– Sí. Es él. Mi querido papá.

– En ese caso, tu madre debe de ser…

– Serena Frasier.

Aidan contuvo la respiración.

– Dios mío, Lily. Eres igual que ella. Hay algo en ti que me resultaba muy familiar y debía de ser eso. Tu madre era una mujer muy hermosa.

– Y lo sigue siendo. Te sorprendería ver cómo el hecho de tener un marido rico la ayuda a mantenerse joven.

– Tu padre era un gran director. Estudiamos su película Senda de papel en la facultad.

– Todo el mundo adoraba a mis padres -dijo ella-, en especial la prensa. Todas sus aventuras, sus peleas, sus reconciliaciones. Yo estaba en medio de todo eso. Tenía un asiento de primera fila.

– Y sobreviviste -comentó Aidan, estrechándola un poco más entre sus brazos. Deseó profundamente borrar el dolor que había notado en sus palabras con sus caricias, pero sabía que no podría-. Eres una mujer muy fuerte, Lily.

– No. No tanto…

Se acurrucó contra el pecho de Aidan y no tardó en quedarse dormida. Aidan siguió despierto. Las preguntas le impedían conciliar el sueño.

Había vivido en Los Ángeles el tiempo suficiente para saber que una relación en el mundo del espectáculo era casi imposible. Nadie duraba, al contrario de lo que les había ocurrido a sus padres. Aidan había dado por sentado que él jamás tendría una relación así, una relación que durara toda la vida. Sin embargo, tal vez había alguien en el mundo que le pertenecía, alguien tan perfecto que, simplemente, encajaran.

Ocultó el rostro en el cabello de Lily y respiró profundamente. Lily parecía encajar a la perfección. Sin embargo, venía acompañada de una historia que le hacía tener una profunda cautela sobre las relaciones a largo plazo.

Miró al techo de la casa y decidió que era una locura. Sólo hacía veinticuatro horas que conocía a Lily. ¿Cómo era posible que ya estuviera pensando en un futuro con ella?

Cerró los ojos y trató de relajarse. No tenía que decidir nada aquella noche. Le quedaba una semana al lado de Lily, siete días para decidir por qué la encontraba tan fascinante. Y para ello, pensaba emplear cada minuto de cada día en averiguarlo.

Capítulo 5

Lily se frotó los ojos. Llevaba bastante tiempo mirando la pantalla del ordenador. Estiró los brazos por encima de la cabeza y trató de despertarse. Le resultó imposible sin café.

Se había despertado hacía más de una hora en la cama de Aidan. Como le había resultado imposible volver a dormirse, había decidido levantarse. Además, no estaba segura del protocolo. Aidan le había dicho que jamás pasaba la noche con sus amantes y ella no quería que se sintiera incómodo. Por eso, se levantó de la cama.

Se había vestido y había regresado a la casa. Desgraciadamente, no pudo encontrar café en la cocina. Normalmente Luisa, el ama de llaves de la casa, se ocupaba de las compras pero Lily no la había llamado adrede. Sabía que Luisa le contaría a Miranda que había un hombre viviendo en la casa de la piscina.

Lily sonrió. Recordó la noche anterior, la larga seducción que Aidan le había prometido. Había sido todo lo que ella había deseado siempre, una velada romántica, juguetona y excitante. Había partes de su fantasía que siempre había dejado vacías y por fin sabía por qué. La fantasía jamás podría haber alcanzado lo especial que había sido hacer el amor con Aidan.

Amor. La palabra más especial. Seguramente, llamar simplemente sexo a lo que habían compartido era más exacto, pero Lily sentía que había algo más entre ellos, algo más profundo.

Respiró profundamente y cerró los ojos. Tal vez él simplemente era un experto en hacer que se sintiera así. Tal vez todo formaba parte de la seducción. Si esperaba sobrevivir una semana junto a Aidan, tendría que ser más objetiva. Los hombres necesitaban sexo. Era un imperativo biológico para ellos. Al contrario que las mujeres, normalmente no necesitaban tener sentimiento alguno ni vínculo emocional de ninguna clase para poder hacerlo. Lo tenía todo allí, en su libro.

– ¿Señorita Lily?

La voz la sobresaltó. Se dio la vuelta y vio que Luisa estaba de pie, junto a la puerta. Con la mano sobre el corazón, Lily forzó una sonrisa.

– ¡Ay qué susto me has dado!

