Claire se humedeció los labios con la lengua, gesto que Kane vio. Enfadado, soltó el mechón y se volvió, como si de aquella manera pudiera romper el encantamiento que le había hechizado a la sombra de aquel árbol solitario.
– Kane…
Dios, ¿por qué le llamaba? No quería tener nada que ver con él. Pero el lado oculto de Kane le había hablado, un lado que ansiaba encontrar su alma gemela en Claire.
Kane miró de reojo, confuso. El corazón de Claire latía con fuerza. Aquel demonio arrogante, engreído y malhablado había desaparecido, y en su lugar había dejado a un chico confundido, casi un hombre.
– Da igual, Claire -dijo.
Luego caminó hacia el borde de un risco, donde, con un único movimiento, elevó los morenos brazos, dio un salto y se zambulló en las tranquilas aguas del lago.
Protegiéndose los ojos con una mano, Claire observó cómo salía a la superficie y empezaba a nadar, dando brazadas firmes y constantes hacia la orilla, donde le esperaban la pequeña y sucia cabaña y su padre.
Capítulo 9
Harley miró el reloj, y seguidamente tamborileó con los dedos en la mesa de su oficina, una habitación que odiaba. Estaba situada en un edificio de una sola planta, en la misma calle que el aserradero. Era una habitación llena de papeles y muebles baratos y funcionales. Le parecía asfixiante e incómoda. Se tiró de la corbata, y sintió cómo las gotas de sudor le corrían por el cuello, a pesar de que el aire acondicionado, situado en la ventana, estaba funcionando a la máxima potencia, expulsando aire frío por aquella pequeña habitación que su padre había insistido que fuese suya. Maldita sea, todavía se sentía fuera de lugar, y habría deseado ser ciego para no fijarse en los hombres con casco que le lanzaban aquellas miradas engreídas en el cambio de turno o en los descansos. Trataban de evitar la risa mientras le daban grandes bolas de tabaco de mascar, pero Harley notaba cómo se reían de él, y sí, también percibía el asco en sus ojos. Sabían, instintivamente, que él no estaba hecho para ser su superior.
En una ocasión, de camino al coche después del trabajo, Harley había pillado a Jack Songbird, uno de los trabajadores de la fábrica local, intentando abrir la máquina de refrescos con una navaja. Harley miró fijamente a Jack, frunció el ceño y en lugar de formar una escena miró en otra dirección justo cuando cedió la cerradura.
Destrozaron la máquina y robaron menos de veinte dólares. Desde entonces, cada vez que Harley se veía forzado a encontrarse con Jack, notaba las burlas, las risas y el desprecio de Songbird en sus ojos. Debía haber despedido a aquel cretino al momento, allí mismo. Así habría acabado todo. En realidad, la insolente presencia de Jack sólo le recordaba lo débil que era. Ni siquiera podía evitar que un empleado de jornada reducida robara una miseria de dinero. Así que cómo se suponía que iba a pisotear a los trabajadores, si cualquiera de ellos podía cogerle y romperle la espalda como si se tratase de una ramita.
No, no estaba hecho para aquel trabajo. Se tiró con fuerza del nudo de la corbata, y metió en el cajón la carpeta «Maderos Best». Había pasado horas estudiando las cuentas, observando las estadísticas de los últimos tres meses de envío de maderos sin refinar a las cinco tiendas de Best, en la ciudad de Portland, y no podía entender por qué Jerry Best iba a retirar sus cuentas en Industrias Taggert. Best había sido cliente durante años, pero por alguna inexplicable razón estaba decidido a llevarse su negocio a otra parte.
Probablemente se debía a Dutch Holland. El muy hijo de puta seguramente había bajado sus precios, incluso aunque Dutch sólo poseía unas pocas fábricas cerca de la bahía de Coos. Joder, ¡qué desastre!
Ahora era trabajo de Harley intentar engatusar a Jerry para que permaneciese en Industrias Taggert, un nombre en el que podía confiar. Por Dios, aquello eran tonterías. Descolgó el teléfono, marcó, habló con la secretaria de Best, y sintió un alivio enorme cuando le dijo que el señor Best no volvería a la oficina hasta el lunes. Cuando colgó el auricular, vio que estaba empañado del sudor de su mano.
Miró el reloj de nuevo. Se secó las palmas en los pantalones y pensó que aquello era una mierda. Weston iba y venía a su gusto, y parecía que nunca fichaba. El viejo le admiraba, pero con Harley era diferente. Nunca había destacado como su hermano mayor, ni en el equipo de fútbol, ni en la escuela, ni en el trabajo. Se suponía que Harley tendría que trabajar más duro, pasar más horas en la oficina y besar más culos.
