– Creo que deberías venir conmigo -le dijo con una expresión sombría.

– ¿Contigo? ¿Por qué?

Pero lo sabía. Oh, Dios, lo sabía con una certeza soterrada.

– Porque, Claire, tengo a tu hijo.

Capítulo 34

Kane conducía como loco. Pisó el acelerador y tomó una curva demasiado deprisa. Los neumáticos chirriaron en protesta y un coche que iba por el sentido contrario le esquivó bruscamente. El conductor hizo sonar la bocina antes de desaparecer en la niebla. Pero a Kane no le importó. Tenía que llegar hasta Claire y encontrar a Sean. Justo cuando colgó, salió por la puerta, y se dio cuenta, con tal seguridad que le provocó escalofríos, de que Claire tenía razón al temer por la vida de su hijo. El motivo: Weston Taggert.

Paige había admitido haber estado en el muelle aquella noche. Había creído ver a una Kendall furiosa, la cual había matado a Harley por salir con Claire. Pero era a Tessa a quien había visto. Al no saber la verdad, había callado durante dieciséis años para proteger a Kendall. Y también había llevado a cabo su propia penitencia cuidando de su padre por no haber ayudado a salvar a su hermano.

Pero Neal Taggert le había facilitado la verdadera clave. La única persona que podría haber salido beneficiado de la muerte de Harley era Weston. Que no hubiese asesinado a su hermano era, según Kane, cuestión de suerte. Los otros dos hombres, sobre los cuales se había rumoreado que eran medio hermanos de Weston, habían encontrado la muerte de manera repentina y prematura. Kane no sabía por qué Paige, la única progenie Taggert que quedaba, había conseguido sobrevivir, pero probablemente tendría algo que ver con el testamento de Neal.

Kane casi dejó atrás el desvío que conducía a la propiedad de los Holland. Sin embargo, consiguió girar en el último instante. Los rayos de luz de los faros cortaban la niebla, alumbrando los troncos musgosos de los altísimos abetos. Si realmente Weston había matado a todos los hijos de Neal, ¿también querría librarse de los hijos de éstos, es decir, de los nietos de Neal? Jack y Hunter habían muerto sin tener hijos, y Harley también, pero Weston podía estar equivocado. Si había visto a Sean y había hecho cálculos, ¿no supondría que el hijo de Claire era hijo de Harley?

«Ni lo pienses -se dijo-, el chico está enfadado, eso es todo, y salió para calmarse. Estará a salvo en alguna parte. Seguramente ya estará en casa con Claire.»

Apenas visibles a través de la niebla y los árboles, las luces de la vieja casa resplandecían en calma. Kane tomó una última curva y pisó el pedal del freno.

Apagó el motor, se guardó las llaves en el bolsillo y subió las escaleras del porche. La puerta se abrió y apareció Samantha. Llevaba puesto un vestido negro. De fondo, la luz interior de la casa.

– ¿Mamá?… Ah…

– ¿No está tu madre por aquí? -preguntó Kane.

– No lo sé. Estaba… -Obviamente, la chica estaba preocupada-. Yo estaba arriba, arreglándome para la fiesta del abuelo y mamá y yo tuvimos una especie de discusión. Luego bajó las escaleras, creo. Pero no está aquí.

– Su coche está aparcado frente al garaje.

– Sí, lo sé.

– ¿Falta algún otro vehículo?

Samantha negó con la cabeza.

– Creo que no. -Se mordió el labio. Parecía inquieta-. Estaba preocupada por Sean, y creo que llegó alguien. Vi un coche llegar y luego marcharse.

– ¿Quién era?

– No lo sé. Me estaba vistiendo, tenía la radio encendida y, y… ¡ahora ya no está!

La chica se estaba poniendo muy nerviosa. Se volvió a morder el labio. Parecía que fuese a romper a llorar.

Kane le pasó el brazo por los hombros.

– Escucha, encontraré a tu madre -le dijo-. ¿Puedes llamar a alguien para que se quede contigo? No, mejor, veamos si puedes quedarte en casa de alguien.

– Iré contigo.

– No creo que sea una buena idea.

– ¿Por qué no?

– Porque podría tardar un poco hasta encontrarla. ¿No tienes idea de dónde puede estar? ¿O con quién?

– No. Se supone que íbamos a asistir a la fiesta.

– Qué hay del coche… ¿Lo viste?

Samantha negó con la cabeza, luego se quedó quieta.

– No era un coche -dijo entrecerrando los ojos para concentrarse. El labio inferior le temblaba-, creo que era un camión.

– ¿Un camión grande?

– Una… una camioneta.

