– ¿Por qué no te vas a esa fiesta? -le sugirió ella evitando sus caricias-. Allí habrá personas que conozcas. Diviértete. Yo estaré aquí cuando regreses.

– Esas fiestas jamás son divertidas, Lily. Además, allí no hay nadie a quien yo quiera ver. Lo único que deseo está aquí.

– ¿Pero no es bueno relacionarte con la gente del cine?

Lily parecía decidida a librarse de él. Considerando que aún no tenía otra película, tal vez no sería tan mala idea acudir. No estaba en el punto de su carrera en el que se pudiera permitir rechazar una invitación a una fiesta de Jack Simons. Cuando estaba con Lily, le resultaba fácil olvidar que tenía una profesión.

– Iré si tú me acompañas.

– No puedo.

– Iremos juntos, cuando hayas terminado. Eh, ir a una fiesta así será un buen entrenamiento para ti. Si eres capaz de entablar conversación con un montón de personas que sólo piensan en sí mismas, podrás hablar con cualquiera. Además, la comida es siempre buena.

Para su sorpresa, Lily comenzó a considerar su sugerencia. Entonces, asintió.

– Está bien. ¿Por qué no vas tú primero? Yo me puedo reunir contigo cuando haya terminado. Llévate el todoterreno.

– ¿Y cómo vas a ir tú?

– Luisa sigue aquí. Haré que me lleve.

Aidan extendió las manos y frotó suavemente los brazos de Lily. La miró a los ojos. ¿Por qué estaba haciendo eso? Era casi como si lo estuviera alejando de su lado aposta, como si quisiera devolverlo al mundo que había dejado en Los Ángeles. ¿Se trataría de una prueba para ver si quería pasar la noche con Brooke en vez de con ella o simplemente le estaba dando algo que hacer con su tiempo?

– ¿Me prometes que vendrás?

– Te lo prometo.

Aidan observó atentamente el rostro de Lily para tratar de comprender sus sentimientos.

– No deseo a esa mujer. Quiero que quede claro si te estás comportando así por eso.

– Lo sé.

– Entonces, ¿a qué viene todo esto, Lily? Sé que te preocupa algo. Puedes ser sincera conmigo.

Lily se dio la vuelta y recorrió el borde de la piscina observando las aguas como si éstas contuvieran la respuesta.

– Me gustas -dijo por fin-. Eso es algo muy peligroso porque me hace desear pasar más tiempo contigo. Sin embargo, cuanto más tiempo estoy contigo, más me gustas.

– Así suele ocurrir habitualmente. ¿Qué tiene eso de malo?

– Cuando nos separemos, voy a echarte mucho de menos.

– ¿Y qué quieres hacer al respecto, Lily? -le preguntó Aidan acercándose a ella-. Tal vez deberíamos realizar un plan.

– Tal vez simplemente deberíamos dejarlo estar. Los dos sabemos cómo va a terminar esto. Tú tendrás que irte a grabar y yo estaré en Los Ángeles, y nos daremos cuenta de que ya no es tan bueno como lo era al principio. Jamás será tan bueno como esta semana aquí.

Aidan sabía que probablemente ella tenía razón, pero quería creer que, algún día, eso podría cambiar. Quería creer que Lily podría ser la elegida de su corazón, pero, si no lo creía, ¿cómo iba a poder convertirse en realidad?

– Creo que iré a esa fiesta.

Si Lily estaba tan decidida a construir un muro entre ellos, ¿por qué iba él a empeñarse en derribarlo? No necesitaba complicaciones en su vida. Resultaría mucho más fácil aceptar su relación como algo que tendría un principio y un final.

– Bien.

– ¿Sabes cómo llegar allí?

– Estuve en una fiesta benéfica en esa casa hace algunos veranos. Sé dónde está. Luisa me dejará de camino a su casa.

Las palabras no importaban. No esperaba que Lily se presentara en la fiesta. Estaba seguro de que, cuando regresara a la casa por la noche, ella le presentaría alguna excusa para justificar su ausencia. Tal vez incluso encontrara alguna razón para dormir en su propia cama aquella noche. Si ocurría así, Aidan empezaría a pensar en marcharse. Sentía que las cosas empezaban a ir mal y no sabía cómo impedirlo.

– Es mejor que regrese a la reunión. Hasta luego.

Aidan estaba cansado de evitar hablar de lo que, evidentemente, era un problema. Le agarró la mano y tiró de ella para tomarla entre sus brazos. La besó asegurándose de que ella sabía exactamente lo que sentía. Le moldeó la boca con la suya, ayudándose con los profundos movimientos de la lengua.

