– No lo sabremos hasta dentro de unas semanas, ¿no?

Harley se apoyó en la baranda, clavando los dedos en la madera, y con los dientes apretados. Le entraron escalofríos.

– Entonces… entonces tendrías que librarte de él. Yo te ayudaría. Tengo dinero.

– Si estás hablando de abortar a nuestro bebé, nuestro, Harley, ya puedes ir olvidándolo. Nunca haría algo así.

– Pero yo no puedo… No podemos…

Con un suspiro de tristeza, Kendall sacudió la cabeza lentamente de un lado a otro, como si finalmente viese a Harley como el idiota sin agallas que en realidad era.

– Todo saldrá bien, cariño. Ya lo verás -le dijo, como si tuviera que consolarle, cuando era ella la que tendría que estar preocupada.

Por Dios, qué desastre. Kendall deslizó los brazos por la cintura de Harley y apoyó la cabeza contra su pecho. Él no se movió, sólo sollozaba.

Paige se apartó de la ventana y se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la cama y las piernas rechonchas colocadas delante.

– Kendall, por el amor de Dios, no podemos dejar que eso suceda. -La voz de Harley sonaba débil, como si estuviera asustado.

¡Qué cobarde! Kendall era demasiado buena para él. Paige extendió la mano hacia la mesita de noche para coger otra vez el lápiz y el papel, pero los dedos se encontraron con los alambres de sus aparatos para corregirle los dientes, que se negaban a estar rectos. Odiaba aquella ortodoncia, le hacía sentir como si fuera una alienígena del espacio exterior, y se negaba a llevarlo en clase. Dejó de mover la mano cuando oyó hablar a Kendall.

– Mira, Harley, no puedo ver a Paige así… Dile que he tenido que irme, que llegaba tarde a algún sitio o algo así.

– Díselo tú.

– No puedo verla ahora. Venga, Harley. Es lo menos que puedes hacer. No quiero herir sus sentimientos -le engatusó Kendall.

A Paige se le revolvieron las tripas por la desilusión. Sus dedos encontraron la libreta y el lápiz, y dejó aquellos utensilios de escritura en su regazo.

– ¿Por qué?

– Porque es una buena chica. Malcriada pero buena.

Paige se animó un poco. Kendall aún la quería.

– Es extraña.

La risa de Kendall parecía frágil.

– Todos los Taggert sois extraños. Por eso sois tan adorarabies.

El estómago de Paige se recuperó.

– Te quiero -dijo Kendall, mientras Paige apretaba el lápiz con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

– No te quedes embarazada.

Las palabras de Harley todavía flotaban en el caluroso ambiente cuando los pasos de Kendall se alejaron. Paige se mordió el labio con aquellos dientes inclinados hacia fuera y comenzó a escribir, a practicar la firma de Kendall con su letra grande y redonda. En su mente vio a Kendall como una modelo famosa, desfilando elegantemente por una pasarela de moda, balanceando los brazos, y con sus ojos azules y sexys mientras las cámaras la fotografiaban para captar su sonrisa y el brillo de su vestido largo adornado con lentejuelas.

No puedo verla ahora. ¿Qué se suponía que quería decir?

Es extraña. Harley no sabía decir las cosas de otro modo.

Todos los Taggert sois extraños. Por eso sois tan adorables.

¿Es lo que pensaba Kendall? ¿Lo que todo el mundo pensaba? Echó una ojeada por la ventana y vio a Harley apoyado en la baranda del porche, con los hombros encorvados y mirando hacia abajo, hacia el cañón. Tenía la cara tan pálida que Paige pensó que iba a vomitar.

– La has vuelto a asustar, ¿no? -La fuerte voz de Weston llegó hasta la habitación de Paige.

– ¿Qué quieres decir? -Harley se volvió, haciendo una mueca de enfado.

– Kendall casi me atropella al salir -dijo Weston.

Era más alto que Harley y más guapo, según la mayoría de gente. Comenzó a andar por encima de la baranda. Un pequeño empujón y saldría despedido a más de diez metros de profundidad hasta caer al río. Parecía no darse cuenta, y sonreía con el gesto engreído de siempre.

– Seguro que haces lo que quieres con las mujeres, hermanito.

Harley no respondió, miró a Weston con el ceño fruncido, se tiraba del labio inferior absorto en sus pensamientos.

– Parece que no puedes decidirte entre Kendall y la chica de los Holland.

– Se llama Claire.

Weston torció un poco la sonrisa.

– Tengo que decirte que no sé qué es lo que ves en ella.

– Tú no podrías llegar a verlo nunca.

