. Desde que murieron sus padres, Webb había sido tanto su defensor como su confidente. Sobre él había descargado todos sus miedos y fantasías infantiles, fue él quien la consoló cuando tenía pesadillas o cuando se sentía sola y asustada.
Pero bien sabía que a pesar de su amor, jamás había tenido una oportunidad con él. Siempre había sido Jessie. Eso era lo más doloroso, que se le podría haber ofrecido en cuerpo y alma y aún así se habría casado con Jessie. Jessie, que a veces parecía como si le odiase. Jessie, que le era infiel.
Ardientes lágrimas escocían los ojos de Roanna, y se las secó. No tenía sentido llorar, pero no podía evitar sentirse resentida.
Desde el día en que Jessie y ella fueron a vivir a Davencourt, Webb había contemplado a Jessie con una fría y posesiva mirada en sus ojos. Jessie había salido con otros chicos, y el había salido con otras chicas, pero era sólo como si él le dejara algo de cuerda, y cuando la estiraba demasiado, tiraba de ella para ponerla en su sitio. Desde el principio había poseído el control de su relación. Webb era el único hombre al que Jessie no podía engatusar o intimidar con su carácter. Una simple palabra de él podía hacerla claudicar, hazaña que ni siquiera la Abuela podía igualar.
La única esperanza de Roanna era que Jessie se negara a casarse con él, pero esa ilusión fue tan efímera que resultó casi inexistente. Desde el momento en que la Abuela anunció que Webb heredaría Davencourt más su parte de las acciones del imperio Davenport, que eran el cincuenta por ciento, se hizo dolorosamente obvio que Jessie se casaría con él aunque fuera el hombre más desagradable y mezquino de la tierra, que no lo era. Jessie había heredado el veinticinco por ciento de Janet, y Roanna poseía el otro veinticinco por ciento de su padre. Jessie se veía a si misma como la Princesa de Davencourt, con la implícita seguridad de convertirse en Reina casándose con Webb. De ninguna manera hubiese aceptado un papel menor casándose con otro.
Pero Jessie también estaba fascinada por Webb. El hecho de que no pudiese dominarle como hacía con otros chicos, la irritaba y la fascinaba, haciéndola bailar a su son. Seguramente pensó, con su excesiva vanidad, que una vez que estuviesen casados lo podría dominar con el sexo, concediendo o negándole sus favores, según la complaciera o no.
E incluso en eso, quedó defraudada, también. Roanna sabía que el matrimonio no era feliz y se sentía secretamente complacida. Aunque se había sentido avergonzada por ello, porque Webb merecía ser feliz aunque Jessie no lo mereciera.
¡Pero como había disfrutado cada vez que Jessie no se había salido con la suya! Siempre supo, que aunque Webb era capaz de controlar su carácter, Jessie nunca lo intentaba. Cuando estaba enfadada, bramaba, hacia pucheros y se enfurruñaba. En los dos años que llevaban casados, las peleas habían ido a más y a menudo los gritos de Jessie se escuchaban por toda la casa, entristeciendo a la Abuela.
Nada que Jessie hiciera, sin embargo, influía en Webb para que cambiara cualquier decisión que la disgustara. Estaban casi constantemente enfrascados en una batalla, con Webb determinado a supervisar Davencourt y hacer lo mejor por sus inversiones, una tarea hercúlea que a menudo lo mantenía trabajando durante dieciocho horas al día. Para Roanna era obvio que Webb era un adulto responsable, pero sólo tenía veinticuatro años y una vez le comentó que su edad no le favorecía, que tenía que trabajar y esforzarse el doble que otros para demostrar su valía ante los empresarios de más edad y mejor establecidos. Esa era su preocupación primordial, y ella le amaba por ello.
