«Claire, Claire, Claire.»

Kane, sentado ante el escritorio, apretó los dientes, obligándose a mantener la concentración, pero las letras del monitor se volvieron borrosas, mientras la imagen de Claire, hermosa y hechizante, le ardía en el cerebro. De nada servía lo que hiciera o con qué ocupara su mente, ella siempre estaría allí, justo debajo de la superficie de la conciencia, dispuesta a aparecer en cualquier momento.

Era una jodida maldición.

– Estúpido hijo de puta -murmuró en voz baja, mientras cerraba el ordenador portátil y alcanzaba con la mano una botella de guisqui. Su investigación sobre la noche en que había muerto Harley Taggert se había estancado, su interés había tomado un nuevo rumbo. Todo por Claire. Aquel deseo candente que corrió por sus venas hacía dieciséis años había permanecido latente durante años. Sin embargo, ahora estaba renaciendo de nuevo, distrayéndole, provocando que su mente se apartase del firme propósito que le había llevado hasta allí: vengarse de Dutch Holland.

Había varias razones reales y de peso por las que Kane odiaba a Dutch. Benedict Holland, sin ayuda de nadie, había destrozado su vida. Pero ahora las tornas habían cambiado. Kane tenía la oportunidad de darle a probar su propia medicina.

Sin embargo, ver de nuevo a Claire había enredado un poco las cosas, empañando su objetivo. Dios, era patético. ¿Cómo podía una mujer dar la vuelta a su modo de pensar?

Agarró la botella por el cuello con dos dedos y caminó por la cabaña limpia y recién pintada. Había un par de muebles nuevos sobre el suelo; los había comprado para sustituir el destartalado sofá color rosado y la mesa de metal rota. La frustración le atormentó. Nunca antes había perdido la concentración en un proyecto. Sus principales cualidades eran la claridad y la determinación. Siempre había sabido lo que quería, había ido a por ello y, como un perro con un hueso, no cedía hasta conseguir su premio.

Hasta ahora.

«¡Mierda!»

Con dificultad, se obligó a pensar en los hechos acontecidos aquella tormentosa noche, hacía dieciséis años. La noche en que Harley Taggert había perdido la vida, la noche que había generado tantas preguntas sin respuesta.

No había podido averiguar demasiado. No había obtenido éxito en las tres últimas semanas. Había intentado hablar con los ayudantes del sheriff y con las últimas personas que habían visto a Harley horas antes de morir, o con los testigos que habían presenciado los hechos después de que el coche de Miranda se hundiera en las oscuras aguas del lago. Pero habían pasado muchos años, durante los cuales los recuerdos se habían difuminado, las impresiones se habían alterado y el suceso se había convertido en un caso cerrado de la policía que lo único que hacía era coger polvo en algún armario cerrado con llave.

El sheriff McBain, el oficial a cargo de la investigación, había muerto por un cáncer de hígado, y los demás agentes, de los cuales ninguno permanecía aún en el cuerpo, mantenían la boca cerrada y los recuerdos confusos. Parecían bastante sinceros, pero eran demasiado mayores, estaban cansados y no parecían lo bastante interesados para reabrir un caso que había concluido confirmando que se trataba de un accidente. Existían rumores de que la investigación se había visto alterada debido a sobornos de Neal Taggert o Dutch Holland.

Kane apostaba a que había sido cosa de Dutch.

Caminó de vuelta al viejo escritorio de madera que había comprado en una tienda de muebles de segunda mano. Echó una ojeada a sus notas, frunció el ceño y se crujió los nudillos. No sólo Harley había muerto en circunstancias sospechosas aquella noche, sino que también Jack Songbird había encontrado la muerte al caer del risco de Illahee días antes. Hunter Riley, al parecer relacionado con Miranda Holland, desapareció de repente, al mismo tiempo que se extendió el rumor de que había dejado embarazada a una jovencita y había robado un coche. Riley abandonó el país, se fue a trabajar para la industria maderera de los Taggert en algún lugar de Canadá, y más tarde desapareció de la faz de la tierra. Kendall Forsythe, afligida tras la muerte de Harley, terminó por casarse con Weston Taggert.

– ¡Piensa! -se dijo, pasando las páginas de los informes policiales originales. La causa oficial de la muerte de Harley Taggert fue asfixia, pero antes de caer al agua se golpeó en la cabeza con una roca o algún otro objeto afilado y dentado. Quizás alguien le hubiese golpeado antes de arrojar su cuerpo inconsciente por la borda.

