«Genial». Claire lo intentó, pero no consiguió evitar ciertos pensamientos de odio hacia su ex marido. Sean necesitaba la figura de un padre en su vida justo en aquel momento, un hombre que pudiera enderezarlo, y por supuesto alguien que no pensara que las relaciones con cualquier mujer por encima de los quince años eran aceptables. Estremeciéndose, Claire recogió el resto de la compra y, por el rabillo del ojo, vigilaba a Samantha, que exploraba el bosque cercano al lago. Sean se desperezó, le dedicó a su madre una mirada agria a través del cristal, y, como si no quisiera estar a menos de tres metros de ella, se paseó por la cuadra, donde vivían ahora tres caballos, dos potros y una yegua, regalo de Dutch Holland.
Claire cerró el frigorífico. Escuchó a alguien llamar a la puerta.
Se limpió las manos con un trapo. Quizás eran Tessa o Randa. Habían pasado varios días desde el enfrentamiento con Denver Styles en aquella misma casa, y desde entonces no había sabido nada de sus hermanas.
– ¡Ya voy! -gritó mientras se apresuraba por el pasillo hacia el vestíbulo.
Abrió la puerta. Kane estaba en el porche.
Claire se agarró al pomo de la puerta para no caerse. El corazón le dio un vuelco.
– Claire.
Elevó un costado de la boca al sonreír arrogantemente, pero aquella sonrisa también tenía algo familiar. Parecía más alto de lo que recordaba. Los rasgos faciales se le habían endurecido por el paso de los años. Ya no era un niño. El aire le había despeinado el pelo, de color marrón claro bajo los rayos del sol, y necesitaba un corte. Tenía los brazos cruzados y llevaba un suéter de algodón color canela sobre los hombros.
A Claire se le hizo un nudo en el estómago, le apretaba tanto que apenas podía respirar. Era el único hombre sobre el que no tenía derecho alguno a mirarle de nuevo a la cara. Pero allí estaba él, en su porche, tan valiente y presuntuoso como aquel adolescente rebelde y salvaje que fue una vez.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Creí que tenía que darte de nuevo la bienvenida al viejo vecindario.
– Pero tú… tú… -Se agarró antes de parecer la adolescente tímida de antes, la niña rica que él adoraba, la que le había despreciado… bueno, durante un tiempo. Se humedeció los labios y cruzó los brazos sobre el pecho, como si estuviera protegiéndose el corazón-. Papá dice que estás escribiendo una especie de libro sobre él, sobre nosotros, y sobre Harley y la noche en que murió.
Una nube oscura pasó por los ojos de Kane, pero enseguida desapareció.
– Es verdad.
– ¿Por qué?
Apretó los labios con cinismo.
– Era el momento.
– ¿Porque papá está pensando en presentarse a gobernador?
Sus cejas se elevaron levemente.
– Es una de las razones.
– ¿Y las demás? -las manos le empezaron a sudar.
Kane entrecerró los ojos, los centró durante un segundo en los labios de Claire, y a continuación le miró fijamente a los ojos. El corazón de Claire latía con fuerza.
– Pienso que se lo debo, que se lo debemos, a Harley.
– No era tu mejor amigo.
De nuevo aquella escalofriante sonrisa.
– Tenía razones para ello, ¿no crees?
Claire tragó saliva con dificultad, ya que tenía la garganta seca.
– Lo que ocurrió entre nosotros… -dijo, pero se detuvo, diciéndose: «No se lo permitas otra vez»-. ¿Hay algo que quieras decirme?
– Más de lo que te gustaría oír. Me imagino que tu padre os ha dicho que voy a hacer de esto una especie de caza de brujas.
Claire asintió.
– En resumen, sí.
Kane resopló.
– De acuerdo, hay algo de verdad en el hecho de que me encantaría demostrar que el viejo Benedict no se encuentra fuera del alcance de la ley, que no puede sobornar a su gusto, que no es el puñetero rey de esta zona.
– ¿Eso es todo?
Toqueteó el poste que sujetaba el techo.
– Pensaba que deberías saber que las cosas por aquí han cambiado, bastante, por una cosa: Neal Taggert sufrió un derrame cerebral hace varios años. Ahora va en silla de ruedas. Weston está ahora a cargo del negocio.
Claire se estremeció. Weston Taggert era todo lo opuesto a su hermano pequeño. Alto, atlético, engreído y mezquino. Weston era la antítesis de todo lo bueno que había en Harley.
