Oyó el sonido de pisadas en el muelle, miró por la portilla y vio a Denver Styles acercándose al Stephanie. Aunque estaba desconcertado debido a la llamada, consiguió volver a centrarse en el problema de Dutch Holland.

Holland. ¡Eso era! Sus labios se curvaron, formando una sonrisa áspera. Había mantenido una relación con la mujer de la llamada, con aquellos preciosos ojos.

– Espera y verás -dijo en voz baja.

Comenzó a pensar en la manera de volver a ver a Tessa Holland. Dieciséis años atrás, Tessa había sido una virgencita cachonda; ahora, con un poco más de edad y madurez, probablemente sería incluso más ardiente. Sonrió entre dientes. Tessa se había atrevido a llamarle y a burlarse de él como una puta barata. De acuerdo, Weston le seguiría el juego, cualquiera que fuese. La ingle se le contrajo al pensarlo.

Así que Tessa creía que jugaba con ventaja, ¿no? ¿No se sorprendería cuando se enterase de que no era así? Las tornas estaban a punto de cambiar para la hija menor de Dutch. Weston no podía esperar.

Capítulo 27

El sol llameaba en una esfera de color melocotón y ámbar, y las nubes altas reflejaban esos brillantes colores sobre la superficie el mar. Claire se dijo que Kane se estaba aprovechando de ella, que se estaba acercando a ella con el único propósito de su maldito libro. No obstante, no podía luchar contra aquel sentimiento de volver a enamorarse de él. Aquello era absurdo, lo sabía. Se trataba de una pequeña fantasía secreta que sólo ella conocía, y que no se atrevía a examinar con demasiado detenimiento.

En las afueras de Chinook, más allá del aserradero de los Taggert, Kane conducía la moto tierra adentro. Se dirigía hacia el norte, por la carretera del condado que llevaba de vuelta al lago Arrowhead. En lugar de tomar el camino de vuelta a casa, siguió recto, aún más deprisa, con las ruedas flotando sobre el asfalto.

– ¿Dónde vamos? -preguntó Claire en voz alta, aunque sus palabras perdían fuerza con el viento.

– Ahora lo verás.

Claire rió un instante, alegre, pero enseguida se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Dios mío, ¡no! El corazón se le encogió y se estremeció cuando notó que la moto reducía la velocidad. A lo lejos, vio un bosque de robles y abetos.

Kane giró, tomando un sendero, en dirección a la orilla del lago Arrowhead. La luz de los faros de la motocicleta alumbraba a través de la hierba alta. Finalmente, llegaron a orillas de las tranquilas aguas del lago. Agua oscura, imponente y de superficie lisa.

Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. No era posible que estuviera allí, en el mismo lugar donde Miranda había precipitado su coche hacía dieciséis años. Claire aflojó los brazos de la cintura de Kane. El estómago se le revolvió. No sabía cómo podría enfrentarse a las preguntas que Kane seguramente le haría.

La moto rodó sobre una última duna y a continuación se detuvo, sacudiendo la arena. Kane apagó el motor. Su tono era bajo, pero ya no hablaba en broma, sino muy en serio.

– Creo que tenemos que hablar.

– Me has engañado -le comentó Claire, soltándole y bajando de la motocicleta. Pudo recordarse a sí misma y a sus hermanas en el interior del Camaro de Miranda, con el agua oscura y helada a su alrededor, y el pánico invadiéndole el cuerpo. No podía respirar, no podía pensar. Se frotó los brazos, como si el frío le estuviese calando los huesos, a pesar de que hacía una buena temperatura-. Me has traído aquí a propósito -prosiguió. Sus fantasías se derrumbaron.

Kane no se molestó en negarlo.

– Es cierto.

Se quitó las gafas y Claire le miró fijamente. Él no evitó la mirada, sino que la mantuvo, intentando penetrar en su alma. Sin embargo, Claire no se lo permitió.

– ¿Por qué?

– Creo que ha llegado la hora de que se aclare lo que sucedió aquella noche. -Bajó de la moto y se aproximó a ella.

Claire retrocedió al lado opuesto de la duna, donde había varias rocas y maleza. No quería estar cerca de Kane. Tenía miedo de cómo iba a responder si él la tocaba.

– Si crees que vas a conseguir alguna confesión por mi parte, o alguna versión diferente a la que le conté a la policía, estás muy equivocado.

– Claire… -Kane estaba cerca. Demasiado cerca.