Cuando la policía rastreó la bahía en busca de pruebas o del arma del crimen, todo lo que encontraron fue un revólver en un contenedor de basura.

¿Estaba aquella pistola relacionada con el crimen? ¿O era una coincidencia que estuviera cerca del cuerpo? Kane cogió un vaso que había sobre la mesa, lo limpió con el borde de la camiseta y se sirvió un buen chorro de alcohol. La clave para descubrir la verdad de lo que había sucedido era hablar con tanta gente como le fuera posible y comprobar sus historias, comparándolas.

Quería empezar con Claire. No porque ella fuera la alternativa más lógica, sino porque quería, necesitaba, verla otra vez. Por Dios, se estaba convirtiendo en una obsesión. «Piensa, Moran, ¡piensa! ¡Usa la maldita cabeza!»

Habían pasado muchas cosas en dieciséis años. Kane había pasado los últimos meses siguiendo pistas, intentando encontrar a todas las personas -¿o sospechosos?- que tuvieran algo que ver con la muerte de Harley Taggert.

Sentado en el borde de la silla, abrió una libreta donde tenía apuntados los nombres de todas las personas que tuvieron que ver con la tragedia.

Neal Taggert, tras sufrir un derrame cerebral que casi acabó con su vida, había renunciado a la presidencia de Industrias Taggert. Weston cubría en la actualidad dichas tareas ejecutivas. Paige cuidaba de su padre enfermo la mayor parte del tiempo.

En cuanto al hijo mayor de Taggert, Weston, se había casado con Kendall Forsythe y habían tenido una hija, Stephanie, de quince años. Se casaron poco después de la muerte de Harley, y no tuvieron más hijos. Según decía todo el mundo, su matrimonio era tan inestable como firmes las rocas del acantilado de Illahee. Ni Weston ni Kendall poseían coartadas para la noche en que Harley se ahogó, pero la oficina del sheriff les descartó como posibles sospechosos. Igual que descartó a cualquier otra persona. Según los informes oficiales, la muerte de Harley Taggert había sido a causa de un accidente. Nada más.

Hank y Ruby Songbird estaban jubilados y seguían viviendo en Chinook. Se habían mudado a una casa prefabricada poco después de la muerte de Jack. Ruby nunca superó la muerte de su único hijo varón. Se convirtió en una mujer adusta y meditabunda, conocida por hablar en su lengua nativa. Se pasaba el día mirando por la ventana hacia el risco en el cual Jack perdió la vida.

Crystal se fue de Chinook después de aquel verano. Terminó el instituto y la universidad. En la actualidad vivía en Seattle y estaba casada con un doctor. Raramente visitaba a sus padres y no parecía guardar buenos recuerdos de aquella pequeña ciudad costera.

En cuanto a las Holland, eran muy interesantes. Miranda nunca se había casado y apenas quedaba con hombres, según había averiguado Kane. Estaba totalmente dedicada a su carrera profesional, una carrera que podría verse arruinada si se probase que de algún modo estaba relacionada con la muerte de Harley.

Tessa saltaba de un apartamento a otro en el sur de California. Se ganaba la vida pintando, igual que su madre había hecho antes de casarse con Dutch, o tocando la guitarra y cantando en algún establecimiento de poca categoría en Los Angeles. Le gustaba la marcha por naturaleza. La habían arrestado por exceder el límite de velocidad, por conducir bajo la influencia de estupefacientes y por posesión de sustancias ilegales, una vez con cocaína y dos con marihuana. Había convivido con varios hombres relacionados con el mundo del espectáculo, pero, al igual que Miranda, nunca la habían llevado al altar y había dado el «sí quiero».

Y por último estaba Claire. La preciosa, alegre y enigmática Claire, que había huido de Chinook, se había casado con un hombre mayor y había tenido dos hijos. Más tarde se había enterado de que su marido estaba liado con la novia de su hijo.

– Cabrón -musitó Kane, ingiriendo otro trago de güisqui.

Claire merecía algo mejor. Cualquier mujer se lo merecía. Kane esperó no encontrarse jamás con Paul St. John.

Miró el reloj, hizo una mueca al ver la hora y pidió a Dios que ojalá no tuviera que asistir a su próxima cita. Pero era necesaria si quería acabar de escribir su libro.