– No es un secreto que Weston odia a tu familia incluso más que Neal. Y su mujer…
– Kendall -dijo Claire, sintiendo como si el peso del mundo cayera sobre sus hombros.
Kendall y ella tenían un pasado común, debido a su relación con Harley. Y ahora Kendall Forsythe estaba casada con el hermano mayor de Harley, un hombre que había expresado en público y en privado que nada le gustaría tanto como hundir a Dutch Holland y echarle de la ciudad.
– Parece que Weston y tú estáis cortados por el mismo patrón.
Los ojos de Kane echaron chispas peligrosamente, y la piel del puente de la nariz se le tensó un poco. Se acercó a ella. Claire tomó aliento.
– No tengo nada en contra de ti o de tus hermanas, ya lo sabes.
– No sé nada de ti, Kane, o de por qué tienes esta misión de destruir a mi familia.
– A tu familia no. A tu padre.
– Él no tiene nada que ver con la muerte de Harley Taggert. Ya lo sabes. Papá piensa que los Taggert te están pagando, cosa que no me sorprendería. -Levantó la cabeza y miró desafiante a Kane-. Supongo que estarás cobrando un dineral para pintar a mi padre como un ogro.
– No se trata de dinero.
– Claro que sí. Dinero que conseguirás con tu libro, sobornos por parte del oponente político de mi padre, y otra gran cantidad por parte de los Taggert. Parece que al final conseguirás lo que querías, Kane.
– Ahí, cariño, es donde te equivocas. -Se la quedó mirando tan fijamente que Claire quiso apartar la mirada, pero le había enganchado. Le empujó, pero Kane no se movió. Sus pupilas se dilataron y abrió aún más los ojos-. Tú sabes lo que quería hace mucho tiempo, aquello que no pude conseguir.
Claire se quedó sin respiración.
– Sí, Claire. Antes te deseaba. Me hubiera desmayado y muerto si me hubieses mirado, si verdaderamente me hubieses mirado, como alguien que te quería, en lugar de fijarte en mí simplemente por curiosidad, por experimentar una noche, por dar un pequeño paso hacia el lado salvaje cuando no tenías a nadie más a quien…
– ¡Basta ya! No sé por qué estás aquí, por qué has empezado a sacar todo esto otra vez, pero es un error. Créeme. Déjanos en paz. Encuentra otro sucio escándalo local que exhibir, pero… no nos hagas esto.
– Demasiado tarde, cielo. Ya he hecho un trato.
– Como te he dicho: dinero.
– ¿Mamá? -Sean, que había escuchado la parte final de la conversación, apareció por una esquina de la casa. Sus ojos se quedaron mirando al intruso antes de mirar a su madre-. ¿Estás bien?
«¡Oh, sí, genial!» ¿Cuánto habría escuchado? Como si le hubiera sacudido la electricidad, Claire se alejó de Kane, puso la distancia necesaria entre su cuerpo y el del hombre, y se obligó a relajarse. Aquel no era el momento de perder la compostura, delante de su hijo y con Kane Moran.
– ¿Es tu hijo? -preguntó Kane.
– Sí, es Sean. Sean, éste es el Sr. Moran. -Su voz parecía mucho más calmada de lo que estaba en realidad.
– Encantado de conocerte -dijo Kane, caminando hacia Sean con la mano extendida-. Conozco a tu madre desde que tenía tu misma edad más o menos.
– Es verdad. Kane era un… vecino.
– Mi padre trabajó para tu abuelo.
– ¿Y bien? -Sean no se dejó impresionar y no cambió su actitud insolente de «me importa un carajo».
– Vivía justo al otro lado del lago, en aquella vieja cabaña que hay allí.
Sean no pudo evitarlo, buscó con la mirada, por encima del agua, hacia el bosque de abetos, y vio lapequeña cabaña.
– No parece gran cosa.
– ¡Sean!
– Bueno, no lo es.
Kane no pareció haberse ofendido. Asintió con la cabeza a modo de aprobación.
– Tienes razón. No fue gran cosa en su día, y tampoco lo es ahora. De hecho, crecí humillado y avergonzado por vivir en ese basurero, y evitaba quedarme en casa todo lo que podía.
El rostro de Sean dejaba ver una actitud de desconfianza. No esperaba que Kane viera las cosas como él.
– Mi viejo estaba lisiado, y era un desgraciado hijo de puta. Encontré la manera de no estar cerca de él ni de la casa, y normalmente me metía en muchos problemas. Pero realmente me importaba un comino. Supongo que el destino me dio por culo, y por eso pasé mucho tiempo enfadado con el mundo entero.
