No. No podía ser. Si mató a Harley accidentalmente, ¿por qué no iba a llamar a la policía? ¿Por qué huir? ¿Por qué iba a contar aquella absurda historia sobre el autocine y simular que habían caído en el lago Arrowhead? No. No tenía ningún sentido. Pero es que nada lo tenía.

Mientras observaba la fotografía de la pequeña pistola, dudó que alguna vez pudiera llegar a averiguar la verdad.

Por lo tanto, Dutch Holland nunca pagaría por todos sus pecados.

Kane caminó hacia el porche principal, donde su padre, años antes de morir, esculpió numerosos osos y otras figuras en troncos. Nunca había existido un sentimiento de amor entre Kane y Hampton Moran. Kane sólo sentía leve compasión por un hombre que no hacía nada por superar su desafortunado accidente, y que culpaba continuamente al dueño de la compañía por su sufrimiento.

Pero por aquel entonces Kane no sabía la verdad. No sabía que su madre se había convertido en la querida de Dutch, que se había mudado a Portland, que vivía en un apartamento, y que Benedict Holland la estaba manteniendo. No sabía que los cheques de trescientos dólares que recibían mensualmente, provenían en realidad de Dutch, el padre de Claire.

– Cabrón -murmuró Kane.

Su madre había fallecido por una insuficiencia cardiaca el pasado invierno. Fue entonces cuando Kane se había enterado de la dolorosa verdad, la razón por la que Alice Moran había abandonado a su marido y a su hijo. Para convertirse en la querida de Dutch Holland.

A Kane se le revolvió el estómago sólo con pensar en su madre y Dutch juntos. Recordó las noches a solas en su habitación, esperando que su madre volviera, intentando reprimir las lágrimas, negándose a creer que le hubiera abandonado. Siempre había tenido la esperanza de que su madre volvería, incluso cuando su padre se refería a ella con duras palabras: «Es sólo la puta de un rico, no le importamos nada tú ni yo. No. Todo lo que quería era dinero y al final lo ha conseguido, abriéndose de piernas y revolcándose. Recuerda algo sobre las mujeres, hijo: harían cualquier cosa por conseguir dinero. Incluida tu madre.»

Kane apretó los dientes y cerró los puños. Benedict Holland había conseguido, sin ayuda de nadie, separar a su madre de su familia. No era de extrañar que Hampton hubiese entrado con una motosierra en la preciosa casa de los Holland. Dutch se merecía eso y más, y cuando Kane consiguiera lo que se proponía, Dutch Holland se las pagaría todas juntas.

«¿Y Claire? ¿Qué sucederá con ella? Cuando destapes a su padre y a sus hermanas, y probablemente las impliques en la muerte de Harley Taggert, ¿qué le ocurrirá a Claire y a sus hijos?»

Miró la fotografía de la pistola y se dijo que no era su problema, aunque sabía que sólo se estaba engañando porque, maldita sea, estaba empezando a enamorarse de Claire Holland St. John otra vez. Parecía que fuese su maldición particular.


– Denver Styles es un grano en el culo -dijo Tessa.

Llevaba puesto un bikini negro y una bata de encaje blanca, dejando, provocativamente, un hombro al descubierto. Desvió la mirada de su guitarra al ver entrar a Miranda en la suite, la cual se había convertido en su residencia. Bajo la bata de encaje se podía apreciar claramente un pirsin en su ombligo. También lucía un tatuaje tribal en el bíceps, que parecía un brazalete.

– ¿Te ha estado molestando?

Miranda no quería pensar en Styles. Era demasiado complicado, demasiado peligroso. Podía sentir su aliento en la nuca, vigilando cada uno de sus movimientos, esperando a que cometiera algún fallo, para después echarse sobre ella, como si se tratase de un cazador paciente tras su presa.

– Sí. Ha venido por aquí un par de veces.

– ¿Qué le has dicho?

Tessa sonrió. Sus cejas rubias se elevaron.

– ¿Textualmente? -Tocó una nota-. Le dije: «que te jodan».

– Muy bien, Tessa.

– Ese tipo es un ave de mal agüero -dijo mientras colocaba el instrumento de seis cuerdas sobre la moqueta junto a una maceta.

Miranda avanzó hacia la chimenea sin encender y se sentó en el borde del escalón.

– Llamé a papá y le dije que contratar a Styles había sido un error. Que remover el pasado no le interesaba. Pero continuó con la misma actitud. No me escuchó.