Un marido adicto al trabajo, sin embargo, no era lo que Jessie deseaba. Lo que quería era irse de vacaciones a Europa, pero él tenía programadas reuniones de trabajo. Ella quería ir a Aspen en plena temporada de ski, él pensaba que era una pérdida de tiempo y dinero ya que ella no sabía esquiar y no estaba interesada en aprender. Lo único que ella quería es que la vieran y ser vista. Cuando perdió el carné de conducir a causa de cuatro multas de velocidad en seis meses ella habría seguido conduciendo alegremente contando con la influencia del apellido Davenport para mantenerla a salvo de problemas, pero Webb le había confiscado todas las llaves de sus coches, y le había prohibido severamente a todos que le prestasen las suyas, y la había dejado en casa durante un mes antes de contratarle un chofer. Lo que más la enfureció fue que trató de contratar un chofer ella antes, pero Webb se le adelantó y lo impidió. No había sido difícil; no había tantos servicios de Limusinas en el área de Shoals, y que quisiera indisponerse con él. Durante ese infernal mes sólo la Abuela se libró de la lengua viperina de Jessie, que estuvo despotricando como una adolescente rebelde.
Tal vez acostarse con otros hombres era la manera en que Jessie se vengaba de Webb por no dejarla salirse con la suya, pensó Roanna. Era lo bastante terca y rencorosa para hacerlo.
Roanna era amargamente consciente de que habría sido una esposa mucho mejor para Webb que Jessie, pero nadie lo había tenido en cuenta, y Webb el que menos. Roanna increíblemente observadora, un rasgo desarrollado por toda una vida de haber sido dejada a un lado. Amaba a Webb, pero no subestimaba su ambición. Si la Abuela hubiese dejado bien claro que le agradaría enormemente que se casara con Roanna, de la misma forma en que lo hizo con Jessie, entonces seguramente ahora estarían comprometidos. De acuerdo, Webb nunca la había mirado como miraba a Jessie, pero es que siempre había sido demasiado joven. Con Davencourt en la balanza, él la hubiese elegido, sabía que lo habría hecho. No le hubiese importado saber que él quería más a Davencourt que a ella. Se hubiese casado con Webb de cualquier manera, agradecida solo con tener una parte de su atención. ¿Por qué no podía haber sido ella? ¿Por qué Jessie?
Por que Jessie era preciosa, y siempre había sido la favorita de la Abuela. Al principio Roanna lo había intentando con todas sus fuerzas, pero nunca había sido tan elegante, ni poseído la gracia social o tenido el buen gusto de Jessie para la ropa y la decoración. Ciertamente nunca sería tan bonita. No se miraba en un espejo de color rosado; era consciente de su abundante, denso y enmarañado pelo, más castaño que rojizo, y de su huesuda y angular cara con los extraños y sesgados ojos marrones, del bulto sobre el puente de su larga nariz, y de su boca demasiado grande. Era delgada como un palo y patosa, y sus pechos apenas se notaban. Desesperada, sabía que nadie, especialmente ningún hombre, la elegiría de buen grado por encima de Jessie. Jessie, que a los diecisiete años había sido la chica más popular del colegio, mientras que Roanna, a la misma edad, nunca había tenido una cita. La Abuela había dispuesto que tuviese “acompañantes” para los actos a los que había sido obligada a asistir, pero los muchachos evidentemente habían sido obligados por sus madres para el compromiso, y Roanna siempre se sintió avergonzada y con legua de trapo. Ninguno de los reclutados jamás se habían ofrecido voluntario para estar en su compañía.
Pero desde la boda de Webb, Roanna había dejado casi por completo de intentar encajar en el molde que su Abuela había elegido para ella, en el adecuado molde social para una Davenport. ¿Qué sentido tenía? Webb era inalcanzable ya. Empezó a retraerse, pasando el mayor tiempo posible con los caballos. Se sentía relajada con ellos, de una manera en la que nunca se sentía con las personas, porque a los caballos no les importaba como vestía o si había tirado otra vez el vaso en la cena. Los caballos respondían a su suave y gentil toque, al sonido especial de su voz cuando les hablaba, al amor y cuidado que ella les dispensaba. Nunca era torpe cuando estaba con un caballo. De alguna manera su delgado cuerpo se acoplaba al ritmo del poderoso animal que llevaba debajo, y se convertía en uno con él, siendo parte de su fuerza y su elegancia. Loyal decía que nunca había visto a nadie cabalgar tan bien como a ella, ni siguiera al señor Webb, y él montaba como si hubiese nacido encima de una silla. La única cosa que la Abuela alababa de ella, era su habilidad para cabalgar.
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