– ¿Sean?
Pillada.
Tessa le había visto. No importaba lo que pasara, se lo diría a su madre. A no ser que Sean hablara con ella. Sean se detuvo y se volvió. El rostro de Tessa, iluminado bajo una farola, estaba pálido y ojeroso. Leía el miedo en sus ojos.
– Creo que deberías subir al coche.
– No… Yo…
Entonces se percató de la presencia de un tipo, sentado en el asiento del copiloto. Aquel hombre tenía el rostro sombreado, oculto bajo la oscuridad y la niebla. Aun así, las vibraciones que Sean percibió no fueron buenas, además de la mala cara que tenía su tía.
– Tu madre está preocupada.
Peor para ella.
– Lo superará.
– Sean, por favor.
Dios, su voz sonaba desesperada, tensa.
– No. -Se dio la vuelta, dispuesto a marchar, cuando vio al hombre moverse, salir del coche. La adrenalina fluyó por sus venas. El temor hizo que se lanzase sobre el monopatín, pero el hombre dio la vuelta al coche en un instante.
– Será mejor que entres en el coche -le dijo a Sean con una voz que le aterrorizó.
Sean saltó sobre su monopatín, pero el hombre le cogió bruscamente del brazo.
– Vamos, Sean -le dijo mientras se abría la chaqueta para que Sean pudiese ver el arma que llevaba enfundada-. Ya.
Kane golpeó suavemente la mesa con el lápiz mientras ojeaba sus notas. Allí se hallaban los informes de la autopsia de Hunter Riley y Jack Songbird, dos personas que habían muerto en circunstancias desconocidas, igual que Harley Taggert, hacía dieciséis años. Tres hombres que, según parecía, tenían poco en común, aparte de vivir en Chinook y trabajar para Neal Taggert. Harley, amante de Claire, era un muchacho rico y consentido que no encajaba en su trabajo; Jack, un nativo americano rebelde de actitud inconformista; y Hunter, un chico que se había desencaminado pero que luego había intentado enmendarse. Este último también había estado enamorado de Miranda y la había dejado embarazada.
Dos de los hombres habían estado relacionados con las Holland. Dos de los hombres pertenecían a la clase baja de la ciudad. Los tres habían muerto antes de tiempo.
¿Por qué?
¿A quién le beneficiarían aquellas muertes?
Si Tessa había matado a Harley, ¿había matado a los otros dos también? ¿Con qué fin? No parecía una psicótica, y había matado a Harley pensando que era Weston… Kane hizo una mueca mientras pensaba en el mayor de los hijos de Neal Taggert. Prepotente. Manipulador. Pura maldad. La pistola que habían encontrado en el agua seguía sin ser reclamada. Sin embargo, Kane había podido averiguar que Mikki Taggert había adquirido un revólver de pequeño calibre hacía años, en una feria de armas. Había conseguido dicha información entrevistando a una antigua criada que había estado trabajando en la casa de los Taggert. La doncella juró haber visto una pistola en el cajón de la cómoda de Mikki, y aunque era igual que la pistola encontrada en la bahía, cerca del cuerpo de Harley, la criada no podía asegurar que se tratara de la misma. Además, le había explicado que, meses antes de la muerte de Harley, robaron o perdieron el revólver. En diversas ocasiones se interrogó al personal de la casa acerca de objetos perdidos, uno de los cuales era la pistola.
Pero a Harley no le mataron de un tiro. No tenía una herida de bala. La pistola se encontró cerca de su cuerpo, pero todas las balas estaban en el tambor.
Tessa mató a Harley.
Tessa no pudo haber matado a Jack o a Hunter.
Kane indicó en un mapa los lugares donde se encontraba todo el mundo cuando atacaron a Jack, suponiendo que no se hubiese caído por accidente del acantilado, lo cual descartó, ya que existían más asesinatos. Había demasiadas coincidencias. No. Kane no creía en las coincidencias.
Miró su ordenador portátil, en cuya pantalla había una imagen de un mapa de Chinook y alrededores. Faltaba algo. Maximizó otra ventana y comprobó la lista que había confeccionado con los principales protagonistas del misterio: Holland, Taggert, Songbird, Riley, y se preguntó acerca de la conexión entre ellos.
Existían rumores generalizados acerca de que ambos, Neal Taggert y Dutch Holland, no eran monógamos. Diablos, su propia madre había sucumbido a los encantos del viejo Benedict. Kane contrajo la mandíbula mientras consideraba su propio papel en aquel drama, más parecido a una telenovela, teniendo en cuenta el accidente de su padre, la traición de su madre y el encaprichamiento de Kane hacia Claire Holland. Era como si todo el mundo en Chinook estuviese liado con todo el mundo.
