Kane sintió cómo Claire se estremecía, y empezó a ascender con las manos por las costillas, por el interior de la ropa blanca, desabrochándole los diminutos botones del camisón.
– Kane… Oooh.
Por debajo del tejido, los dedos de Kane se aferraron a la piel de Claire. Alcanzó sus senos, ardientes y exuberantes, cuyos pezones estaban rígidos y excitados.
– Por favor…
Con una mano, Kane la cogió del pelo, con la otra le recorrió el pecho y le abrió la bata, descubriendo su blanca piel en mitad de la noche. Observaba, fascinado, cómo uno de sus gloriosos senos escapaba de la tela, mientras el resto de la bata se abría cada vez más, dejando al descubierto los firmes músculos de su abdomen, la apariencia erótica de su ombligo, y un indicio de rizos rojizos en el lugar donde se unían ambas piernas. Gimiendo, Kane descendió para besarle el pecho. Claire se arqueó hacia atrás, mientras Kane le lamía un pezón. Podía sentir cómo ella ardía por dentro, tan deseosa como él.
Claire rodeó a Kane con sus brazos y le atrajo hacia ella, retorciéndose mientras Kane abría la boca y succionaba con ansia. Claire comenzó a jadear, su respiración empezó a entrecortarse y no mostró resistencia, sino que se arrimó más a él, como si ella tampoco pudiera luchar contra aquello. Tenía las caderas pegadas al cuerpo de Kane. Éste deslizó una mano por debajo de la bata, rozó su abdomen y a continuación descendió hasta tocarle con los dedos el ángulo de sus piernas. Claire gimió al notar cómo la mano de Kane le rozaba los muslos, para después tocarle aquella zona cálida, profunda, blanda y escondida en su interior. Se agitó al ritmo de él. Echó la cabeza hacia atrás y perdió el control.
– Kane -gritó, mientras él ahondaba cada vez más. Consciente de que no podía dar marcha atrás, agarró con las manos el brazo de Kane-. Oh, no -susurró, como si se diese cuenta de repente de quién era y con quién estaba-. ¡No, no, no!
Kane se quedó inmóvil, con los dedos colocados aún en el centro sagrado y cálido de ella.
– Oh, Dios. Oh, no. -Claire se apartó de él y gimió como si estuviera agonizando-. Kane, por favor… no podemos… Oh, Dios, soy madre… Soy demasiado mayor para…
– Shh -la hizo callar él, abrazándola, envolviéndola con ambos brazos y apretando sus labios contra los de Claire.
La entrepierna le abrasaba, su sexo viril ansiaba unirse al de ella, pero intentó calmarse, normalizar su respiración, con el fin de entender que Claire tenía razón. No podían acabar aquel acto. No ahora. Ni nunca.
– Lo siento -dijo al fin, cuando pudo hablar.
Claire se estremeció en los brazos de Kane.
– No tienes por qué sentirlo.
– Pero…
– Por favor -Claire besó a Kane suavemente en los labios y le acunó la cabeza con las manos-. Sé cómo te sientes. Dios, yo también, pero… hay demasiado entre nosotros. Demasiado tiempo. Demasiados recuerdos. Demasiados errores. -Parpadeó rápido, como si quisiese evitar las lágrimas. Cuando él quiso abrazarla, ella le rehuyó.
– Yo, no… No puedo hacerlo… Aún no. Ni siquiera te conozco.
– Sí que me conoces -dijo Kane-. ¿Recuerdas?
– Sí. -Empezaron a caer lágrimas por sus mejillas-. Lo recuerdo.
Se humedeció los labios nerviosa, como si hubiera algo que quisiera contarle, algún secreto oscuro y doloroso, pero de pronto sacudió la cabeza, se puso en pie y se alejó corriendo tan rápido como le permitieron sus pies descalzos.
Capítulo 25
– Te estoy diciendo que ese hombre no tiene pasado -dijo Petrillo mientras se dejaba caer en una silla situada frente al escritorio de Miranda-. Es como si ese tal Denver Styles no existiera. No aparece en los archivos policiales, ni en el sistema de seguridad social, ni en hacienda, ni en los archivos de tráfico. -Se metió una mano en el bolsillo de su cazadora deportiva, la cual le ceñía demasiado, y sacó un paquete de chicles Juicy Fruit-. Opino que su nombres es falso, un alias.
Miranda, después de una semana de vacaciones, había vuelto al trabajo. Estaba decidida a mantener el equilibrio. Se negaba a permitir que su padre o uno de sus secuaces, en especial Styles, controlara su vida. Sentada tras una ordenada pila de correo y expedientes de casos del departamento, sintió una especie de escalofrío. Se tocó la cicatriz del cuello e intentó no pensar en los días oscuros de su vida en los que se había producido aquella herida. Se preguntó acerca del último empleado de su padre.