– Lo siento mucho, señorita. Por eso me pareció que debía decirle que estaba aquí. No quería asustarla.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– La señorita Miranda me llamó para decirme si podía ocuparme de que el coche estuviera a punto antes de que ella llegara. Me ha sorprendido mucho verla a usted aquí sola. Pensé que, cuando ella canceló su viaje, usted se quedaría en California con ella.

– No. He decidido venir antes.

– ¿Le apetece un poco de café? He pasado por el mercado y he comprado su mezcla favorita. Tengo una cafetera ya preparada.

– Eso sería maravilloso…

Luisa se dio la vuelta para marcharse, pero Lily se lo impidió.

– Un momento, Luisa. Tenemos un invitado. Se llama Aidan. Aidan Pierce. Se aloja en la casa de la piscina.

– ¿Cree que él también querría un café?

– No -dijo Lily con una suave sonrisa-. Sigue dormido, pero te agradecería que no le dijeras nada a Miranda cuando llame. Ya sabes cómo es y no quiero tener que enfrentarme a sus preguntas en estos momentos.

– Oh -murmuró Luisa-. Comprendo. Es su invitado, señorita. Un invitado muy especial.

– Sé que eres muy leal a Miranda y no quiero ponerte en un aprieto, Luisa. No me disgustaré contigo si dices algo, pero…

Luisa levantó una mano.

– No se preocupe, señorita Lily. No diré ni una palabra. Comprendo que hay veces en las que una persona necesita intimidad. Ya me dirá cuando quieren desayunar usted y el señor Aidan. He comprado cruasanes y mermelada de fresa.

Lily se levantó de la silla y cruzó la sala para ir a abrazar a Luisa.

– Gracias.

Después, regresó a su trabajo. Se sentía muy aliviada de no tener que enfrentarse a Miranda al menos durante unos cuantos días más. No era que quisiera excluir deliberadamente a la única persona que realmente se preocupaba por ella, sino que todo lo que estaba ocurriendo con Aidan era muy nuevo y de resultado bastante incierto. Quería protegerse de los interrogatorios y las preguntas un poco más.

El sentido común le decía que jamás podría existir nada duradero entre ellos. Había visto lo que la profesión de su padre había provocado en su matrimonio. Su madre tampoco había ayudado. Realizar películas era una profesión muy glamurosa, pero vivir siempre en un lugar diferente era demasiado tentador para cualquier hombre o mujer. Ella jamás podría soportar las dudas sobre si el hombre al que amaba podía estar con otra mujer. No se podía imaginar compartiendo a un hombre como Aidan con otra mujer.

Se centró de nuevo en su ordenador y examinó las dos páginas que había reescrito. Trabajaba en su novela cuando encontraba un momento libre, pero aún le faltaban muchos meses para completarla. Había días en los que se sentía como si no fuera a terminarla nunca. Sin embargo, aquella mañana, había encontrado una nueva fuerza para centrarse en su trabajo.

Aidan y ella habían pasado una noche en la misma cama. De repente, Lily se había sentido como si pudiera conquistar el mundo. Sí. El sexo había sido increíble, pero eso no significaba que su vida entera fuera a cambiar.

– ¡Tranquilízate! -musitó.

– Eh.

El sonido de la voz de Aidan le provocó una agradable calidez en las venas. El pulso se le aceleró. Cerró los ojos y respiró profundamente antes de girar la silla. Llevaba los mismos pantalones que había llevado durante la mayor parte del día anterior. Llevaba el torso y los pies desnudos y tenía el cabello revuelto por el sueño.

– Buenos días -dijo ella.

Aidan tenía en la mano una taza de café. Entonces, cruzó la sala y se la dejó en la mesa.

– El ama de llaves me ha dicho que te traiga esto.

– Luisa.

– Me desperté y tú no estabas a mi lado -murmuró. Tomo un sorbo de su taza de café-. Es la primera noche que he pasado entera con una mujer y la termino solo en la cama. Supongo que ahora sé como se siente una persona en una situación así. Bueno, ¿qué estás haciendo aquí? -le preguntó tras mirar a su alrededor.

– Trabajando un poco.

– Bonito despacho. Cómodo.

No sabía qué decirle. ¿Debía darle las gracias por la maravillosa experiencia en la cama? Quería levantarse de su silla y arrojarse a sus brazos para darle un beso. Sin embargo, no podía moverse.

Aidan se acercó a las estanterías y examinó los títulos que allí había.

– Puedes tomar cualquier libro que te parezca interesante -comentó ella.

– Gracias -murmuró. Se acercó a las estanterías que contenían algunos de los premios que había recibido Miranda-. Vaya… ¿son todos estos…?

