No sería difícil enamorarse de Lily. Con ella, todo resultaba muy fácil. No le importaba que su nombre y el de ella fueran a aparecer en la prensa durante los próximos días. No le importaba tampoco que la madrina de ella estuviera decidida a cazarlo y a convertirlo en el marido de Lily. Demonios, no le importaba tener un poco de jaleo si eso significaba que podía estar con Lily y compartir la cama con ella.
La miró muy seriamente.
– Bueno, ¿vamos a tener una boda grande o una ceremonia íntima con tan sólo familiares y amigos?
– En realidad, le he dicho que nos vamos a fugar para casarnos -dijo Lily-. No le he dicho dónde. Tendremos que decidir ese detalle. ¿Qué te parece Canadá?
– Una boda canadiense. Suena muy agradable. Me gusta mucho Toronto. Allí hay un fantástico festival de cine. Y hay un lago muy grande.
Lily se echó a reír. Lo abrazó y tiró de él para que se volviera a tumbar en la cama. Le mordió suavemente el labio inferior.
– Creo que éste va a ser uno de los típicos compromisos matrimoniales de Hollywood. Lo tendremos que romper dentro de una hora. Simplemente diremos que nos hemos distanciado un poco, pero que seguimos siendo amigos.
– Amigos con derecho a roce -comentó él, riendo.
El pequeño pueblo de Eastport era uno de los lugares favoritos de Lily. Era famoso por sus tiendas de antigüedades. Cuando era adolescente, Lily se pasaba los sábados de sus vacaciones buscando tesoros en sus polvorientos estantes. Algunas de las tiendas habían cambiado de dueño, pero aún quedaban muchos rostros familiares a los que pasaba siempre a ver cuando estaba en la zona.
– Jamás he comprendido esto de las antigüedades -dijo Aidan mientras observaba un juego de cucharas de plata-. ¿Por qué comprar algo viejo cuando se puede comprar algo nuevo?
– Es la historia -respondió Lily. Señaló una tetera de plata que el dependiente les sacó enseguida-. Sujeta esto.
Aidan hizo lo que ella le había pedido y miró a Lily con perplejidad.
– ¿Saldrá un genio de ella si la froto?
– Piensa en la persona que poseyó este objeto en primer lugar. Está fechada en 1780. Un hombre la hizo con sus propias manos y la persona que la poseyó probablemente vivió la guerra de la Independencia. Tal vez se la trajo desde Inglaterra. Podría tener incluso un hijo que luchó en la guerra o incluso un marido. Ella vivió cuando este país nació y se calentó las manos con ella durante las frías noches de invierno. Nadie sabrá nunca su nombre ni las vivencias que tuvo, pero esta tetera forma parte de esa vida.
– Veo lo que quieres decir -afirmó Aidan tras pensárselo durante un instante. Miró al dependiente-. ¿Cuánto vale?
– Tres mil quinientos dólares.
– Me la llevo -dijo Aidan.
Lily se quedó perpleja.
– ¿Qué estás haciendo?
– Quiero comprarla.
– ¿Por qué? Tú no coleccionas antigüedades.
Aidan sacó la cartera y colocó una tarjeta de crédito sobre el mostrador.
– Simplemente la quiero. Quiero algo con lo que pueda recordar este día. Y me ha gustado tu historia.
El dependiente la embaló en una caja y le dio a Aidan el recibo para que lo firmara. Cuando salieron de la tienda, Lily se volvió para mirarlo.
– Estás loco. Probablemente podrías haber conseguido un precio mejor si hubieras regateado.
– Tal vez. Soy el alocado dueño de una tetera -afirmó-. ¿Sabes lo que de verdad me gustaría encontrar? Mi abuelo solía tener una hucha de un soldado. Se le colocaba la moneda en el fusil y entonces se accionaba una palanca. La moneda salía volando hacia un agujero de un árbol y se quedaba guardada en el tronco.
– Hay una tienda al final de la calle que está especializada en juguetes. Las huchas mecánicas están muy valoradas como piezas de colección.
– Yo solía jugar con esa hucha durante horas. Estaba en la universidad cuando mi abuelo murió y le pregunté a mi madre si me la podía quedar, pero ya habían donado muchas de sus cosas a tiendas benéficas -explicó. Agarró la mano de Lily y los dos siguieron paseando calle abajo-. Esto es muy divertido. Normalmente no me gusta ir de compras, pero contigo es muy agradable.
– Yo odio ir de compras, pero esto no lo considero así. Es más como si estuviéramos buscando un tesoro. Una nunca sabe lo que va a encontrar.
