– Bonitas pantorrillas -murmuró ella.
Un temblor le recorrió la piel. Sacudió la cabeza. Recordó a Aidan desnudo. Se lo imaginó sobre su cama, con las sábanas enredadas en el cuerpo. Trató de imaginarse lo que sería tenerlo durante una noche entera, poder disfrutar plenamente de aquel cuerpo en un lugar que no fueran los principales medios de transporte.
Se apartó de la ventana y respiró profundamente. Regresó a la cama y trató de calmarse. Se había mostrado muy descarada cuando se conocieron y, en aquellos momentos, había vuelto a convertirse en una temblorosa e insegura mujer. En aquel estado, Aidan sabría inmediatamente que no era la mujer sensual y desinhibida que había proclamado ser en un principio. Que no era mundana ni experimentada y que, por lo tanto, no era la clase de mujer capaz de atraer a cualquier hombre.
Se levantó de la cama y comenzó a desnudarse. Cuando estuvo completamente desnuda, abrió un cajón y buscó un traje de baño. Encontró un bikini azul turquesa que tenía desde el verano pasado, pero al final se decidió por un traje de baño.
Sin embargo, al mirarse en el espejo, se dio cuenta de que no tenía tan mala figura. Hacía ejercicio con regularidad, tres veces por semana en el gimnasio que Miranda tenía en su casa. Además, comía de un modo saludable. Aunque no estaba tan delgada como se llevaba en Hollywood, pensaba que el bikini le sentaría bien.
Si iba a hacerlo, lo tendría que hacer bien, sin inhibiciones ni lamentaciones, sin trajes de baño de una pieza. Cuando hubo terminado de ponerse el bikini turquesa, se miró en el espejo.
– No está mal -murmuró.
Aidan la había visto con un aspecto horrible. Decidió que a partir de aquel momento sólo podía mejorar. Ya no sentía pánico, ni náuseas ni había luces fluorescentes por ninguna parte.
Alguien llamó suavemente a la puerta de la habitación.
– ¿Lily?
Hablaba muy suavemente, como si tuviera miedo a despertarla. Ella se apresuró para llegar a la puerta y la abrió inmediatamente. Se acarició suavemente el cabello y sonrió.
– Hola -dijo.
– Sólo quería ver cómo estabas y ver si te encuentras mejor.
– Estoy bien -replicó Lily.
Observó cómo él le recorría el cuerpo con la mirada.
– Vaya -murmuró Aidan-. Estás… estás casi desnuda.
No era exactamente un cumplido, sino más bien la constatación de un hecho.
– ¿Tan mal está? Sé que estoy algo pálida, en especial para lo que se lleva en Los Ángeles.
Él extendió una mano y le recorrió suavemente la cintura antes de estrecharla contra su cuerpo.
– Si me enseñas tanta carne, no esperes que me pueda mantener alejado de ti.
– No lo haré -susurró ella mientras le acariciaba suavemente el torso.
– Pensaba que te ibas a echar una siesta -dijo él.
– Se me había ocurrido dormitar un poco junto a la piscina y así poder tomar un poco el sol. ¿Has estado nadando?
– Sí -respondió él-. Y ahora me muero de hambre. Me estaba preguntando si conocías algún sitio de comida a domicilio. Dado que no tenemos coche y…
– Sí que tenemos coche -replicó Lily-. Además, hay una tienda en la ciudad que lleva comida a domicilio. Puedo pedir algo de comer.
– Yo la pediré. Estoy en deuda contigo por invitarme a venir aquí.
– Tenemos cuenta y no tienes por qué preocuparte. Tú eres un invitado en esta casa. No me debes nada.
– No estoy acostumbrado a ser un mantenido. Supongo que tendré que trabajar para pagarme mi alojamiento en esta casa de otro modo.
– ¿Cómo se te ocurre que podrías hacerlo? -le preguntó ella. Esperaba que él se la llevara a la cama. Se le ocurrían cientos de maneras en las que podría compensarla con su cuerpo.
– Bueno, hay que limpiar la piscina.
Lily parpadeó muy sorprendida.
– No. No tienes que hacer eso. Tenemos un hombre contratado para eso, pero no viene muy a menudo cuando no estamos en la casa.
– Bien. Baja cuando estés lista, pero no te pongas aún la crema para el sol. Eso lo haré yo.
Le dio un rápido beso y luego se dio la vuelta y marchó. Lily trató de controlar la respiración. Se colocó una mano en el pecho y advirtió cómo le latía el corazón.
– Puedo hacerlo -se dijo-. Puedo seducir a ese hombre. Puedo conseguir que vuelva a desearme.
Cerró los ojos y repitió estas palabras una y otra vez. Ya no era Lily Hart, la discreta ayudante de investigación, sino Lacey St. Claire, autora de éxito y experta en sexo. Se juró que aquella noche tendría a Aidan Pierce completamente desnudo en su cama.