– ¿Cómo contactó tu padre con él?
– No me lo ha dicho ni lo hará.
– Hummm. Seguramente no fuese a través de las Páginas Amarillas.
Petrillo desenvolvió uno de los chicles, y lo dobló con cuidado antes de introducírselo en la boca. Le sonó el busca. Lo miró, frunció el ceño y lo apagó.
– No, no creo.
– Styles podría estar relacionado con el mundo criminal.
– No creo que sea un criminal, si eso es a lo que te refieres -continuó Miranda.
Recordó la imagen de Denver Styles en su mente. Guapo, frío, arrogante, y algo más, sí, perseverante. Miranda no tenía dudas de que cuando Styles se decidía por algo lo conseguía. No era de los que se andaban con tonterías. Se mordió el labio nerviosa. Le molestaba. Le molestaba mucho.
– Bueno, si no está metido en la mafia, estará metido en otra cosa, y apuesto dólares a Donuts a que no es nada bueno, ya sabes a lo que me refiero. Los ciudadanos honrados tienen dirección, teléfono, permisos para sus coches y perros, y están registrados en los archivos militares y gubernamentales. Ese tipo, Styles, es como un fantasma. -Chasqueó con el chicle y se frotó la mejilla-. Pero no voy a desistir -prometió-. De una u otra manera, averiguaré quién es y qué está haciendo con tu padre.
– ¿Cómo vas a hacerlo?
– Siguiéndole la pista, si tengo que hacerlo. -Parpadeó, pensando en aquel nuevo reto-. Quiero descubrirlo todo sobre ese tipo.
– Yo también -pensó Miranda en voz alta. Cogió un lápiz y repiqueteó ligeramente sobre los papeles, los cuales ocupaban la mitad de su escritorio. ¿Quién era Denver Styles? ¿Cómo había contactado con su padre? ¿Era un aliado político o una especie de detective privado?, ¿un busca fortunas?, ¿un hombre que haría cualquier cosa por un montón de dinero? Continuó jugueteando con el lápiz. Miró a Frank y vio que la estaba observando-. Tampoco quiero que pierdas demasiado tiempo con él. Debes de estar trabajando en otros casos para el departamento.
– Le presionaré un poco -dijo Petrillo, encendiendo de nuevo el busca-. Puede ser divertido.
«Y puede ser peligroso», pensó Miranda mientras recordaba los ojos de color gris intenso de Denver Styles, su barbilla marcada y aquella impresión general de que, cuando se proponía algo, nada podría detenerle.
«Bueno, no en esta ocasión.»
Las manos de Claire temblaron al servirse una taza de café. ¿En qué estaba pensando? Besar a Kane Moran. Tocarle. Dejar que la tocase. Incluso ahora, en la cocina, con la luz matinal del sol penetrando por la ventana, sentía un hormigueo entre las piernas cada vez que pensaba en las manos de Kane, en su boca, en su lengua y en todas aquellas maravillosas caricias que la habían hecho estremecer. Casi habían estado haciendo el amor. Como si todos los años pasados, todas las mentiras, todo el dolor, no hubiesen existido.
«Como si él no fuese el padre de Sean.»
Por el amor de Dios, ¿qué iba a hacer?
– Eres tonta -musitó en voz baja mientras echaba harina de tortitas en un cuenco. Rompió dos huevos con violencia y añadió leche. Intentó concentrarse en lo que estaba preparando en lugar de pensar en las increíbles sensaciones que Kane había hecho que viviera su cuerpo.
Llevaba mucho tiempo sin estar con un hombre. Años. Probablemente sólo había reaccionado así debido a la desesperación, eso era todo. Mientras removía la mezcla, miró por la ventana, contemplando la cabaña de Kane al otro lado del lago. Tenía que olvidar lo que habían compartido una vez, porque ahora Kane era un hombre distinto, un hombre que quería vengarse de su familia.
«No te fíes de él. Sólo te está utilizando para conseguir información para su maldito libro. Recuérdalo.»
Sin embargo, su cuerpo sentía un cosquilleo cada vez que le recordaba.
Vertió la mezcla en la plancha caliente, y escuchó los pasos ligeros de Samantha bajando por las escaleras. Si había algo que Paul hubiese hecho bien en su miserable vida, había sido bendecir a Claire con su hija.
Sam entró repentinamente en la cocina. Llevaba puesto el traje de baño, crema bronceadura y una bolsa playera que depositó sobre la repisa.
– ¿Dónde está Sean?