– Nunca lo hace. ¿Acaso no lo sabías? -preguntó Tessa-. Ey, ¿te apetece un trago? Tengo botellines de vino en la nevera. -Inmediatamente se aproximó descalza hacia la cocina, en cuyo rincón estaba situado el frigorífico.

– Yo no quiero nada.

– Venga, Randa, ¡anímate! -Tessa volvió con dos botellas abiertas de una especie de cóctel de vino y melocotón. Entregó a Miranda una de las botellas-. Salud.

Brindaron con el cuello de las botellas. Tessa guiñó un ojo a Miranda y dio un buen trago.

– Mira, Tessa. Me temo que Styles va a descubrir la verdad -admitió Miranda. A continuación, dio un trago a la desagradable bebida.

– Pues que lo haga.

– Ni hablar.

– Quizá ya sea hora. -Tessa cambió la expresión de su rostro. Empezó a morderse el labio inferior, como siempre hacía cuando era pequeña y se encontraba confusa o insegura-. Estoy cansada de tanto mentir, Randa. Nos equivocamos.

– ¡No! Es demasiado tarde para cambiarlo. -Miranda negó categóricamente con la cabeza-. Tenemos que ceñirnos a la historia.

– No sé.

– Pero si está hecho. -Agitada, Miranda avanzó hacia la puerta corredera de cristal y se apoyó en ella.

– ¿Estás segura?

– Tú sólo aguanta.

Miranda contempló el paisaje del océano Pacífico. Verde y turbio, el mar se agitaba sin descanso, como si también tuviera secretos demasiado oscuros y trágicos para revelarlos.

– No tienes que preocuparte por mí -dijo Tessa-. Es Claire quien se va a encontrar en problemas.

– ¿Claire? -repitió Miranda. Si ni siquiera conocía la historia-. ¿Por qué?

– Porque está enrollada con Kane Moran.

– No. -Miranda esperaba que Tessa la estuviera engañando. En ocasiones, la hija menor de Dutch fantaseaba. Otras veces simplemente se confundía por completo.

– Les he visto juntos.

– ¿Es que está loca? -El miedo provocó que su corazón empezara a latir de manera rápida e irregular.

– Ya sabes lo romántica que es. Siempre lo ha sido. Una tonta con los hombres. Estuvo saliendo con Harley y pocos meses después de su muerte se casó con ese imbécil de Paul. Yo sólo le vi una vez, cuando se aproximaba el día de la boda, pero él ya estaba fijándose en otras mujeres. ¡Incluida yo! -Suspiró y se dejó caer en el sillón-. Claire es una idiota. Siempre lo ha sido.

– Moran sólo la está utilizando.

– Puede ser.

– Hablaré con ella.

– No servirá de nada. No dejaba que nadie le dijera que dejara de ver a Harley Taggert, ¿recuerdas? Y luego Paul, por Dios. Le dije que me había estado tirando los tejos y no me creyó. Puedes hablarle hasta que se te quede la cara morada, Randa, pero créeme, no servirá de nada.

Por una vez, Tessa tenía razón. Claire nunca había escuchado a nadie en lo referente a asuntos del corazón. Aquello era peor de lo que Miranda creía. Sintió como si estuviera pisando las arenas movedizas del pasado y no tuviera escapatoria. Tarde o temprano ella, sus hermanas, su padre y su maldita carrera se irían al garete. Que Dios les ayudase.


Tenía que olvidarse de ella. Eso es lo que tenía que hacer. Pero Weston no era de los que dejaban escapar a una mujer dispuesta. Y Tessa Holland estaba más que dispuesta a retomar su relación desde donde la habían dejado hacía tanto tiempo, o al menos eso era lo que sugerían sus llamadas susurrantes.

Mierda. ¿Qué iba a hacer? Pisó el acelerador del Mercedes y el descapotable salió disparado por la carretera. Las ruedas chirriaban, el motor rugía, el viento azotaba. Una amplia masa de mar gris azulado se extendía hacia el oeste. Gigantes y espumosas olas avanzaban en dirección a tierra. Al este, se erguían las colinas boscosas, tan altas que casi rozaban el cielo. Pero Tessa permanecía en su cabeza. Weston no podía borrar su imagen.

La había visto en la ciudad, entrando en la tienda de licores. Su trasero redondito se movía debajo de una falda roja, corta y ajustada. Sus apetitosos pechos presionaban contra una camisa blanca anudada justo debajo del sujetador. Para ella, el tiempo apenas había pasado, aunque llevaba el pelo un poco más corto y escalado de lo que Weston recordaba, y tenía los pómulos más definidos debido al paso de los años. Sus ojos aún eran grandes y azules, y Weston supuso que su lengua aún podría poseer aquella magia especial.

