Abrió la puerta y guió a Kane hacia el estudio donde su padre estaba a punto de enterarse de que su nuera, la madre de su nieta, había asesinado a su hijo.
Paige hizo entrar a Kane en el estudio. Su padre estaba sentado en su silla de ruedas. Neal miró a Kane de arriba abajo, luego hizo un gesto a Paige en dirección al mueble bar.
– Ofrece una copa a nuestro invitado.
– No hace falta, gracias -dijo Kane, negando con la cabeza.
– Pues a mí sí. Tomaré un cubata de güisqui escocés.
Paige dudó.
– Pero el doctor ha dicho que…
– Al diablo con ese matasanos. Sírveme un trago. ¿Qué más me puede hacer? ¿Dejarme en una maldita silla de ruedas? -ordenó Neal.
Paige sabía que no se podía razonar con él. Tenía un humor de perros. De acuerdo. Entonces le pondría un güisqui doble, no, tal vez triple. A Neal no pareció importarle que Paige le pasara el vaso y él le diera un buen trago.
– Ahora, ¿por qué demonios estás aquí? ¿Por ese puñetero libro que estás escribiendo?
– Esa es la principal razón.
– Entonces dime, ¿quién mató a mi hijo?
– Todavía estoy trabajando en ello -Kane miró a Paige, que miraba la televisión, donde se emitía una vieja repetición de una comedia que a su padre le encantaba-. Pensaba que vosotros dos podríais ayudarme.
– Bah. Yo ya dije lo que tenía que decir hace mucho tiempo. ¿Crees que mi historia va a cambiar?
– No, pero pensé que podría arrojar algo de luz sobre quién podía querer ver muerto a Harley.
Kane tenía una teoría en la que había estado trabajando. Sabía que Tessa había golpeado a Harley en la cabeza, que principalmente había sido ella quien le había propinado el golpe que le había arrebatado la vida, pero faltaban algunas piezas en el rompecabezas. El revólver en el agua no tenía sentido. Harley se ahogó, con un fuerte golpe en la cabeza. Sin embargo, no fue lo bastante fuerte para hacer que se desmayase. Así pues, ¿por qué no había intentado salvarse?
– ¿Quién?
– Eso es lo que le estoy preguntando.
Paige apenas podía respirar. Se estaba acercando.
– Tenía problemas con las mujeres. Más que Weston. No podía elegir entre Claire Holland o Kendall Forsythe, que ahora es la esposa de Weston -resopló, como si para él fuera una elección fácil. Kane se irritó visiblemente, pero Neal no pareció notarlo-. Kendall venía de una buena familia, la quería, de verdad, pero todo se torció cuando apareció la chica de los Holland, la mediana. Le tenía tan bien cogido que Harley pensaba que se iba a casar con ella. -Bufó enojado. A continuación, agitó la bebida-. En mi opinión, probablemente fue ella. Harley debió de haber roto el compromiso… y ella enloqueció.
Todos los músculos de la espalda de Kane se contrajeron. Su sonrisa hacía rato que había desaparecido.
– No lo creo. Según Claire, fue ella quien rompió el compromiso.
– Sí, claro. -Neal razonaba como si pensara que nadie sería tan estúpido-. Siempre le dije a la policía que había sido ella. Harley no se cayó por la borda, golpeándose la cabeza y ahogándose.
– ¿No como Jack Songbird? -replicó Kane.
– ¿Qué estás diciendo? ¿Que los mató la misma persona?
– Y a Hunter Riley.
– Por el amor de Dios, estás escribiendo una obra de ficción, ¿verdad?
– Lo único que quiero saber es quién saldría beneficiado con la muerte de Harley.
Paige tragó saliva mientras su padre observaba a Kane por encima de las gafas.
– Bueno, eso es bastante fácil de adivinar, ¿no? Pero créeme, Weston no mató a su hermano.
Los ojos de Kane se estrecharon y Paige notó las chispas en su mirada. Era como si Kane estuviera esperando a que Neal pronunciara aquellas palabras.
– ¿Por qué no?
– Porque estaba lejos de aquí. Ni siquiera se encontraba en la ciudad.
– ¿Estás seguro?
Hubo un momento de duda. Durante aquella fracción de segundo Paige supo que su padre estaba mintiendo. Lo había estado haciendo durante dieciséis años. Igual que ella.
– Ya dije que estaba conmigo, ¿no?
– Durante la mayor parte de la noche. Luego estuvo con Kendall, y el resto aún no se sabe.
«¿Kendall? ¿Ella y Weston habían mentido para protegerse el uno al otro?» No tenía sentido.
– Estás pescando, Moran, sin ningún anzuelo -el anciano rió como si se hubiera marcado un tanto sobre Moran.