Había habladurías sobre hijos ilegítimos de Neal Taggert. El viejo había estado relacionado amorosamente con varias mujeres de la localidad.
Años atrás, las pruebas de ADN no estaban disponibles, al menos no eran tan conocidas. Sin embargo, ahora eran posibles. La paternidad se podía probar. Donde antes sólo había rumores o pruebas sanguíneas que pudiesen demostrar la posibilidad de la paternidad de un hombre, ahora se podía tener la certeza. Kane lo había comprobado. Las pruebas sanguíneas realizadas hacía años concluyeron que Hunter Riley podía haber sido hijo de Neal Taggert. En cambio, Jack Songbird no, a pesar de los rumores que se habían extendido por paseos, bares, iglesias y cafeterías de Chinook.
Kane había intentado hablar con Neal Taggert en numerosas ocasiones, pero el viejo se había negado a verle. Aquella noche, la noche en que su rival iba a anunciar su candidatura a gobernador, parecía ser un buen momento para que Neal Taggert confesara.
¿Cómo es ese dicho, «Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma»? Algo así. En fin, definitivamente la montaña iría a Mahoma.
Dejando sus notas sobre la mesa, Kane cogió las llaves y salió de la vieja y estropeada cabaña donde había crecido.
En el exterior, la niebla era densa y húmeda, la cual le envolvió el cuello y le alisó el pelo. Sin embargo, Kane no prestó atención a la bruma. Se colocó tras el volante, introdujo la llave en el contacto y puso el vehículo en marcha. Aquella noche, cayese quien cayese, averiguaría la verdad.
Las luces de los faros cortaban la noche, dos rayos que penetraban en la densa niebla. Un coche, una especie de todoterreno, se detuvo en el paseo circular. Cuando Paige ojeó entre la persiana, tuvo un mal presentimiento. Nadie iba a visitarles, a ella o a su padre, por la noche. No, no podía ser nada bueno. Se mojó los labios, nerviosa, mientras observaba a un hombre moverse en el asiento del conductor. Cuando se abrió la puerta del vehículo, se encendió la luz interior. El corazón de Paige se encogió al reconocer a Kane Moran. Las facciones de Kane estaban borrosas en la oscuridad, pero aun así pudo reconocerle. Maldita sea, aquel tipo era como un grano en el culo, como un chicle pegado en la suela del zapato en un día de calor.
Paige no esperó a que llamara al timbre. Le abrió la puerta cuando Kane iba por el segundo escalón del porche que rodeaba la casa. Una casa situada en las montañas, la misma en la que Paige llevaba viviendo toda la vida.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó, avanzando hacia el porche para que su padre no pudiera oír la conversación.
– Tengo que ver a tu padre.
– Está descansando -contestó rápidamente-. Está inválido. Se acuesta pronto.
– Me ha estado evitando.
– ¿Y le culpas? -Por Dios, el tipo no se daba por aludido y Paige estaba empezando a ponerse nerviosa. Miró de reojo las ventanas del estudio, donde su padre estaba viendo la televisión-. Estás removiendo demasiado dolor para él. Pensaba que tendrías la decencia de dejar las cosas tal y como están.
– Yo sólo quiero la verdad.
– Y sacar provecho de ello -dijo, levantando una ceja con desdén-. No intentes elevar todo esto a nada más que lo que es: una persona haciendo dinero a costa de la tragedia de otra.
– ¿Es eso lo que crees que estoy haciendo?
Elevó un extremo de la boca formando una atractiva sonrisa, la misma que Paige recordaba de su juventud, antes de perder diez kilos, antes de llevar la ortodoncia, antes de aprender a teñirse el pelo y cortárselo con un estilo favorecedor, antes de descubrir la magia del maquillaje. Se trataba de la misma sonrisa de complicidad que los amigos de Weston le dedicaban mientras se mofaban de ella despiadadamente.
– Sé lo que estás haciendo.
– ¿De qué tienes miedo?
– ¿Yo? -preguntó mientras empezaba a sudar nerviosamente-. De nada.
– Entonces déjame ver a Neal. Déjame escuchar lo que tiene que decir.
– No, ahora no, le molestarás.
