– No -susurró Claire, con la voz quebrada por el dolor-. No. No. No.

– Me la encontré volviendo a casa, atontada. Aún llevaba la piedra -interrumpió Miranda, con la voz sorprendentemente tranquila-. Me contó lo ocurrido. Yo hice una llamada anónima a la policía desde una cabina, pero la policía ya se había personado porque el dueño de otro barco había visto el cuerpo. Entonces me dirigí con el coche hacia casa y fue cuando te encontramos.

– ¿Y la sangre de tu falda era por el bebé?

– Sí -susurró Miranda-. El bebé de Hunter.

– ¿Y qué… qué pasó con la roca con la que Tessa golpeó a Harley?

– No lo sé. Me deshice de ella cuando paramos el coche para decirte que Harley había muerto. ¿Te acuerdas de aquel tramo de la carretera?

Claire asintió con la cabeza. Tenía el rostro pálido como la muerte, y el gesto desencajado por el horror. No tenía ni idea de lo que le estaban contando sus hermanas.

– La lancé hacia el bosque.

Claire se puso de pie y corrió hacia el extremo opuesto del porche. Una vez allí, se apoyó en la baranda y vomitó todo lo que llevaba en el estómago. Lloraba y seguía vomitando desesperadamente.

Mientas tanto, todo lo que podía hacer Kane era permanecer escondido entre las sombras. Quería correr hacia ella, estrecharla entre sus brazos, consolarla. A pesar de sus mentiras. A pesar de todos los años y todas las circunstancias que les habían separado. Pero no podía.

Tampoco podía escribir la historia sobre la muerte de Harley Taggert. Ahora no, cuando conocía la verdad. Podría arruinar demasiadas vidas inocentes. La venganza personal contra Dutch Holland había acabado. Así debía ser. Dutch, el cabrón, era el padre de Claire y también el abuelo de su propio hijo. Kane, cobijado bajo la sombra del seto, decidió que destruiría todos sus archivos. Si las hermanas querían delatarse, allá ellas, pero él no lo haría ni llevaría a Tessa ante los tribunales. Si Weston Taggert era realmente el asesino de Jack y Hunter, pronto se descubriría.

En cuanto a Claire y a sus mentiras sobre Sean, tenía que hablar con ella en otro momento. Kane vio cómo Miranda echó de repente la silla para atrás y se dirigió hacia Claire.

– Todo irá bien -susurró, mientras las dos hermanas se abrazaban.

– Pero ¿qué pasa con Weston? -dijo Tessa-. No podemos dejar que se libre de todo esto.

Miranda tenía una expresión seria.

– La policía se dará cuenta de que falseó los documentos laborales de Hunter. Atarán cabos. Además, he estado investigando con la ayuda de un amigo del departamento, Frank Petrillo. Alguno de los negocios de Weston, en particular el que intenta cerrar con una tribu para abrir un casino, no está en regla. Así que va a tener más problemas con la justicia de lo que jamás hubiese pensado. Aunque eso ya no importa.

– Claro que importa -dijo Tessa, con tono distante-. Tiene que pagar.

– Shh. No hables así -le pidió Miranda-. Y ten esperanza. Sé que es difícil, pero las cosas acabarán saliendo bien.

– Nunca irán bien -dijo Tessa.

Kane, con sentimiento de culpa sobre los hombros por escuchar a escondidas como un vulgar fisgón, se escabulló en dirección al camino que bordeaba el lago. Sin embargo, pudo escuchar la voz de Tessa tras él.

– Pienso que estamos condenadas -continuó como absorta-. Cada una de nosotras.

Capítulo 31

Claire no podía comer ni dormir. Tras las revelaciones de la noche anterior, había pasado horas agitada y dando vueltas en la cama, mirando el reloj y recordando a Harley, al dulce y encantador Harley. Le había querido con un amor inocente de juventud, y no se había cuestionado sus sentimientos hacia él, hasta que apareció Kane. A pesar de sus errores, de sus defectos, no merecía morir y Tessa tampoco merecía ser una asesina.

Claire se duchó y vistió. Llevó a los niños a Stone Illahee, para que asistieran a sus clases de tenis y pasaran el día en la piscina. Más tarde, volvió a casa y se preguntó qué podría hacer para recuperar un poco de orden en su vida. Consideró la idea de llamar a la policía. Alcanzó el teléfono en varias ocasiones, pero luego decidió dejar a Miranda al mando. Después de todo, Miranda trabajaba en la oficina del fiscal del condado de Multnomah, la ciudad más grande de Portland. Así pues, como funcionaría de la justicia, debía de ceñirse a la verdad y seguir las leyes al pie de la letra. Las autoridades de Chinook acabarían siendo informadas.

«¿Y tú qué? ¿Es que no te preocupa lo que está bien y lo que está mal? ¿La muerte de Harley? ¿La violación de Weston a Miranda? ¿La pérdida del bebé de Miranda y Hunter?»

