– ¿Estás loca? No es el tipo de hombre al que puedas tomar el pelo y luego hacer como si tal cosa.
– ¿Por qué no? Creo que debería sufrir un poco.
– ¿Sufrir un poco? ¿Para qué? No lo entiendo. -Un pánico tremendo invadió a Claire, aunque ni ella misma sabía por qué. Weston no podía hacerles daño, ¿o sí?
– Confiad en mí, no hace falta que lo entendáis. Pero creo que Weston necesita que le den una lección. Ya ha hecho todo lo que le ha venido en gana durante demasiado tiempo.
– ¿Y tú vas a darle una lección? -rió Claire.
Sin embargo, sintió una sensación desagradable. Se trataba de la misma sensación que le recorría el cuerpo justo antes de que estallara una tormenta eléctrica, antes de que los relámpagos comenzaran a desgarrar el cielo.
– A Weston no se le pueden dar lecciones. Lo único que voy a hacer es incordiarle.
Claire sacudió la cabeza.
– Déjale en paz. No merece que te molestes.
Tessa entrecerró los ojos y miró por encima de Claire, en dirección a algo a lo lejos que sólo ella podía ver. De pronto, su rostro se llenó de dolor, y lágrimas sinceras y heladas bañaron sus ojos.
– Sí, bueno, ¿y qué hizo él para merecer esa pequeña familia perfecta, eh? No es exactamente un modelo de virtud.
– Normalmente la vida no es justa.
– Lo sé, lo sé, pero me fastidia que vivan… esa farsa… Ya sabes, ese icono de sueño americano: hombre fiel, que ama a su mujer, Kendall Forsythe, con esa niña mimada. Incluso tienen uno de esos caniches enanos con pedigrí. -Sorbió y se aclaró la voz-. Hacen que me ponga enferma.
– Eso te tiene que dar igual.
Tessa parpadeó. Intentó reprimir las endemoniadas lágrimas que habían empezado a brotar de sus ojos como chorros discontinuos en el momento en que menos se lo esperaba. Tamborileó con los dedos sobre la repisa y decidió no discutir más con Claire. ¿Qué iba a conseguir?
– Supongo que tienes razón, pero me saca de quicio.
– Déjale en paz.
Debería hacerlo. Claire tenía razón, pero Tessa quería acabar con aquella falsa reputación de Weston, a quien se le consideraba un pilar de la comunidad, un jodido icono para los hombres y mujeres que trabajaban en Industrias Taggert, cuando en realidad Weston era pura maldad, peor que una serpiente de cascabel. Cómo le gustaría exponer al mundo aquella parte oscura de Weston Taggert. Además, aunque nadie excepto Tessa lo supiera, Weston Taggert había conseguido destruir su vida sin ayuda de nadie.
Tal vez era el momento de arruinar la suya.
Claire estaba mintiendo. Kane podía notarlo. Se encontraba tumbado junta a ella en la casita de la piscina. Trató de adivinar qué podría estar ocultándole, a la vez que le acariciaba la curva de sus nalgas desnudas con una mano y la espalda con la otra.
Sabía que la historia sobre la noche en que murió Harley Taggert no era real, cosa que le asustaba tremendamente. ¿Y si Claire había matado a Harley por accidente? ¿Provocaría él, con la exposición de los hechos, que la metieran en la cárcel? Las entrañas se le revolvieron mientras suspiraba medio dormido en la cama donde acababan de hacer el amor. El olor a cloro procedente de la piscina se colaba por las ventanas abiertas, y entre los árboles soplaba el viento, moviendo ligeramente las hojas de abetos y robles.
Claire no podía permitir que se vieran en su habitación con los niños en casa. Por esa razón se habían encontrado allí, en la casita de la piscina, como adolescentes que acuden a hurtadillas a una cita secreta. Aquel lugar estaba lo bastante cerca de la casa para saber que los niños estaban bien, pero también era lo bastante privado para dar rienda suelta a sus deseos.
Y eso es lo que había hecho Kane. Ninguna otra mujer le había tocado jamás como lo hacía Claire Holland St. John. Ella era la única que conseguía remover todo su interior. Sus sentimientos hacia ella, tan próximos al amor que le producían pavor, hacían que Kane se cuestionara todo en lo que creía, todos los planes que había programado para el resto de su vida. Se había obstinado tanto en destapar los pecados de Dutch Holland que había ignorado cualquier otra cosa que no estuviera relacionada con aquella ansia de venganza.
