– No me han pedido que haga una segunda parte -dijo Aidan-. Además, yo creo que debería probar algo diferente. Algo fuera del género de acción.
– Bueno, ¿como qué? Nada de películas románticas, ¿eh? Yo odio esas películas.
– No. Tal vez un thriller -comentó él. Volvió a mirar hacia la tienda-. Creo que voy a ver por qué Lily está tardando tanto.
– Voy a iniciar una campaña -le gritó Joe cuando Aidan se alejaba del coche-. Tal vez incluso organizar una petición formal por Internet.
Unos segundos más tarde, Lily salió de la tienda corriendo. Llevaba una bolsa de plástico llena de cosas.
– Ya estoy lista. Nos podemos marchar -dijo, con una sonrisa-. Tenían Krispy Kremes. Y batido de chocolate. He comprado algo para que podamos desayunar -añadió. Entonces, dio un trago del frasco de antiácido que tenía en la mano-. ¿Quieres un poco?
– Paso -contestó él.
Aunque Lily tenía unas profundas ojeras en el rostro y el cabello muy revuelto, tenía ya mejor color de cara. Aidan tenía que admitir que, incluso a plena luz del día, era una mujer muy sensual.
Había tocado su cuerpo, agarrado la tierna carne de sus senos entre las manos. La había acariciado hasta que ella se había rendido por completo ante él. Por su parte, Lily lo había hecho temblar de deseo. Y allí estaban, los dos, de pie en el aparcamiento de una tienda abierta las veinticuatro horas, dos desconocidos que ya habían intimado mucho en muy poco tiempo. No estaba seguro de cómo comportarse.
– ¿Tienes todo lo que necesitas? -quiso saber Aidan.
– Sí. ¿Sabe usted adonde nos dirigimos? -le preguntó ella al conductor.
– Tengo un sistema de navegación por satélite -respondió Joe-. Parece que tardaremos unos treinta o cuarenta minutos en llegar.
Los dos se pasaron el resto del trayecto charlando sobre los lugares que podían visitar y las cosas que podrían hacer en los Hamptons. Aidan vio cómo ella se comía tres donuts y bebía una botella de batido de chocolate. No había visto a ninguna mujer que comiera tanto desde… En realidad, jamás había visto a una mujer comer tanto.
Tras haber saciado su apetito, Lily se reclinó en el asiento y lo miró de soslayo.
– Cuando lleguemos a la casa, voy a darme una larga ducha de agua bien caliente y luego me voy a echar una siesta. Entre el vuelo y el ferry, me siento completamente agotada. Además, seguramente tengo cara de muerta.
Aidan extendió la mano y le apartó el cabello de los ojos.
– Estás muy hermosa.
Un hermoso rubor coloreó las mejillas de Lily. Se inclinó sobre él y le dio un beso en los labios. Aidan la abrazó y, un instante más tarde, se perdieron en algo mucho más profundo y excitante. Lily sabía a azúcar y a batido de chocolate. Él se giró un poco para mirarla.
– Contéstame a una cosa -murmuró.
– ¿Qué es lo que quieres saber?
– ¿Por qué me has pedido que venga aquí contigo? Podrías haberte marchado sin más. No nos habríamos vuelto a ver nunca más.
Lily lo miró durante un largo instante. Entonces, inclinó ligeramente la cabeza.
– No lo sé -dijo-. Simplemente lo hice. Yo… No pude evitarlo.
– ¿Significa eso que eres una persona bastante impulsiva?
– No, eso no. Soy la persona menos impulsiva del mundo. Lo planeo todo. Mi vida está tan organizada que nada me sorprende nunca. Bueno, tú sí me sorprendiste -añadió, tras una pequeña pausa.
– Yo diría que fue al revés. Fuiste tú la que me sorprendió a mí.
– Me gustan las sorpresas.
– A mí también -contestó Aidan.
Se inclinó hacia delante y la hizo reclinarse sobre el suave asiento de cuero. La besó lenta y cuidadosamente. Resultaba muy agradable no tener que preocuparse por el tiempo. Ya no sonaba el reloj por ninguna parte. Aunque la deseaba mucho más de lo que podía soportar, estaba dispuesto a esperar hasta que llegara el momento adecuado.
– ¿Y por qué eres tan organizada? -le preguntó sin dejar de besarle suavemente el cuello.
Lily consideró la pregunta. Al principio, Aidan creyó que no iba a responder para no revelar ningún detalle personal sobre su vida. Entonces, Lily lo miró con la duda reflejada en el rostro, como si estuviera calibrando hasta dónde podía contarle.
