– La piel te huele a coco -susurró.

Lily se giró y lo miró por encima del hombro.

– Esto no es idea mía. Además, sé cómo te sientes…

Se apretó con fuerza contra él y se frotó contra el pene erecto. Aidan ahogó un gemido.

– Nos ocuparemos de eso más tarde -dijo.

– No te creo. Pienso que, si yo te tocara a ti, tú te sentirías obligado a hacer algo al respecto. Los hombres sois criaturas muy poco complicadas.

– Yo soy simplemente una vergüenza para todos los hombres. No a todos se les puede seducir en diez minutos. Ahora, cierra los ojos y duérmete.

Lily se dio la vuelta y lo miró. Entonces, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó suavemente.

– Diez minutos… -susurró.

Aquello era una locura. Era imposible desear más a ninguna otra mujer de lo que él deseaba a Lily. Hundió los dedos en el cabello revuelto y moldeó la boca contra la de ella.

La dulce carne de sus senos se apretaba contra su torso. Dios mío, era tan hermosa… Le agarró una pierna y se la subió hasta la cadera, de modo que su erección quedó entre las piernas de ella. Estaba ya muy cerca de perder el control, pero decidió no prestar atención a las sensaciones que le recorrían todo el cuerpo y se ordenó esperar.

Lily frotó su rostro contra la mejilla de Aidan. Él tuvo que contener el aliento, preguntándose lo mucho que le costaría resistirse. Sin embargo, después de unos minutos, se dio cuenta de que ella no le iba a presionar más. La respiración de Lily se había hecho muy profunda y regular. Se había quedado dormida.

Aidan cerró los ojos y la estrechó contra su cuerpo, inhalando el suave aroma que emanaba del cabello de Lily. Aquél era el modo perfecto de pasar una tarde, con la brisa del océano haciendo volar las ligeras cortinas y el sonido de las gaviotas en la distancia. Aidan había querido huir de Los Ángeles, encontrar un lugar en el que pudiera aclararse la cabeza. Por lo que a él se refería, había encontrado el paraíso.


La habitación estaba a oscuras cuando Lily se despertó. Se dio la vuelta y encontró que la cama estaba completamente vacía. Se frotó los ojos. Aidan la había tapado con una manta de algodón. Respiró profundamente y sonrió, acurrucándose contra la suave calidez del cobertor.

Había dado por sentado que aquellas vacaciones sólo serían una hilera interminable de horas completamente vacías, que los días se convertirían en noches sin mayor relevancia hasta que Miranda llegara con más trabajo. Tenía un montón de libros que no había logrado leer el verano pasado y tenía temas sobre los que investigar para mantenerse ocupada. Además, había planeado revisar muy en serio su novela. Sin embargo, en aquellos momentos, lo único que deseaba era pensar en Aidan.

Se mesó el cabello con las manos y se incorporó en la cama. La manta cayó, dejando al descubierto los senos desnudos. Se levantó de la cama y se dirigió a la puerta que daba al amplio porche. El sol se había puesto y la piscina estaba vacía, a pesar de estar iluminada.

Sacó un sencillo vestido de algodón y se dirigió al cuarto de baño. Cuando encendió la luz, se sorprendió mucho al ver la imagen de la mujer que la contemplaba desde el espejo. Su cabello, que normalmente estaba tan liso y tan bien peinado, mostraba un aspecto revuelto y estaba lleno de rizos y ondas. Su pálido rostro estaba coloreado por el sol y una lluvia de pecas le cubría la nariz y las mejillas. Tenía un aspecto… diferente. Casi sexy. Parecía la clase de mujer que podría ser capaz de atraer a un hombre como Aidan Pierce.

Si se hubieran encontrado en Los Ángeles, él ni siquiera la habría mirado. Recordó la primera vez que lo vio, hacía ya más de un año. ¿Habría existido la misma atracción si Miranda los hubiera presentado?

Tal vez el momento tenía que ser el adecuado.

Tal vez simplemente tenía que estar preparada. O podría ser también que llevaba tanto tiempo fantaseando sobre él, que conocerlo se había convertido en su destino. Algún día, tal vez podría hablarle de sus fantasías, sobre cómo él había sido su hombre perfecto incluso antes de que se conocieran.

Sonrió al espejo. Por primera vez en su vida, creía que podría encontrar a alguien al que pudiera amar para siempre. No era que creyera que podría amar a Aidan, dado que se acababan de conocer, pero jamás se había sentido de aquel modo. Todos los instantes del día estaban llenos de anticipación. Sólo pensar en él la excitaba.

