Como una estúpida, le entregó su corazón. Sus escasos ahorros se estaban agotando. Conseguía pagar el alquiler cada mes gracias a un trabajo de camarera a tiempo parcial en un restaurante donde había tenido que mentir sobre su edad. Su única esperanza era enfrentarse a su temible padre, quien seguramente la reprendería y la llamaría zorra por concebir un Taggert.

Por alguna razón inexplicable, Paul se sintió atraído por Claire y su situación. Tal vez fue la impotencia de la chica, o quizá influyó el hecho de que tuviese una edad atractiva: no había cumplido los dieciocho. O tal vez Paul pensó que podría heredar parte de la riqueza de los Holland. Fuera cual fuera el motivo, la cortejó, le pidió matrimonio y la ayudó a terminar el instituto y la universidad. Paul, con treinta años, era más mayor y conocedor de la vida, y Claire necesitaba desesperadamente a alguien en quien confiar, en cualquiera, incluso aunque fuese un extraño al que apenas conocía. Claire pensaba que Paul era una persona de confianza y no se dio cuenta de lo equivocada que estaba hasta que pasaron los años.

Cuando Sean nació, Paul simuló ser el padre biológico del niño, y Claire, con el fin de hacer que todo pareciera normal, mintió al decir la fecha de nacimiento de Sean, atrasándola tres meses, para que nadie, ni siquiera sus hermanas, sospecharan que el bebé era en realidad hijo de Harley Taggert, o eso es lo que Claire creía. Dado que nadie en su familia vio al bebé hasta pasado un año, no le hicieron preguntas. Sean parecía mayor, más listo y un poco más adelantado que el resto de los niños de su edad.

Claire se dejó el alma cuidando al pequeño y, como sabía que era una parte viva de Harley, se entregó al ciento por ciento a él. Pero a medida que fue creciendo, se fue haciendo evidente que no corría una sola gota Taggert por sus venas.

El corazón le dio un vuelco cuando comprendió que su pequeño era la viva imagen de Kane Moran. Entonces adoró al niño aún más, si es que era posible, consciente de que era parte del demonio al que tanto había amado y, por lo tanto, era lo más preciado que había tenido jamás. De este modo, siempre estaría cerca de Kane y algún día… Bueno, tal vez algún día localizase a Kane y le contase que era padre de un niño guapo y maravilloso.

Durante tres años aquella mentira sobre la paternidad de Paul se mantuvo en secreto. Claire se quedó embarazada de Samantha. Aunque su vida no era perfecta, al menos era satisfactoria, y si Paul no era tan atento como al principio se debía a presiones laborales, o al menos era lo que Claire pensaba. Pero estaba equivocada, terriblemente equivocada.

Durante el segundo trimestre de su embarazo, Claire se enteró, por primera vez, de las infidelidades de su marido. Uno de los compañeros de su marido dejó escapar que Paul se estaba viendo con una mujer que trabajaba con él. Desde aquel momento, su matrimonio empezó a ir cuesta abajo, hasta fracasar por completo.

El matrimonio de Paul y Claire llevaba años roto. Sin embargo, no se divorciaron hasta hacía un año, cuando Paul vio a Sean con Jessica Stewart, su novia, y poco después la sedujo.

Claire sentía náuseas cada vez que pensaba en su marido con una chica demasiado joven para tener relaciones sexuales consensuadas con ella.

– No pienses en ello -se dijo, y volvió a centrar sus pensamientos en la cabaña de Moran, a preguntarse de nuevo por él. ¿Estaba allí? El corazón se le detuvo y cerró los ojos. No servía de nada pensar en él. El amor o la atracción sexual que habían compartido una vez había quedado atrás, muy atrás.


Kane había dejado de fumar hacía seis años, pero ahora, mientras observaba las antorchas que brillaban al otro lado del lago, le apetecía un cigarrillo. Lo necesitaba con urgencia. Las antorchas doradas le atraían hacia el agua desconocida y peligrosa, igual que las luces de aterrizaje atraen a un piloto para que aterrice.

Consciente de que estaba cometiendo una enorme equivocación, desató la vieja lancha motora que había amarrada al embarcadero, se apartó de tierra firme y calentó el motor. Agarró con fuerza el mando y puso en marcha el motor de arranque. Acompañado de un crujido y un renqueo, la Evinrude de doce caballos se puso en marcha y comenzó a navegar. El pequeño bote avanzaba a gran velocidad, cortando la superficie del agua, dejando una estela de espuma blanca a sus espaldas. El viento silbaba revolviéndole el cabello, y los dedos, sujetos al volante, le sudaban.