El dolor le desgarraba el corazón. Todo aquello la atormentaba. La atormentaba muchísimo.

Igual que cuando era una niña, sintió la necesidad de salir corriendo, de ignorar todo aquello que le quedaba por hacer. Caminó hacia la cuadra y contempló las nubes flotando en el cielo. ¿Qué más daba? En pocos minutos estaba ensillando la pequeña yegua y trotando hacia su habitual sendero cubierto de hierbajos, en dirección al terreno sagrado de las tribus nativas americanas. Se trataba de aquel claro del bosque situado en el risco, sobre el que Ruby le había advertido hacía años. Aquel lugar especial donde Kane y ella habían hallado el amor.

Kane. El corazón se le encogió al pensar en él. Seguramente Kane descubriría la verdad, destaparía las mentiras. De un modo u otro averiguaría que Sean era su hijo. ¿Y entonces qué? ¿Odiaría a Claire durante el resto de sus días, la abandonaría, lucharía por la custodia? Las ideas le daban vueltas en la cabeza. Oh, Dios, tenía que contárselo, y pronto.

Una bandada de gaviotas volaba por encima de los árboles, y las telarañas, entre las ramas, brillaban con el rocío de la mañana. Mientras la yegua trotaba segura en dirección a las nubes, varias hojas abofetearon el rostro de Claire.

Una vez en el risco, Claire aminoró el paso y dirigió la yegua hacia la zona de acampada donde se había encontrado con Kane. Sin embargo, aquel día no estaba y, excepto los restos de cenizas frías de una hoguera apagada, no había indicios de que nadie hubiera estado allí. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral, la carne se le puso de gallina y se preguntó si Ruby tendría razón, si los espíritus de los muertos habitaban en aquel pedazo de tierra.

Desilusionada, dejó que la yegua pastara y, sobre la silla de montar, contempló el océano oscuro y misterioso desde la cumbre. Las nubes se agolpaban en el cielo, amenazantes. Se dio cuenta de que en realidad no le apetecía cabalgar, sino que lo que quería era volver a ver a Kane. No necesitaba volver a ver aquel lugar lúgubre, sino a Kane.

Y eso era lo que haría.

– ¡Arre! -Tiró de las riendas. Hizo que el caballo girara en dirección a casa, presionó fuerte con las rodillas y ordenó a la yegua galopar. Por alguna razón, parecía sentir que el tiempo se le agotaba, que si no encontraba a Kane y le contaba la verdad sería demasiado tarde.


La última persona a la que Weston esperaba encontrar en su oficina era a Tessa Holland. Pero allí estaba, sentada en el sofá, con sus bonitas piernas cruzadas y un cigarrillo consumiéndosele en la mano. De algún modo, había conseguido burlar a la nazi de su secretaria, pero a Weston no le importaba. Tessa estaba tan sexy como siempre. Llevaba un jersey blanco ajustado y una falda negra corta. Weston sintió cómo su pene empezó a palpitar. Maldijo en silencio su libido hiperactiva, pues siempre conseguía meterle en problemas. En serios problemas.

– Tessa -dijo, intentando parecer despreocupado. Apoyó el trasero en una esquina de su escritorio y se dio una palmada en la rodilla con las manos-. ¿A qué debo el honor?

– Creí que ya era hora de poner las cartas sobre la mesa.

– ¿Las tuyas?

– No. Las tuyas. -Dio una calada a su cigarrillo y expulsó una bocanada de humo-. ¿Te has enterado de que han encontrado el cuerpo de Hunter Riley en la zona de excavación de la ampliación de Stone Illahee?

Weston tenía que andarse con cuidado. Obviamente, Tessa sabía más de lo que él pensaba.

– Escuché que habían encontrado a un chico, que suponen que es Riley por un anillo que llevaba, pero que no tendrán los resultados definitivos hasta que se realicen las pruebas dentales.

– Es sólo cuestión de tiempo. -Tessa ladeó la cabeza y miró a Weston de una manera que le produjo escalofríos-. Fuiste tú, Weston -le dijo-. Todas lo sabemos, porque mentiste cuando contaste que estaba trabajando en la plantilla de Canadá. -Chasqueó con la lengua-. Sabes, pensaba que eras más listo.

– Así que, has venido aquí para… ¿acusarme de asesinato? -rió-. Vamos, Tessa. Relájate. Según recuerdo, lo pasamos bien juntos. ¿No es por eso por lo que has venido, por lo que has vuelto?

– Ni en tus sueños. Sólo quería jugar contigo.

– Tessa, cariño…

– Según recuerdo yo, a veces también lo pasamos mal -dijo, abriendo un poco más sus ojos azules-. Como cuando me golpeaste y me obligaste a agacharme y a chupártela.