– Solamente he dicho que no parece gran cosa -murmuró Sean.
– Y pienso como tú. -Le dio una palmada a Sean en la espalda, y el chico se sacudió sin disimular-. Tú, en cambio, tienes suerte, viviendo en una gran casa como ésta.
Sean hizo un sonido de desaprobación.
– Sí, claro -gruñó mientras miraba a su madre.
Parecía estar contento de que no se tratase de ningún problema serio, y saltó por encima de la baranda hasta desaparecer por la esquina de la casa.
– ¿Qué es lo que quieres de mí? -le preguntó cuando Sean ya no podía oírles.
– Lo mismo que siempre he querido.
El pulso se le aceleró, y tuvo que recordarse que era una mujer adulta, divorciada, madre de dos hijos. Una persona que no se dejaba llevar por emociones olvidadas hacía tiempo.
– Creo que deberías irte.
Sus labios formaron una línea recta y delgada.
– Tienes razón. Debería. Pero había pensado que debía darte la oportunidad de que me contaras tu versión de la historia.
– ¿Mi versión?
– Sobre la noche en que murió Harley Taggert.
– Así que volvemos a eso.
– Nunca lo hemos dejado. A pesar de todo lo que sucedió entre nosotros, nunca me contaste la verdad.
– Oh, Dios, Kane, no puedo.
Kane le clavó una severa mirada, a continuación, por un instante, su rostro mostró una señal de arrepentimiento.
– Mira, Claire, sé que esto va a ser duro. Vale, así que soy el malo, pero estoy haciendo esto porque es el momento, y te he dado la oportunidad, ¿de acuerdo? Sea lo que sea lo que suceda, quiero que sepas que no intento hacerte daño, ni a ti ni a tus hermanas.
– Oh, gracias a Dios. Me siento aliviada -contestó, incapaz de esconder el sarcasmo de sus palabras-. Por fin podré dormir esta noche.
– Creí que debías saberlo.
– Y yo creo que deberías irte al infierno.
– Ya he estado allí -apretó los dientes, y se la quedó mirando un instante-. Nos vemos, Claire. Si decides que quieres contarme algo sobre aquella noche, pégame un grito. Estoy justo al otro lado del lago.
Dándose la vuelta, se metió las manos en los bolsillos y se dirigió sendero abajo en dirección al embarcadero, donde había atada una lancha motora a uno de los amarres blancos. Kane subió a bordo, soltó amarras, encendió el motor, y, diciendo adiós con la mano, comenzó a navegar. La lancha formó un amplio arco dejando una estela de espuma cerca de la orilla, y se dirigió de vuelta al lado opuesto del lago.
Claire, en su interior, sintió como si estuviese hecha de gelatina. ¿Por qué Kane insistía tanto en indagar sobre el pasado? ¿Por qué se había mudado a aquella cabaña que juraba odiar tanto de niño? ¿Y por qué, por el amor de Dios, por qué su corazón le traicionaba, acelerándosele nada más verle?
Tal y como había sucedido siempre.
«Porque eres una idiota en lo que se refiere a los hombres. Siempre lo has sido y siempre lo serás.»
Se mordió el labio superior, a la vez que veía desaparecer la estela de espuma en la superficie lisa del lago Arrowhead.
Kane Moran siempre había sido un dolor de cabeza para ella, un pobre chico rebelde que había sentido algo por ella, pero ella había pasado casi toda su adolescencia evitándole. Aunque no siempre le había sido posible, y en ocasiones se preguntaba si su devoción hacia Harley había sido el resultado de algún miedo, de alguna seria preocupación. Quizá se había aferrado al bueno y decente de Harley porque su parte más profunda y primitiva se sentía atraída por Moran, aquel chico de actitud temeraria y desafiante ante la ley.
Kane Moran no seguía las normas.
Odiaba a la autoridad, a la que escupía a la cara.
Era rebelde al máximo.
Era malo con mayúsculas.
Y en lo más profundo de su corazón, Claire le encontraba irresistible.
Había pasado muchas noches de rodillas, rezando para que aquella atracción indecente hacia Kane, atracción que le hacía subir de temperatura y acelerarle el corazón, se le pasara antes de que alguien, especialmente el mismo Kane, lo notara. Se decía que cuando despertase de los sueños en que Kane realizaba todo tipo de deliciosas y salvajes demostraciones sobre su cuerpo, lo considerara como algo banal, nada por lo que preocuparse. Nadaba un largo tras otro en la piscina, intentando borrarle de su mente.
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