– ¿Estás segura?
La voz de Hunter sonaba tranquila, apenas perceptible con el chisporreteo del fuego. Estaban tumbados el uno junto al otro, acababan de hacer el amor. La noticia del embarazo flotaba entre sus cuerpos, en aquella rústica cabaña.
– Hoy he ido al médico.
– Dios -susurró, mirando hacia el techo donde las sombras doradas de las llamas se reflejaban en el yeso viejo-. Un bebé.
Miranda contrajo el pecho.
– Sí, en marzo.
Hunter se incorporó, completamente desnudo, y se frotó el pelo con ambas manos.
– Un bebé.
Intentando reprimir las lágrimas, Miranda se sentó con las sábanas viejas envolviendo sus pechos.
– Sé que es algo inesperado…, inoportuno.
– ¿Inesperado? -repitió- ¿Inoportuno? -Se encogió de hombros. Su cuerpo, alto y delgado, formaba sombras con el fuego como telón de fondo-. Joder, es mucho más que eso.
– Oh, Dios. No lo quieres.
– No… Sí… Joder, no lo sé. -Expulsó una gran ráfaga de aliento, caminó de vuelta a la cama y contempló a Miranda con ojos oscuros y preocupados-. No puedo pensar con claridad. ¿Un bebé?
Miranda asintió, tenía el pecho tan contraído que apenas podía respirar.
– Y asumo, por tu reacción, que lo quieres tener.
– Dios, claro.
– Ni siquiera piensas en la posibilidad de…
– Ni lo digas. -Se agarró los antebrazos, con los dedos agarrotados de pura desesperación-. Por favor, Hunter, siempre creí que podría tomar esa decisión fácilmente, pero no puedo. No cuando se trata de mi bebé. No cuando se trata del tuyo.
Hunter se mordió el labio inferior y sacudió la cabeza de un lado a otro.
– Va a ser difícil.
– Todas las cosas buenas lo son.
– Así que ahora eres filósofa.
– No -dijo, levantado la barbilla-. Lo que soy, o mejor dicho, lo que voy a ser, es madre. -Cogió la enorme mano de Hunter, hablando con voz temblorosa-. Te guste o no, Hunter Riley, tú vas a ser el padre.
– Por Dios.
– En mi opinión, serás el mejor padre del mundo.
Las manos ásperas y fuertes de Hunter apretaron los dedos a Miranda.
– Lo que yo soy, Miranda, es un don nadie. No he tenido tiempo para ser nadie aún.
– Tú eres alguien para mí y para esta personita. -Arrastró lentamente su mano hasta colocarla sobre el liso abdomen. Hunter tenía el rostro pegado al de Miranda. Ella le besó en la mejilla-. Creo que tú y yo podremos enfrentarnos al resto del mundo, Hunter.
– Yo creo que tú podrás. No estoy seguro de que yo pueda.
– Ten fe. -Le volvió a besar en la mejilla-. Juntos, Riley, formamos un buen equipo.
– ¿Eso crees? -Levantó un extremo del labio, mientras continuaba con la mano colocada posesivamente sobre el vientre. El anillo hacía fricción sobre la piel desnuda de Miranda.
– Lo sé.
– Bueno. -Su voz se relajó al volver a tumbarse sobre las sábanas. Tomó a Miranda entre sus brazos y la colocó a su lado-. Vamos… vamos a pensarlo detenidamente. Sabes que nada me gustaría tanto como pasar el resto de mi vida contigo.
El corazón de Miranda renació.
– ¿Ah, sí?
– Y siempre he esperado que algún día, cuando terminase los estudios, comprase una casa y, ya sabes, me estableciese por mi cuenta, tuviésemos la oportunidad de vivir juntos.
– Y he aquí la oportunidad.
Hunter la miró fijamente a los ojos y suspiró.
– Esto, el bebé, no formaba parte de mi plan.
– Ni del mío.
– ¿Qué pasará con tu carrera?
– Un bebé no la detendrá. Simplemente la dejará en espera.
Hunter pensó un minuto.
– Será duro.
– Lo sé, pero no es lo mismo que si no tuviésemos dinero.
– Olvídate de eso. Si vamos a meternos en esto, quiero decir, a casarnos y a formar una familia, tendremos que hacerlo por nosotros mismos. Nada de recibir ayuda por parte de tu padre. Nada de tocar el dinero que tienes ahorrado para la universidad.
– Pero son mis ahorros -comentó ella- y tampoco es tanto.
– No vamos a tocarlo. -La besó en la frente-. Soy lo bastante machista para querer mantener a mi mujer y a mis hijos. Oh, Dios, ¿me has oído? ¡Mis hijos! -Se rió y la abrazó, colocando una pierna por encima del cuerpo de Miranda-. Esto es de locos…
– Ya lo sé.
– Pero te quiero.