Aunque la mañana había comenzado de un modo algo extraño, Lily había logrado enmendar el día. Había llamado a Miranda para disculparse por la broma que le había gastado. Para su sorpresa, su madrina se había mostrado muy arrepentida y había admitido incluso que había ido demasiado lejos. Si Miranda esperaba una explicación de lo que estaba ocurriendo entre Aidan y Lily, no la obtuvo. Lily simplemente le dijo que Aidan era un hombre muy agradable y que se estaban divirtiendo.
Lily sonrió. Se imaginaba a Miranda en su casa de California especulando sobre los resultados de sus esfuerzos. Sin duda, acribillaría a Luisa a preguntas sobre si se acostaban o no, pero a Lily no le importaba. Tal vez debería agradecer la oportunidad. Probablemente no habría ocurrido nunca si lo hubiera dejado todo en manos del destino.
– ¿Quieres que cenemos aquí? -le preguntó Aidan-. Pasamos por delante de un italiano al entrar en el pueblo. Me apetece una pizza.
– Me parece bien -dijo Lily-. Podríamos ira buscarla y llevárnosla a casa.
– Eso suena incluso mejor -susurró él. La abrazó con fuerza y la estrechó contra su cuerpo. Le besó la coronilla y, durante un instante, Lily se sintió como si su vida fuera perfecta. Así se suponía que se sentía una persona cuando estaba enamorada. Vivía en un estado de felicidad absoluta.
– Ésa tienda es muy bonita -dijo Lily señalando una tienda de antigüedades al otro lado de la calle-. Tienen muchos juguetes antiguos. Tal vez encontremos allí tu hucha. O tal vez…
– ¿Aidan?
Él se detuvo y se giró lentamente al escuchar una voz de mujer. Una rubia de largas piernas estaba en la puerta de la tienda por la que acababan de pasar. Se quitó las gafas de sol y se acercó rápidamente a ellos.
– ¡Estaba segura de que eras tú!
– Hola, Brooke.
Ella le abrazó muy cariñosamente.
– ¿Qué estás haciendo aquí? Esperaba encontrarme con algunos conocidos de Los Ángeles, pero jamás contigo. Jamás me pareciste el tipo de persona que viene a los Hamptons.
– He venido de visita -respondió-. Lily, esta es Brooke Farris. Brooke, mi amiga Lily Hart. Me alojo en su casa.
Brooke miró a Lily y le dedicó una despreciativa sonrisa. Entonces, volvió a centrar toda su atención en Aidan.
– ¿Por qué no seguimos viéndonos? Yo pienso en ti constantemente. Nos divertíamos tanto…
Lily se giró hacia Aidan esperando que él respondiera. ¿Por qué no salía con aquella mujer? Era hermosa, alta… Lily decidió que el adjetivo que mejor la definía era «esbelta». Por mucho que ella se esforzara, jamás sería esbelta. Brooke tenía el cabello rubio y unos deslumbrantes dientes. Su maquillaje era perfecto y parecía que sus ropas acababan de salir de una revista de moda.
– Ya sabes cómo son las cosas -dijo Aidan-. Es la historia de siempre. He estado muy ocupado. Y no he estado en la ciudad.
– Bueno, pues asegúrate de llamarme cuando regreses. Eh, por cierto. Mañana por la noche hay una gran fiesta en casa de Jack Simons. Yo me alojo en su casa de invitados esta semana. Él va a dirigir mi próxima película. Te encantará. Todo el mundo va a estar presente. Pondré tu nombre en la lista -dijo. Metió la mano en el bolso y sacó un sobre-. Toma esto. Ahí dentro están las indicaciones sobre cómo llegar a la casa -añadió. Volvió a mirar a Lily-. Y puedes llevarte a tu amiga. Ella también es bienvenida.
Aidan la observó atentamente mientras se alejaba. Lily los observó a ambos y trató de decidir qué habían sido el uno para el otro. ¿Habían sido pareja? Seguramente. ¿Se habrían acostado? Cualquier hombre con sangre en las venas se habría esforzado por conseguirlo. ¿Se habrían enamorado? Aidan no parecía demasiado contento de verla.
– Es encantadora -murmuró Lily.
– Supongo que sí, pero no es tan guapa como tú.
Hasta aquel momento, Lily se habría creído todo lo que él le había dicho, pero le resultaba bastante difícil aceptarlo en este caso.
– No tienes por qué decir eso. Sé que no soy tan hermosa como ella.
– ¿De qué diablos estás hablando? Eres igual de hermosa, si no más porque, además, tú eres buena persona.
– Oh, sí -dijo ella con una risa forzada-. Una gran personalidad le reporta a una chica más hombres que un rostro y un cuerpo hermosos.