– Hubo un momento de mi vida en el que todo era una locura. Nunca sabía lo que iba a ocurrirme de un día para otro. Yo era sólo una niña. Sólo tenía doce o trece años. El único modo en el que pude superar aquella situación fue organizándome. Ordené mi habitación, mis discos, mis peluches, mis libros. Cuando terminé, volví a empezar de nuevo -comentó-. No tengo una obsesión compulsiva. Simplemente pude encontrar la paz en la organización. Me distraía.
– ¿Y por qué necesitabas encontrar la paz?
– Mis padres se estaban divorciando y yo me sentía atrapada en el medio. En realidad, no estaba en medio. Más bien al…
Se detuvo en seco y sonrió. Entonces, se encogió de hombros.
– La lectura era mi pasatiempo favorito, por lo que, cuando fui a la universidad, decidí combinar las dos cosas que más me gustaban: la organización y la lectura. Me gradué en administración de bibliotecas.
Aidan parpadeó. Se sentía muy sorprendido por aquel giro tan inesperado en la conversación.
– ¿Has sido bibliotecaria?
– No. Para eso hay que tener un título superior, pero eso era lo que yo creía que quería ser. Supongo que sigo implicada con los libros, aunque de un modo completamente diferente.
– Aparte de tu libro sobre seducción, ¿has escrito algo más?
Aidan esperó a que ella se explicara un poco más. Al ver que no lo hacía, decidió que la había presionado más de lo que debía. Tenía que haber una razón para que ella no quisiera revelar más de lo que le había contado ya sobre sí misma. No sabía de qué se trataba, pero tenía intención de descubrirlo.
Le acarició el labio inferior con el pulgar. En un espacio de tiempo tan breve, había aprendido a apreciar profundamente los pequeños detalles de sus rasgos: su hermosa boca, sus profundos ojos verdes, el modo en el que el cabello le caía por el rostro… No se cansaba ni de mirarla ni de tocarla.
– ¿Por qué has accedido a venir? -le preguntó ella.
– Supongo que sentía curiosidad.
– ¿Sobre mí? -replicó ella muy sorprendida.
– Por supuesto. ¿Por quién si no? Tú eres la que me llevó al cuarto de baño del avión y te aprovechaste de mí. Pensé que si me quedaba un poco más contigo, tal vez yo podría aprovecharme también de ti.
Lily se sonrojó.
– Creo que no habrá problema para eso. Cuando estemos pisando suelo firme.
El coche aminoró la marcha rápidamente y se detuvo. Lily miró por la ventanilla y sonrió.
– Ya hemos llegado. El chofer se ha pasado la verja de entrada.
Unos segundos más tarde, el chofer hizo que la limusina se moviera marcha atrás y girara hacia la verja. Lily bajó la pantalla que los separaba del conductor y le dio el código. Inmediatamente entraron en la propiedad. Cuando se detuvieron delante de la casa, Lily miró a Aidan.
– Muy bonita -dijo él.
– Sí, lo es.
El chofer abrió la puerta y ayudó a Lily a descender del coche. Entonces, se dirigió al maletero para sacar el equipaje de ambos. Llevó las bolsas hasta la puerta principal y se tocó ligeramente el sombrero.
– Ha sido un placer transportarlos a ustedes, señores. Que tengan unas felices vacaciones. Y le prometo que voy a empezar esa petición de la que le hablé, señor Pierce.
Aidan le dio una palmada en el hombro.
– Gracias.
Siguió a Lily al interior de la casa transportando las bolsas de ambos. Aunque la vivienda era grande, no resultaba tan ostentosa como algunas de las mansiones de la zona. Era una casa de campo de estilo más antiguo, de dos plantas, altos techos y muchas ventanas.
Cuando llegaron a la cocina, Lily abrió las puertas de cristal y salió al exterior. Una amplia terraza conducía a unos escalones de piedra que llevaban a su vez a la piscina. Más allá, había un edificio, más bajo, que miraba hacia la casa.
– Es por aquí -dijo ella.
Aidan se preguntó si había decidido que él durmiera en la casa de invitados a pesar de que iban a pasar mucho tiempo juntos en la cama. O pudiera ser que ella tuviera otros planes. Aunque estaba preparado para meterse con ella en la primera cama que encontrara, desnudarla inmediatamente y hacerle el amor, decidió esperar y tomarse las cosas un poco más lentamente.
Tal vez Lily se estuviera arrepintiendo de haber tenido un comportamiento tan impulsivo y haberlo invitado a la casa. Sin embargo, decidió que el hecho de tener que esforzarse un poco más para seducirla haría que, al final, todo resultara más agradable.