Claire gimió en sueños y Kane la besó en la espalda.
– Kane -susurró ella buscándole, todavía dormida.
Kane sintió una sensación de satisfacción. Dios, qué preciosa era. La luz de la luna se colaba por las persianas, creando sombras plateadas en forma de barras sobre su piel blanca. Tenía la cintura delgada y se le marcaban las costillas.
Estaba tumbada boca arriba, por lo que Kane podía contemplar sus senos. Comenzó a excitarse nuevamente. Con ella nunca tenía suficiente, nunca se saciaba. Claire tenía los pezones suaves y redondos, pero cuando Kane respiró sobre ellos se pusieron duros. Incluso en sueños, Claire reaccionaba.
– Preciosísima princesa -dijo Kane, mientras deseaba que las cosas entre ellos fueran distintas, no tener que utilizarla para su venganza personal, estar con ella con la conciencia limpia y el corazón puro. Sin embargo no era así, tenía un motivo oculto que le había llevado a estar cerca de ella.
La culpabilidad le carcomía la conciencia. No obstante, la abrazó y besó. Claire suspiró, con los ojos medio abiertos, y sonrió con aquella sonrisa sexy e inocente que era la debilidad de Kane.
– ¿Otra vez? -preguntó Claire, bostezando, con el pelo revuelto sobre el brazo de Kane.
Él la besó. Sus labios encajaron a la perfección. Claire deslizó la lengua en el interior de la boca de Kane. Los pezones se le endurecieron, y en pocos segundos su cuerpo adormilado despertó y revivió, y su sangre empezó a hervir, igual que la de Kane.
Claire rodeó el cuello de Kane con sus brazos, quien recostó la cabeza en su canalillo. A continuación, él le separó las piernas con las rodillas y se hundió en su interior con la misma ansia y excitación que un crío de diecinueve años.
– Kane -le susurró Claire al oído, mientras Kane comenzaba a jadear.
El cuerpo de ella empezó a sudar, inclinándose hacia Kane en cada uno de sus empujes, hambrienta de deseo. Kane se movía cada vez más deprisa, agarrándola. Mantenía los ojos cerrados con fuerza, mientras la culpa le retumbaba en el cerebro. No podía hacerlo, no podía traicionarla, no podía amarla con tanta intensidad que dolía. Y después destruirla, a ella y a su familia.
Y entonces alcanzó el climax. Con un grito pronunciado y un empujón final, cayó sobre ella, fundiendo sus cuerpos en una unión maldita por todos los demonios del infierno.
Atormentado, la besó en la frente, notando el sabor salado de su sudor. Podía sentir las vibraciones del cuerpo de Claire a medida que disminuía su orgasmo.
– Nunca pretenderé hacerte daño -le dijo, apartándole el pelo de la cara con los labios.
– No lo harás -contestó ella confiada, mientras levantaba la cabeza para mirarle.
Kane la volvió a besar, larga e intensamente. Sabía que no tenía elección. A pesar de todas las promesas que se había hecho, estaba destinado a traicionarla. Así pues, no importaba lo que pasara, Claire le odiaría el resto de sus días.
Capítulo 30
– Basta. Me estás volviendo loca. ¿Se puede saber qué te pasa? -preguntó Paige, lanzando una mirada de odio a Weston mientras jugaban al bridge. Cogió un puñado de frutos secos revueltos y se dejó caer una almendra en la boca.
– A mí nada -mintió Weston, agitándose mentalmente con el fin de no mostrar sus emociones.
Había estado dando vueltas una y otra vez por la cocina y el estudio, donde Paige, Stephanie, Kendall y Neal estaban jugando a las cartas. Neal estaba sentado en su silla de ruedas, y aunque desde el derrame que había sufrido no podía caminar y apenas podía mover la parte derecha de su cuerpo, hablaba y usaba la mano izquierda lo bastante bien como para jugar semanalmente una partida de bridge.
– Algo te pasa -dijo Neal, observando a su hijo con un ojo entrecerrado-. Siempre te muestras inquieto cuando algo te preocupa.
– A papá no le pasa nada -interrumpió Stephanie-. Dejadle en paz. Mamá, te toca.
Weston se sintió abrigado. Stephanie siempre se ponía de su lado, defendiéndole contra el resto del mundo. Con aquel pelo rubio color trigo y aquellos ojos chispeantes, había heredado la combinación perfecta de genes para convertirse en una chica que quitaría el hipo. Aquella era su niñita. Pero los demás tenían razón. Se estaba volviendo.
