¡Crash! El espejo sobre la cómoda se hizo añicos, y el hombre, sobresaltado, gritó y miró hacia atrás. ¡Oh, mierda! Estaba perdido. Saltó de la rama y cayó, sintiendo un fuerte golpe en los talones. Weston pudo reconocer la cara roja de Dutch Holland.
Dutch Holland. El rival de papá. ¿Mamá se había estado follando a Dutch Holland?
El sentimiento de traición invadió su cerebro.
– ¿No era tu hijo? -preguntó Dutch.
Weston se escondió entre la maleza, asustando a un conejo que había entre los heléchos. Salió de allí rápidamente.
La infernal imagen de su madre, ¡su madre! fornicando con Dutch Holland le ardía en la cabeza, le nublaba los sentidos. ¿Cómo podía? ¿Cómo? ¿Con aquel hijo de puta? Sin mirar atrás, Weston salió corriendo. Cada vez más deprisa. Tropezándose con los baches y agujeros que había en el suelo. Las ramas que le arañaban la cara le hicieron llorar, ya que no era posible que estuviera llorando por su madre. De ningún modo. «Jezabel. Hija de puta. Zorra.» Se adentró en el bosque, alejándose todo lo posible de aquella escena horrible, repugnante y asquerosa que se había alojado en su cerebro. Mikki cantando. Mikki riendo. Mikki gimiendo mientras la penetraba aquel cabrón.
Le entraron náuseas y tuvo que detenerse para devolver. A continuación, volvió a correr, chapoteando entre las rocas húmedas bajo sus pies. Se abrió paso con dificultad entre los zarzales, los cuales le rompieron los pantalones. Las telarañas y las hojas le secaron las lágrimas. Sollozando, asustado y furioso, corrió adentrándose más y más en el bosque, todo lo lejos que pudo, hasta que cayó al suelo, con las manos apoyadas en la tierra. ¿Cómo podía hacerlo? ¿Cómo? Respiró con dificultad y la imagen de su madre le desgarraba el cerebro. Su maldita madre, aquella que se hacía pasar por buena, cristiana practicante y piadosa.
La odiaba.
Odiaba al jodido Dutch Holland.
Iba a devolverles aquello a los dos. Algún día. De alguna manera. Eso es. Les iba a enseñar a ambos. Comenzaría por desaparecer. Haría que la perra de su madre se preocupase por él… si es que se preocupaba… Quizá ni le importaba. Quizá nunca le había importado.
Permaneció allí aquella noche, escondido en el bosque, agazapado bajo una roca saliente donde imaginaba que vivían pumas, osos y coyotes. Al día siguiente estaba cansado, hambriento y enfermo al pensar en la perra de su madre. No quería vivir y esperaba que su madre se estuviera muriendo de preocupación por él. Cuando la noche volvió a caer, durmió fuera del bosque, esta vez más cerca de la casa, lo bastante para ver la luz de la casa a través de los árboles, una luz que le hacía señas para que volviese a casa.
El tercer día tenía el estómago encogido por la falta de alimento. Entró a hurtadillas en la cocina para coger un par de Coca-Colas del porche trasero y una caja de pastelitos de la despensa cuando su madre le pilló. Vestida con traje de chaqueta y pantalón color beige, con el bolso sobre el brazo, como si se dispusiera a ir al supermercado, le observaba desde el pasillo.
– Creo que tenemos que hablar, Wes -le dijo. Sus ojos azules tenían luna expresión fría, sin emoción-. Tu padre está muy enfadado por tu escapada.
Weston no dijo una palabra, simplemente permaneció junto a la puerta, preparado para salir corriendo hacia el bosque.
Chasqueando la lengua, sacudió la cabeza.
– Mírate. Estás asqueroso. Pero bueno, si vas arriba y te lavas, creo que podré arreglar las cosas para que tu padre no te dé una paliza.
Weston entrecerró los ojos. Aquello no podía ser verdad. Nada de lo que le estaba diciendo podía ser verdad.
– Le dije que rompiste el espejo de la casa de campo, que te escapaste y que lo mejor era que vinieras por voluntad propia en lugar de enviar a la policía para que te buscara. Pero tu padre… bueno, ya sabes cómo es. Como te he dicho, está enfadado contigo, hijo. Muy enfadado.
– ¿Y qué pasa contigo? ¿Está furioso contigo también?
– ¿Por qué tendría que estar furioso conmigo? -preguntó como si no lo entendiera. Se había acostado con el enemigo de su padre y ahora jugaba a hacerse la inocente.
– Por lo del tipo aquel.
– ¿Qué tipo?
– El señor Holland. Estabas en la cama con el señor Holland. ¡Follándotelo!