Tras entrevistar a varios testigos por la tarde y obtener menos de lo que esperaba, había renunciado a la idea de volver a ver a Claire. No estaba preparado. Había demasiadas cosas en ella que le atraían. Perdía objetividad cuando estaba con ella, y en lugar del periodista crítico, agresivo y riguroso del que se enorgullecía ser, volvía a convertirse en el adolescente macarra de hacía años. Volvía a excitarse como un semental salvaje y a desear hacerle el amor. Igual que un crío cachondo, había pasado noches masturbándose, imaginando cómo recorría con su lengua el cuerpo de Claire de arriba abajo, lamiéndole la zona entre sus pechos, bajo su espalda. En su mente, se imaginaba besando aquel espacio húmedo de vello rojizo que brotaba entre las piernas de Claire, y chupando aquella zona con entusiasmo, explorando los secretos oscuros y húmedos de la feminidad. Se veía desnudándola, besándole los senos hasta que enrojecieran, apretándolos con sus manos y succionándolos igual que un recién nacido, hasta hacer que Claire se estremeciera y la sangre le fluyera con la misma pasión ardiente y excitada que corría por las venas de Kane.

Aquellas viejas fantasías habían renacido últimamente, y Kane, el hombre que siempre mantenía el control, el periodista calmado que nunca había permitido que una mujer se le acercara demasiado al corazón, se encontró frustrado, sintiéndose de nuevo como un colegial excitado.

– Mierda-refunfuñó. Un cigarrillo no solucionaría el problema, ni un güisqui ni otra mujer. Nada, excepto acostarse con Claire Holland St. John.

El brillo de las antorchas aumentaba y el olor a citronella flotaba mezclado con la niebla, en dirección al cielo. Claire permanecía sentada en el embarcadero, con sus delgadas piernas sobre el agua, envuelta en una bata blanca y luminosa.

Kane apagó el motor y la lancha avanzó despacio hasta el embarcadero. Claire le observó. Sus ojos iluminaron la noche. Su rostro no llevaba maquillaje.

Kane lanzó la cuerda en dirección a un poste carcomido y amarró la lancha.

– Esto es propiedad privada -dijo ella, tal y como le había dicho en el pasado.

Dios, estaba preciosa.

– Yo también me alegro de verte.

– Parece que traspasar propiedades privadas es para ti un hábito.

Kane sonrió y se sentó junto a ella, con las piernas estiradas sobre las tablas, lejos del agua. La miró a la cara.

– Sí, un hábito que parece que no he podido abandonar.

– Pues ese hábito conseguirá que te metas en problemas.

– Ya lo ha conseguido. -Tan sólo contemplándola, la sangre le empezó a arder. Sintió el comienzo de una erección en la parte más honda de su entrepierna.

– Entonces, ¿por qué estás aquí? -la mirada de Claire, plateada bajo la luz de la luna, perforaba los ojos de Kane.

– No podía dormir y vi luces.

Movió la mandíbula a un lado, mientras Claire rozaba los dedos en las tablas del suelo.

– ¿Así que no es porque intentes conseguir un poco de porquería sobre mi padre para tu libro?

– Yo sólo busco la verdad.

– ¿Ah, sí? -Claire negó con la cabeza y suspiró-. En absoluto, Kane. Todo esto es una especia de venganza personal.

Kane quiso responderle, pero se mordió la lengua. Basta de mentiras. No podía haber más mentiras.

– ¿Por qué? ¿Por qué nos odias tanto?

– Yo no te odio.

– ¿Ah, no? -Claire se movió, alargó los pies hacia el agua, salpicando el embarcadero y los hombros de Kane. Dejó de mirar en dirección al lago. Se volvió y rozó ligeramente los hombros de Kane.

– Entonces, ¿por qué simplemente no nos dejas en paz?

– Tengo un trato…

– Tú mismo dijiste que no se trataba de dinero. ¿Entonces de qué? -preguntó ella. Su dentadura blanca destellaba, igual que el fuego en sus ojos.

– Es algo que necesito hacer.

– ¿Para conseguir que mi padre abandone su intención de ser gobernador? -preguntó frunciendo en ceño en la oscuridad-. No lo creo. ¿A ti que más te da?

– Es algo que viene de lejos. Algo entre tu padre y yo.

– ¿Por el accidente de tu padre? -preguntó. Kane no contestó. Claire volvió a mirar hacia el lago por encima del hombro-. Yo no defiendo a Dutch -admitió-. Él… nunca ha sido perfecto, y lo que le ocurrió a tu padre es algo imperdonable.