Capítulo 4
Aidan se reclinó en la hamaca y cerró los ojos para poder dirigir el rostro al sol. Aunque prácticamente vivía todo el tiempo en Los Ángeles, jamás había tenido una oportunidad real de apreciar el tiempo. Siempre iba corriendo de una reunión a otra o estaba atascado en el tráfico o se encontraba sentado en un despacho durante un día soleado.
Le gustaba tomar el sol. Se había pasado los dos últimos meses trabajando. Si alguna vez regresaba a Los Ángeles, vendería la casa que tenía en las colinas para comprarse una vivienda en la playa, tal vez en Malibú.
Guiñó los ojos para evitar el sol y miró a Lily. Ella estaba tumbada a su lado, en otra hamaca, con los ojos cerrados.
– Esto es el paraíso -comentó.
– Hmmm -replicó ella.
– No hay ni aviones, ni barcos. Sólo esta enorme y cómoda hamaca -comentó. Estiró los brazos por encima de la cabeza y bostezó-. En estos momentos me podría quedar dormido.
– Pues cierra los ojos y deja de hablar.
Aidan sonrió.
– Si me duermo ahora, tardaré varios días en superar la diferencia horaria. Es mejor seguir despierto. Vamos -comentó. Se levantó de la hamaca-. Si nadamos un poco, nos despejaremos. Vente al agua conmigo.
– No quiero despertarme…
Aidan se sentó a horcajadas sobre la hamaca en la que Lily estaba tumbada y comenzó a masajearle el pie izquierdo.
– Tienes unos pies muy bonitos.
– Ah, qué gusto, esclavo -dijo ella, riendo-. Lo siento. Ayudante de esclavo. Ahora el otro.
Aidan dejó el pie y se inclinó sobre ella para besarla. La pierna de Lily le frotó su entrepierna al moverse debajo de él. El ligero contacto fue como una descarga eléctrica para su cuerpo. Quería terminar lo que los dos habían comenzado allí mismo, al lado de la piscina. El lugar resultaba lo suficientemente íntimo.
– Ven a nadar conmigo -insistió él. Le mordisqueó suavemente el cuello-. Uno siempre debe nadar acompañado. Si no es así, me podría ahogar.
– Si necesitas mi ayuda, sólo tienes que llamarme -replicó ella, con una sonrisa. Sin más, cerró los ojos.
Aidan se levantó de la hamaca y se dirigió a la piscina. Respiró varias veces profundamente y se sumergió en el lado más hondo. De niño, siempre había podido aguantar la respiración más que ninguno de los chicos que conocía. Se sentó en el fondo y esperó.
No llevaba allí mucho tiempo cuando vio que Lily se asomaba por el borde de la piscina. Dio un paso atrás y, entonces, Aidan se dejó ascender lentamente a la superficie, como si fuera un cadáver. Un instante más tarde, sintió que ella se arrojaba al agua y que lo agarraba por la cintura para llevarlo a la parte menos profunda de la piscina.
Al llegar allí, él se giró rápidamente y la agarró, arrastrándola consigo bajo el agua. Cuando salieron a la superficie, Lily comenzó a toser y a escupir agua mientras él los mantenía a ambos a flote.
– Yo… yo creía que te estabas ahogando -protestó ella.
– Sólo te estaba tomando el pelo.
– ¡No deberías haber hecho eso! -gritó ella mientras le golpeaba-. Me has dado un susto de muerte. Creía que te habías dado un golpe en la cabeza.
– Me has salvado.
– No quería que te ahogaras.
– Debo de gustarte mucho, ¿no?
Lily evitó su mirada y se centró en el torso.
– Tal vez. Bueno, un poco.
Aidan la llevó hasta el borde de la piscina y allí, cuando Lily pudo hacer pie, le enmarcó el rostro entre las manos y la besó. Sin embargo, en aquella ocasión no fue un simple contacto entre los labios de ambos. Aidan le dejó muy clara la necesidad que sentía hacia ella. Le devoró la boca hasta que ella se rindió contra su pecho, completamente vencida. Entonces, muy lentamente, él se apartó de su lado.
– ¿De verdad te gusto? -bromeó-. ¿O acaso sólo quieres mi cuerpo?
– Me gustas mucho -murmuró Lily contra sus labios-. Y también me gusta bastante tu cuerpo -añadió, deslizándole un dedo sobre la clavícula-. ¿Podemos salir de esta piscina?
– ¿Ya no nadamos más?
Lily sacudió la cabeza. Unas minúsculas gotitas de agua le brillaban en las pestañas.
– Creo que ya he tomado suficiente sol por hoy.
