Miranda no podía contenerse. Ella, que siempre había sido fría y distante, la que, según habían dicho algunos chicos, tenía hielo en las venas. Se encorvó hacia él, rogándole que siguiera en silencio. Se encontraba en la diminuta habitación de una ruinosa cabaña, en una cama por la que habían pasado amantes durante cientos de años, y estaba besando a un hombre al que apenas conocía, un hombre que se negaba a que lo viesen en público con ella, que estaba a punto de convertirse en su primer y único amor.

Después de hacer el amor, tras la placentera sensación, Hunter se acercó a Miranda y le acarició la cabeza. Los destellos de las llamas se podían ver reflejados en su anillo. Miranda tocó la piedra negra.

– ¿Es valioso?

– Es lo único que llevo ahora.

Miranda le dedicó una sonrisa dulce.

– Ya lo sé. Pregunto si es valioso. -Empezó a juguetear con el pelo del pecho de Hunter-. Ya sabes, ¿te lo dio alguna chica?

Resopló.

– ¡Qué va! -Se sacó el anillo de oro y lo miró-. Esto es todo lo que tengo de mi padre biológico, el tío sin rostro que dejó embarazada a mi madre y luego la abandonó. Debería deshacerme de él, supongo, pero lo sigo teniendo porque me hace recordar que aquel bastardo no me quería, ni a mi madre, y tuve la suerte de tener a Dan Riley como padrastro.

– ¿Cómo se llamaba?

– ¿Mi padre real? -suspiró-. No lo sé. Nadie me lo dijo, y no aparece ningún nombre en mi certificado de nacimiento.

– ¿No lo quieres saber?

– No. -Deslizó el anillo en su dedo de nuevo, se arrimó a Miranda y ella se recostó sobre los músculos firmes de stt hombro desnudo-. No importa. -La besó en la frente y añadió-. Ahora mismo, todo lo que me importa somos tú y yo.

– ¿Para siempre? -preguntó.

– Para siempre es mucho tiempo, pero tal vez. Sí, tal vez.

Miranda echó la cabeza hacia arriba, esperando el beso que sabía que Hunter le iba a dar. Por fin había encontrado un trocito de cielo en la tierra.


– ¿Estuviste con Weston Taggert anoche? -susurró Miranda, mientras el rostro se le volvía pálido.

Acababa de poner agua en la cafetera y el líquido empezó a borbotear en contacto con el calor. Aquella sorprendente noticia que le había dado su hermana rebotó en las paredes de su cabeza, en un momento en que aún estaba asimilando que Hunter y ella habían hecho el amor. El dolor en su entrepierna era algo que le recordaba constantemente la noche anterior. Se aclaró la voz e intentó concentrarse en aquel problema. El problema, como siempre, era Tessa.

– Por el amor de Dios, Tessa, ¿por qué?

Tessa se encogió de hombros, con aquella actitud de «me importa un carajo». Se aproximó a la mesa y bostezó.

– ¿Por qué no?

– Ya sabes por qué, ese chico no trae nada bueno.

– ¿Porque es un Taggert? Venga ya, Randa, empiezas a hablar como papá.

– ¡Déjame, anda! Esto no tiene nada que ver con que sea un Taggert, y lo sabes. Ese chico tiene muy mala reputación.

«¿Y qué hay de Hunter? ¿Por qué no quiere que nadie sepa que sois pareja? ¿Se avergüenza de ti, intenta protegerte, o, como Weston, es alguien que no trae nada bueno?»

La radio estaba encendida. Sonaba una vieja canción de Kenny Rogers que flotaba por toda la habitación.

Ruby… don’t take your love to town…

Antes de que la canción terminara, Miranda apagó la radio.

Tessa dio una patada a una de las sillas, junto a la mesa del café, y se hundió en ella. Apoyó la barbilla en su mano, y sonrió hacia Miranda con una actitud descaradamente evasiva.

– A Weston se le considera el mejor partido de Chinook.

– ¡Escúchate! ¿De qué estás hablando? ¿El mejor partido? -Miranda abrió una bolsa de pan de molde y colocó, enfadada, dos rebanadas en la tostadora-. Sólo tienes quince años, ¡por Dios! ¡Quince años! ¡Eres una cría! ¡No necesitas encontrar marido!

El mal humor se mostraba en los labios de Tessa. Se frotó los ojos y la máscara de pestañas de la noche anterior se le corrió por las mejillas.

– Bueno, es que yo no pienso convertirme en una vieja solterona y arrugada.

– ¿Lo dices por mí?

– Tómatelo como quieras -Tessa jugaba con el salero y la pimienta, con la mirada fija en las fresas de cerámica, como si guardasen todos los secretos del universo.