¡Qué le vamos a hacer! Por la noche vería a Claire, y le importaba un bledo lo que opinase su padre. Se había plantado. Se dirigió a la puerta cuando sonó la voz de la secretaria de su padre por el interfono.
– ¿Señor Taggert?
– Sí.
– Tiene una llamada por la línea dos.
Harley se quedó helado. ¿Y si era Jerry Best? ¿Qué podría decirle? ¿Cómo podría salvar su cuenta? No era un vendedor y nunca lo sería.
– Es la señorita Forsythe.
Harley quería que se le tragase la tierra. Aquello era peor que simular que le importaba el precio de los maderos. ¿Por qué Kendall Forsythe seguía persiguiéndole? ¿No había entendido que se había acabado? Descolgó el auricular y escupió un saludo.
– Hola.
– Oh, Harley, me alegro de encontrarte.
Imaginó su cara: ojos azules y mejillas sonrosadas, con labios hacia abajo de ir haciendo pucheros por las esquinas.
– ¿Qué pasa? -Sin prestarle atención, se limpió una uña.
– Es que… es que tengo que verte.
– Kendall, no, ya te lo dije…
– Es importante, Harley. No te habría llamado al trabajo si no lo fuese.
Mierda, estaba embarazada. ¿No había dicho que quería estarlo? Las rodillas se le aflojaron y se apoyó en la mesa para no caerse. El estómago se le revolvió de tal manera que pensaba que iba a vomitar.
– ¿Qué pasa?
– No quiero hablar por teléfono. Ven a verme a la casa de mis padres en la playa, esta noche.
– No puedo.
Hubo un silencio.
– Por favor.
– Ya he hecho planes.
La voz de Kendall sonó ahogada.
– Harley, escucha, es un asunto de vida o muerte.
El bebé. Estaba embarazada y pensaba en abortar.
– Te veré a las ocho.
– No puedo.
– Es que realmente no tienes elección -dijo con dificultad. Colgó de golpe.
Durantes unos instantes Harley pensó que se iba a desmayar. Los bordes de su visión estaban negros, casi ciego, pero lentamente volvió a respirar con normalidad. Kendall tenía razón, tenía que verla. Con las manos temblorosas, se apartó el pelo de la cara e intentó parecer calmado.
Al salir de la oficina, consiguió decir adiós con la mano a una mujer que se suponía era su secretaria, sentada frente a la máquina de escribir. Linda no sé qué. Rubia, gorda, de unos cuarenta años, pero lo bastante agradable y eficiente para hacerle sentirse estúpido. A menudo la sonrisa que lucía era porque Harley le producía risa. «Basta, Taggert, tú eres el jefe.»
Sus mocasines italianos crujieron al pisar la gravilla del estropeado aparcamiento. El polvoriento asfalto estaba cubierto de baches, y no había árbol alguno que ofreciera sombra en aquella faena que reducía los bosques a tablas de madera. El agradable paisaje de madera alternaba con el hedor a diesel, que lo invadía todo, y que Harley tanto odiaba.
Su padre, igual que Dutch Holland, era el presidente de una corporación formada por muchas divisiones. Aquel aserradero era sólo una de las pequeñas compañías que comprendía Industrias Taggert. Así pues, a Harley le parecía ridículo tener que trabajar en aquella fábrica, cuando había tantos restaurantes y complejos turísticos que dirigir.
– Te hará bien -le había explicado Neal cuando le habló a Harley de su trabajo en verano- mezclarte con los hombres que forman la columna vertebral de esta empresa. El próximo año podrás trabajar en el complejo turístico de Seaside.
Una promesa sin cumplir, pensó Harley, mientras se colocaba las gafas de sol sobre el puente de la nariz. En aquel momento escuchó rugir el Porsche descapotable de Weston en el aparcamiento.
Crystal Songbird, la hermana pequeña de Jack y la chica con la que Weston salía y dejaba de salir, estaba reclinada en el asiento de copiloto del descapotable, siguiendo con los dedos el ritmo de «Hungry Heart», de Bruce Springsteen. Su pelo parecía azul a la luz del sol vespertino. Si había visto a Harley, no le había reconocido. Weston salió rápidamente del coche y se dirigió hacia él, como si tuviera un único propósito. Tenía la mandíbula desencajada y tensa, los puños cerrados. Cruzó el aparcamiento.