Sin embargo, Paige pensaba de otra forma, y supo que aquella noche tendría que contar la verdad. Había vivido con la mentira durante demasiado tiempo. Siempre leal a Kendall por razones equivocadas. Había intentado proteger a la única amiga que pensaba que tenía, y ¿para qué? Todo iba a salir a la luz, y Weston estaba perdiendo el control. Sólo era cuestión de tiempo que su hermano se acabara delatando. Entonces todo el mundo, incluidas Kendall y ella, correrían peligro.
– No me gusta… -Claire se frotó los brazos y contempló la noche húmeda y brumosa.
Sean llevaba desaparecido horas, no las necesarias para denunciar la desaparición de una persona pero sí las suficientes para pasar de estar preocupada a crispada y finalmente desesperada. Por primera vez deseó haberse dejado convencer y haberle comprado un teléfono móvil para comunicarse con él. Le había esperado y buscado. Ahora, le gustase o no, se vio obligada a coger el teléfono y llamar a Kane al móvil.
Kane atendió la llamada tras el segundo tono.
– Moran.
Claire se apoyó sobre el borde de la repisa de la cocina. La voz de Kane era tranquilizadora, sin embargo, hizo que rompiera a llorar.
– Soy Claire.
– ¿Estás bien?
– No… La verdad es que no. Es Sean. Ha desaparecido.
Kane de pronto tomó aliento.
– ¿Desde cuándo?
– Hace unas cuatro horas.
– ¿Dónde podría haber ido?
– No lo sé. Discutimos y… y… -«¡Cálmate, Claire!»- se marchó. Pensé que iría a alguna parte hasta que se le pasara, ya sabes, que cuando se le pasara volvería. Eso es lo que suele hacer siempre.
«Pero nada es normal desde que volví a Oregón.» Miró por la ventana. No podía ver nada a través de la densa niebla.
– ¿Sobre qué discutisteis?
Claire dudó. A continuación se atrevió.
– Le dije la verdad sobre ti. Que tú eras su padre.
– Y supongo que la noticia no le hizo ilusión.
Claire resopló.
– En absoluto.
– ¿Dónde podría haber ido?
– No lo sé. Le esperé un par de horas y luego salí a buscarle con el coche. -Se mordió el labio y pasó un dedo a lo largo del borde la repisa-. Fui a un par de sitios donde los críos suelen juntarse. Luego llamé a tres chicos de los que Sean me ha hablado desde que estamos aquí, pero no le encontré, y si los chicos saben dónde está, no me lo han querido decir.
– Tampoco hace tanto tiempo.
Pero había algo en la voz de Kane, algo que no decía.
– Ya -dijo Claire. Justo entonces oyó un pitido en el auricular-. Está entrando otra llamada. Debo cogerla. Podría ser Sean.
– Voy de camino, estoy sólo a unos veinte minutos. Llegaré enseguida. No te muevas de ahí -dijo Kane, y colgó.
Claire cogió la llamada que había en espera.
– ¿Hola?
– ¿Claire? -la voz de Tessa sonaba lejana y asustada.
– ¿Dónde estás?
– Sean está conmigo.
– ¿Le has encontrado? Bien. Tráele a casa. -Miró el reloj-. Si nos damos prisa podemos llegar a la fiesta.
– No voy a ir.
– ¿Por qué no? -El pavor le rozó el corazón-. Espera un momento. Déjame hablar con Sean.
– No puedo.
¿No parecía que a Tessa le costara articular las palabras?
– ¿Por qué no? -preguntó.
– Porque es demasiado tarde, Claire. Demasiado tarde para todos.
– Espera, Tessa. ¿Dónde estáis? Dime dónde estáis e iré a buscaros.
Clic. La llamada se cortó.
Claire estaba orientada hacia la izquierda, mirando por la ventana las agitadas sombras. Tessa tenía a Sean, estaban juncos. Tessa había matado a Harley. Tessa parecía desesperada al teléfono, diferente. Dios santo, ¿qué pensaba hacer?
Rápidamente, volvió a coger el teléfono y marcó el número de Kane. Un tono. Dos. Tres.
– Vamos, vamos. -Pero saltó el buzón de voz y Claire colgó el teléfono frustrada.
Kane venía en camino, ¿no era lo que había dicho? «Dale tiempo a que llegue.» Necesitaba tranquilizarse, pensar con claridad. ¿Qué podía hacer? Llamar a Miranda. Como ayudante del fiscal del distrito tenía suficientes contactos en el departamento policial para conseguir la ayuda que necesitaban para encontrar a Tessa y a Sean. No sería difícil localizar el Mustang de Tessa.
