– Es Denver Styles -dijo Miranda, todavía agitada-. ¿Ya ha estado indagando? ¿Se ha pasado por mi oficina haciendo preguntas?

Dutch se encogió de hombros.

– No lo sé.

– No me gusta que tú ni nadie fisgonee en mi vida privada -continuó Miranda, sintiendo pinchazos tan fuertes en el estómago que apenas podía respirar-. Hubo un tiempo en el que podías decirnos qué hacer, qué ver y adónde ir, pero aquello se acabó, papá.

Un golpe seco y fuerte la interrumpió, y volvió la vista hacia el lugar de donde provenía aquel ruido.

– La puerta está abierta -gritó Dutch.

Miranda sintió presión en el pecho a medida que se acercaban los pasos a través de la entrada. Entonces apareció un hombre alto, de piernas fuertes, espalda ancha, vestido con vaqueros y una actitud engreída en su forma de caminar. Tenía barba incipiente oscura y los huesos de las mejillas hacia fuera, algo que recordaba a los antepasados de los nativos americanos. Tenía ojos de lince, hundidos. Probablemente había examinado a las tres mujeres de un solo vistazo, las había evaluado y clasificado.

– ¡Denver! -Dutch se puso en pie, extendiéndole la mano.

Al estrechar la mano de Dutch, se podía percibir el rastro de una sonrisa en los labios de Styles, pero sus ojos no reflejaban simpatía.

– Me alegro de que estés aquí. Me gustaría que conocieras a mis hijas. -Se dirigió hacia las hermanas-. Miranda, Claire, Tessa, este es el hombre del que os he hablado. Va a haceros algunas preguntas y vosotras, chicas, vais a decirle toda la verdad.

Capítulo 4

Miranda se quedó mirando a aquel hombre. Había visto a muchos de sus colegas a lo largo de los años que llevaba en el departamento, y podía oler a un estafador en segundos. Aquel tipo, de formas rudas y absoluta tranquilidad, no olía como los demás, pero había algo en él que apestaba a mentira y algo incluso más inquietante. Tenía algo que le resultaba familiar, como si le hubiera visto antes, pero no podía ubicar su cara, y la sensación desapareció como la niebla matinal cuando la rozó el calor del sol.

– Creo que papá le ha traído aquí con un falso pretexto -dijo Miranda, cruzada de piernas y tocándose la rodilla con las manos-. La historia es que…

Los ojos de él recorrieron sus pantorrillas, pero su expresión no cambió un ápice. Permanecía impertérrito.

– No me interesa la historia, señorita Holland -lucía una sonrisa fría y paciente, apoyado en el marco de madera oscura que rodeaba la chimenea-. Sólo quiero la verdad.

Miranda respondió a su actitud airada de la misma manera.

– Estoy segura de que ya ha leído los informes policiales y los artículos de periódicos sobre el tema, si no papá no le hubiese contratado.

Styles levantó levemente sus negras cejas.

Un miedo oscuro y paralizador se alojó profundamente en la parte baja del estómago de Miranda, mientras repetía la historia que tantas veces había contado una y otra vez a los ayudantes del departamento del sheriff, a los molestos periodistas, a su familia y amigos. Estaba grabada en su memoria, incluso aunque se tratase de una mentira. Miró a sus hermanas. Tessa, rubia y agresiva, fumaba insolentemente otro cigarrillo, mientras la expresión de Claire era difícil de adivinar, tenía el rostro pálido.

– Nosotras tres -señaló a sus hermanas- nos encontrábamos de camino a casa desde el autocine que está situado al otro lado de Chinook. Habíamos ido juntas a ver la trilogía de antiguas películas de Clint Eastwood. Era tarde, más de medianoche. Las películas no empezaban hasta la puesta de sol, que fue hacia poco después de las nueve, creo. Nos fuimos antes de que acabase la última. Yo conducía y estaba agotada y… supongo que me quedé dormida al volante, no recuerdo haber patinado, pero lo siguiente que recuerdo era que el coche estaba en el lago. -Miró fijamente a los incrédulos ojos de Styles. No se estaba tragando aquella historia, ni por un segundo. Sin embargo, Miranda siguió narrando, introduciéndose cada vez más en las sucias medio mentiras o medio verdades-. El impacto me despertó y Tessa y Claire estaban gritando por salir a la superficie. El agua estaba llenando el interior del coche y todas tuvimos que nadar en la más profunda oscuridad. Fue… -Se estremeció y su voz se convirtió en un susurro-. Tuvimos suerte, supongo. El coche cayó a dos metros de profundidad, así que pudimos ayudarnos entre nosotras y nadar hasta la orilla.