– Yo también te quiero. -Miranda consiguió librarse de las malditas lágrimas que le empañaban los ojos.
– En fin -dijo Hunter con una medio sonrisa- supongo que ya no hay manera de dar marcha atrás. -Se levantó de la cama, apoyó una rodilla en el suelo y, con la luz del fuego sobre su cuerpo desnudo, le hizo la pregunta que Miranda tanto esperaba-. Miranda Holland, ¿quieres ser mi mujer?
Así que era verdad.
Randa era una zorra presumida que se creía superior a los demás.
Tessa, escondida en el estudio abandonado de su madre, se sentó en la repisa de la ventana, contemplando el juego de luces sobre el agua de la piscina. Había media docena de lienzos sin acabar esparcidos por toda la habitación, y un torno de alfarero cogiendo polvo. Tessa empezó a tocar una melodía con su guitarra, intentando calmar la rabia que la carcomía por dentro desde el mismo momento en que vio a Weston espiando a Miranda y a Hunter en la orilla del lago.
– Que se vayan todos al diablo.
¿Qué tenía Miranda que ella no tuviera? ¿Era porque Miranda era más alta, más sofisticada, más mayor y…? Oh, ¿qué más daba? Weston era un enfermo. Cada vez que recordaba aquel cuchillo sobre su pecho, el filo helado contra su piel… era como si Weston quisiera realmente hacerle daño. Jamás había tenido tanto miedo en su vida.
«Espero que arda en el infierno.»
Las manos le temblaban un poco al rememorar la horrible situación. Se alegraba de haber cortado con él. Se alegraba. Se alegraba. Se alegraba. Que le fuese a otra con sus fantasías de enfermo.
«¿A otra como Miranda?»
Se equivocó de acorde.
«¡Mierda!»
A Tessa nunca le había gustado perder, y menos frente a una de sus hermanas. No se trataba sólo de que Randa tuviese razón sobre Weston, sino que también era el objeto de su obsesión. Esto último molestaba a Tessa y hacía crecer la rabia que ardía en su interior.
Si fuera capaz, debería hacer con Weston lo que él había hecho con ella. Coger un cuchillo o un arma y hacerle sudar. Observarle mientras él se desnudaba y le forzaba a realizar algún acto humillante, quizás a masturbarse delante de ella.
– Olvídalo -se dijo-. Olvídate de él. -Pero la bestia furiosa que llevaba en su interior continuaba creciendo.
No se sentía satisfecha dejando las cosas tal y como estaban. Weston tenía que pagar por lo que había hecho.
Tessa no oyó el ruido de pisadas en las escaleras. Así pues, se sorprendió cuando llamaron a la puerta antes de abrirla. Miranda entró en la habitación.
¡Genial! La última persona a quien le apetecía ver.
– Estoy practicando -dijo Tessa, sin apenas mirarla.
– Lo sé. Te he oído.
– Me gustar practicar a solas.
Randa no pilló la indirecta. Caminó descalza con sus piernas largas hasta la mitad del cuarto. Era tan guapa como su madre, pero tenía un cuerpo más escultural. Miranda había pasado años subestimado su cuerpo y evitando a los chicos. Sin embargo, tal y como Tessa sabía de sobras, a los ojos de Weston, Miranda era una diosa.
– Creo que deberíamos hablar. -Miranda cruzó las piernas al sentarse en el borde de una vieja otomana.
– ¿De qué? -Tessa seguía tocando una melodía en la guitarra, punteando las cuerdas una tras otra, ignorando el hecho de que su hermana mayor estuviese realmente preocupada. ¿A quién le importaba? Miranda casi todo el tiempo era una zorra moralista, y el resto una pesada.
– De Weston.
Tessa golpeó las cuerdas con tanta fuerza que se cortó con el metal tenso en las yemas.
– Joder -se quejó-. Mira lo que me has hecho hacer. -El rencor le hervía en el corazón. Apretó los labios, se echó el cabello por encima de los hombros y se chupó la sangre de los dedos-. Para que lo sepas, me importa una mierda Weston. Ahora, ¿quieres algo más?
– Sí. Me gustaría saber si estás bien -respondió Randa.
– Como puedes ver, estoy muy bien.
– Como puedo ver, estás aquí, escondida, con todas estas sucias reliquias.
– ¿Escondida? Eso me da risa.
– Y seguramente también lamiéndote las heridas, y no me refiero a los dedos.
Los músculos de Tessa se tensaron. No podía agarrar a Miranda por el cuello y decirle a Su Alteza que ella era el motivo por el que su vida se había derrumbado.
– No sé adónde quieres ir a parar. -Devolvió la atención a la canción que estaba intentando componer.
– Weston tiene la cara como si le hubiesen pasado un rastrillo por encima.
Tessa tocó una nota agria.
– ¿Le has visto?