– Bueno, yo no…

– ¿Y qué me dices de cuando violaste a Miranda? ¿Te acuerdas? Sufrió un aborto. ¿Lo sabías? -Tessa se levantó y avanzó rápidamente hacia Weston. Se colocó cerca de él y le clavó en el pecho dos de sus dedos, con los cuales continuaba sujetando el cigarrillo, marca Virginia Slim. Tenía una actitud autoritaria y vengativa. Ya no era aquella niñita asustadiza-. Tu ataque fue tan brutal que perdió el bebé. Y yo estaba tan débil, tan jodidamente inútil, que ni siquiera pude ponerme en pie para ayudarla. Debí haberte matado entonces, Weston, y ahorrárselo al Estado cuando te condenen por el asesinato de Hunter Riley.

– Yo no lo hice…

– Entonces sabes quién fue. -Dejó caer la ceniza en la moqueta-. Más vale que consigas un buen abogado, porque lo vas a necesitar.

– No tienes ninguna prueba de lo que estás diciendo -replicó Weston, sereno por fuera, pero deshecho por dentro-. ¿Y quién te va a creer? ¿Cuántos psiquiatras has visitado en los últimos quince años? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Y no corrían rumores de que te tirabas a uno de tus terapeutas? Por Dios, Tessa, no sé de qué estás hablando. No eres más que otra psicópata chiflada.

Tessa no retrocedió ni un milímetro.

– ¿Y qué me dices de Jack Songbird? ¿Sabes que encontraron su cuchillo junto al cuerpo de Hunter? -Sonrió de una forma extraña, curvando sus labios carnosos pintados con pintalabios rojo brillante. Se dio un golpecito en la cabeza, como si le hubiera venido algo a la cabeza, y continuó preguntando-: ¿No te vi yo con aquel cuchillo? ¿Recuerdas? Justo después de que te rayasen el coche.

Weston empezó a sudar, pero estaba demasiado acostumbrado a aquel tipo de juegos para dejarse vencer.

– Estás chiflada, ¿verdad?

– Vas a caer, Taggert, es cuestión de tiempo. Sólo quería que supieras que estoy deseando testificar, no sólo por lo del cuchillo, sino también por todo lo demás. No tengo nada que perder y, ¿sabes qué? me siento bien.

Weston rió, aunque lo que de verdad quería era estrangularla.

– Adelante. No tengo nada que ocultar. ¿Por qué iba yo a querer asesinar a Riley o a Songbird?

– Buena pregunta, pero ya sabes -dijo apagando el cigarrillo en una bandeja de metal que había situada sobre la mesa, cerca del sillón-, a la policía se le da bien averiguar los móviles. Ah. -Se detuvo, como si se hubiese olvidado de algo, aunque su actuación era tan impecable que Weston estaba seguro de que lo tenía todo preparado- supongo que sabrás que también están investigando tus negocios.

– ¿Mis negocios? -se le hizo un nudo en la garganta.

– Sí, no estoy segura de qué rama del gobierno lo está investigando, Hacienda, el Estado o algo así, pero más te vale rezar para que tus cuentas estén en regla. -Cogió el bolso, y se dirigió hacia la puerta-. Vine a darte la buena noticia porque imaginaba que te lo debía, dado todo lo que has hecho por mí y por mi familia. -Le tiró un besó y agarró el pomo de la puerta-. Nos vemos en los tribunales.

Y se fue de la oficina, dejando atrás el aroma a humo y a perfume caro. Estaba tirándose un farol, tenía que ser eso. ¿O le odiaba tanto que era capaz de humillarse testificando contra él? ¿No existía un artículo de prescripción para los casos de violación y agresiones o… había cambiado? En cuanto al asesinato… «Piensa, Taggert. Piensa. Has estado en aprietos peores que éste. ¡Tiene que haber una solución!»

Rodeó el escritorio y se sentó en la silla. El corazón le iba a mil por hora y tenía el cuerpo empapado en sudor. Creyó que iba a perder el control de su estómago, pero la sensación desapareció cuando se dio cuenta de que guardaba un as en la manga. Todo lo que tenía que hacer era librarse de Tessa. Y también de Sean. El chico era hijo de Harley, una amenaza para la herencia, así que tendría que encargarse de él. Weston había trabajado mucho y duro. Había tenido que quitar a más de una persona de en medio con tal de conseguir todo el dinero de los Taggert. El único rival que le quedaba en la repartición de la fortuna era Paige, pero nunca había podido librarse de ella. Necesitaba que Paige cuidara del viejo. Además, había algo en ella, en aquella forma que tenía de elevar la barbilla, o en el brillo de sus ojos, que le advertía que podía ser muy peligrosa. Weston estaba convencido de que Paige, aunque nunca le había dicho nada, conocía todas las barbaridades que él había cometido; las mantenía ocultas y esperaba el momento oportuno para utilizarlas en su contra.