La insinuación resonaba en su cabeza. Se había hecho la pregunta a sí misma cientos de veces. ¿No era suficiente mujer para retener a su hombre? Su hombre. ¡Vaya broma! En lo más profundo de su ser sabía que lo que había sucedido no era por su culpa. Sólo deseaba haberlo visto venir para que las feas acusaciones, los rumores, el dolor del alma hecha pedazos, no hubieran salpicado a sus hijos. Había pasado toda su vida de adulta intentando protegerles
– Por supuesto que no -contestó con voz temblorosa-. Sé que es duro para ti. Créeme. Para mí también es duro, pero creo que es lo mejor para todos. Para ti, para mí y para Samantha. Que empecemos de nuevo en otro lugar.
– No podemos escondernos. -Su mirada era dura y parecía mucho más maduro de lo que correspondía a su edad-. Nos encontrará. Incluso aunque permanezcamos en un pueblucho del maldito Oregón.
Claire sacudió la cabeza, frotándose ia nuca.
– Lo sé, pero para cuando nos encuentre seremos más fuertes y…
– ¿Mamá? -La puerta chirrió al abrirse y apareció Samantha, con signos de preocupación en su frente. Entró en la habitación. Era una muchacha desgarbada de doce años. Tenía los brazos y las piernas demasiado largos. Su cuerpo era más bien larguirucho y atlético, en lugar de curvilíneo. Llevaba esperando durante casi un año a que le creciese el pecho, pero las pequeñas formas que tenía apenas rellenaban el sujetador deportivo que tanto odiaba. La mayoría de las chicas de su clase ya se habían desarrollado, y todas parecían saber quién llevaba un sujetador de copa B, quien llevaba una C y quien tenía que soportar llevar una doble A. Samantha era una flor tardía. Para ella esto era una maldición. Sin embargo, a los ojos experimentados de su madre era una bendición-. ¿Qué sucede?
– Sólo estamos haciendo las maletas -dijo Claire mostrándose alegre, excesivamente alegre. Su alegría sonaba tan falsa como lo era en realidad. Sean puso los ojos en blanco y se dejó caer encima de la cama, sin sábanas ni mantas, sólo cubierta por los cinturones, camisetas, pantalones, bragas y pijamas. Claire metió una hombrera sin pareja en una bolsa desechable que había cerca de la puerta.
– Estabais gritando. -La mirada preocupada de Samantha recorría a su madre y a su hermano.
– Qué va.
– Os he oído.
«Ahora no. No puedo aguantar esto ahora.»
– Sean no se quiere mudar -explicó Claire, metiendo enfadada un bolso en la bolsa con cosas que iban a donar al Ejército de Salvación-. No quiere dejar a sus amigos.
– Todos sus amigos son imbéciles y fuman porros.
Sean se incorporó de golpe.
– ¡Tú no tienes ni idea!
– La madre de Benjie North encontró su alijo escondido en una caja de cartas, en su habitación. Marihuana y hachís y…
Claire miró a Sean. Sus peores sospechas se confirmaban. Apenas podía respirar. Tenía los dedos sujetando la tira de un segundo bolso.
– ¿Es verdad?
– Fue una trampa.
– Una trampa. ¿De quién?
Hubo una pausa. Un momento de duda.
– De su hermano mayor -mintió Sean-. Max metió su mercancía en la habitación de Benjie para esconderla de sus padres. Benjie no hizo nada. Lo juro. -Echó una severa mirada a su hermana. La tensión podía palparse en el ambiente.
– Max sólo tiene diecisiete años.
– Puedes drogarte a cualquier edad, mamá.
– Lo sé. -Dejó el bolso que estaba sujetando- Eso es lo que me preocupa.
– ¿Te preocupa?
– ¿Y qué hay de ti, Sean?
– ¡Yo no he hecho nada! -sus ojos tenían una actitud desafiante.
Samantha iba a decir algo, lo pensó mejor y cerró la boca.
Sean tragó saliva.
– Bueno, sólo cigarrillos y algo de tabaco de mascar, pero ya lo sabías.
– Sean…
– Está diciendo la verdad -dijo Samantha, mirando a su hermano.
Ambos compartían un secreto. Con un escalofrío, Claire recordó los secretos que había compartido con sus hermanas.
– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Claire a su hija.
– He revisado su habitación,
– ¿Qué has hecho qué? -susurró Sean en voz baja pero furioso.
Samantha se encogió de hombros.
– Todo lo que tiene son algunos condones, un par de Play-boys y un encendedor.
– ¡Rata metomentodo! -Apretó los puños enfadado, cruzó la habitación y la amenazó-. ¡No tienes derecho a mirar mis cosas! Mantente alejada de mi habitación, o leeré tu maldito diario. Ese que crees que es tan secreto.