– ¿Qué? -Cruzó la habitación y le pegó una bofetada tan fuerte que la cabeza le golpeó contra la pared-. Fuera de aquí tú y tu asquerosa forma de hablar.
– Pero estabas…
¡Zas! La mano le volvió a golpear en la mejilla.
– Jamás inventes mentiras sobre mí, Weston. Soy tu madre y merezco un respeto. Ahora hablaré con tu padre. Le diré que no te castigue demasiado por romper el espejo y escapar, pero si empiezas a decir todas esas mentiras sobre mí, no podré ayudarte.
– Yo no estoy mintiendo.
– Claro que sí -dijo, inclinándose hacia él de manera que sus narices casi se tocaban-. Has sido un mentiroso desde el día que naciste, Weston. Siempre inventando historias, aunque hasta ahora habían sido inofensivas. Pero esto…, esta mentira… es malvada. Si dices una sola palabra más sobre ello, sólo una, te juro que se lo diré a tu padre, y él hará que tu vida se convierta en un infierno. Sabes que puede hacerlo, Weston. Ya lo ha hecho antes. Así que, ¿qué vas a hacer? ¿Aceptarás el castigo por haber roto el espejo y escaparte? ¿O vas a seguir mintiendo sobre y mí y a obligarme a que tu padre te aisle en el sótano? ¿Recuerdas el sótano? Viste una rata allí abajo la última vez, ¿verdad? Y arañas.
– Las arañas no me dan miedo -pero se estremeció. Recordaba la vez en que le encerraron allí. Hacía frío, humedad y estaba oscuro. Tenía el trasero ardiendo debido a los azotes que su padre le había dado con el cinturón, y podía recordar las burlas de Neal Taggert al otro lado de la puerta.
– Vigila tu puñetera bocaza, Wes, o te dejaré ahí para siempre. Jamás recibirás un trozo de mi fortuna. No señor, te desheredaré y te dejaré ahí hasta que te pudras.
Su madre le observó. Levantó su oscura ceja con actitud escéptica.
– No te asustan. De acuerdo. Pero lo que espero de verdad es que te comportes como el chico listo que siempre he pensado que eras. El hijo bueno, inteligente y cariñoso.
Enderezándose, se cruzó de brazos y Weston apartó de su mente la imagen de aquellos pezones sobre la piel clara de su madre y los dedos gruesos de Dutch Holland tocándola.
No tuvo elección. Las botellas de Coca-Cola se le escurrieron de los dedos y caminó por el suelo de parqué.
– Vale -susurró, frotándose la sien.
– ¿Vale, qué?
– Vale, no diré a nada acerca del señor Holland.
– Querrás decir que no dirás mentiras sobre mí.
Weston miró hacia arriba y sintió la expresión fría en los ojos de su madre.
– Diré lo que quieras.
– Yo sólo quiero la verdad, Weston -dijo ella-. Ahora, sube y lávate. Tira a la basura esa espantosa ropa y el tirachinas. Tendrás un castigo, por supuesto, pero será sólo una pequeña lección, de una semana o así, y le diré a tu padre lo arrepentido que estás. ¿Te parece? -Su sonrisa era tan falsa y brillante como la imitación del oro.
– No lo olvidaré -dijo Weston con tono triste.
– ¿No olvidarás qué?
– Jamás lo olvidaré -repitió, y seguidamente subió las escaleras.
Desde entonces la relación con su madre nunca fue igual y sus sentimientos hacia todos aquellos que se apellidaban Holland se riñeron para siempre.
Así pues, tampoco podía sentirse mal por arrebatarle la virginidad a Tessa. Ella prácticamente se la había ofrecido en bandeja. Ojo por ojo, pensó Weston. Dutch Holland se había tirado a su madre, y ahora él le había devuelto el favor haciéndoselo con la tercera de sus hijas. Se sentía bien. Como si estuviera recuperando una pequeña parte del amor propio de los Taggert.
Había aprendido de su madre. En la primera década de su vida, Weston había pensado que su padre era el listo de la familia, pero Mikki Taggert tenía un talento que no conocía ni su marido.
Weston se secó la cara, se quitó los trocitos de papel higiénico que se había puesto en las heridas, y se dijo que debía saborear el triunfo sobre Tessa Holland todo lo que pudiera. Después, quién sabe, quizá podría encontrar la manera de hacerse con Miranda. Arrastrando los pies, pensó en la hermana mayor de las Holland. Aquella chica, de cuerpo escultural y pelo oscuro, ojos inteligentes y mordaz, era todo un reto. Oh, cómo le gustaría seducirla.
