– A veces vengo aquí a pensar.

Se metió un cigarrillo Camel en la boca, cogió una cerilla por el extremo y la encendió frotándola contra el fósforo. Por un instante, la pequeña llama de la cerilla creó sombras de color dorado en los duros rasgos de Kane. Dio una profunda calada al cigarrillo.

– ¿En qué piensas? -se atrevió a preguntarle Claire.

Sacudiendo la cerilla, Kane sonrió, con los dientes relucientes. La punta roja del cigarrillo era la única luz que había en medio de aquella oscuridad.

– En ti, a veces.

Claire tragó saliva con dificultad.

– ¿En mí?

– Alguna que otra vez -admitió, mirándola a los ojos a pesar de la oscuridad-. ¿Tú nunca piensas en mí?

Situada junto a la moto, se tocó la punta de los dedos con los pulgares.

– Bueno…, intento no pensar.

– Pero lo haces.

– A veces -admitió, y se sintió como una traidora.

– Me he alistado.

– ¿Qué? -casi se le detiene el corazón. Aquellas palabras parecían resonar por las montañas que les rodeaban-. ¿Qué has hecho?

– Alistarme. Ayer.

– ¿Por qué?

Una pequeña parte de Claire pareció debilitarse y morir. Una parte que no quería descubrir del todo. Kane se iba. No era que realmente le importara, se dijo, pero la ciudad, de alguna manera, quedaría vacía, menos viva sin él.

– Era el momento.

Claire se mordió el labio.

– ¿Cuándo, cuándo te vas?

Kane se encogió de hombros y dio una fuerte calada a su Camel.

– Dentro de unas semanas. -Colocó un brazo sobre la rodilla en la que se estaba apoyando. Miró hacia el oeste-. Siéntate -le dijo sin sonreír-. No muerdo, bueno, al menos en la primera cita.

– Esto… esto no es una cita.

Él no contestó, pero Claire sabía que la estaba llamando mentirosa en silencio, mientras seguía consumiendo su cigarrillo.

– Creo que te tengo miedo -se atrevió a decirle.

– Y yo creo que deberías tenerlo.

– ¿Por qué? -Nerviosa como un potro desbocado, y casi a punto de salir corriendo, se acercó al borde y se sentó junto a él.

– Tengo mala reputación, o eso es lo que me dice la gente. -Su mirada pensativa se centró en la boca de Claire, cuyos pulmones dejaron de respirar-. Tú no, Claire. Al menos aún no. -Arrojó el cigarrillo en la tierra.

– No creo que estar contigo a solas una única vez te haga cambiar de idea.

Sentada tan cerca de él, se decía que podía controlarse, que no estaba nerviosa, que las palmas de las manos le sudaban porque la noche era húmeda y calurosa, que su corazón tendía a latir irregularmente cuando menos lo esperaba.

– Tienes más fe en mí de la que deberías.

– No lo creo.

Kane no contestó, sólo se la quedó mirando con una intensidad que hizo que a Claire le hirviera la sangre. Una brisa, suave como la noche, acarició su rostro y la despeinó. No podía evitar preguntarse cómo sería besar a aquel demonio, sentir sus brazos rodeándole, cerrar los ojos y perderse en él. Pero jamás podría hacerlo. Amaba a otro hombre.

– ¿Por qué me has traído aquí? -Su voz sonaba tan floja y débil que incluso se asustó.

Kane frunció el ceño. No la tocó, pero examinó su rostro durante un segundo, aunque a Claire le pareció una eternidad.

– Ha sido un error.

– ¿Por qué?

Kane suspiró, se apoyó en los codos y ladeó la cabeza en dirección a ella. Por primera vez desde que se conocían, la máscara de hierro de Kane desapareció y su rostro se desnudó en toda su crudeza, dejando ver un dolor que no se podía describir.

– No lo entiendes, ¿verdad?

– ¿Entender qué?

Kane apretó los dientes.

Ella no pensaba callarse.

– Tú empezaste todo esto, Kane -le recordó-. Tú me pediste que viniera aquí contigo.

– No me costó mucho convencerte, ¿no? No tuve que retorcerte un brazo ni algo por el estilo.

Kane se inclinó más hacia ella, quien tuvo que volver a tragar saliva con dificultad para refrescarse la garganta seca.

– Reconócelo, Claire, querías averiguar qué es lo que me hace ser como soy. Estás aburrida de tu vida predecible y sosa, cansada de hacer siempre lo que esperan de ti… Por eso empezaste a salir con Taggert, para fastidiar a tu padre. Pero Harley Taggert no es que te haga vivir al límite exactamente, ¿verdad?