– Tú no sabes ni la mitad.

– ¿Ah, no? -miró a Kane con los ojos furiosos y completamente abiertos.

Kane se sintió desarmado. Los pómulos de Claire, más pronunciados al darse la vuelta, sus labios, húmedos y brillantes, sus cejas elevadas en señal de desconfianza… todo aquello le hacía olvidar la firme promesa que se había hecho de no volver a tocarla, de no cruzar aquella dolorosa barrera.

No obstante, al contemplarla, su determinación se desmoronó, y las imágenes que le habían mantenido despierto durante noches, imágenes de Claire yaciendo desnuda entre sus brazos, se hacían más reales, más alcanzables. Pudo percibir el olor de Claire, un aroma fresco y perfumado. El calor entre las piernas de Kane se hizo insoportable.

– Sé que tu padre pagó a un ex presidiario para vengarse de Dutch hace años. El ex presidiario ayudó a tu padre a forzar la entrada de nuestra casa, y entre ambos, con unas motosierras, decapitaron las esculturas que decoraban la baranda de las escaleras.

Asombrado, Kane se quedó paralizado.

– ¿Qué?

– Eso es, Moran. Tu padre entró en nuestra casa y destrozó la escalera. La única razón por la que Dutch no le denunció fue porque tenía miedo de que pudiese recibir mala prensa. Podrían convertir a tu padre, a un pobre y desgraciado lisiado, en una persona desamparada, en una víctima. Así que no dijo nada de lo sucedido y se olvidó. -Claire suspiró y se sopló el flequillo para apartárselo de los ojos-. Pero eso ya no importa -prosiguió-. Ahora que estamos aquí, papá está arreglando la baranda y… en fin, supongo que puedo entender por qué tu padre nos odiaba.

– A ti no. Sólo a Dutch.

– Como tú.

Un músculo empezó a palpitar en la mandíbula de Kane, pero se relajó cuando Claire colocó su mano sobre la suya.

– Mira, no quería hablarte así. Sé que tu padre murió, y lo siento.

– Está mejor así -dijo Kane, sintiendo el suave tacto de Claire sobre su mano.

Como si Claire se diese cuenta de la sensación que estaba produciendo en Kane, apartó las manos.

– Lo siento.

– No lo sientas. Era un miserable hijo de puta cuando estaba vivo. Quizás haya encontrado algo de paz ahora.

Aunque en realidad no lo creía posible. El alma de Hampton Moran debía de estar tan atormentada y rabiosa en la ultratumba como lo había estado cuando aún vivía. Ya había sido un hombre violento antes de sufrir aquel accidente que le había dejado lisiado. Y después había permitido que la envidia y la insatisfacción le arrancaran el corazón, envenenándole la sangre hasta tal punto que su mujer le abandonase, y que su hijo perdiese, poco a poco, todo el respeto y el amor que sentía por aquella carcasa de hombre en la que se había convertido.

– No me utilizarás, ¿sabes? -comentó Claire tranquilamente.

– ¿Que no te utilizaré?

– Sí, tú. Para tu libro. Sé que has estado fisgoneando por ahí, metiendo la nariz en el pasado, pero si has venido aquí porque piensas que te voy a contar algún secreto sobre la noche en la que Harley murió, andas muy equivocado.

– He venido aquí porque quería verte -dijo Kane, sorprendido ante su propia sinceridad-. Iba a venir antes, para intentar hablar contigo sobre el pasado, pero estaba demasiado cansado. Luego vi las luces y…

Se detuvo antes de hablar demasiado. A continuación, la miró a los ojos y se le encogió el alma. Antes de que pudiese reprimirse, se acercó a ella, la agarró de la nuca y sus labios se fundieron.

– Kane… no -dijo Claire, jadeando. La lengua de Kane se movía entre aquellos labios perfectos-. No puedo…

Pero era demasiado tarde. Los labios de Kane la necesitaban. Multitud de recuerdos le invadieron; la sensación de estar con ella, de tocarla, de sentir su cuerpo suave junto alsuyo. Kane la estrechó entre sus brazos, arrimándola contra él. La respiración de Claire era tan irregular como la de Kane y sus latidos retumbaban contra el pecho de él.

– Claire -susurró-, Claire.

Ella gimió, abrió la boca, ofreciéndosela a Kane. Éste le rozó con la lengua el borde de los dientes y del paladar. Seguidamente encontró la lengua de Claire y ambas empezaron a moverse en una danza húmeda y sensual, lo que provocó en Kane una mayor erección en su palpitante sexo.