– Sí, hoy. Estaba parado en un semáforo de la ciudad, y yo estaba cruzando por el paso de cebra, camino a la biblioteca y… bueno, sé que parece extraño, pero su coche tenía la capota bajada y, aunque llevaba gafas, le pude ver bien la cara. Tenía un lado como si un gato le hubiese clavado las zarpas. Pensé que podría haber tenido un accidente… o tal vez una pelea.
– Bingo. La chica brillante de nuevo deduce lo ocurrido. Sabes Miranda, deberías ir a algún programa de televisión ¿cuál es ése donde adivinan unas claves? ¿«Concentración»? Eso es lo que a ti te va.
– ¿Le arañaste tú? -preguntó Miranda.
– Sí, Sherlock, fui yo -reconoció Tessa encogiéndose ligeramente de hombros-. Todo lo que pude. Y si pudiese hacerlo ahora, lo volvería a hacer, pero esta vez le arrancaría los ojos de las cuencas.
– ¿Por qué?
– Se puso como loco, ¿vale?
– Porque…
– A ti qué te importa.
– ¿Te hizo daño? -preguntó Miranda.
El corazón de piedra de Tessa se agrietó al notar la preocupación en el tono de su hermana. Sí, le había hecho daño. No había podido dormir en toda la noche. No hacía más que mirar por la ventana, a través de la tremenda oscuridad, y pensar en cómo reconquistar a Weston, con el único fin de rechazarle más tarde. O también en cómo matarle, de manera que sintiese placer al hacerlo.
– Hemos roto -reconoció, inclinando la cabeza hacia la guitarra de nuevo-. Tenías razón sobre él y yo estaba equivocada. ¿Satisfecha?
– Sólo si estás bien.
– Estoy bien. Siempre estoy bien -dijo Tessa, señalándose el pecho con el dedo pulgar-. Soy una superviviente.
– Weston no merece que te sientas mal por él.
– No empieces con tus sermones. Ya me los sé, y ya tengo una madre. ¿Recuerdas?
– Pero sólo tienes…
– Sí, sí. Quince años. Ya lo sé. -Dejó de tocar la melodía y abandonó la guitarra en una desordenada mesa con paletas viejas y un geranio marchito. La rabia le corría por las venas y quiso contraatacar a su hermana. Esta vez tenía munición de sobra-. Así que… ¿anoche te despediste de Hunter?
– ¿Despedirme? -Miranda la miró con ojos asombrados-. ¿Por qué?
– ¿No te lo ha dicho? -Tessa frunció el ceño, aunque en realidad sentía satisfacción al poder devolverle el golpe a Miranda, quien, consciente o inconscientemente, siempre la estaba fastidiando.
– ¿Decirme qué? -Miranda hablaba en voz baja, como si se esperase lo peor.
– Que se va. -Tessa metió la mano el bolso y buscó un paquete de cigarrillos.
– ¿Que se va? ¿Hunter Riley? ¿Adónde?
– Y yo qué sé.
– No, no creo que se vaya a ninguna parte.
– Dan dice que ya se ha ido, que partió en mitad de la noche. -Encontró un paquete nuevo de cigarrillos y abrió el papel de celofán con los dientes.
– ¿Y hacia dónde ha ido?
Incluso aunque no creyese lo que decía Tessa, Miranda sintió como si el mundo se le cayese encima. Hunter no podía abandonarla, de ninguna manera, dejándola embarazada y sola. Se trataba sólo de un error, de un rumor malicioso o de una broma cruel de Tessa.
– No lo sé -dijo Tessa, quien parecía disfrutar al darle a Miranda la mala noticia-. Esta mañana escuché a Dan decirle a mamá que Hunter se había ido, sin siquiera decir adiós ni dejar una nota. Dejó el coche en la estación de tren de Portland anoche, u hoy por la mañana, muy temprano. ¿No lo sabías? -Tessa consiguió abrir el paquete y sacó un pitillo de la marca Virginia Slim.
– No te creo.
Miranda meneó la cabeza. Aquello no era más que otra de las fantasías de Tessa, otra más de sus mentiras. Siempre estaba inventando historias. Por alguna razón, Tessa estaba enfadada con Miranda, podía notar la tensión, las acusaciones en silencio que le había dedicado nada más entrar en el viejo estudio.
– Bueno, pues no me creas, pero es la verdad. Se ha ido. Al menos por el momento. No pude oír toda la conversación, pero… -hizo una pausa para ponerse el pitillo en la boca y encendió una cerilla- definitivamente se ha ido. Yo, mmm, pensaba que ya lo sabías. -Encendió el cigarrillo y apagó la cerilla-. No me des sermones sobre el cáncer de pulmón.
"Susurros" отзывы
Отзывы читателей о книге "Susurros". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Susurros" друзьям в соцсетях.