La lluvia matutina había dejado nubes altas, por cuyos huecos penetraban rayos de sol, creando una bruma cálida en el bosque. Había charcos en el camino que conducía a la entrada de la casa, pero cuando Kane subió al jeep, sintiendo de nuevo molestias en su herida de guerra, el agua ya casi se había secado. La última persona con la que le apetecía hablar aquel día era con Weston Taggert, pero necesitaba la versión del hermano mayor de Harley sobre los hechos acontecidos hacía dieciséis años.

Kane se dirigió a Chinook. Aparcó en la zona de aparcamiento del edificio más nuevo de la ciudad, un complejo de oficinas de dos pisos con vistas a la bahía. En el interior se ubicaba la nueva sede de Industrias Taggert. Kane avanzó por el vestíbulo y tomó el ascensor hasta llegar al segundo piso, donde encontró un escritorio situado frente a una doble puerta de roble.

– Kane Moran -le dijo a la diminuta mujer de pelo corto pelirrojo y labios a juego.

La mujer, que llevaba auriculares, levantó los ojos. Tenía unas pestañas larguísimas.

– Tengo una cita con el señor Taggert.

La mujer examinó la agenda, encontró su nombre, pulsó un botón en el teléfono para anunciar la cita y en poco segundos Kane se encontró sentado en la esquina de una enorme oficina con un ventanal desde el suelo hasta el techo. Había árboles colocados en macetas enormes a lo largo de una moqueta de color bronce. Junto a una pared había un mueble bar. En otra de las esquinas había dos sofás y, frente al ventanal, se erguía un escritorio macizo de palo de rosa, donde Weston le estaba esperando.

Weston llevaba un traje que valdría más de mil dólares. Estaba reclinado en su silla, con los dedos en la barbilla y los ojos medio cerrados en actitud pensativa. Aparte de unas cuantas arrugas alrededor de los ojos, no había envejecido. Aún tenía la mandíbula dura y el cuerpo esbelto. Su cabello no mostraba señal de calvicie o canas. Había llamado a Kane para aquella reunión, en lugar de haber sido al revés.

– Moran. -Se levantó y estrechó la mano de Kane por encima del escritorio-. Toma asiento.

Weston avanzó hacia las sillas situadas frente al escritorio.

– ¿Quieres tomar algo? ¿Un café o alguna bebida?

– No, gracias.

Kane se recostó en el sillón de piel rojiza y continuó esperando. Después de todo, verle había sido idea de Weston.

El presidente de Industrias Taggert fue directo al grano.

– He oído que estás escribiendo un libro sobre la muerte de mi hermano.

– Así es.

– ¿Por qué?

Kane se movió en el sillón y sonrió para sus adentros. Así que Weston no podía esperar. Genial. ¿Qué secretos guardaba el hermano mayor de Harley?

– Demasiadas preguntas sin respuesta.

– Sucedió hace dieciséis años.

Kane elevó un extremo del labio.

– Bueno, es que he estado ocupado, por eso lo retomo ahora.

– Parece que pienses que servirá de algo escribir ese libro -dijo Weston, tomando la delantera en la conversación.

A Kane no le gustó la sensación que le produjo, pero le siguió el juego.

– Creo que Dutch Holland sabe más acerca de la muerte de tu hermano de lo que cuenta. Y sospecho que él, o quizá tu padre, sobornó a las autoridades locales para que archivaran el caso.

– ¿Por qué querrían hacer algo así?

– Una pregunta interesante. ¿Por qué no te lo preguntas a ti?

– Yo no lo sé.

– Piensa, Weston.

– ¿Quieres decir que alguien tiene algo que esconder? ¿Que están intentando encubrir a alguien? -La voz de Weston sonaba incrédula, aunque Kane no acababa de creerle.

– Es sólo una hipótesis, pero merece la pena asegurarse.

– ¿Por qué remover la mierda? Es algo que está más que enterrado. Todo el mundo lo ha superado. -Sonrió de oreja a oreja, una sonrisa de empatia. Sin embargo, su expresión era tan fría como las profundas aguas del océano.

– Yo no lo he superado, y pienso que, dado que Dutch Holland ha decidido presentarse a las elecciones como gobernador, todos sus sucios secretos deberían salir a la luz.

– ¿Y a ti que más te da, Moran? A ti te importaba un bledo mi hermano.