– Deja a Harley fuera de todo esto. -El corazón le latía como loco, a punto de salírsele del pecho.

– ¿Por qué? ¿Tienes miedo de que se entere de que piensas que es un bobo?

– Él no es… -Se mordió la lengua. Defender a Harley no serviría de nada. Además, Kane estaba dándole la vuelta a sus palabras, manipulando el curso de la conversación-. Tú me has traído aquí, Kane, y, sin que intentes psicoanalizar los motivos que me han hecho venir, quiero saber por qué.

Levantó una ceja, escéptico.

Sin pensarlo, Claire se le acercó, le clavó los dedos en las mangas de la chaqueta de cuero, y sintió sus duros músculos. Despacio, Kane dirigió la mirada a los dedos de Claire, luego la miró directamente a la cara. Aquella mirada hacía imposible respirar. Claire comenzó a sudar por todo el cuerpo.

– Estás jugando con fuego, princesa -le advirtió mientras se le acercaba, observándola con aquella misteriosa mirada.

Claire se humedeció los labios, nerviosa. Él gimió.

– Me voy a arrepentir de esto en dos minutos -dijo. Tenían las caras tan cerca la una de la otra que Claire podía oler a tabaco en su aliento, y adivinar la duda que ensombrecía sus ojos-. Pero como igualmente me voy de la ciudad, creo que es el momento de confesar la verdad.

Claire temblaba por dentro. Estaba asustada de lo que pudiera decir, pero se moría por oírlo. Con sus fuertes manos, Kane cogió por los hombros a Claire. La agarró, desesperado, con sus cálidos dedos.

– Nunca volveré a decirlo, y nunca admitiré haberlo dicho, ¿me entiendes?

Claire asintió.

– Maldita sea, te quiero, Claire Holland -dijo rotundamente-. Dios sabe que yo no quiero. Lo cierto es que me odio por ello, pero es la verdad.

Claire no podía articular palabra, tenía miedo a moverse, y se sintió terriblemente confundida y asustada. El corazón le latía con fuerza, y le miró de reojo a los labios, preguntándose si iba a besarla o si sería ella la que empujara sus labios contra los de él.

– Hay algo más que deberías saber. Si fueses mía, no te tendría esperando. Harley Taggert es un tonto, y tú eres demasiado para él para que te trate así. ¿Quieres saber por qué te llamo princesa? Porque así es como se te debería tratar. Como a la maldita realeza.

– Oh, Dios -susurró ella. Su perfecto mundo se rompió en pedazos. ¿Él la quería? ¿Kane Moran la quería?

– Ésos son mis sentimientos. Menudo follón, ¿eh? -se desahogó Kane. Claire dejó caer las manos-. Vamos, Claire, te llevaré de vuelta al coche. -Tenía la mandíbula tan dura como una piedra-. No queremos hacer esperar a Harley, ¿verdad?

En sólo unos instantes Kane se puso en pie, dirigiéndose a la moto.

– Kane…

El muchacho se paró en seco y miró de reojo.

Claire se aclaró la voz.

– Yo… yo no sé qué decir…

– Nada. No mientas. No pongas excusas. No digas nada. -Colocó una de sus largas piernas sobre la moto, encendió el motor, y se inclinó hacia el pedal de las marchas. El motor de la gran máquina se encendió y rugió. El ruido resonaba por entre las montañas-. Será mejor para los dos que no digas nada.

Pero Claire no estaba tan segura.

Tenía la garganta tan seca como la tierra en la que estaban. Caminó, casi sin sentir las piernas sobre la arena, y se colocó en la moto detrás de Kane. Parecía algo natural y correcto rodearle la cintura con los brazos. Mezclado con el ruido del motor, le pareció oírle murmurar algo:

– Vamos a olvidar lo que ha sucedido.

Pero ella no podía. Sabía que siempre guardaría en su corazón aquellos momentos juntos.

Capítulo 11

Weston soltó la vela mayor y aseguró el botalón, mientras la espuma del océano le refrescaba la cara. En ocasiones disfrutaba navegando. A solas, en el océano infinito, enfrentándose a la intemperie, a la vez que sentía el rumor de la olas del mar. Pero aquella noche no era así.

Las luces del puerto deportivo brillaban en la oscuridad, sobre la superficie del agua, constantemente en movimiento. Usando la fuerza del motor, dirigió el elegante velero a través de la bahía, de vuelta al amarre. Lo ató con fuerza. Pensó por un instante en Crystal, pero seguidamente descartó la idea de quedar con ella de nuevo. Crystal era cálida y servicial, una chica que haría cualquier cosa por complacerle, algo que le aburría soberanamente. Necesitaba una nueva conquista, un reto.