Lily estaba sentada en el centro de la cama mirando su teléfono móvil. Sabía que Miranda estaría esperando su llamada. Después de todo, ella le había organizado la limusina sabiendo que jamás querría volver a montarse en aquel avión después de haber tenido que bajarse. Probablemente habría calculado el tiempo que tardaría en llegar a la casa. Respiró profundamente y apretó el botón de la agenda para llamar a la casa de Beverly Hills. Esperó a que Miranda contestara el teléfono.
– Por fin -dijo Miranda sin molestarse en saludarla.
– Ya he llegado a casa, sana y salva. Gracias por la limusina. Lo pasé bastante mal con el primer contratiempo en ese avión. No creo que hubiera podido soportar lo de la niebla.
– ¿Tan malo fue el vuelo, querida?
– Digamos que fue algo movido -respondió ella. Aunque quería contarle a Miranda todos los detalles, sabía que su madrina le estaría dando consejos durante horas y la llamaría constantemente para ver cómo iban las cosas. No quería que Miranda se hiciera ilusiones por nada-, pero ya estoy aquí.
– Tal vez yo debería ir a verte inmediatamente. No quiero que estés sola en esa casa tan grande.
– ¡No! -exclamó Lily, calmando la voz inmediatamente-. No. Estoy bien. Haré que Luisa venga mañana, me llene el frigorífico y limpie un poco. Así podré relajarme yo un poco y tal vez incluso tomar el sol. ¿Cómo te va con el libro? ¿Estás haciendo progresos?
– No me hables del libro -dijo Miranda-. Es un desastre. El peor que he escrito hasta ahora. No me sorprendería que mi editora se negara a publicarlo. Me veré forzada a vender las casas y a vivir en una caja de cartón en la playa.
– Siempre dices lo mismo y tus libros son siempre maravillosos.
– Querida, quiero que vayas a la ciudad y me organices una firma de libros en esa tiendecita que tanto me gusta. Y también otra para ti. Hoy he hablado con mi editora y me ha dicho que las distribuidoras están teniendo una buena impresión sobre tu libro. Lo están comprando bastantes mujeres.
– Tal vez yo pueda comprarme también una caja de cartón al lado de la tuya con el cheque de mis derechos de autor -bromeó Lily.
Oyó un chapoteo en el agua y se acercó a las puertas que daban al jardín con el teléfono aún en la oreja. Apartó las cortinas y vio que Aidan estaba nadando en la piscina. El sol le brillaba en la espalda. Descubrió que no podía apartar la mirada de aquellos fuertes músculos que lo hacían avanzar con rapidez en el agua.
– Yo… tengo que dejarte -dijo.
– ¿Cómo? ¿No puedes seguir hablando conmigo un ratito más?
– No, Miranda. Estoy muy cansada y sólo necesito dormir un poco. Te prometo que te llamaré mañana.
Colgó el teléfono antes de que Miranda tuviera oportunidad de protestar. Sin apartar la atención de Aidan, lo siguió atentamente mientras él recorría la piscina de un lado a otro. Nadaba con movimientos poderosos, eficaces. Cortaba el agua con los brazos casi sin chapotear. Cuando llegaba al final de su largo, ejecutaba un giro perfecto y comenzaba a nadar en dirección opuesta. Lily contó diez largos sin que él se detuviera.
Eran las dos de la tarde, hora de la costa este, lo que significaba que eran las diez de la noche de California. Los dos llevaban más de veinticuatro horas sin dormir y habían bebido demasiado, pero él aún tenía energía suficiente para nadar de ese modo.
– Frustración sexual -murmuró. Las palabras se le escaparon antes de que se diera cuenta de que estaba pensando en voz alta.
Fuera lo que fuera lo que le ocurría, Aidan parecía haberlo dominado. Cuando terminó el siguiente largo, se salió de la piscina y se puso de pie en el borde. No dejaba de gotear agua. Sacudió la cabeza y su largo cabello envió gotas en todas las direcciones posibles. Al ver cómo levantaba los brazos por encima de la cabeza y se estiraba al sol, Lily tuvo que contener el aliento. Los músculos del torso se le tensaron y ella sintió un profundo deseo de tocarlo una vez más. Distinguía perfectamente el vello que le cubría el vientre y sabía perfectamente adonde apuntaba.
Aunque ya lo había tocado, no había tenido oportunidad de admirar su cuerpo. Era alto, más de un metro ochenta, con marcados músculos en hombros y brazos. La cintura y las caderas eran estrechas y tenía unas hermosas piernas, largas y perfectamente torneadas para ser masculinas.
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