Dios, ¿en qué estaba pensando? Si se volvía a liar con Tessa, o con alguna de las hermanas Holland, Kendall le mataría. Además, todas las Holland le tenían declarada la guerra, por lo tanto, Weston sería, probablemente, el último candidato con el que ellas mantendrían una aventura. Sin embargo, no podía dejar de pensar en las posibilidades. No había podido quitarse nunca a Miranda de la cabeza. Algo parecido había sucedido con Tessa, pero esta última era accesible, o eso es lo que le había hecho pensar la noche anterior, con su última llamada al móvil.

– ¿A que no adivinas lo que estoy haciendo? -le había susurrado Tessa-. Me estoy tocando. ¿Quieres saber dónde? -hablaba con voz baja y ahogada.

Weston no podía contestar, ya que se encontraba con su mujer e hija viendo la televisión en el salón.

– No creo.

– Me he lamido un dedo hasta mojarlo y luego me he tocado los pezones. Ahora también están húmedos. Duros. Y ahora voy a bajar un poco más y…

– Luego hablamos. Nunca hablo de trabajo en casa -le había contestado Weston, lo bastante alto para que su mujer le oyera. Sin embargo, había tenido que dar la espalda a Kendall, para esconder los indicios de su erección, la cual presionaba contra el pantalón que le había comprado hacía sólo una semana.

– Aquí estaré. En Stone Illahee. Esperando.

Weston colgó y casi se corrió en los pantalones. ¿A qué estaba jugando Tessa? La última vez que la había visto ella había intentado sacarle los ojos y ahora… ahora actuaba como si no pudiese esperar a acostarse con él. Había roto hacía mucho tiempo con ella, se recordó. Las manos, aferradas al volante, le empezaron a sudar. En la actualidad era un ciudadano respetable, tenía una reputación que debía proteger, pero no podía evitar recordar cómo se sentía cuando practicaba sexo con Tessa. En su interior se producía un subidón de energía cruda y salvaje, consciente de estar desacreditando a una Holland, mientras ésta le rogaba que siguiera.

Era algo muy excitante, una emoción que nunca había experimentado, y que tampoco había vuelto a experimentar. Ni las obscenas aventuras de su juventud ni las amantes que había tenido le habían producido la misma cantidad de adrenalina salvaje que había conseguido producirle Tessa.

Y ella estaba dispuesta de nuevo. Dios, estaba cachondo.

Pisó el freno al entrar en una curva. El coche patinó un poco. A continuación las ruedas se agarraron de nuevo al asfalto. Weston intentó quitarse a Tessa de la cabeza. No era momento para que una mujer le distrajera. Tenía cosas más importantes en las que pensar. Alcanzó la cima de la montaña y echó un vistazo a Stone Illahee. El estómago se le contrajo. Observó cómo las excavadoras trabajaban con ahínco en la siguiente fase de desarrollo del complejo. Las máquinas removían el terreno con sus enormes palas, levantando tierra, escombros, maleza y pequeños árboles. Excavaban sin cesar. Continuamente encontraban obstáculos que mejor deberían seguir enterrados.

El teléfono móvil le sonó. Weston contestó, contento de que algo le hubiese distraído, obligándose de este modo a dejar de pensar en Tessa y en las obras de Stone Illahee.


– Sabes, creo que nuestra familia está en un segundo plano -dijo Tessa, mientras arrancaba una uva de un racimo que había en un cuenco de fruta situado sobre la repisa de la cocina de la casa donde se había criado.

Claire sirvió un vaso de té helado a cada una de las hermanas. Sam estaba fuera, refrescándose en la piscina, y Sean había salido al lago a navegar. Era una tarde tranquila. Claire había terminado de rellenar algunas solicitudes para trabajar en la escuela local del distrito, con la esperanza de sustituir a algún profesor en otoño.

– ¿En un segundo plano?

– Sí. Papá y su juego de poder. Gobernador, por el amor de Dios. ¿Te lo imaginas? -Lanzó la uva al aire y la atrapóhábilmente con la boca-. La idea de que Dutch Holland posea tanto poder da miedo.

– Todavía no ha salido elegido. Ni siquiera por su propio partido.

– Buen apunte. -Tessa se sentó en un taburete, cerca de la repisa. Comenzó a dar vueltas-. ¿Sabes? He estaba llamando a Weston.

Claire se estremeció.

– ¿Qué? ¿Por qué?

– Bueno, ya sabes, sólo para tomarle el pelo. Decirle guarrerías, ese tipo de cosas.