Paige, que todavía sufría sobrepeso y llevaba siempre aquella molesta pulsera ruidosa, podía ver a través del alma de su hermano, algo que a Weston le aterraba. En ocasiones, Paige sonreía a Weston de un modo espeluznante, de un modo que parecía sugerir que conocía algo que podría utilizar en su contra, algo que podría amenazar su vida, algo que evitaba que Weston se pasara de la raya con ella. Paige incluso le había lanzado indirectas sobre aquel tema: «Será mejor que no termine muerta en un accidente o algo así, Weston, porque eso no funcionará. Si sufro una muerte inesperada y repentina, la policía irá a por ti», dijo en una ocasión. Weston se rió y le pidió que se explicase, pero Paige sonrió con aquella risita escalofriante y añadió: «No es broma.»
– No nos dejas concentrarnos. -Paige le lanzó una mirada severa y a continuación dirigió la atención a las cartas-. Siéntate o vete.
– No tienes que irte a ningún sitio, papá. -Buena chica, Stephanie. Díselo.
– Estás nervioso -dijo Kendall. En los extremos de su boca se percibía una actitud de desaprobación.
El perro trotó por la cocina, y se detuvo junto a su cuenco de agua.
Weston no podía soportar más sentirse encerrado.
– Tengo que ir a la oficina -dijo.
Kendall le siguió con los ojos. Nunca había confiado en él, creía que Weston iba detrás de cualquier cosa que llevara falda. Aquello no era totalmente verdad, pero Weston se había ganado esa fama debido a todas sus relaciones, ya fuesen buenas o malas.
– ¿Nuevos negocios? -preguntó Neal, que siempre mostraba interés en lo que sucedía en Industrias Taggert.
– No. Es sólo que me quedan algunos cabos por atar.
Weston cogió las llaves y se dirigió a la puerta trasera. Se había levantado un viento que agitaba las ramas de los árboles. Había humo, procedente de unas cuantas hogueras en la playa. El olor se mezclaba con la brisa salada del mar.
Condujo alejándose de la casa y trató de calmarse. Su hermana tenía razón. Estaba histérico. Por varias razones. La primera, y la más importante, era porque Denver Styles llevaba trabajando para él casi una semana y hasta el momento no había conseguido información nueva sobre Dutch o sobre cualquiera de las Holland.
Nada. Nothing. Zilch. El tipo no estaba haciendo su trabajo, o quizá no le estaba contando nada. Probablemente Dutch le había ofrecido más dinero, lo que sería un error por su parte. Un gran error.
La segunda razón era que estaba teniendo lugar la excavación de la fase más reciente de Stone Illahee. A Weston se le revolvió el estómago, y la bilis le alcanzó la garganta. Como colofón, Dutch iba a hacer oficial el anuncio de su candidatura a las próximas elecciones a gobernador en una fiesta que tendría lugar el próximo fin de semana. A Weston le ponía enfermo la simple idea de que Benedict Holland tuviera una posición de poder en el Estado. No, no podía ser.
Weston conducía como poseído, superando el límite de velocidad permitido, derrapando por las curvas, hasta que finalmente su oficina. Iba a encontrarse con Styles aquella noche, y no podía esperar. Debía conseguir que el dinero que había invertido en aquel tipo sirviese de algo. En algún lugar de su mente se preguntó si Styles le había estafado. ¿Por qué Denver Styles se había embolsado el dinero que Weston le había entregado y no le había informado a cambio? Weston había tomado una decisión. O Styles le proporcionaba información, importante información, o haría que se las pagase.
Weston apretó los dientes y los labios se le tensaron, presionando contra la dentadura. No le gustaba que le engañasen. Había trabajado duro durante mucho tiempo precisamente para que no le engañasen. Así pues, si Styles estaba jugando con él, se las pagaría. Se las pagaría con su puñetera vida. Como todos los que habían intentado burlarse de él en el pasado.
Cuando llegó al edificio donde se encontraba su oficina, abrió con llave la puerta trasera, tal y como le había dicho a Styles que haría. Seguidamente, cogió el ascensor hasta su oficina. Se acababa de servir un buen chorro de brandy y de aflojar el nudo de la corbata, cuando Denver Styles, vestido de negro, entró en la oficina.
Weston avanzó hacia el mueble bar, pero Styles sacudió con la cabeza, rechazando la oferta. Styles se apoyó en el ventanal y miró hacia el exterior.
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