– Dormido, creo. ¿Por qué no le despiertas y le dices que el desayuno está listo?
– No está en su cuarto. Ya he ido a mirar.
– ¿No? -Aquello era extraño. A Sean le encantaba dormir hasta las dos del mediodía-. Tal vez haya ido a dar un paseo a caballo -dijo, aunque de pronto se le aceleró el corazón.
Sam hizo una mueca.
– Odia los caballos. A él le gustan los juegos de consola y el monopatín.
Aquello era cierto. A través de las puertas francesas, Claire vio los tres caballos, con las cabezas inclinadas hacia el suelo, arrancando briznas de hierba y moviendo las orejas y el rabo para espantar a las molestas moscas.
– Entonces habrá ido a pie.
– ¿Tan pronto? ¿Con quién?
– ¿Con quién? -repitió Claire.
– Sí, ¿con quién? No tiene amigos por aquí. Se pasa el día enviando e-mails y mensajes a móviles a sus amigos en Colorado.
– Ya hará nuevos amigos cuando empiece la escuela.
Sam hizo un gesto con los ojos.
– Seguro… Oh, mamá, mira las tortitas.
La plancha despedía humo, y Claire tiró la primera hornada de tortitas completamente quemadas a la basura.
– ¿Por qué no esperas un momento? -preguntó a su hija-. Voy a buscar a Sean.
– Vale.
Abrió la puerta y vio aparecer un jeep por el camino. El corazón se le detuvo. Kane estaba al volante, y Sean, con la mandíbula hacia fuera en señal de rebeldía y los ojos caídos, estaba sentado en el asiento del copiloto. Claire se quedó paralizada durante un segundo. ¿Acaso Kane no se daba cuenta de lo mucho que Sean se le parecía? Nariz recta, labios finos, hombros anchos y actitud de duro. Todos aquellos rasgos de rebeldía juvenil. Sean aún no se había convertido en el indomable y arrogante hijo de puta que había sido Kane, pero iba de camino. A Claire le empezaron a sudar las manos y sintió como si el mundo se le cayera encima. ¿Cómo iba a contárselo a los dos? Sean la condenaría por su falta de moral. No solamente le había ocultado la verdad, sino que también le había mentido. Nunca la perdonaría.
Y Kane tampoco. Cuando descubriese que Sean era su hijo, ¿qué haría? ¿Solicitaría la custodia? ¿La llamaría fulana? ¿Le abriría los brazos y el corazón a su hijo? Claire se aclaró la garganta para evitar la emoción, e intentó centrarse en el problema que se le avecinaba.
– Pero ¿qué demonios…?
Antes de que el jeep se detuviese por completo, Sean saltó del vehículo y se dirigió hacia la puerta delantera de la casa. Llevaba unos vaqueros negros, una estropeada camiseta negra y unos zapatos hechos polvo. Encontró a Claire en el porche.
– ¿Qué pasa aquí? -preguntó-. ¿Dónde has estado?
– En la ciudad.
Sean intentó esquivar a Claire, pero ésta le cogió por el brazo. Sean tenía los orificios nasales que le echaban fuego y pegó un tirón del brazo.
– ¿Qué pasa?
Vio a Kane acercándose con calma, como si esperara a que Claire hablara con su hijo antes de tomar parte en la discusión que estaba a punto de comenzar. Discusión que podía adivinarse en los furiosos ojos de Sean. Una estropeada cazadora de piel, una camiseta blanca, unos vaqueros desgastados y unas botas que necesitaban urgentemente un cepillado eran los eternos compañeros de Kane, los cuales únicamente servían para hacer recordar a Claire el muchacho que Kane había sido una vez, el delincuente juvenil que le había roto el corazón hacía dieciséis años. Claire se había comportado como una tonta, como una boba romanticona. Pero ahora tenía que encargarse de su hijo.
– Me he metido en un lío, ¿vale?
Sean comenzó a andar de nuevo hacia la puerta, pero Claire se plantó en medio de su camino.
– ¿Qué tipo de lío? -preguntó. El corazón le iba a mil. Sean era tan voluble últimamente, siempre a la defensiva, a punto de explotar-. Y no, por supuesto que no vale.
– No es nada. -Echó una mirada a Kane, luego dejó los ojos en blanco y continuó en voz baja-. Bueno, joder, me pillaron robando en una tienda.
– Robando en una tienda… -Claire se quedó helada. ¿Robando? Aquello era peor que cualquier otra cosa que hubiese hecho en Colorado, bueno, peor que cualquier cosa de la que Claire se hubiese enterado. Se volvió hacia Kane y esperó que él pudiese explicarle toda la historia-. ¿Qué ha pasado?
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