La voz se le ahogó de repente en la garganta cuando tomó una placa y la examinó cuidadosamente.

– ¿Qué es esto? -añadió-. ¿Qué tienes tú que ver con Miranda Sinclair?

– Es mi madrina.

Aidan la miró fijamente con la placa de Miranda aún entre las manos.

– ¿Cómo dices?

– Que es mi madrina. Y ésta es su casa.

– Dijiste que esta casa pertenecía a tu familia.

Lily se movió sobre la silla con un gesto de intranquilidad en el rostro. No le gustaba el tono de la voz de Aidan ni el modo en el que la estaba mirando.

– Miranda es mi familia. Ella me acogió después del divorcio de mis padres. Yo vivo con ella en Beverly Hills.

Aidan lanzó un gruñido.

– ¡Vaya! -musitó-. ¿Por qué no me lo habías dicho?

– ¿Decirte qué?

Aidan volvió a dejar la placa en la estantería.

– Yo siempre había tenido mucho cuidado con esto. Yo nunca, nunca mezclo negocios con placer -dijo, sacudiendo la cabeza y mesándose el cabello con gesto nervioso-. Tú estabas sentada en su asiento. Se suponía que yo tenía que reunirme con ella en el avión para hablar sobre la posibilidad de convertir su nueva novela en una película.

Cuando Lily escuchó estas palabras, se sintió como si la hubieran abofeteado. ¿Sería aquél otro intento de Miranda para encontrarle pareja? Su madrina trabajaba con una productora de Hollywood. Casi nunca tenía nada que ver con las adaptaciones de sus novelas para la gran pantalla. A Lily le había resultado un poco raro que Miranda insistiera en que ella fuera a los Hamptons sola. Siempre viajaban juntas.

– Pensé que dijiste que eras escritora.

– Y… y lo soy. También ayudo a Miranda a documentarse. Fue idea suya lo de ese libro sobre seducción y, al final, terminé escribiéndolo yo -susurró Lily. Se cubrió el rostro con las manos-. Lo siento. Algunas veces va demasiado lejos. No tenía ningún derecho a mezclarte a ti en todo esto.

– ¿De qué estás hablando? Yo soy el que la ha fastidiado aquí. Si se entera de que tú y yo nos estamos acostando, jamás querrá realizar ese proyecto conmigo.

– ¡Estaría encantada si se enterara de que nos estamos acostando! Al menos, del hecho de que yo me esté acostando con alguien. Si se entera de que eres tú, te permitirá llevar al cine las adaptaciones de sus diez próximas novelas.

Aidan la miró como si Lily acabara de perder la cabeza.

– ¿De qué estás hablando?

Lily se puso de pie.

– Sé sincero conmigo. Si hubieras sabido que soy la ahijada de Miranda, ¿te habrías venido al cuarto de baño del avión conmigo?

Aidan tardó sólo un instante en considerar aquella pregunta, pero a Lily le pareció una eternidad. Cerró los ojos y se preparó para la verdad. Cuando oyó que él contenía la respiración, lo miró y vio que él estaba sonriendo.

– Sí. Me habría ido contigo de todos modos. Puedo encontrar otro proyecto. No es importante.

Lily tragó saliva. Le resultaba imposible creer lo que estaba oyendo.

– ¿De verdad?

Aidan asintió. Entonces, rodeó el escritorio y la tomó entre sus brazos.

– Eh, hay muchas cosas que puedo hacer…

La besó suavemente, acariciándole las caderas para terminar por fin dejando descansar las manos sobre el trasero de ella.

– ¿De verdad crees que Miranda estaría encantada de saber que nos estamos acostando?

– A Miranda le gusta mucho meterse en mi vida. Por eso me hizo escribir ese libro. Le pareció que sería bueno para mí.

– Entonces, ¿en realidad no eres una experta en seducción?

– Sobre el papel, sí, pero no tengo mucha experiencia.

– Bien, en ese caso, tal vez tengamos que trabajar sobre eso un poco más -susurró-. Podríamos decir que se trata de una investigación. Yo seguramente podría enseñarte unas cuantas cosas y tú podrías hacer lo mismo conmigo. Podríamos estudiar juntos.

Lily suspiró.

– No tenía intención de hacerte creer que era algo que no soy.

– Supongo que todos fingimos un poco -comentó él, encogiéndose de hombros-. Podríamos habernos pasado el resto del vuelo ignorándonos. ¿Dónde habríamos ido a parar?