– ¿De qué color?

– Negra o… u oscura.

– ¿Viste a alguien dentro?

Samantha sacudió la cabeza lentamente.

– Estaba muy oscuro y había demasiada niebla. -Tragó saliva con dificultad. Seguidamente, dijo con un hilo de voz-: ¿Mamá está en apuros?

– No lo sé, Samantha. Pero quiero encontrarla. Vamos a llamar a alguien con quien puedas quedarte.

– Pero yo quiero ir.

– Creo que sería mejor que te quedaras aquí.

Kane oyó el sonido de un coche acercándose. Vio la luz de los faros a través de la niebla.

– Vamos dentro -sugirió, cruzando el umbral justo cuando el coche tomaba la última curva.

La gravilla crujió cuando el Volvo se detuvo. Miranda, que llevaba puesto un vestido largo negro, salió del coche.

– ¿Y Claire?

– Desparecida -dijo Kane.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Miranda mientras subía los escalones del porche.

– Salió con alguien. Samantha puede explicártelo. Yo voy tras ellos.

– ¿Quiénes son? -continuó interrogando.

– No estoy seguro.

– Espera un momento. ¿Qué está pasando?

– Samantha te lo dirá. Creo que Claire y Sean podrían estar con Weston Taggert.

– ¿Taggert? ¿Por qué? -preguntó.

– Está metido en todo esto hasta el cuello, sea lo que sea -dijo Kane sin entrar en detalles debido a que Samantha estaba presente.

– Pero Claire me llamó, creo, por algo de Sean.

– Creo que Taggert está detrás de todo. Desde el principio -le dijo para que Miranda pudiera comprender la gravedad de la situación-. Creo que se ha estado cargando, sistemáticamente, a todo aquel que significara una amenaza para la fortuna de su familia.

– Pero Paige…

– En su caso no lo entiendo. Todavía. Pero no tenemos tiempo para sentarnos y hacer conjeturas. Lleva a Samantha dentro y cierra con llave todas las puertas. Después llama al contacto que tengas en el departamento de policía, y dile que busquen una camioneta de color negro o azul oscuro o verde oscuro. ¿Tienes idea de cómo era, cariño? -preguntó mirando a Samantha-. ¿Viste la matrícula?

Samantha estaba junto a Miranda. Tenía los ojos muy abiertos y asustados. Negó con la cabeza.

– Estaba oscuro y había niebla.

– Shh. No pasa nada -dijo Miranda, obviamente intentando quitar seriedad al asunto-. Me ocuparé de Samantha y llamaré a la comisaría. Tengo un amigo, Petrillo. Él hará que se encarguen de todo.

– Perfecto. Entrad. Cerrad las puertas. Podéis llamarme al móvil -dijo y recitó el número mientras se dirigía al jeep.

La imagen de Weston y Claire juntos hacía que el corazón casi se le detuviera. Weston el violador. Weston el asesino. Weston, quien no se pensaría dos veces matar a Claire o a Sean.

Kane puso el jeep en marcha y salió disparado, derrapando con los neumáticos. Aceleró hacia la carretera. Decidió dirigirse a Industrias Taggert. Los asesinatos habían comenzado con hombres que habían trabajando para Neal Taggert, y ahora Weston estaba al mando de la corporación.

– De acuerdo -dijo Miranda con el teléfono colocado entre la oreja y el hombro. Hablaba con Petrillo. Estar allí encerrada le hacía subirse por las paredes. Por suerte Samantha estaba en el estudio, tapada con una manta y viendo la televisión. Aun así, Miranda hablaba en voz baja-. No me importa que Sean no lleve veinticuatro horas desaparecido. Hablo en serio. Kane Moran piensa que Weston Taggert mató a Jack Songbird y a Hunter Riley.

– ¿Y qué hay de su hermano? ¿Harley?

Miranda hizo de tripas corazón.

– No creo que Weston tuviese algo que ver. -Por Dios, ¿durante cuánto tiempo tendría que mentir? ¿Podría proteger a Tessa? ¿Y dónde demonios se había metido? ¿No había dicho Claire algo sobre que Sean y Tessa estaban juntos? La conversación telefónica se oía a trozos, pero eso era lo que le había parecido entender-. Pero quiero que traigan a Weston Taggert para interrogarle. Ya.

– Hecho -dijo Petrillo, y colgó.

Miranda intentó contactar con Claire a través del móvil… Otra vez… El buzón de voz. El maldito teléfono no estaba disponible. ¿Dónde estaba? ¿Dónde se la habría llevado Weston? Si es que estaba realmente con Weston. Samantha no había visto al hombre con el que Claire se había ido. ¿Se habría marchado por voluntad propia? No, sin lugar a dudas, no habría dejado a su hija sin decirle adónde iba. Lo que parecía más probable era que hubiese salido repentinamente, con el fin de que Samantha no se viese involucrada.

