– Pero sí que lo has escrito.

– Lo sé, lo sé, pero, ¿no te parece que es mucho mejor mantener mi identidad en secreto? Además, yo no quería escribir un libro sobre sexo, Miranda. Eso fue idea tuya.

– Lily, si le das publicidad a este libro, querrán comprarte otro y luego otro más. Les gusta que los autores ayuden a vender sus propios libros. ¿Por qué te crees tú que yo me paso seis meses al año en la carretera?

– ¿De verdad crees que debería hacerlo?

– Pues claro que sí. Rachel va a llamarte más tarde. Va a tomar un tren para ir a verte y preparar un plan contigo. Quieren que salgas en ese programa la semana que viene. Cómprate algo bonito. Yo voy a concertar una cita en tu nombre en el salón de belleza al que yo voy. Te arreglarán el cabello, te harán una limpieza de cutis y la manicura.

– Sí y, de paso, también me darán una personalidad nueva.

– Dile a Aidan que te ayude. Él se ha ocupado de conseguir que actrices de tercera realicen interpretaciones sorprendentes. Tal vez pueda ayudarte, es decir, si sigue ahí contigo…

– Sí, Miranda, sigue aquí.

– ¿Está contigo ahora mismo? -le preguntó-. No me respondas. Le preguntaré a Luisa qué es lo que está pasando. Ella es mucho más prolija con los detalles. Me ha dicho que duermes con él en la casa de la piscina. Cariño, tú puedes dormir en la casa. A mí no me importa y…

– Adiós, Miranda.

– Llámame más tarde y cuéntame lo que te haya dicho Rachel. Quiero saber exactamente lo que tienen planeado para ti. No dejes que te concierten demasiadas citas, y ni siquiera consideres los programas de segunda y tercera categoría. Además, ponte lo que quieras, pero no vayas de blanco. Te hará parecer una ballena.

– Miranda, sé lo que tengo que hacer. Llevo años coordinando tu publicidad junto a Rachel.

– Es cierto… Bueno, no hagas nada que yo no haría.

Lily colgó el teléfono y lo arrojó sobre la cama. Entonces, volvió a tumbarse. ¿Qué iba a hacer? Una cosa era haber escrito el libro y otra muy distinta defenderlo. Sí, efectivamente creía en todo lo que había escrito. Las mujeres deberían tener el poder de conseguir lo que desean sexualmente de los hombres, del mismo modo que los hombres llevaban años haciéndolo. Sin embargo, su única experiencia se reducía al encuentro con Aidan en el servicio del avión.

Recordó la tarde anterior, cuando se encontraron con Brooke.

– Ella sabría lo que hacer -musitó. Con su magnífico aspecto, a Brooke Farris seguramente le encantaba ir a los programas de televisión casi tanto como acostarse con Aidan-. Tal vez debería contratarla para que representara el papel de Lacey St. Claire. Eso resolvería todos mis problemas.

– ¿Va todo bien?

Era Aidan. Se acercó a la cama. Iba vestido con pantalones cortos y zapatillas deportivas. Estaba bebiéndose un vaso de zumo de naranja. Su cuerpo relucía con el brillo del sudor.

– No.

– Luisa me ha contado que Miranda ha llamado con una emergencia. ¿Tienes que regresar a Los Ángeles?

– No. A ella no le pasa nada. Me ocurre a mí.

– ¿Qué es lo que pasa? -quiso saber Aidan. Se sentó en la cama y la miró fijamente.

– Se ha estado hablado de mi libro en un programa muy popular de esta mañana y los libreros andan desesperados para obtener más copias. Mi editorial quiere que empiece a hacer publicidad.

– Eso es genial. ¿No?

– ¿Acaso parezco yo la clase de mujer que podría haber escrito ese libro?

– Pues sí. De hecho, eres esa clase de mujer.

– Miranda me convenció para que recabara información al respecto y escribiera el libro. Ahora, me están convenciendo para que le haga publicidad.

– Lily, no tienes que hacer nada que no desees hacer. En eso cuentas con todo mi apoyo. Si no quieres hacerle publicidad a tu libro, no lo hagas. Simplemente di que no.

Lily respiró profundamente.

– Jamás he tenido una fuente de ingresos a parte de lo que Miranda me paga. Llevo años queriendo tener mi propia casa. He ahorrado un poco de dinero, pero, si el libro se vende bien, tal vez gane lo suficiente para comprarme una casa. Por fin tendría una vida propia… ¿Quieres ayudarme, Aidan? Miranda me ha dicho que has conseguido que incluso actrices mediocres salgan bien en pantalla. ¿Crees que podrías convertirme en Lacey St. Claire.