A Tessa no había tenido que seducirla. Fue ella quien había decidido que él sería el primero. Con Miranda sería más difícil. Sonriendo, mientras se ponía la hebilla del pantalón, no le importó pensar en la idea de que tal vez, solamente tal vez, Tessa Holland le había manipulado en lugar de ocurrir al revés.
Cogió la chaqueta y salió del lavabo. Encontró a Kendall Forsythe con la misma mirada que una muñeca de trapo que ha perdido su relleno. Estaba sentada en la esquina de la cama de Weston.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -Weston miró hacia la puerta. Dios, esperaba que nadie la hubiera visto.
– Me ha abierto Paige.
– ¿Sabe que estás en mi habitación?
– Yo… no tenía elección. -Se tapó la boca con la temblorosa mano, le miró, y rápidamente apartó la mirada-. Sé que esto es violento. Oh, Dios, no me creo que de verdad lo esté haciendo.
– ¿Haciendo qué? -Weston estaba perplejo, pero empezó a tener una ligera idea de lo que pasaba por aquella preciosa cabecita.
Cerró los puños, se levantó y caminó hacia la ventana abierta.
– Yo… eh… creo que voy a aceptar tu oferta -dijo en voz tan baja que Weston apenas pudo oírla.
– ¿Mi oferta? -Entonces recordó-. Ah.
– Eso es -Kendall se puso recta y se volvió para mirarle. Tenía la piel suave blanca como la tiza-. Necesito quedarme embarazada, y rápido.
Weston no pudo evitar sonreír. Sus pensamientos sobre Miranda y Tessa Holland desparecieron.
– Tú me conoces, Kendall -le dijo, caminando tranquilamente por la habitación, observándola como un depredador observa a su presa-. Siempre estoy dispuesto a hacer favores.
Capítulo 14
– Así que por fin es oficial, las dos familias más ricas en todo el maldito estado se van a unir. -Jack Songbird se colgó el rifle al hombro, entrecerró un ojo, y apretó el gatillo. Cayó una lata desde lo alto de una bola de heno, situada a lo lejos en un campo cercano a la playa. El cielo estaba nublado, oscuro, a punto de estallar una tormenta-. Harley Taggert se va a casar con Claire Holland.
A Kane aquella noticia le sentó como un tiro. Se negaba a imaginarse a Claire pasando el resto de su vida con el pardillo de Taggert. Diablos, ¿qué tenía aquel tío aparte de dinero y más dinero?
– Eso sólo sucederá si las dos familias lo permiten.
Kane ya había escuchado aquel rumor local en peluquerías, tiendas de comestibles, grupos de catequesis, tabernas, cafeterías, restaurantes y licorerías. Se extendía con la rapidez de un incendio en un bosque. Había llegado a todas las pequeñas ciudades a lo largo de la costa.
– ¿Y qué pueden hacer?
– Claire es menor. Necesitará la firma de su padre.
– A menos que esperen a que cumpla los dieciocho años.
Todos los músculos del cuerpo de Kane se contrajeron de repente, como la cuerda de un arco. ¿Qué más le daba? Claire Holland podía casarse con quien le diera la gana. No era más que una rica presumida con carácter, y sus sentimientos hacia ella eran completamente estúpidos, un sentimiento colegial que había ido alimentando a medida que pasaban los años. Sin embargo, no podía dar marcha atrás y hacer como si no le importase, cuando se sentía así. Habían pasado casi dos semanas desde la última vez que se habían visto, y pronto se uniría al ejército. El tiempo se le agotaba.
Kane cogió una botella, bebió hasta acabarla y la tiró al suelo. Luego levantó su pistola del calibre 22 y apuntó concentrado. Apretó el gatillo y falló. Jack soltó un whoop que recordaba a los indios de las películas.
– Patético hombre blanco -se burló. Era su broma habitual.
– Sí, veamos cómo lo haces con una flecha y un arco.
– Seguro que mejor que tú. -Miró el reloj y le insultó-. Hijo de puta. Maldito hijo de puta. -Luego sonrió-. Llego tarde a trabajar.
– No deberías perder la noción del tiempo.
– ¿Te gustaría trabajar para Weston Taggert? -Cruzó los labios con una expresión de desprecio, y el odio se hizo palpable en su rostro.
– No.
– A mí tampoco. Precisamente me he peleado esta mañana con mi madre por ese motivo. Le he dicho que lo iba a dejar, y ella me ha dicho que nunca encontraré otro trabajo por aquí. Hice que llegara tarde a trabajar. Tío, ¡no veas cómo se cabreó! -Se apartó un mechón de pelo color azabache de la cara y con una expresión pícara contrajo las marcadas facciones de su rostro.
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