– Por el amor de Dios, Kane. ¡Te he contado a ti y a todo el mundo, una y otra vez, todo lo que sucedió aquella noche! Compruébalo en los informes policiales.

Tropezó con una roca y estuvo a punto de caer de rodillas, pero Kane la sujetó por el brazo con una de sus enormes manos, ayudándola a incorporarse.

– Ya lo he hecho.

– Y con los artículos de prensa.

– También.

No la soltó. El brazo le ardía.

Claire mantuvo la calma.

– Entonces pregunta a cualquiera que estuvo aquí o con Harley aquella noche.

– Te estoy preguntando a ti -sus dedos se aferraban a Claire posesivamente.

Una emoción desagradable recorrió el cuerpo de ella.

– ¿Para que te diga algo que puedas publicar y así destruir a mi familia?

– Harley Taggert murió. Creo que se lo debemos a él y…

– A ti nunca te ha importado Harley. Por esa razón esto es de locos -dijo Claire, con el corazón latiéndole a toda velocidad. La sangre le hervía.

Kane continuaba frotándole el antebrazo. ¿Por qué no podía dejarla en paz, aceptar sus mentiras, apartar su mano cálida y llevarla de vuelta a casa antes de que se le escapara que Sean era hijo suyo?

– Me importas tú.

– Oh, Dios.

Aquella confesión resonó en mitad de la tarde, empezaron a aparecer las primeras estrellas. La luz del crepúsculo les envolvió. Claire intentó reprimir la necesidad que le gritaba que se inclinase hacia él, que le besase, que le dijera que nunca había dejado de quererle, que le confesase que, si no hubiese sido porque el destino se había interpuesto, le habría esperado para siempre.

– Deberías librarte de esa carga que llevas encima.

– Yo… yo creo que deberíamos dejar que Harley descansase en paz.

– ¿Es eso lo que quieres, Claire? ¿Que yo desaparezca de nuevo?

– Sí -contestó, pero se le hizo un nudo en la garganta.

– Mientes.

– No, yo…

– Ese es el problema, ¿te das cuenta? Siempre has mentido fatal.

«Si tú supieras… Oh, Kane, tenemos un hijo. Un hijo maravilloso, del que tendríamos que estar orgullosos y…»

La atrajo hacia él por el brazo, acercándola. Claire notó calor en sus extremidades cuando Kane la estrechó en sus brazos, envolviéndole el cuerpo como si fuera la única mujer en el mundo, y él el único hombre.

– Kane, no creo que… Oh.

Sus labios se fundieron en un beso cálido, intenso y salvaje.

Claire sintió cómo sus rodillas perdían fuerza.

– Claire -susurró, chasqueando la lengua al pronunciar su nombre-. La dulce, dulce Claire.

Ella cerró los ojos y se dijo que tenía que resistirse, apartarle, que estar cerca de él era jugar con fuego. Sin embargo se derritió, y todos aquellos pensamientos desaparecieron amedida que él ahondaba con su lengua, abriéndose paso a través de sus dientes. Claire se abrió a Kane como una flor se abre al sol. Deseaba más. En su pecho sentía la necesidad de que Kane la tocara, la acariciara, la amara. La pasión la envolvió poco a poco, provocándole un ardor en la sangre y un calor húmedo en lo más profundo de su feminidad. Se trataba de un dolor placentero que llevaba años sin experimentar. Le deseaba. Cómo le deseaba. Le rodeó el cuello con los brazos y dejó que Kane la tumbara en el suelo, presionando con su cuerpo contra el de ella.

Kane enterró el rostro en el pecho de Claire. Tenía la boca abierta y acarició con la lengua la blusa, humedeciendo el tejido. Colocó las manos en las nalgas de Claire, arrimándola más a él, de modo que la chica pudo sentir su pene, duro como una barra de hierro, presionando por debajo de los vaqueros. Claire se dio cuenta así de que él la deseaba tanto como ella a él.

Kane deslizó los dedos por los botones de la blusa. Los desabrochó con soltura, mientras Claire respiraba profundamente sobre el cuello de él. Finalmente, Kane vio el sujetador. Pasó la punta de los dedos por el tirante, y a continuación tiró bruscamente de la copa, descubriendo uno de los senos, cuyo pezón estaba rígido.

El aliento de Kane era húmedo y cálido. Claire formó una curva con su cuerpo, inclinándose hacia él. Con las manos le rodeó el cuello, provocándole para que le besara y excitara el pezón pequeño y duro. Kane lo lamió y mordisqueó, lo que provocó en Claire un torbellino de sensaciones placenteras por todo su cuerpo.