– Recuérdame que le dé las gracias a Miranda por su cumplido -dijo Aidan. Se terminó el zumo y dejó el vaso vacío sobre la mesa.

– En realidad se trata sólo de eso, ¿verdad? De actuar. Si no soy esa mujer, puedo fingir serlo. Tú eres el director. Dirígeme.

– Estás bromeando, ¿verdad?

– Estoy hablando completamente en serio. Quieren que vaya a ese programa la semana que viene. Tengo que estar preparada. Tengo que parecer una… seductora.

Aidan la miró dubitativamente. Entonces, asintió.

– De acuerdo, pero primero tengo que darme una ducha… Tal vez nos podríamos duchar juntos. ¿Has hecho el amor alguna vez en una ducha?

– No -susurró ella. Sintió que se ruborizaba.

– La ducha es lo suficientemente grande para los dos. Podríamos considerar que esto es la primera lección. Vamos, Lacey. Atráeme a la ducha y haz lo que quieras conmigo.

Lily apartó la sábana y se puso de pie.

– Muy bien. Es un comienzo. Quítate la ropa.

Aidan negó muy lentamente con la cabeza.

– No. Me las vas a quitar tú. Tú eres la que debe practicar… Dios, eres muy hermosa por la mañana -murmuró.

Con Aidan todo resultaba muy fácil. Le había dejado muy claro que la deseaba tanto como ella lo deseaba a él. En lo que se refería al sexo, ella no tenía que pensar. Sólo sentir. Se puso de puntillas y lo besó. Entonces, le deslizó una mano sobre el vientre para acariciarle la entrepierna. Se la frotó sugerentemente hasta que empezó a notar que el miembro viril despertaba bajo la sedosa tela de los pantalones cortos que él llevaba.

– Voy a darme una ducha -susurró ella con voz muy seductora-. Puedes quedarte aquí o venirte conmigo.

– No importa. No necesito ducharme.

Lily frunció el ceño.

– Claro que sí lo necesitas. Tengo que deslizarte las manos enjabonadas sobre el cuerpo desnudo y limpiarte muy bien para que podamos…

Aidan la abrazó y la besó. Cuando por fin se apartó de ella, Lily echó a correr hacia el cuarto de baño. Él salió tras ella y Lily gritó cuando Aidan la agarró por la cintura y la llevó el resto del camino en brazos.

Cuando el agua salió caliente, Aidan se quitó los zapatos y los pantalones cortos. Entonces, la hizo entrar en el cubículo de la ducha. Allí, la besó apasionadamente, encendiendo inmediatamente su deseo. Lily se arqueó contra él y dejó que Aidan le besara suavemente hombros y senos. Cuando intentó bajar un poco más, ella lo agarró del cabello y lo obligó a incorporarse.

– Se supone que soy yo quien debe seducirte a ti. Dame una oportunidad.

Comenzó a acariciarlo lentamente, a explorar su cuerpo con labios y lengua. El agua facilitaba su tarea, por lo que Aidan no tardó mucho en estar completamente excitado y gimiendo de deseo. Lily sabía exactamente qué era lo que le volvería loco de deseo. Comenzó a besarle en sus partes más íntimas. Cuando deslizó los labios por la punta, él gimió de deseo y tuvo que apoyarse contra las paredes de la ducha con los ojos cerrados.

Lily decidió que, si no volvía a conocer a ningún hombre así de íntimamente, podría vivir con los recuerdos. Estos estaban tan profundamente grabados en su memoria que estaba segura de que podría recordar todas las caricias, todas las reacciones, sólo cerrando los ojos.

Ella lo tentaba con labios y lengua. Se sentía muy sorprendida por la facilidad con la que podía llevarlo al límite. Entonces, cuando estaba casi a punto, Aidan la agarró por los brazos y la obligó a levantase. Abrió los ojos y sonrió.

– No te muevas -le dijo, con los ojos nublados por el deseo.

Cuando regresó a la ducha, llevaba un preservativo en la mano. Se lo colocó rápidamente y la estrechó suavemente entre sus brazos, deslizándole los dedos entre las piernas.

Todos los nervios del cuerpo de Lily vibraban de tensión. Las caricias le aceleraban el pulso. Aidan era capaz de interpretar perfectamente los gestos de ella. Cuando llegó al límite, la levantó y le indicó que le pusiera las piernas alrededor de la cintura.