Claire marcó el número del teléfono móvil de Miranda y esperó a que diera tono. Dios, ¿es que nadie iba a contestar aquella noche? Un tono. Dos. Al fin oyó la voz de su hermana.
– ¿Hola?
– Miranda, soy Claire. Tienes que ayudarme. Tessa tiene a Sean y…
– ¿Hola? ¿Hola? -La voz de Miranda se perdía en la línea.
– ¡Miranda, soy yo! Tessa tiene…
– ¿Claire, eres tú? Se corta… Vuelve a llamar… momento.
– ¡Miranda! Por favor, ¡tienes que escucharme!
Pero las interferencias en la línea se hicieron más fuertes y de repente se cortó.
– ¡Maldita sea! -Claire empezó a marcar el número de Kane otra vez.
– ¿Mamá?
Claire se volvió, no esperaba ver a su hija de pie en la puerta de la cocina. El rostro de Samantha lucía una mueca de preocupación. Llevaba un vestido amarillo de dos piezas que dejaba al descubierto parte de su abdomen liso y pequeño. Tenía el pelo recogido en lo alto de la cabeza y llevaba demasiado maquillaje en los ojos, pintalabios y algo que hacía que le brillara la piel.
– ¿Pasa algo?
«De todo.»
– Sólo estoy preocupada por Sean -dijo, intentando tranquilizarse. No había razones para asustar a Samantha.
– Ya vendrá.
«Oh, Dios, eso espero.»
– Solamente está haciendo el imbécil… el idiota.
«Ojalá pudiera creerte», pensó Claire.
– No estás vestida… Eh, ¿pasa algo?
– Ya te he dicho que estoy preocupada. Yo, um, puede que al final no vaya a la fiesta. Kane viene de camino y vamos a salir a buscar a Sean.
La expresión de Samantha cambió.
– Eso quiere decir que no iremos a la fiesta del abuelo, ¿verdad?
– Iremos luego. Cuando encontremos a tu hermano.
– Eso es lo que quiere, ¿sabes? Estropearlo todo. -Hizo un gesto con los ojos, cuya sombra era excesiva, y se cruzó de brazos. El vestido se le subió, descubriendo más su estómago.
– ¿Por qué no te pones algo más adecuado? -sugirió Claire a la vez que su mente estaba atemorizada por su hijo. ¿Donde narices estaba Kane? En realidad no habían pasado más de unos minutos desde que había hablado con él, pero le parecía una eternidad.
– Me gusta éste.
– Es bonito. Te queda bien, pero necesitas algo un poco mas serio.
Acompañó a su hija escaleras arribas, hacia la habitación. Una vez allí, revolvió en el armario, pero Samantha rechazaba todo lo que le sacaba su madre.
– Tú quieres que parezca una cateta.
– No, quiero que parezcas una pardilla -le contestó Claire, intentando mostrar humor cuando en realidad no lo sentía. No tenía tiempo para ese tipo de discusiones. No tenía tiempo para nada más excepto para encontrar a su hijo. ¿Dónde demonios estaban Tessa y Sean? ¿Por qué se estaba comportando así su hermana? Y Kane, ¿dónde diablos se había…? Oyó un ruido de motor aproximándose a la casa-. Mira, Sam, sólo estaba bromeando. ¿Por qué no te pones esto? -le preguntó, mostrándole un vestido azul marino de cuello alto.
– Qué aburrido. La tía Tessa se moriría si se pusiera algo así.
– Yo no llamaría a la tía Tessa un ejemplo de moda. No va a ser ella quien elija lo que te vas a poner, ni vamos a tener en cuenta sus gustos. -Dejó el vestido sobre el respaldo de la silla del escritorio-. Simplemente encuentra algo formal y de buen gusto, ¿de acuerdo? Ya ha llegado Kane.
– ¿De veras estás preocupada por Sean?
– Sí -admitió Claire-. Lo estoy -contestó mientras salía corriendo de la habitación, pero pudo ver a su hija haciendo un gesto con los ojos y murmurando en voz baja.
– …Siempre fastidiándolo todo…
– Quédate aquí, luego vengo -le dijo Claire bajando apresuradamente las escaleras.
Llegó a la planta baja, cogió el bolso, el móvil y las llaves. En ese momento oyó llamar a la puerta. Aliviada, la abrió. Esperaba que fuera Kane y estaba dispuesta a echarse en sus brazos.
– He estado intentando localizarte. Tessa ha llamado y…
Weston Taggert estaba de pie, en las sombras del porche.
– ¿Y qué?
Un horror tan oscuro como la misma muerte le recorrió la columna.
– Espera. ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó. Tenía los pulmones oprimidos y los extremos de su boca expresaban total desesperación. Las rodillas amenazaban con ceder.
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