Así era como deberían ser siempre las cosas entre ellos. Una atracción tan profunda que ninguno de los dos pudiera negarla.

– Hagas lo que hagas, recuerda esto -murmuró-. Recuerda lo que se siente.

La soltó. Ella lo miraba con los ojos como platos. Entonces, Aidan se dio la vuelta y regresó a la casa de la piscina. Le tocaba mover ficha a ella. Si no reaccionaba, al menos Aidan sabría qué terreno pisaba. Si lo hacía, aún tendrían una oportunidad.


Lily había estado en casa de Jack Simons en otra ocasión en compañía de Miranda. Aunque su madrina siempre había tratado de conseguir que formara parte de la conversación, ella había preferido permanecer al margen y observar.

Resultaba mucho más fácil ser ella misma cuando no tenía que esforzarse por parecer interesante. Tal vez era lo único que le quedaba de una infancia en la barrera, observando. Al menos tenía mucho material para su novela. Podría ser que lograra encontrar más inspiración en aquella fiesta.

– ¿Qué tal estoy?

– Preciosa -le dijo Luisa-. Yo siempre he pensado que eras muy hermosa, Lily, y siempre me he preguntado también si tú terminarías dándote cuenta tú sola.

Se miró el vestido que llevaba puesto. Se lo había tomado prestado a Miranda. Se trataba de un vestido de seda salvaje, sin mangas, de color cobrizo. Lo acompañaba con un grueso collar con pendientes a juego que sabía que le habían costado una pequeña fortuna a Miranda en Bloomingdale's. Lo único que llevaba suyo eran las sandalias.

Tragó saliva. ¿Por qué había accedido a ir a aquella fiesta? Aidan quería que estuviera presente y, además, quería demostrarle a Brooke Farris que Aidan la había elegido a ella. Además, Jack Simons era amigo de Miranda y tenía que hacerlo por sí misma… y por Lacey St. Claire. Durante los próximos meses tendría que tratar con desconocidos. Si no conseguía relacionarse fuera del ambiente en el que se encontraba cómoda, jamás conseguiría que su libro tuviera un gran éxito. A pesar de todo, no dejaba de sentir una extraña sensación en el estómago, como de náusea.

– Seguro que él ya está de camino a casa, Luisa -dijo-. Llévame de nuevo a casa.

– Bueno, lo mejor es que veas por ti misma si él sigue allí. Yo esperaré fuera diez minutos. Si no sales en ese tiempo, sabré que lo has encontrado.

Lily asintió y trató de controlar los nervios. Cuando por fin llegaron a la casa, agarró con fuerza el bolso que también le había tomado prestado a Miranda y bajó del coche. Cuando llegó a la puerta, el guardia de seguridad la hizo detenerse.

– ¿Me enseña la invitación?

– He venido a reunirme con Aidan Pierce -dijo ella.

El guardia comprobó la lista.

– Tengo a Aidan Pierce, pero no se menciona que venga con acompañante. Lo siento.

Lily frunció el ceño. Brooke debía de haberse «olvidado» de añadirla a la lista de invitados. Decidió que no iba a consentir que la tratara de ese modo.

– Miranda Sinclair -comentó con cierta arrogancia. Merecía la pena intentarlo. Miranda siempre estaba invitada a todas las fiestas de los Hamptons.

– Aquí está -dijo el guardia-. Que disfrute de la fiesta, señorita Sinclair.

La casa de Jack Simons era una verdadera mansión, diseñada para que todo el mundo comprendiera lo rico y poderoso que era su propietario. Inmediatamente, un camarero se acercó a Lily y le ofreció una copa de champán. Ella lo aceptó y lo tomó de un trago. Miró a su alrededor y vio rostros familiares por todas partes: estrellas de cine, músicos y celebridades de índole diversa se mezclaban con facilidad con los nuevos ricos de la Gran Manzana.

Se dirigió a una de las mesas del bufé, tomó un canapé y se lo metió en la boca. Entonces, se dirigió hacia un lugar cerca de la chimenea en el que podía tomarse su champán y recorrer la sala en busca de Aidan.

– Mi estilista no dejaba de hablar de ello. Me dijo que tenía que leer ese libro. Me lo compré ayer cuando fui a la ciudad. Ni os podéis imaginar lo liberador que me resultó.

Lily no quería escuchar conversaciones ajenas, pero las tres damas que había a su lado estaban hablando tan alto, que resultaba imposible no oír lo que decían.

– ¿Funciona?

– Anoche seduje a mi marido en menos de diez minutos. Él siempre está tan cansado, que conseguir que considere la posibilidad del sexo ya es un logro. Sin embargo, se mostró muy interesado. Durante toda la noche. Y a la mañana siguiente también. Hacía años que no disfrutábamos tanto con el sexo.