– Es bastante guapa, pero no tiene el culo o las tetas de sus hermanas. No merece la pena compararla con Kendall Forsythe. Pero Kendall, es interesante… -Se inclinó un poco hacia delante-. He oído que tiene el coño como miel caliente, húmedo, dulce y esponjoso.

Paige tragó saliva.

– No deja que cualquiera se le meta entre las piernas, así que considérate uno de los pocos elegidos.

– Cállate, Wes.

– Daría la mitad de lo que tengo por averiguar si es verdad. Pero no he venido para discutir sobre tu vida amorosa.

– Me alegro.

– Papá va a ir mañana por la mañana a la oficina del abogado y va a rehacer su testamento.

– ¿Ah, sí?

– No está contento de que te vayas a aliar con el enemigo, por así decirlo. Podrías salir perdiendo.

– Se puede ir al infierno.

Weston hizo un gesto de negación con la cabeza.

– No lo harás, ¿verdad? Podrías perder millones sólo por estar obsesionado con Claire Holland.

El músculo de la mandíbula se le movió, y la culpa pareció invadirle. De acuerdo. Merecía sentirse como una babosa.

– Sabes, entiendo tu fascinación por ser un rebelde y verte con la hija del enemigo de papá, pero deberías aprender a jugar tus cartas. Lo has hecho en un mal momento, lo digo en serio. Papá te lo va a hacer pagar.

– ¿Y a ti qué te importa?

– ¿A mí? -Weston bajó el labio inferior mientras pensaba. Se apartó un mechón de pelo de los ojos-. A mí en realidad lo que hagas me la trae floja.

– ¿Entonces por qué estás aquí?

– No me gusta que los Holland o cualquier otra persona engañen a nuestra familia.

– No me están engañando.

– Claire Holland te tiene tan cogido que estás a punto de caer en sus redes.

– Sandeces.

– Sé listo, Harley. A nosotros no nos ayuda que te comportes como un enfermo de amor, como un perro en celo.

– ¿Y qué pasa contigo y Crystal?

¿Crystal Songbird? ¿La chica india que trabaja para los Holland? ¿Weston se estaba viendo con ella?

– Con Crystal no pasa nada.

– ¿Por qué no?

– Ella sabe que todo lo que quiero es un buen revolcón y está deseando dármelo.

– ¿Y qué consigue a cambio?

– ¿Además del mejor sexo que jamás haya experimentado? Baratijas.

– ¿Baratijas?

– ¿Te acuerdas de los collares que solíamos comprar en Manhattan? Pues le compro pendientes y ropa y todo lo que quiera.

– Es tu puta -dijo Harley como si todo aquello le repugnara.

– No dejes que se entere de que le dices eso. Forma parte de una gente muy digna, ya sabes. -Weston se rió con muy mal gusto.

– Lo bastante digna para que su padre te corte las pelotas antes de arrancarte la cabellera. Estás enfermo, Weston.

– No, Harley. Sólo soy listo. Crystal es una buena elección. No porque sea descendiente del jefe de su tribu, sino porque es pobre. Te darás cuenta de que las mujeres sin dinero querrán hacer todo lo que les pidas sólo a cambio de unas cuantas palabras bonitas y un regalo o dos. Las mujeres pobres son simples.

– Por Dios, Wes, eso es patético.

– Así es como funciona el mundo.

– Como te he dicho, estás enfermo.

– No todos podemos ser monógamos, Harley. De hecho, sólo unos cuantos desgraciados sienten la necesidad de ser tan nobles. Al parecer tú sí, ¿me equivoco? -el rostro de Weston reflejaba inocencia, suficiente como para estar atormentandoa su hermano pequeño de la única manera en que él mismo se atormentaba-. Porque tú le eres sincero a Kendall, digo, a Claire.

Paige se puso nerviosa.

Harley parecía haber oído suficiente los consejos de su hermano, ya fuesen buenos o malos. Se volvió, tenía la cara roja, pero Weston le agarró del brazo.

– Espera un momento. No te estaba insultando, de verdad. Puedo incluso entender que las hermanas Holland se sientan fascinadas por el fruto prohibido de una cierta manera, y cuando nuestro padre cambie su testamento, y yo vea asegurada mi parte de la herencia, puede que yo también quiera hacerme con un culito Holland.

Harley tiró del brazo, para que Weston le soltara.

– Mantente alejado de Claire.

Weston se frotó la barbilla y entrecerró los ojos.

– ¿Qué tal si apostamos?

Harley tenía una expresión de incredulidad.

– ¿Qué quieres apostar?

– Mmm. Que puedo conseguir acostarme con una de las Holland antes de que acabe el verano.

– Déjalas en paz.