Aidan la agarró por la cintura y la sacó de la piscina. La sentó sobre el borde. Entonces, saltó él también y la ayudó a ponerse de pie. Volvió a buscarle la boca. Mientras se dirigían hacia la casa, no rompieron el contacto. Iban completamente perdidos en la oleada de su propio deseo.
Fueron dejando un rastro de huellas mojadas desde la cocina hasta el dormitorio de Lily. Cuando se tumbaron en la cama, aún estaban empapados. Aidan apartó un mechó de cabello de la frente de Lily. Ella se tumbó sobre las mullidas almohadas y cerró los ojos. Tenía una sonrisa en los labios.
Hacía menos de un día que Aidan la conocía y se había pasado la mayor parte de ese tiempo cuidando de ella o tratando de seducirla. La relación que existía entre ellos resultaba un poco rara, por llamarla de alguna manera. No estaba del todo seguro de lo que existía entre ellos. Relación, amistad… No se podía decir que fueran amantes, aunque él pensaba cambiar ese hecho cuanto antes le fuera posible. En aquellos momentos, su relación no podía denominarse de ninguna manera.
– ¿Estás tratando de volver a seducirme? -le preguntó él mientras le besaba el cuello-. Porque si es así, no estoy seguro de que vaya a ser capaz de impedírtelo. Creo que, como máximo, podría llevarte dos o tres minutos.
– ¿Y si te dejo que me seduzcas a mí? -replicó Lily-. ¿Cuánto tiempo crees que te llevaría?
– Podría seducirte en… diez horas.
Lily contuvo la respiración.
– ¿Diez horas? Debes de ser muy malo si tardas tanto tiempo.
– No -repuso Aidan con una picara sonrisa-. No lo comprendes. Soy muy bueno. Dame diez horas y te garantizo que no lo lamentarás.
– ¿Qué hora es en este momento?
– Las dos. Me queda hasta medianoche.
– No creo que se tarde diez horas -dijo Lily-. Más bien diez minutos.
– Sí, es verdad, pero piensa en todo lo que nos vamos a divertir si nos lo tomamos con calma.
– ¿Y si me resisto? ¿Y si no te deseo después de diez horas?
– Eso no va a ocurrir. Te aseguro que me desearás. Es inevitable.
Lily contuvo el aliento.
– Está bien. Creo que deberíamos empezar ahora mismo. El reloj no deja de funcionar. Puedes comenzar.
Aidan se tumbó a su lado y entrelazó los brazos por detrás de la cabeza.
– ¿Significa eso que yo estoy al mando?
Lily asintió.
– En ese caso, quiero que te levantes y te pongas aquí mismo, al lado de la cama.
Ella hizo lo que Aidan le había pedido.
– ¿Ahora qué?
– Quítate ese traje de baño mojado.
Lily parpadeó, como si aquella petición la hubiera tomado por sorpresa. Entonces, muy lentamente, se llevó las manos a la espalda y desabrochó las cintas del sujetador. Unos segundos más tarde, lo dejó caer al suelo. A continuación, hizo caer la braguita al suelo y la apartó de una patada.
Durante un largo instante, él se limitó a observarla. Lily lo miraba fijamente al rostro, aunque su respiración y el ligero temblor de los dedos revelaban lo nerviosa que estaba.
– ¿Tienes…? Ya sabes -susurró ella, sonrojándose. Ni siquiera podía pronunciar la palabra «preservativo». Una mujer que había escrito un manual sobre sexo debería al menos poder utilizar la terminología pertinente.
– No vamos a necesitar preservativo -respondió él-. Sólo vamos a echarnos una siesta.
Lily frunció el ceño.
– Si sigues con ese bañador mojado, no pienso dormir a tu lado -replicó.
Aidan se lo quitó inmediatamente.
– ¿Mejor? -preguntó mientras golpeaba suavemente la parte del colchón que quedaba a su lado.
Ella asintió. Se tumbó a su lado. Aidan la abrazó por la cintura y la colocó de espaldas a él. Le rodeó el cuerpo con los brazos y le acarició los senos perezosamente hasta que, con el pulgar y el índice, consiguió que el pezón se irguiera desafiante.
Lily suspiró suavemente.
– ¿Sólo vamos a dormir?
– Mmm, hmm -susurró Aidan mientras le besaba el hombro-. Cierra los ojos.
– ¿De verdad que te vas a dormir?
Aidan contuvo el aliento y sonrió. Aunque podría haberle hecho el amor, le gustaba la sensación de tener el cuerpo de Lily junto al suyo, de cerrar los ojos y de saber que ella estaría a su lado cuando se despertara. No recordaba haberse echado nunca la siesta con una mujer. Diablos. De hecho, ni siquiera se echaba la siesta. Sin embargo, en aquel momento, nada podía atraerlo más.
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