Lily se acercó un poco más al grupo.

– Perdone, no quería escuchar lo que estaba diciendo, pero, ¿está usted hablando de Cómo seducir a un hombre en diez minutos?

– Así es. ¿Lo ha leído?

– Yo… Sí. Bueno, en realidad lo he escrito.

– ¿Es usted Lacey St. Claire?

– Sí. Es un pseudónimo. Mi verdadero nombre es Lily Hart.

– Oh, Dios mío. Me ha encantado su libro. Resulta informativo, directo… Yo siempre me sentía algo incómoda ante el hecho de iniciar el sexo, pero ese libro me ha liberado verdaderamente de mis inhibiciones. No sabe cómo ha cambiado mi matrimonio ese libro.

– Me alegro mucho.

– Me llamo Cynthia Woodridge y éstas son mis amigas Camille Rayburn y Whitney DeVoe.

Lily estrechó la mano de todas las damas. Se sentía atónita de haber conocido verdaderamente a alguien que había disfrutado con su libro.

– Mucho gusto.

– Tiene que venir a mi club de lectoras -dijo Cynthia-. No he hecho más que hablar de ese libro desde que lo leí ayer. He encargado algunas copias para mis amigas. ¿Va a pasar usted el verano en Hamptons?

– Sí. Me alojo en casa de Miranda Sinclair.

– Qué bien. Ahora, díganos -observó Cynthia-. ¿A cuántos hombres ha seducido usted con sus técnicas?

– Eso no lo puedo revelar-comentó Lily riendo-. Digamos que utilizo mis poderes prudentemente.

– ¿Hay alguien aquí a quien le gustaría seducir? -le preguntó Camille-. Me encantaría ver cómo lo hace.

Lily se quedó muy sorprendida por aquella petición.

– Bueno, supongo que podría mirar a ver si hay alguien que me interese -susurró. Miró a su alrededor buscando a Aidan-. No veo nada. Creo que voy a mirar fuera.

El trío la siguió a una distancia discreta. Las cuatro mujeres salieron a la terraza y allí, Lily vio por fin a Aidan, que estaba sentado en un murete. A su lado, Brooke, que llevaba un vestido muy ceñido y con un escote que le llegaba prácticamente al ombligo.

– Ahí está -dijo-. Me gusta ése.

– No lo conozco -comentó Cynthia-, pero es muy guapo. ¿Lo conocéis, chicas?

– No -respondió Whitney-, pero la que está con él es Brooke Farris. La odio. Mira qué vestido lleva puesto. Todo el mundo sabe que no lleva ropa interior.

– Adelante -dijo Camille-. Róbeselo a esa mujer. Me encantaría verlo.

Lily sabía que, si conseguía realizar aquel truco de un modo convincente, todas las mujeres de la fiesta conocerían su hazaña antes de que terminara la noche. Al día siguiente, Lacey St. Claire tendría la reputación que ella necesitaba tan desesperadamente.

– ¿Qué es lo que va a hacer primero? -quiso saber Camille.

– Llamar su atención -respondió Lily.

Comenzó a mirar fijamente a Aidan. Brooke le estaba hablando, pero él no parecía estar prestándole atención. De vez en cuando, ojeaba a los invitados. ¿La estaría buscando?

De repente, sus miradas se cruzaron.

– Ya está -murmuró Lily.

– Sí -susurró Camille-. Ha funcionado.

Lentamente, Aidan se apartó de Brooke y se dirigió hacia ella. Lily oyó que Brooke lo llamaba, pero ella comenzó a andar hacia él. Los dos se encontraron en el centro de la terraza. Ella levantó la mano y se la colocó en el torso.

– Hola -musitó ella-. Creo que no nos conocemos.

– ¿No?

– Me llamo Lacey St. Claire.

– Y yo Aidan Pierce -dijo él-. Creía que ya no ibas a venir -añadió, susurrándole las palabras al oído.

– Toma mi mano.

– Está bien…

Aidan hizo lo que ella le había pedido. Entrelazó los dedos con los de ella y se los llevó a los labios.

– Hay música. ¿Le gustaría bailar, señorita St. Claire?

– Sí. Me encantaría.

Aidan se colocó la mano de Lily en el brazo y la condujo a la pista de baile. Ella jamás había bailado con un hombre. Había bailado con muchachos en las fiestas escolares, pero aquello era algo completamente diferente. Los dos comenzaron a moverse suavemente por la pista.

– Me alegro de que hayas venido. Ya creía que no lo ibas a hacer.

– Yo también me alegro de haberlo hecho. Me gusta bailar contigo, Aidan.