Kane continuó succionando con ansia. Rodó por el suelo, colocando a Claire sobre él, sobre su erección. Los senos de Claire, aunque no estaban completamente destapados, le excitaban. Tenía las manos colocadas sobre sus nalgas, de tal manera que las puntas de los dedos rozaban el ángulo de sus piernas. Claire se retorció y gimió. Kane le quitó la blusa y el sujetador, le besó y chupó los pezones, raspándole con la áspera barba en la piel.

El deseo se extendía como fuego por las venas de Claire. La pasión en su interior se hizo mayor. Se frotó contra Kane, rogándole más, aunque en algún lugar de su mente sabía que se estaba metiendo en problemas. Pero no podía parar. Había pasado tanto tiempo… tantísimo tiempo. Los dedos de Kane buscaron la cinturilla en los vaqueros de Claire y, lentamente, bajó la cremallera. Ella respiraba profunda y excitadamente. Kane le bajó los pantalones con facilidad.

«No, Claire. No cometas el mismo error otra vez.»

Con un gemido, Kane presionó con la cabeza sobre su ropa interior. Claire podía notar su respiración a través del fino encaje.

– Claire -murmuró Kane situado en su abdomen-. ¿Estás segura?

No estaba segura de nada excepto de que le deseaba. Con la sangre hirviéndole en las venas, le deseó ardientemente.

– S…sí. Sí, Kane, sí-contestó.

Kane le bajó las bragas con un movimiento rápido, elevó las caderas de Claire a la altura de sus hombros y arrimó la cabeza al lugar más íntimo de ella.

El cuerpo de Claire se convirtió en gelatina. Se retorció al sentir los labios y la lengua de Kane, su respiración cálida y dulce. Se inclinó hacia él, formando un arco con la espalda, mientras Kane la acariciaba.

– Kane -gritó, con voz irreconocible.

Kane le acariciaba las piernas con las manos, la besaba y la amaba. Mientras tanto, su lengua hacía magia al compás de los movimientos de Claire, que pedía más, que necesitaba mucho más…

– Eso es, cariño, déjate llevar. Síiii -dijo Kane, produciendo un sonido amortiguado.

Claire se sacudía, incapaz de detenerse. La luna y las estrellas daban vueltas en el cielo. Cuando sintió la primera convulsión, el planeta entero se sacudió. Chilló, con los dedos enredados en el pelo de Kane y el cuerpo empapado de sudor, mientras continuas sacudidas placenteras invadían su cuerpo.

– ¡Kane… Kane!

– Estoy aquí, princesa -dijo, levantando la cabeza entre las piernas, besando su abdomen y cuello, y finalmente sus labios. Las lágrimas empañaron los ojos de Claire y Kane se los besó-. No pasa nada, Claire.

– No, yo no debería…

– Shh. Sólo disfruta.

Le rozó el cuello con la boca y le acarició el pecho, consolándola a la vez que le pedía que no parase. Claire no podía parar y, a pesar de que la mente le decía que no una y otra vez, y de que aún le costaba respirar, metió los dedos por debajo de la chaqueta y la camiseta de Kane, quitándole rápidamente las prendas. Pudo notar cómo el aliento de Kane se aceleró cuando le tocó los pezones y el abdomen, repasando sus músculos. Descendió con los dedos hasta la cremallera.

Kane sujetó a Claire por la muñeca.

– No tienes que…

– Shh. -Claire le bajó la cremallera, le quitó los Levis, le tocó íntimamente, y escuchó los gemidos de Kane al pasar la mano por su pene erecto-. Quiero hacerlo -dijo ella, respirando sobre él. Estaba dispuesta a correr ese riesgo-. Quiero.

Kane gimió mientras Claire le besaba. Entonces él se encontró tan perdido como lo había estado antes ella. El deseo aumentó cuando ambos cuerpos comenzaron a rozarse, al agarrarla, al agitarse.

– Ten cuidado, Claire, no… Oooh. -De repente se movió. Colocó a Claire con la espalda contra el suelo, colocándose encima de ella. La excitación le palpitaba en la zona más profunda de su abdomen-. Dime que no.

– No puedo.

– Esto es un error.

– ¿Lo es? -preguntó Claire, mirándole. Podía notar la tensión en su rostro debido al deseo contenido.

– Oh, Dios, perdóname. -Se tapó una mejilla con la mano. Seguidamente, le separó las piernas con las rodillas-. Yo no quería que esto sucediera -dijo.

– Claro que sí. Igual… igual que yo.