– Basta ya.
– No, tú eres el que tienes que evitar esa clase de comentarios. ¿No te parece que resulta bastante condescendiente que finjas que pertenezco a la misma categoría que esa mujer?
Lily tragó saliva. Le había resultado muy fácil creerse su fantasía, pero la verdad de todo el asunto era que Aidan podía elegir a las mujeres con las que quería estar. Ella sólo era con la que se estaba acostando en aquel momento hasta que apareciera alguien mejor. Podría soportarlo mientras él fuera sincero.
Se había prometido que no importaba, que cuando todo terminara se sentiría más que satisfecha y que seguiría con su vida, pero ya no podía soportar el hecho de pensar que Aidan se terminaría marchando con otra mujer, más hermosa y más segura de sí misma.
Él le tomó la mano y tiró de ella hasta que encontró un lugar tranquilo en el que pudieran hablar sin llamar la atención del resto de los peatones.
– Escúchame, Lily -le dijo él con voz tranquila y sosegada-. Si quisiera estar con una mujer como ésa, lo estaría. Quiero estar contigo. Estoy contigo. Fin de la historia. Ahora, ¿podemos seguir divirtiéndonos como antes y olvidarnos de esa mujer?
Lily lo miró a los ojos y vio que Aidan tenía la verdad escrita en ellos. No obstante, su instinto le decía que no confiara en él porque terminaría haciéndole daño. Estaba convencida de que sería así.
– Lo siento -dijo por fin-. Estoy cansada. Últimamente no hemos dormido mucho y esta mañana me he levantado muy temprano.
Aidan le acarició suavemente la mejilla y la besó.
– Tal vez deberíamos ir a comprar esa pizza y regresar a casa -sugirió él.
Lily asintió. Resultaba más sencillo fingir que todo iba bien, aunque sabía que sus posibilidades de mantener a su lado a un hombre como él eran, como mucho, escasas.
Tarde o temprano, él se daría cuenta de que sólo era una chica corriente. Todo lo que encontraba tan encantador o cautivador sobre ella se diluiría y comenzaría a preguntarse por qué se había sentido atraído por ella. Lo que había entre ellos era tan sólo una aventura de vacaciones. Todo el mundo sabía lo que ocurría con esa clase de relaciones. Terminan con el final de las vacaciones.
Capítulo 6
– ¿Señorita Lily? ¿Señorita Lily?
Lily se dio la vuelta en la cama y se tapó un poco más con la manta. Trataba de volverse a dormir, pero un incesante ruido en la puerta se lo impedía. Abrió un ojo y vio que el sol ya entraba por las puertas de la casa de la piscina.
– ¿Señorita Lily?
Se incorporó un poco y miró al otro lado de la cama. Aidan ya se había levantado y se había marchado.
– Estoy despierta -le dijo a Luisa-. Entra.
Luisa entró corriendo en la estancia con un teléfono inalámbrico en la mano.
– Siento molestarla, señorita Lily, pero es la señorita Miranda. Ha dicho que era una emergencia.
Lily miró el reloj. Eran sólo las siete de la mañana en Los Ángeles, demasiado temprano para que Miranda se hubiera levantado de la cama. Un escalofrío le recorrió la espalda.
– ¿Qué clase de emergencia? -preguntó mientras extendía la mano para agarrar el teléfono.
– No me lo ha dicho -respondió Luisa.
Lily se puso el teléfono al oído.
– Miranda, ¿qué es lo que ocurre? ¿Te encuentras bien? ¿Dónde estás?
– ¿Lo has visto esta mañana? Rachel me acaba de llamar y me ha dicho que los libreros de la costa este se están volviendo locos tratando de pedir más ejemplares de tu libro.
– ¿Cómo dices? -preguntó Lily, frotándose los ojos-. Miranda, ¿cuál es la emergencia?
– ¡Tu libro! Esta mañana estaban hablando de él en Talk to me, ya sabes ese programa que yo odio porque lo presentan unas mujeres que siempre están quejándose. Bueno, estaban hablando de tu libro. Los libreros están aceptando pedidos que no pueden entregar y no hacen más que perseguir a las distribuidoras. Es una locura. Rachel, la que se ocupa de la publicidad de la editorial, me ha llamado esta mañana y me ha dicho que quieren capitalizar esto. Necesitan que vayas a Talk to me.
– Yo… yo no puedo salir en televisión -dijo, casi sin comprender-. Tal vez podría firmar algunos libros, pero nada más. En cuanto me vean, se darán cuenta de que yo no he escrito ese libro.
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