Lo malo es que sabía que nunca estaría satisfecho. Ninguna nueva e inocente conquista le satisfaría, no si se trataba de un objetivo fácil, ni siquiera aunque Kendall aceptara su oferta. Por Dios, qué cabrón había sido con ella pidiéndole que echaran un polvo para dejarla embarazada, pretendiendo quedar como una buena persona. La verdad es que lo único que quería era probar aquel coño Forsythe. Además, la idea de tener un niño y que lo tuviera que criar Harley evidenciaba la parte más perversa de su naturaleza. No sólo Kendall tendría que estar en deuda con él de por vida, sino que quedaría, una vez más, por encima de su estúpido hermano.

Miró hacia el camarote y se dio cuenta de que prefería a una de las hermanas Holland en lugar de a Kendall.

¿Por qué? Porque las había tenido delante durante casi veinte años y su padre siempre se las había prohibido. Eran el enemigo, la descendencia del malvado Dutch Holland, aunque una descendencia bellísima.

Aquella enemistad las hacía incluso más interesantes. Y ahora que Harley había tenido pelotas de declarar abiertamente que estaba saliendo con Claire, Weston no veía razón alguna para no actuar acorde a sus impulsos masculinos. Sí, le había contado una buena historia a Harley sobre todas aquellas tonterías de que su padre le desheredaría, pero el viejo nunca se precipitaría de tal modo, y Weston nunca haría nada que pusiese en peligro el puesto número uno en el testamento. Había pasado muchos años haciéndole la pelota a su padre, jugando a su juego, poniendo buena cara a todo lo que hacía para estropearlo ahora. Neal Taggert no se andaba con rodeos a la hora de admitir que Weston era su preferido y, como tal, heredaría la mayor parte de la fortuna de la familia. Weston jamás estropearía y perdería aquello.

¿Pero qué sucedería si apareciera el otro hijo, aquel que nadie conocía, el bastardo?

Cuando Weston le mencionó a Neal que corría aquel viejo rumor sobre él, una vez más, su padre empezó a insultar y a culpar a Dutch Holland por propagar aquellas mentiras. Por alguna razón desconocida, Dutch odiaba a Neal y no se detendría ante nada con tal de arruinarle la vida.

Ante aquella respuesta, Weston se tranquilizó, al menos por el momento, pero robó una copia del testamento de su padre de la oficina en Portland. Neal acababa de modificar el documento, pero no le había mentido. Cuando su padre falleciera, Weston tendría la vida asegurada.

Si no la jodia. Y no lo haría. Era demasiado precavido para fastidiar algo tan importante, pero, oh, algo en los pantalones le picaba, y el motivo era Miranda Holland. Daría lo que fuera por ver como un animal en celo a aquella mujer de hielo, de lengua afilada y sangre caliente. Weston era un buen amante y podría enseñarle cosas que la dejarían sudando, con el corazón a mil y rogando que siguiera.

Aquel pensamiento hizo que sonriera. Cada vez que Weston había dedicado una sonrisa a Miranda, ella había bajado la cabeza. La imagen de Miranda rogándole, su cabello húmedo y sudado, su cara enrojecida, sus suaves dedos bajándole la cremallera, hicieron que su pene se excitara.

– Algún día -dijo en voz baja.

Algún día Miranda descubriría en lo que podría convertirla un hombre de verdad. Sonriendo, se colocó bien el pantalón, dejando el velero y el embarcadero tras él, mientras cruzaba por debajo del cartel de neón ovalado del Club Náutico de Illahee, donde se detuvo para encender un cigarrillo. Una visión más de Miranda Holland le vino a la mente, otra de las muchas que había tenido mientras estaba navegando, y también a lo largo de los días. Por el amor de Dios, se estaba poniendo tan enfermo como Harley, excepto que Claire parecía querer acostarse con su hermano pequeño, y Miranda más bien le escupiría en vez de hablar con él.

Subiendo a su descapotable, imaginó de nuevo cómo sería hacerlo con Miranda. Alta, piernas largas, ojos fríos como el hielo azul, había rechazado proposiciones de la mayoría de los chicos. Siempre tenía metida en un libro aquella nariz recta, casi perfecta. Pero Weston tenía la sensación de que tras esa pose de mujer helada se escondía una mujer de sangre ardiente, que podía comportarse como una animal en la cama. Perspicaz y de lengua afilada, era una mujer inaccesible que tenía planificada toda su vida. Le gustaba hacer creer al mundo que no tenía tiempo para prestar atención al sexo opuesto.