– No lo habrás…
– ¡Basta ya! -ordenó Claire, al darse cuenta de que no iban a llegar a ningún lado-. ¡Es suficiente! Los dos, no toquéis las cosas del otro -a continuación, para ponerle un poco de humor a la situación, añadió-, ése es mi trabajo. Si hay alguna fisgona, soy yo. Yo seré la única que rebuscaré en cajones, armarios y escondrijos.
– Sí, claro -se burló Sean.
– Tú ponme a prueba.
Samantha, estirándose la goma del pelo, se miró en el espejo y sacudió la cabeza enfurruñada.
– Bueno, me alegro de que nos mudemos. Estoy harta de que la gente me mire y me diga todas esas mentiras sobre papá.
«Dios, ¡dame fuerzas!» Claire cruzó los brazos y apoyó la cadera en el escritorio.
– ¿Qué mentiras?
– Candi Whittaker dice que papá es un tipo raro. Que hizo algo feo con Jessica Stewart. Pero yo le digo que está equivocado, que Jessica era novia de Sean.
Sean gimió y se volvió, dando la espalda a su hermana.
– ¿Y qué dijo Candi a eso? -Claire casi no se atrevía a preguntar.
– Se rió, con una risa escalofriante. Me horrorizó. Entonces le dijo a Tammy Dawson que yo sufría el típico caso de negación y que sabía que se trataba de eso porque su padre era psiquiatra. -Samantha parecía preocupada, pero levantó la cabeza, sin dejarse vencer por lo que ella pensaba que eran mentiras sobre su padre-. No es cierto, ¿no? -De repente tenía un hilo de voz, y jugaba con los dedos preocupada-. Papá no hizo nada desagradable con Jessica ¿verdad? No es por eso por lo que le dejaste, ¿no?
El corazón de Claire se partió. Mordiéndose el labio, intentó evitar las lágrimas y abrazó a Samantha. Rota por dentro, admitió la verdad.
– Papá y yo teníamos muchos problemas, eso ya lo sabes.
– Todo el mundo los tiene. Eso es lo que dices -en la voz de Samantha se percibían dudas. Su cabeza, cubierta de cabellos rubios, que antes se había levantado, ahora se agachaba.
– Es verdad, cariño. Todo el mundo tiene problemas, pero…
– No -intentó apartar a su madre, alejarse de la verdad.
Pero Claire decidió que no había mejor momento que aquel para decírselo, especialmente si sus amigos se lo estaban haciendo pasar tan mal.
– Pero también es verdad que Jessica dice que papá y ella eran… bueno, íntimos.
El cuerpo de Samantha empezó a temblar con violencia.
– ¿Íntimos?
– Quiere decir que papá se la tiraba -explicó Sean.
– ¡No!
– ¡Calla, Sean! -Claire se acercó más a su hija-. No uses ese lenguaje en casa.
Los ojos de Samantha ardían.
– Pero él no lo hizo, ¿no? Papá no podría… Nunca.
– Fuese lo que fuese lo que pasase, tienes que tener fe en tu padre. -Claire se escuchó a sí misma decir aquello. Las palabras resonaban como el horrible sonido de una campana olvidada. Ella había perdido la fe en Paul hacía mucho tiempo. Le había dejado, a él y la farsa en que se había convertido su matrimonio hacía años. Sólo había aguantado por los niños. Ahora aquello parecía una broma cruel y desagradable. Los niños siempre lo recordarían-. Papá y yo ya nos habíamos separado cuando… bueno, cuando Jessica dijo que había sucedido aquello.
– ¿Estás diciendo que Jessica mintió? -preguntó Samantha, con esperanzas en su débil voz.
– ¡De ninguna manera! -contestó con desdén Sean-. Yo les seguí una vez. ¡Estaban follando como perros en celo!
– ¡Para ya, Sean!
– ¡No! -Samantha sacudió la cabeza con fuerza-. ¡No! ¡No! ¡No!
– Cariño, sólo te digo lo que dice Jessica. -Claire sintió como si se le abriese el pecho al absorber el dolor de su pequeña.
– Pero ¿por qué? -la voz de Samantha disminuyó considerablemente.
– Porque es una perra, y él un pervertido.
– No lo sé -dijo Claire-. Sean, no quiero oírte decir ni una palabra más.
– ¡No! ¡Eso no es verdad! -Samantha se irguió, y empujó a su madre-. ¡No te creo! -Corrió hacia la puerta-. ¡Eres un mentiroso, Sean, un asqueroso mentiroso de mierda!
La puerta se cerró tras ella con un fuerte golpe y Claire se volvió hacia su hijo.