La penetró lentamente. Lily jamás había experimentado la sensación que sintió cuando lo sintió tan profundamente dentro de su ser. Los miedos y las inseguridades que le habían impedido amarlo desaparecieron por completo. ¿Por qué no podía sentirse así siempre, como si no hubiera nada que pudiera interponerse entre ellos?

Las sensaciones de placer que la atenazaban le impedían pensar racionalmente. Un momento más tarde, se vio presa de las sacudidas del clímax. Se tensó y se agarró con fuerza a Aidan. Segundos después, él llegó también al orgasmo. La apretó con fuerza contra la pared de la ducha mientras se hundía en ella una última vez.

Permanecieron unos instantes aferrados el uno al otro bajo la ducha. Los dos temblaban de placer. Lily sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y se permitió llorar sabiendo que sus lágrimas quedarían ocultas por el agua.

Jamás había experimentado tanta pasión con otro hombre. Aidan era al que quería en su vida, pero sabía que lo tenía todo en contra. Sus padres se habían querido mucho. Seguramente habían experimentado también aquella pasión, pero no había durado.

Una fantasía tenía una duración limitada. ¿Cuánto tiempo podría sobrevivir dentro de ella antes de que el mundo real se entrometiera? Lily sabía que lo más seguro era que aquella aventura no tuviera un final feliz. Sin embargo, resultaría maravilloso mientras durara… ¿No?


Aidan estaba mirando el techo de la casa de la piscina, observando las aspas del ventilador. Lily llevaba más de dos horas encerrada en el despacho de Miranda con la publicista. Sin saber por qué, se encontraba intranquilo e inquieto.

Desde que regresaron del pueblo la tarde anterior, él había notado un sutil cambio en su relación. No sabía definir exactamente de qué se trataba, pero Lily tenía una mirada en los ojos que no sabía interpretar. ¿Tristeza? No. ¿Resignación? Tal vez.

Aunque habían hecho el amor en la ducha aquella mañana, Aidan había sentido una cierta desesperación en el deseo de Lily. Era como si quisiera demostrarse algo a sí misma… o tal vez a él. Aidan recordó el encuentro que habían tenido con Brooke.

Él no se había mostrado muy contento de verla. Se había comportado de un modo cortés, pero frío a las evidentes insinuaciones de Brooke. Aunque los dos habían salido un par de meses el año anterior y habían compartido la misma cama en cientos de ocasiones, jamás la había considerado una relación sería.

Demonios… Jamás había tenido una relación sería. Había tenido citas, relaciones sexuales, pero ninguna de ellas se había acercado ni siquiera a la definición de la palabra «seria». Sin embargo, no podía decir lo mismo de lo que había entre Lily y él.

Cuando estaba con ella, no quería estar en ningún otro sitio. En realidad, casi tenía miedo de dejarla, miedo de que lo que había entre ellos se evaporara de repente. Habían pasado tres noches y dos días juntos. En ese mismo momento en sus anteriores relaciones, ya habría empezado a buscar el modo de poner distancias entre ellos. Con Lily aún estaba tratando de encontrar el modo de acercarse más a ella.

Se levantó de la cama, se dirigió a la cocina y sacó una cerveza del frigorífico. Entonces, tomó el guión que se había llevado de Los Ángeles y trató de concentrarse en él, pero no hacía más que leer la misma página una y otra vez. No hacía más que pensar en Lily. Quería comprobar que estaba bien, pero le parecía mal molestarla. Debía recordar que tan sólo era un invitado en aquella casa. Como novio, podría tener más derecho, pero no tenía ningún título oficial en la vida de Lily.

Al menos era su amigo y conocía perfectamente el mundo de la publicidad. Decidió que podría ofrecerle sus consejos. Algo más tranquilo por estos pensamientos, salió a la piscina y se encontró allí a Lily, de pie junto al agua. Parecía perdida en sus pensamientos, tanto que no lo oyó acercarse.

– Hola. ¿Ya has terminado?

– No. Aún tenemos que revisar muchas cosas. Simplemente está llamando a su despacho para recoger los mensajes.

– ¿Cómo va?

– Considerando que odio volar, no le estoy poniendo las cosas muy fáciles. Estaba pensando que deberían ponerme uno de esos autobuses para recorrer todo el país en él.

– ¿Cuándo crees que vas a terminar?

– No lo sé. Lo siento. No creía que fuéramos a tardar tanto. Aún no hemos cenado. Luisa dejó algunas cosas en el frigorífico. Tal vez podrías ir al pueblo a comprar algo.

– No hay problema. Puedo esperar. Además, no necesito que me entretengas -susurró. Le rodeó la cintura con el brazo-, aunque me gusta que lo hagas.