Las tostadas saltaron de la tostadora. Miranda colocó dos rebanadas más y a continuación untó con mantequilla las primeras con un aire de venganza que le hicieron agujerear el pan.

– Yo no pienso convertirme en una vieja solterona, pero tampoco pienso ser el juguete de un chico rico. Weston Taggert es un aprovechado. -Usaba el cuchillo de la mantequilla para puntualizar sus palabras, sacudiéndolo en dirección a Tessa-. Saca todo lo que puede de las chicas. Luego, cuando se aburre, se deshace de ellas, como si fueran latas vacías.

– ¿Quién dice eso?

– ¡Cualquiera con cerebro!

Tessa se hundió más en la silla, sin prestar atención al plato de tostadas que Miranda había colocado en la mesa, junto a ella.

– Mira, lleva años yendo detrás de mí -reconoció Miranda.

Tessa se rió.

– ¿De ti? -Miró a su hermana, la que siempre había sido la decente-. No lo creo.

– Pues es verdad.

– Sí, vale, pues no me lo trago. ¿No tenemos nada de beber por aquí? ¿Zumo?

– En el frigorífico. -Miranda no pensaba servirle nada más a Tessa. Con la tostada era suficiente.

Quería advertir a su hermana sobre Weston una vez más, pero sabía que sólo le crearía frustración. No se podía discutir con ella. ¡Qué desastre! Tessa y Weston. A Dutch le iba a dar un ataque al corazón. Miranda sólo esperaba que aquello con Weston fuese un ligue de una noche.

– ¿Dónde está Ruby? -preguntó Tessa, mientras extendía la mano para alcanzar la tostada y empezó a rascar la corteza.

Miranda miró su reloj. Eran casi las diez en punto y Ruby Songbird aún no había aparecido. Miranda no podía recordar el día en que Ruby no hubiese estado en casa antes de las ocho, limpiando las ventanas, barriendo, haciendo pan en el horno y dando órdenes con actitud seria, esperando que nadie las cuestionara y que se obedecieran. Miranda descartó la idea de que le hubiese sucedido algo malo y volvió a centrarse en su hermana pequeña. Tessa siempre conseguía encontrar la manera de meterse en líos. Enormes líos que alteraban sus vidas.

– Mira, no sé que estás pensando, Tess, pero te equivocas liándote con Weston, créeme.

– ¿Cómo se equivocan Harley y Claire? -preguntó Tessa, desviando la mirada hacia la puerta, por donde entraba Claire, que pudo escuchar la parte final de la conversación.

– Es diferente. -Miranda se sintió en un aprieto, acorralada por la astuta zorra de su hermana.

– ¿Cómo? -se quejó Tessa.

Miranda contó en silencio hasta diez y miró directamente a Claire.

– Harley y Claire creen que están enamorados. Llevan saliendo juntos un tiempo, parecen estar comprometidos el uno con el otro y…

– ¿Qué pasa con Kendall Forsythe?

Claire se puso pálida como la luz del sol en invierno. Los dedos se le agarrotaron.

– ¿Qué?

– Harley no parece haber roto del todo con ella. -Tessa echó la silla hacia atrás. Si se había dado cuenta del dolor en los ojos de Claire, no lo demostró.

– Eso es mentira -dijo Claire convencida-. Kendall y él son historia.

– Pues a mí no me lo parece. -Tessa abrió la puerta del frigorífico y buscó algo dentro, hasta que encontró un bote de mermelada casera que había llevado Ruby y una jarra de zumo de naranja.

¿Ruby? ¿Se podía saber dónde estaba? Miranda se acercó a la ventana y miró el camino que llevaba a la entrada, que giraba por detrás del garaje y se bifurcaba hacia el lago y la piscina. Por donde llegaba Ruby cada mañana.

– No deberías creer nada de lo que dice Weston -dijo Claire, intentando no alterarse.

Cruzó al otro extremo de la cocina y se sirvió una taza de café, aunque no había suficiente para llenar la taza. Oyó las calientes gotas caer en el plato y volvió a colocar el recipiente de cristal en la cafetera. El pulso apenas se le alteró.

Tessa se mostró indiferente.

– ¿Por qué no? -cogió una cucharilla del cajón y la metió en el bote de mermelada.

– No es… no es alguien de quien te puedas fiar.

– ¿Y Harley sí? -Tessa curvó una ceja en señal de desconfianza, la hundió en la mermelada y apoyó la cadera en el armario.

– ¡Sí!

– Mira, Tess, no tenemos por qué discutir, simplemente ten cuidado, ¿de acuerdo? -sugirió Miranda.

– ¿Como tú? -Tessa sonrió sin vacilar, igual que un gato al engullir un canario. Relamió la cuchara-. Ya sabes, cuando estás con Hunter.