Styles no dijo una palabra.

– No es un misterio, Sr. Styles.

– Denver. Nos vamos a ver mucho. No hay razón por la que debamos tratarnos de usted. -Mostró una media sonrisa falsa, con la que intentaba desarmarla y animarla a que continuase hablando. Pero aquellos ojos grises no consiguieron hacerle confiar, ni le mostraron comprensión-. Supongo que tus hermanas repetirán, casi palabra por palabra, la misma historia.

– No es una historia -replicó Tessa, sacudiendo la cabeza.

– Nadie os vio en el autocine. -Frunció el ceño, como si estuviera inmerso en sus pensamientos-. ¿No es extraño, teniendo en cuenta que las tres sois extremadamente guapas y provenís de una de las familias más ricas de la zona?

– No hablamos con nadie aquel día.

– ¿No? ¿Ni siquiera en la cafetería?

– No había mucha gente. El autocine estaba a punto de cerrar.

– Cogimos unas sodas -dijo Claire, en voz baja.

Styles se frotó la barbilla.

– ¿Y no salisteis del coche durante cuánto tiempo? ¿Tres o cuatro horas? ¿Ni siquiera para ir al baño?

– Creo que no -contestó Miranda antes de que Claire pudiera decir algo más que les metiera en un problema mayor.

– Eso es poco creíble, ¿no creéis?

Su voz sonaba en calma, suave como la seda.

– Así es como fue. Obviamente había cantidad de coches allí, familias y adolescentes, pero nadie alrededor que conociéramos. Como dije en el departamento del sheriff hace ya mucho tiempo, había una furgoneta blanca con madera en el lateral, con una familia llena de críos, aparcada justo a nuestro lado. La plaza al otro lado de mi coche estaba vacía. Enfrente teníamos una furgoneta de reparto, color oscuro, con reflectores en la parte delantera. No me acuerdo de ningún otro vehículo.

– Y tú conducías un Camaro de color negro.

– Sí. Era muy tarde aquella noche. Sólo porque las personas con las que habló la policía aquella noche no nos viesen, no significa que no hubiese alguien que sí lo hiciera. Fue sólo que no buscaron lo suficiente.

– El chico que vendía las entradas no recordaba vuestro coche.

– Estaría fumado. Su memoria tampoco era demasiado buena. Si lees su declaración verás que apenas se sabe los nombres de las películas que pusieron. -Miranda tenía los puños cerrados y tuvo que forzar los dedos para poder estirarlos. Si había aprendido algo en aquellos años como abogada era cómo esconder la emoción cuando era necesario, y sacarla a la superficie cuando lo necesitaba. Por ahora, cuanto menos supiese Denver Styles sobre ella y sobre aquella noche infernal, mejor.

Dutch, en pie, hizo una mueca, luego se puso la mano en la barbilla.

– La razón por la cual la policía no averiguó mucho acerca de aquella noche es porque yo les soborné.

– Papá, no -le advirtió ella, mostrándose incrédula al escuchar a su padre decir que había manipulado la investigación. ¿Hasta qué punto podía su padre conseguir lo que se proponía?

Claire soltó un pequeño resoplido de desconfianza, y Tessa, siempre cínica, puso los ojos en blanco.

– Tú nunca te detienes, ¿eh? -replicó Tessa-. Por Dios, papá, ¿de verdad sobornaste a la policía?

– Hice lo que tenía que hacer. -Caminaba con pasos fuertes alrededor de la habitación, acercándose hacia las puertas francesas. Las abrió, dejando entrar una brisa cálida-. Imaginé que aquel había sido probablemente el momento más importante de vuestras vidas, y pensé que, demonios, esperaba que sobornando a la policía os pudiese salvar, y también a vuestra madre y, sí, a mí mismo, a este pobre desgraciado.

– No nos creíste. -Miranda se sintió vacía por dentro. No le corría sangre por las venas. Estaba claro que la verdad iba a salir a la luz, seguida de cada doloroso y horrible detalle.

– No podía, y no estaba dispuesto a correr el riesgo de que alguna de vosotras fuese declarada culpable por el asesinato del chico de los Taggert.

Las entrañas de Miranda se removieron.