Absurdamente, Miranda pensó en Denver Styles. Marcó rápidamente el único número que tenía de él, un móvil cuyo tono emitió un pitido. Maldito Oregón, con aquellos riscos altos, montañas, simas profundas y pésima cobertura. Le gustara o no, tendría que esperar. Se dirigió hacia el estudio y vio a Samantha acurrucada en el sofá. Tenía cerrados los ojos cargados de maquillaje. Parecía como si estuviera durmiendo. Miranda entró en la habitación y la muchacha se despertó. Esforzándose por no llorar, le dijo:

– Tú sabes dónde está mamá, ¿verdad?

– Aún no.

– ¿Crees que le ha pasado algo malo? -Una lágrima le brotó del lagrimal.

A Miranda se le desgarró el corazón. Aunque Samantha intentara hacerse la dura, la verdad es que estaba aterrada. Miranda se sentó en el sofá y le pasó el brazo por el hombro a su sobrina. Samantha estaba temblando.

– No te preocupes, cariño -le dijo con la esperanza de tranquilizarla-. Encontraremos a tu madre y a tu hermano.

– Todo es por su culpa -replicó Samantha, con voz ahogada mientras intentaba evitar sollozar-. No debió haberse ido.

– Shh. No sabía que sucedería esto -susurró, y añadió en voz baja-: Ninguno lo sabíamos.


– ¿Dónde me llevas? ¿Dónde está Sean? -le preguntó Claire a Weston.

Él ponía cuidado en no sobrepasar el límite de velocidad. Circulaban por la carretera estrecha que serpenteaba a gran altura encima del mar. En la camioneta había un estante para rifles, pero el rifle no estaba allí, sino cerca de la mano izquierda de Weston, un lugar imposible de alcanzar. Cuando Claire vio el arma, sintió un escalofrío. ¿Hasta qué punto estaba desesperado aquel hombre? ¿Dónde estaba Sean? La idea de que su hijo pudiese estar muerto le hizo estremecer. No, no podía pensar en eso.

Sean tenía que estar vivo. Tenía que estarlo. Y ella tenía que salvarle como pudiera.

Aquella noche no podía verse el océano a través de la niebla. El único modo de saber dónde terminaba el asfalto era mirando la raya blanca que había pintada sobre la calzada, pero ésta se difuminaba en contacto con el arcén. Con los ojos clavados en la carretera, Weston continuó conduciendo en dirección sur. Aunque Claire no podía ver que faltaban trozos de quitamiedos por aquella carretera, era consciente de que, si cayesen desde aquel acantilado, se precipitarían en el furioso mar, a decenas de metros de profundidad.

– ¿Dónde demonios vamos, Weston?

– Ya lo verás cuando lleguemos.

– ¿Mi hijo está bien? No le habrás hecho daño, ¿eh, cabrón?

– Cállate.

Pero Claire intentaba distraer a Weston mientras metía la mano en el bolso. Sus dedos se movieron sigilosamente, buscando el teléfono móvil. No se atrevió a sacarlo, tuvo que hurgar en la oscuridad. Gracias a Dios Weston tenía la radio encendida, escuchaba las noticias, la predicción del tiempo. Los dedos de Claire encontraron el teléfono. Lo abrió. Tosió y se aclaró la voz, mientras el teléfono hacía un clic. Podía ver la pantalla digital dentro del bolso. Con un movimiento rápido, manejó el teléfono, intentando bajar el volumen. El corazón le latía un millón de veces por minuto y apenas podía respirar. Rogó poder llamar al 911, sin que Weston se diera cuenta de lo que estaba haciendo.

Un coche se aproximó. Podían ver las luces de los faros en el espejo retrovisor. Weston miró por el espejo y redujo la velocidad, esperando a que el coche les adelantara. No fue así.

– Maldita sea -refunfuñó.

Vio un espacio en la calzada, un mirador desde el cual se podían contemplar las vistas del mar en un día claro. El coche que iba tras ellos les adelantó. Weston comprobó la hora. Seguidamente, retomó la marcha. Claire pudo ver cómo la pantalla de su teléfono, dentro del bolso, se iluminaba. Nerviosa, marcó los números, y a continuación, tapó el altavoz con la mano. Miró hacia adelante, y cuando creyó que habían descolgado al otro lado de la línea, dijo:

– ¿Dónde vamos? ¿Al sur?