– ¿Hunter? ¿Hunter Riley? -preguntó Claire, frunciendo el ceño a la vez que se volvió para mirar a su hermana mayor.

– Según dice Weston, Randa se está viendo con Hunter a escondidas.

– Somos amigos -dijo Miranda, algo que no era mentira del todo.

– Y algo más.

– ¿De verdad? -Claire, siempre romántica, parecía intrigada.

El maldito Weston Taggert y su bocaza.

– ¿Cómo es ese dicho de no busques en el ojo ajeno la paja que tienes en el propio? -preguntó Tessa. Se dejó caer de nuevo en la silla y extendió una gruesa capa de mermelada en la tostada.

Miranda supo que su rostro, súbitamente acalorado, la había delatado.

– ¿Tú y Hunt? -Claire todavía estaba digiriendo aquella información-. ¿De verdad?

– Tampoco es para tanto.

Tessa dejó los ojos en blanco un segundo.

– ¡Sales con él! -Los labios de Claire formaron una pequeña sonrisa-. No me lo puedo creer.

– No. No es nada. -Aquello sí que era mentira. Sus sentimientos hacia Hunter eran importantes, muy importantes, la única y más significante relación que había tenido en su vida.

Tessa hizo un ruido despectivo con la garganta.

– ¿Qué diría papá, eh? Su hija mayor, la seria, la buena, la que hace planes de futuro para… ¿dónde era? ah, sí, Radcliffe, Yale o Stanford, ¿no?

– Willamette.

Tessa volvió a gesticular con los ojos.

– Todos esos nobles ideales, cuando en realidad está saliendo con el hijo del portero, haciendo Dios sabe qué. -Chasqueó con la lengua y meneó la cabeza de un lado para otro haciendo teatro-. Y mamá, oh, Randa, piensa qué diría ella sobre salir con alguien por debajo de tu posición.

– No está por debajo… -Miranda volvió a cerrar la boca-. No me puedo creer que estemos teniendo esta conversación.

– Fuiste tú quien empezó.

– ¡Y la voy a acabar ahora mismo! -Miró de nuevo el reloj-. ¿Dónde está Ruby? Nunca llega tarde.

– Dale un respiro, ¿no? Mamá y papá están en Portland. Probablemente se haya dormido. Ya sabes lo que dicen. Cuando el gato no está…

Tessa se chupó el extremo del labio con la lengua.

– Parece que estás llena de viejos dichos, ¿no?

– El que se pica…

– ¡Venga, para ya! -Claire dio un buen trago al café-. Creo que vosotras dos tendríais que ser la primeras en saberlo.

– ¿Saber qué? -Miranda sintió el miedo recorrerle el cuerpo.

– Oh, oh. -Tessa dejó de sonreír.

– He tomado una gran decisión -Claire tomó aliento.

– ¿Sobre qué? -la ayudó Miranda.

Tessa sacudió la cabeza, como si ya hubiese adivinado de qué se trataba.

Claire dejó la taza en la mesa, dibujó una discreta sonrisa en su rostro y alargó la mano izquierda. En su dedo corazón destellaba un diamante, orgulloso, bajo la luz matutina.

– Ya es oficial -dijo. Su voz temblaba ligeramente. En sus facciones podía verse claramente la sensación de inseguridad-. No nos importa lo que piensen los demás. Harley y yo vamos a casarnos.

Capítulo 13

Las lágrimas de Kendall eran sinceras y amargas. Fluían de sus ojos azules del color de la porcelana hasta llegarle a la barbilla.

– No puedes -susurró, con los puños cerrados sobre la camisa de Harley. Su cuerpo parecía débil, debido al disgusto-. No puedes casarte con ella.

Se encontraban en la terraza de la casita en la playa de los padres de Kendall. Soplaba viento fuerte procedente del Pacífico, y la arena se levantaba por las dunas hasta llegar al suelo de la casa. El sol matinal era débil y Harley se mostraba tan frío como la muerte. Había ido a hablar con Kendall porque pensaba que debía ser la primera en saberlo. Ahora era consciente de que había cometido un error.

Tras las ventanas transparentes, vio a la madre de Kendall sentada en un sillón de piel, fumando un pitillo y sorbiendo café, con el periódico de la mañana. Parecía no tener el más mínimo interés por saber qué sucedía entre su hija y Harley, quien había estado saliendo con ella durante casi un año.

Gracias a Dios.

Harley quería consolar a Kendall, decirle que lo superaría, ayudarle con su dolor, ¿pero cómo podía cuando él había sido el causante? Su respiración caliente, mezclada con el llanto, resoplaba sobre su cuello y se sintió como un canalla. Mientras Weston disfrutaba rompiendo corazones de chicas, Harley lo odiaba.