– Se llamaba Harley -dijo Claire, levantando la cabeza-. Han pasado dieciséis años, papá. No hace falta que te refieras a él como «el chico de» nunca más. -Segura de sí, miró a su padre fijamente, luego apartó la mirada, dirigiéndola hacia la puerta abierta que daba al lago, y contempló algo en la distancia, en la orilla del lado opuesto.

– Todo lo que quería era salvaros el pellejo.

– Y tu reputación -dijo Tessa-. Fue la misma época en que abriste la zona turística de Stone Illahee, ¿no? No te podías arriesgar a que tus negocios se viesen salpicados por cualquier tipo de escándalo. Campos de golf, pistas de tenis, una piscina de enormes dimensiones, vistas maravillosas y deudas millonadas. ¿Qué hubiese pasado si las hijas de Benedict Holland, el dueño, se viesen metidas en…?

– Tienes razón. -Dutch se puso a la defensiva. Frunció el ceño y las cejas grises se le juntaron-. Pagué al departamento del sheriff para que olvidaran todo aquel incidente.

– No fue inteligente por su parte -anotó Styles.

– No tenía pensado presentarme a las elecciones por aquel entonces.

– Pero ahora sí, y sacas todo esto de nuevo a la luz. -Claire se tocó las sienes con los dedos para evitar así el dolor de cabeza-. ¿Por qué?

– Para sacarlo antes de que Moran lo haga y desviar su atención.

Caminó hacia el carrito de las bebidas lleno de botellas.

– ¿Os apetece beber algo?

– En otra ocasión. -Denver miro a Tessa-. ¿Podrías contarnos los detalles de la historia?

– ¿Cómo?

– ¿Viste a alguien conocido en el autocine?

La voz de Denver sonaba todo lo suave que podía, pero aun así Miranda notó el desafiante tono de sus palabras.

– Aprovechando que te estás sirviendo, papá -dijo Tessa, que notaba cómo los problemas se acercaban-, tomaré un trago. Vodka.

– Ya te lo he dicho -dijo Miranda de pie, mientras caminaba por la sala, de manera que podía mirar a Styles a su altura-. No hace falta que nos pongas a prueba o que intentes confundirnos enfrentándonos entre nosotras.

– ¿Eso es lo que estoy haciendo?

– Dímelo tú.

– Sólo pienso que tendría que escuchar a tus hermanas contar la historia, incluso aunque tú ya les hayas preparado para ello.

Claire también estaba de pie.

– Mira, la verdad es que no tengo tiempo para esto. Mis hijos me están esperando. Miranda te está diciendo la verdad, no tengo nada más que añadir.

– Joder, Claire -gruñó Dutch-. Háblale sobre Taggert. Llegaste a casa enamoradísima del chico, y acababas de anunciar que os ibais a casar. Tienes mucho más que contar.

Ofreció una bebida a Tessa, que apretó los dientes, caminó hacia la ventana y reposó la cabeza en el cristal.

A Claire se le cerró el estómago.

– Es cierto. Esperaba casarme con Harley, aunque… aunque no funcionaba. -Se rascó la mano con el pulgar de la otra-. Todo el mundo estaba en nuestra contra debido a la enemistad que existía entre las dos familias.

– Denver ya sabe lo de esa maldita enemistad. -Dutch frunció el ceño, se dejó caer de nuevo en la silla y bebió del vaso.

Claire sintió un escalofrío, aunque hacía calor en la habitación. A través de la puerta abierta, vio cómo el sol empezaba a ponerse, con rayos de color rosa y naranja por entre las altas nubes. Sabía que su hermana había hablado la primera para recordar aquella mentira que habían creado. Quería protegerlas. Sin embargo, de repente Claire notó cómo su secreto, tejido con tanto detalle por cada una de ellas con el propósito de esconder aquel horrible y oscuro hecho, estaba empezando a deshilacharse, a descubrirse.

– La primera vez que vi a Harley, bueno, le conocía de toda la vida, pero cuando me di cuenta de que me atraía fue en el lago. Él estaba con otra chica, Kendall Forsythe, por aquella época.

– Aquella zorra -interrumpió Tessa.

Miranda le dedicó una severa mirada de advertencia.

– Kendall, la mujer de Weston Taggert.

Claire no iba a dejar que nadie, ni su padre ni su hermana mayor, le dijeran qué tenía que sentir o decir. Las cosas habían cambiado en la última década y media, y si había aprendido algo era que tenía que hablar por sí misma y tener en cuenta su propio juicio. Había confiado durante demasiados años en otras personas, primero en su madre, luego en Harley, en ocasiones en Miranda, y finalmente en Paul.