«Consigue mujer y tened un hijo en Baltimore, Jack…»
Wes estaba tan enfadado que parecía que echase humo.
Harley se preparó para lo que por lo visto iba a ser un enfrentamiento. Weston tenía los labios blancos y parecía decidido a hacer algo.
– ¿Dónde está papá? -exigió.
– Aquí no.
– ¿Estás seguro? -le preguntó, y luego murmuró en voz baja-: Hijo de puta. Llamé a la oficina en Portland y… vaya por Dios, me dijeron que estaba aquí.
– ¿Se puede saber qué te pasa?
Weston se pasó los dedos de ambas manos por el pelo, luego miró sobre el hombro a Crystal, aunque ella pareció no prestarle atención, pues se estaba mirando en el espejo retrovisor y poniéndose otra capa brillante de lápiz de labios.
«Todo el mundo tiene un corazón hambriento.»
– Lo mismo que siempre. -Weston se secó el sudor de la frente con la mano.
– ¿El qué?
Weston estrechó tanto los ojos que se convirtieron en dos líneas.
– El rumor.
– ¿El qué? Ah, eso -entendió finalmente Harley-. ¿Ese que dice que papá tiene otros hijos ilegítimos?
– Sólo uno. Un hijo.
– Bueno, si crees en los rumores… -Harley no daba dos duros por aquella vieja mentira acerca de Neal Taggert y su fama de conquistador. ¿Qué más daba?
– ¿No te preocupa?
– Es algo que no me quita el sueño.
– ¿No te das cuenta de que si es verdad y ese tío, si ese medio hermano bastardo alguna vez aparece, puede que quiera una parte del pastel?
– ¿Y?
– Por Dios, Harley, ¿de verdad eres tan imbécil?
A Harley le hirvió la sangre.
– Simplemente no dejo que me importen las cosas que no puedo controlar. ¿De dónde lo has oído esta vez? ¿De algún chico en Westwind Bar & Grill? ¿O por Storie Illahee, donde Dutch Holland siempre está dispuesto a extender rumores sobre papá? ¿O quizá de alguno de los cotillas que pasan por la cafetería?
– No. -Weston alargaba las palabras. Tenía los labios delgados, con una actitud de desprecio hacia su hermano menor-. Esta vez se lo escuché decir a mamá.
Harley se rió.
– Ah, genial. Como si ella nunca intentase fastidiarte. No sé qué habrá pasado entre vosotros, pero a mamá no hay cosa que le guste más que irritarte hasta el límite y hacer que te comas la cabeza.
– Madre mía, Harl, ¡eres increíble! -Weston cerró los ojos con fuerza y sacudió la cabeza, preguntándose cómo era posible que fuesen de la misma familia.
– Y tú estás hablando sin saber. ¿Qué harías si papá estuviera aquí? ¿Acusarle de tener una pequeña familia oculta?
– Sencillamente le preguntaría por la verdad.
– Una buena manera de quedarte sin la herencia, Wes, y todos sabemos que no importa de qué se trate, tú nunca harías nada que pusiese en peligro tu importante trozo del pastel en el dinero de Taggert.
– Al menos no planto mi culo sin hacer nada, nada, y simplemente espero a heredarlo.
– Yo no espero nada.
Weston echó una ojeada al Jaguar de Harley y a la delgada capa de serrín que había sobre la pintura metalizada del coche.
– Sí, bueno. Mira, da igual. Ya hablaré con papá luego.
– Hazlo. Y dile que salude a nuestro medio hermano, ¿lo harás?
– Vete al diablo, Harl.
Harley soltó una risa cuando Weston se dirigió de vuelta a su coche deportivo, con Crystal. Era tan extraño verle hundido que a Harley se le enterneció el corazón al comprobar la frustración de su hermano mayor.
Weston derrapó el Porsche al salir del aparcamiento, provocando un chirrido agudo. Al otro lado de la calle, frente a la valla metálica y alta que presumía de seguridad laboral, era la hora del cambio de turno. Harley se apresuró hacia su coche. No quería charlar con los trabajadores. No es que se considerara un pijo, pero no tenía nada en común con ellos.
Al unísono de los gritos de los capataces, del ruido de las sierras y de los camiones que llegaban con la madera cruda o marchaban con los tablones, hombres con camisas limpias de franela, monos y cascos, sustituían a sus compañeros, cubiertos de serrín y suciedad.
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