– ¿A todas? -Weston elevó una ceja. Le encantaban los retos-. No me digas que te las estás tirando a todas -le acusó-. ¿No le molestaría al viejo Dutch que un jodido Taggert se estuviese tirando a todas sus preciosas hijas?

– ¿De qué narices estás hablando?

– Del viejo. Se cagaría encima, ¿no crees?

La sonrisa de Weston reflejaba pura maldad y Paige se dio cuenta, una vez más, de lo cretino que era. Sus fantasías sexuales con las hermanas Holland rozaban la locura, aunque aquello realmente no era una sorpresa.

Harley arremetió contra su hermano, quería cogerle del cuello, pero Weston le esquivó, le agarró del brazo y se lo retorció por detrás de la espalda, lo que hizo que Harley pusiese una mueca de dolor.

– No seas avaricioso, Harl. Hay entrepiernas Holland más que suficientes para los dos.

– Eres un cabrón pervertido.

– Probablemente. Pero parece que es cosa de familia, ¿no? Al menos yo no le estoy jurando amor eterno a Lady Claire mientras que me estoy tirando a Kendall en el bosque. -Apartó a Harley de un empujón, y le estampó contra la barandilla. Las sombras de las ramas oscurecieron su rostro.

A Paige se le revolvieron las tripas. Pobre Kendall.

– Tendrás tu merecido -le advirtió Harley. Weston se rió.

– Eso espero, y el tuyo también. ¿Recuerdas lo que hablamos de conseguir los tres culitos Holland? Pues me pregunto qué pensará el viejo Holland de eso.

Harley tenía los rasgos faciales retorcidos por el asco y la humillación. Caminó por el porche en dirección a la casa, fuera del ángulo de vista de Paige.

– Vigila tus espaladas, Wes.

Paige oyó la puerta arrastrarse y seguidamente cerrarse de un golpe fuerte y seco que sacudió toda la casa. ¡Harley era tan débil! Debería haberle metido un puñetazo a Wes por todos sus comentarios sobre Kendall. Weston era uno de esos tipos egocéntricos que, según Kendall, pensaba con el pito en vez de con la cabeza. Guiñando los ojos, debido al sol de la tarde, Weston levantó lentamente la cabeza y, antes de que Paige pudiera esconderse, sus miradas se cruzaron.

– ¿Quieres que me enfade? -le preguntó, chasqueando con la lengua y meneando la cabeza, mientras una sonrisa maliciosa se extendía por su cara-. ¿Eso te excita, Paige?

Paige quería decirle que se fuera al infierno, pero se lo pensó. Había visto el lado furioso de los enfados de Weston más veces de las suficientes. De pequeño había pegado a Harley, atraído a las ardillas con cacahuetes para dispararles con el tirachinas, y llevaba la cuenta de cuántos gatos, mapaches y zarigüeyas había matado con su coche. Weston tenía algo que asustaba a Paige. Así que en lugar de cavar su propia tumba discutiendo con él, lo que hizo fue agacharse, con las mejillas ardiendo. Weston sabía que llevaba todo el tiempo escuchándoles, y sin embargo había seguido ridiculizando a Harley. Paige puso las manos sobre el rodapié.

– Sabes, Paige, escuchar a escondidas sólo te puede traer problemas. Probablemente es lo que estás buscando, ¿verdad? Un poco de problemas para animar tu aburrida vida.

Paige tragó saliva, intentando no llorar. ¿Cuántas veces Weston la había humillado, cuando ella sólo se sentía como una niña gordinflona que pensaba que sus hermanos eran como dioses? Bueno, ahora estaba segura. Weston era un cruel hijo de puta, y Harley necesitaba urgentemente un trasplante de cerebro.

Oyó reír a Weston, y ella era el objeto de su risa. Paige se encogió en su habitación. Sabía que a menudo era el blanco de sus bromas. Había visto a sus amigos intentar reprimir la risa cuando Weston les había susurrado algo feo y todos se habían dado la vuelta para mirarla. Sabía que les estaba diciendo cosas sucias sobre ella. Hacía unas pocas semanas, en presencia de Paige, Weston había hecho el comentario de que probablemente ella había sido la razón por la que su padre se había descarriado. Dijo que su padre había echado un vistazo a su patética hija y había decidido no volver a correr el riesgo de tener más hijos con Mikki. Por esa razón había empezado a correr aventuras extramatrimoniales. Los amigos de Weston, universitarios que habían formado parte del equipo de fútbol en su instituto, no sabían que Paige rondaba por las escaleras, escuchándoles, mientras ellos jugaban al billar en la habitación de juegos del sótano. Se habían reído a su costa, y uno de ellos había hecho un comentario acerca de que ningún chico querría acostarse con ella, a menos que le pusiera primero una bolsa de papel en la cabeza.