– ¿Preferiría una citación judicial? -preguntó Kane. La sonrisa desapareció de su rostro. El brillo de sus ojos reflejaba determinación-. Porque ése será mi próximo paso. Creo que tengo suficientes pruebas para demostrar que tu hermano fue asesinado y que el asesino fue alguien a quien conocíais. Pensé que tu padre y tú querríais conocer esa información. Estoy seguro de que la policía querrá. No hay ningún artículo de prescripción en casos de asesinato, ya sabes, y como recordarás, murieron tres hombres aquel verano. Tres hombres jóvenes. Harley sólo fue uno de ellos. Creo que todos están conectados, y el hilo que los une es que los tres trabajaban para tu querido padre. Ahora bien, o hablo con él aquí y ahora o le mostraré al distrito del fiscal lo que he descubierto y Neal tendrá que hablar con un detective de homicidios.
– Ya lo ha hecho, docenas de veces. -La voz de Paige sonaba convincente, pero las palmas de sus manos estaban húmedas, e hizo todo lo posible por no secárselas en el pantalón.
– Bueno, eso sólo fue un precalentamiento para lo que está por llegar -dijo Kane.
Por el rabillo del ojo, Paige vio moverse la persiana del estudio, unos dedos entre las láminas, unos ojos de anciano tras el cristal observando.
– Vete a casa y déjanos en paz.
– No puedo.
Tap. Tap. Tap. Paige y Moran se volvieron hacia la ventana. Neal abrió la persiana e hizo un gesto para que entraran. Paige quiso que la tierra se la tragara. Sacudió la cabeza, pero Neal frunció el ceño y empezó a gesticular bruscamente.
– Parece que quiere charlar -observó Kane, y pasó junto a Paige, hacia la puerta.
Ella le agarró fuerte del brazo.
– No sé qué has averiguado, pero creo que antes tendrías que hablar conmigo.
– ¿Algún peso del que te quieras librar?
Paige se humedeció los labios. La verdad le martilleaba en la cabeza. Imágenes de la noche de la muerte de Harley. Visiones horribles. Recuerdos oscuros. Estaba tan oscuro, solamente unas pocas farolas del puerto. El velero chocaba contra el amarradero. Los mástiles se elevaban en las alturas. Las luces brillaban en el interior. En la lejanía, Paige oía ruido de fiesta y música flotando sobre el agua. Había gente en cubierta, un hombre alto que Paige reconoció como Harley y una mujer rubia que llevaba algo en la mano. Un arma.
Paige se estremeció. Aunque se encontraba lejos y estaba oscuro, Paige pudo recordar cómo la mujer había golpeado a Harley por detrás. Ferozmente. Furiosamente. Lo bastante fuerte para que el sonido, el desagradable crujido de huesos resonara sobre las aguas. Paige, de pie entre las sombras, comenzó a respirar con dificultad y dejó caer la pistola con la que pretendía asustar a Harley para hacerle despabilar, para hacerle darse cuenta de que Kendall era la mujer a la que amaba. Pero ahora… Aquella rubia… ¿Kendall?… Estaba furiosa, como poseída, golpeando a Harley en la cara. Paige había dejado caer la pistola de su madre. El revólver resbaló por el embarcadero, hasta caer en el agua con un fuerte plop. Paige no esperó a que la descubrieran. Dio media vuelta y corrió tan rápido como sus piernas le permitieron en dirección a su bicicleta, escondida entre los coches aparcados. Seguidamente, pedaleó tan deprisa como pudo, antes de que Kendall la viera, antes de que la dulce y preciosa Kendall se diera cuenta de que Paige había presenciado su crimen.
«Deberías haberte quedado allí. Deberías haber pedido ayuda. Deberías haber hecho algo por salvar la vida de tu hermano, aunque eso significase incriminar a la única chica que te había tratado con una pizca de dignidad. Sin embargo, huíste para que nadie te viera, dejando allí el arma, dejando que Harley se ahogara. Cabía la posibilidad de que le hubieras salvado. No murió del golpe, sino porque se ahogó, y tú sabías nadar, habías estado en el equipo de natación…» La culpa la carcomía por dentro. Se dio cuenta de que estaba llorando. Las lágrimas le corrían por las mejillas mientras Kane Moran la observaba. Se había acabado. Por fin se iban a descubrir todas las mentiras.
– Sí -dijo finalmente, golpeándose la cara con el dorso de la mano. No había razón para intentar proteger a Kendall durante más tiempo. Además, el encaprichamiento de Paige hacia su amiga se había desgastado con el paso de los años… ¿Cómo podía Kendall haberse casado con Weston? Harley era débil, pero Weston… era una persona cruel-. Tal vez tengas razón -admitió-, pero hay algunas cosas que quiero contarte sin que mi padre escuche.
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