Se puso el vestido sin preocuparse de la ropa interior. El suave algodón resultaba muy agradable contra la piel quemada por el sol. Cuando Aidan volviera a tocarla, quería que lo que se interpusiera entre ellos fuera lo mínimo posible.

Decidió dejarse el cabello suelto. No se maquilló. Resultaba increíble cómo el hecho de sentirse bien mejoraba su aspecto. Las ojeras le habían desaparecido del rostro y no podía dejar de sonreír.

Cuando bajó la escalera, se encontró a Aidan en la cocina, sentado en la amplia isla de mármol que había en el centro. Estaba leyendo y no la oyó entrar. Lily lo observó durante un largo instante, tomándose tiempo para apreciar lo guapo que era. Llevaba una camisa blanca de algodón desabrochada hasta la cintura y un par de pantalones de color caqui que parecían muy cómodos. Tenía los pies descalzos y el cabello revuelto. Una tarde pasada al sol le había dado a su piel una tonalidad dorada.

– ¿Qué estás leyendo? -le preguntó.

Aidan levantó la mirada y sonrió.

– Nada. Se trata sólo de un guión. Me estaba empezando a preguntar si te ibas a pasar toda la noche durmiendo.

– ¿Me lo habrías permitido? ¿Y tu plan?

Aidan consultó el reloj.

– En estos momentos, en lo único en lo que pienso es en cenar -dijo. Se dirigió al frigorífico, sacó un bol y lo colocó sobre la encimera.

– ¿Has preparado tú eso?

– No. Llamé a la tienda que me mencionaste. Encontré un folleto al lado del teléfono y lo trajeron hace media hora. Menos mal que sé marcar un número de teléfono, porque yo de cocinar nada. Sobrevivo con pizzas congeladas y comidas preparadas. Cuando estoy trabajando en una película, siempre hay catering.

Tomó un par de velas que encontró en una estantería y las colocó delante de Lily. Entonces, tomó una botella de vino blanco, que ya estaba abierta y le sirvió una copa.

– Gracias.

Aidan la miró durante un largo instante y sonrió.

– Estás muy hermosa.

– Me ha dado un poco el sol.

Aidan se apoyó sobre la encimera.

– Éste es un lugar muy agradable -dijo, mirando a su alrededor-. Resulta muy acogedor.

– Sí. A mí me gusta mucho, aunque preferiría que se pudiera venir en un trayecto muy corto de tren desde Los Ángeles.

– ¿Venías aquí con tus padres cuando eras pequeña?

Lily negó con la cabeza y tomó un sorbo de vino.

– Mis padres jamás han estado aquí.

– Oh… Yo creía que habías dicho que esta casa pertenecía a tu familia.

– Es una historia muy larga y muy complicada.

– Entonces, responde una pregunta fácil. ¿Soy yo el primer hombre al que has traído aquí?

– Ésa es mucho más fácil. Sí. En realidad, los hombres no se me dan muy bien.

Le había resultado difícil admitir algo así, pero ya no quería seguir fingiendo. No era Lacey St. Claire. Carecía de conocimientos prácticos sobre el arte de la seducción. Iba a hacerle el amor a Aidan y quería que él le hiciera el amor a ella, Lily Hart, no al personaje que había creado.

– Eso ya me lo había imaginado.

– ¿Sí?

Aidan asintió.

– Sí. ¿Por qué el libro?

– Supongo que era un ejercicio, un modo de aprender un poco más. No creí que pudiera sacar nada de ello. Ni siquiera fue idea mía -admitió. Respiró profundamente-. Hace un año y medio yo tenía un novio. Se llamaba George. Yo pensé que algún día terminaríamos casándonos, pero entonces, él me dijo que yo no era lo suficientemente sexy.

Aidan soltó una carcajada.

– Pues ese George era un idiota.

– No. Sólo quería a alguien… mejor. Ya sabes, a una rubia de pechos grandes… y largas piernas. Creo que a todos los hombres les parece que estas mujeres son muy sexys.

– A mí no -afirmó Aidan mientras se echaba un poco de ensalada en un plato.

– Pero tú has salido con muchas de esas mujeres…

– Sí, es cierto. No es muy difícil tratar de parecerse a los demás. Lo es más ser original.

– ¿Y yo lo soy?

– Claro que sí -respondió él mientras le pasaba la ensalada-. Definitivamente tú eres única, Lily Hart. Creo que jamás he conocido a una mujer como tú.