– Eso era totalmente innecesario.
– Era la verdad.
– Hay maneras más agradables…
– Sí, ¡como dejar que la jodida Candi Whittaker se lo restriegue por las narices! Enfréntate a ello, mamá, papá es un maníaco sexual al que le gustan las niñas jóvenes. Es mejor que Samantha sepa la verdad. Así nadie volverá a herirla.
– ¿Eso crees? -murmuró entre dientes Claire, mientras iba en busca de Samantha por la casa, hacia la puerta delantera, hacia la calle.
La brisa caliente movió las hojas de los álamos que brillaban bajo la luz del sol, y en la casa de algún vecino se oyó ladrar a un perro insistentemente. Claire esquivó un triciclo. Corría por la acera, por un paseo donde las raíces de un árbol crecían por encima del cemento. Buscaba a su hija. Samantha sollozaba. Sus cabellos rubios volaban al viento. Sus largas piernas corrían a gran velocidad, como si pudiera dejar en casa aquellas horribles palabras y acusaciones.
«Está huyendo, como tú, Claire. Pero tú no puedes huir. Tarde o temprano el pasado te alcanzará.»
En Center Street, Samantha cruzó con el semáforo en rojo y un camión de reparto paró de un frenazo, a punto de atropellada. A Claire le dio un vuelco el corazón y gritó:
– ¡Cuidado! -«No. No. No.»
– Oye, niña, mira por dónde vas -contestó enfadado el conductor, con un cigarrillo en los labios.
Claire tenía el corazón a punto de salirsele por el miedo. Extendió la mano y corrió por delante del vehículo.
– Pero qué demonios…
– Samantha, espera, por favor -gritóClaire, pero Samantha ni la miró.
– ¡Jodidas idiotas!
El camión se puso de nuevo en marcha con un estruendo.
A Claire le costaba respirar. Alcanzó a su hija una manzana más allá del parque. El sol quemaba y cegaba al reflejarse en los coches que había aparcados junto a la acera, a lolargo de la calle. Por las mejillas coloradas de Claire corrieron las lágrimas.
– Oh, cielo -susurró Claire-. Lo siento.
– Deberías habérmelo contado -replicó Samantha.
– No sabía cómo.
– ¡Le odio!
– No, no puedes odiar a tu padre.
– ¡Sí! Le odio. -Tragó saliva, y cuando Claire quiso acercarse más a ella, le dio un empujón-. Y a ti también te odio.
– Oh, Sami, no…
– ¡No me llames así! -dijo casi gritando.
Claire se dio cuenta de que Paul siempre la llamaba así.
– De acuerdo.
Respirando con dificultad, Samantha se frotó los ojos con las manos.
– Me alegro de que nos mudemos -dijo, parpadeando con rapidez-. Me alegro.
– Y yo también.
– ¡Oh, no! -de repente la cara se le puso blanca.
Se volvió de golpe, mirando hacia la dirección opuesta, intentado evitar el temblor de su cuerpo. Claire echó una mirada y vio a Candi Whittaker, una niña delgada, de cintura diminuta y pechos indecentes para una niña de doce años. Paseaba calle arriba con otra niña que Claire no conocía. Cuando vieron a Samantha y a su madre, ambas niñas se quedaron mirándolas, con la sonrisa en la cara, y comenzaron a susurrar. Claire hizo de escudo con su cuerpo, tapando lo que podía de su hija, esperando hasta que las niñas tomaron un camino que llevaba a las pistas de tenis. Una vez allí, miraron por encima de sus pequeños y rígidos hombros.
– Ya está. No te molestarán. Vamos.
Claire acompañó a Samantha calle abajo, en dirección a casa. Probablemente Sean tenía razón, mudarse no resolvería sus problemas. No podían huir. Ella ya lo había intentado en una ocasión, hacía tiempo, y el pasado parecía perseguirle siempre, pisándole los talones.
Finalmente la había alcanzado. No les había contado a Sean ni a Samantha que había otra razón por la que se iban a vivir a Oregón, una razón a la que Claire no quería enfrentarse. Pero no tenía otra elección. Su padre, un hombre rico acostumbrado a salirse con la suya, la había llamado la semana pasada y le había pedido que volviera a lago Arrowhead, un lugar que le había hecho sufrir tantas pesadillas que no podía ni contarlas.
Ella protestó, pero Dutch no aceptaba un no por respuesta, y no tuvo otra salida que aceptar. Su padre conocía los problemas con Paul y había prometido ayudarla a trasladarse, interceder por ella en el distrito escolar, dejarle vivir sin cobrarle alquiler en la enorme casa donde se había criado, echarle una mano en lo que necesitara para lograr convertirse en una buena madre soltera.
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