Compartieron otra botella de vino durante la cena y, mientras charlaban de asuntos sin importancia, Lily comenzó a darse cuenta de lo sutil que podía resultar la seducción. De vez en cuanto, Aidan la tocaba de un modo aparentemente inocente. Entonces, ella sentía que el pulso se le aceleraba.

También la seducía con palabras. Parecía tejer un hechizo a su alrededor hasta que consiguió que ella se sintiera la mujer más importante del mundo para él. Jamás apartaba la mirada de su rostro.

Sin embargo, no parecía que él estuviera tratando de conseguir que ella lo deseara. Todo ocurría con tanta naturalidad, que Lily tuvo que preguntarse si tal vez Aidan sentía algo por ella. Sabía que estaba poniendo en riesgo su propio corazón al pensar algo así, pero no le importaba. Aunque se estuviera engañando, resultaba una mentira tan maravillosa que lo único que quería era disfrutarla mientras durara.

Si él se marchaba de su vida al día siguiente, no tendría nada de lo que lamentarse. Su fantasía se había hecho realidad. ¿Cómo podía ser eso algo malo?

Hasta aquel momento, Lily había observado la vida desde la barrera. ¿De qué había tenido tanto miedo? Sabía que el divorcio de sus padres le había dejado heridas muy profundas, pero ya era una mujer adulta y las heridas habían cicatrizado hacía mucho tiempo. Por primera vez en su vida, se había arriesgado de verdad y la recompensa había sido ese hombre, aquel hombre maravilloso, divertido, sensual, con unos increíbles ojos azules y la boca de un dios. Un hombre que la deseaba tanto como ella lo deseaba a él.

Tomó su copa de vino y se tomó lo que le quedaba de un trago. La calidez del vino fue extendiéndosele por las venas y se sintió algo mareada. Aunque le gustaba aquella larga y lenta seducción, se moría de ganas por besar a Aidan.

Centró la mirada en los labios de él. Aidan sólo tardó un minuto en darse cuenta.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó.

– Estoy tratando de conseguir que me beses.

– Pues podrías levantarte, acercarte a mí y besarme.

– ¿Iría eso contra las reglas?

– No hay reglas. Sólo horario. Creo que un beso en estos momentos llegaría justo a tiempo.

Lily volvió a sentarse y sacudió la cabeza. ¿Tan predecible era?

– Hmmm… Supongo que la necesidad ha pasado ya. Ya no necesito besarte.

Aidan se bajó del taburete e hizo que ella se pusiera de pie.

– Vamos.

Salieron al exterior. Pasaron por delante de la casa de la piscina y del burbujeante jacuzzi hasta llegar a la pasarela que conducía al agua. La luna estaba saliendo por encima de Fire Island y creaba un sendero plateado de luz que parecía dirigirse directamente a ellos. Era una escena muy romántica. Lily tuvo que preguntarse si la luz de la luna era un suceso natural o formaba parte del fantástico plan de diez horas.

– ¿Has encargado tú esa luna?

– Sí. Sólo para ti.

– Eres bueno. Eso tengo que reconocerlo.

– Pues aún no has visto lo mejor…

Se colocó detrás de ella y le rodeó la cintura con los brazos. Entonces, apoyó la barbilla sobre el hombro de ella. Cuando le dio un beso en el cuello, Lily gimió suavemente. Ella deseaba fervientemente arrancarse la ropa.

Sin salir de sus brazos, se giró para mirarlo. El corazón le latía con fuerza en el pecho. Decidió que podía cambiar las reglas del juego. Se armó de valor y se agarró el bajo del vestido. Entonces, se lo sacó por la cabeza. Lo dejó caer suavemente sobre la pasarela.

– Vaya. Esto sí que está bien -murmuró él.

Aidan la tomó entre sus brazos y la estrechó contra su cuerpo. Compartieron un beso profundo y poderoso, lleno de pasión contenida y de la promesa de mucho más. Los dedos de él bailaban dulcemente sobre la piel de Lily, como si no pudiera saciarse de ella.

Cuando se apartó de ella para mirarla, Lily le retiró lentamente la camisa de los hombros. El cuerpo de Aidan brillaba a la luz de la luna y, durante un momento, Lily pensó que todo aquello podría ser un sueño. Era demasiado perfecto. Sin embargo, resultaba también demasiado real para ser una fantasía.

Bajó las manos y le desabrochó los botones de los pantalones. Estos se le deslizaron por las caderas hasta caer al suelo. Él también había decidido no ponerse ropa interior. Agarró la mano de Lily y la condujo hasta el jacuzzi.