– No se me da muy bien.

– Eres maravilloso -susurró ella mientras apoyaba suavemente la cabeza sobre el hombro de él.

– Estás muy guapa con ese vestido. Cuando te vi, no podía creer lo que estaba contemplando…

Lily lo miró a los ojos y sonrió. Aidan siempre sabía qué decirle para conseguir que se sintiera bien. De todas las mujeres hermosas que había en aquella fiesta, había elegido bailar con ella. Se inclinó sobre ella y la besó, humedeciéndole suavemente los labios con la lengua.

– Creo que ya he tenido bastante fiesta -dijo él-. Salgamos de aquí.

La tomó de la mano y la sacó de nuevo al jardín. Allí, Lily se volvió para mirar brevemente a Cynthia, Camille y Whitney, que la contemplaban con la boca abierta. Brooke también los miraba desde la terraza, con una mirada asesina en los ojos.

– ¿Adónde vamos? -le preguntó ella.

– No sé. A algún lugar en el que podamos estar solos. Ahora mismo. Tengo que tocarte y no puedo hacerlo en medio de una multitud.

– Podríamos marcharnos a casa…

– No. Eso nos llevaría demasiado tiempo.

En el césped había tiendas, que parecían sacadas de las noches árabes, pero Aidan no les prestó atención alguna. La llevaba hacia un edificio de cristal, de techo muy bajo, que había cerca de las pistas de tenis. Era un invernadero. Aidan abrió la puerta y los dos entraron.

– ¿Estás seguro de que podemos estar aquí?

– La puerta no estaba cerrada, así que lo consideraremos una invitación para, al menos, echar un vistazo en su interior.

Lily casi no lo veía, pero sentía su tacto. Él la agarró por la cintura y la sentó en el banco de trabajo.

– ¿Sabes cuánto te he echado de menos esta noche? -le preguntó él.

Le besaba la piel con labios ardientes mientras que la lengua trazaba una línea húmeda por donde pasaba.

– Dímelo…

– Durante todo el tiempo que llevo aquí, me moría de ganas por estar en otro lugar -susurró. Le bajó el vestido hasta conseguir dejar al descubierto un seno.

– Yo también te he echado de menos a ti. Me he acostumbrado a tenerte cerca.

Aidan le enmarcó el rostro con las manos y la besó apasionadamente.

– ¿Qué vamos a hacer al respecto?

Hasta aquel momento, habían evitado hablar del futuro. Sin embargo, se estaba haciendo cada vez más evidente que iban a tener que hacerlo tarde o temprano. ¿Qué ocurriría a finales de semana? ¿Seguirían sintiendo aquel abrumador deseo o habrían cambiado ya sus sentimientos?

– Hazme el amor -suplicó Lily.

– ¿Aquí?

– Sí. Necesito sentirte dentro de mí.

Aunque se arriesgaban a que los descubrieran, Aidan se tomó su tiempo. La sedujo lentamente con los dedos hasta que Lily estuvo más que excitada. Cuando por fin se hundió en ella, la agarró con fuerza y le susurró su nombre al oído.

En el pasado siempre habían hecho el amor con intensidad, pero en aquella ocasión Aidan parecía casi desesperado por establecer una conexión más íntima, por llegar más profundamente, por encontrar un lugar que hubiera dejado sin tocar.

Lily sintió que la emoción se apoderaba de ella. Aidan había puesto su vida patas arriba en cuestión de días. Le había hecho creer que la felicidad era posible. ¿Podría sobrevivir cuando se quedara sin todo aquello?

Se aferró a él y se dejó llevar por las sensaciones. El placer parecía cada vez más cercano. Ella gemía de placer a medida que él iba incrementando el ritmo. Los dos estaban perdidos en su pasión, atrapados en un huracán de deseo. Era un sentimiento primitivo que los llenaba plenamente. Cuando el orgasmo llegó por fin, fue profundo y poderoso. Aidan la acompañó enseguida. Sus cuerpos se arquearon el uno contra el otro hasta que no les quedó nada más por dar. Lily trató de respirar y de tranquilizar los alocados latidos de su corazón.

Aidan jamás la había poseído de un modo tan fiero, tan decidido, como si quisiera demostrar que lo que compartían era irrompible. Lily no sabía lo que significaba. Tal vez no lo sabría nunca.

De momento, se pertenecían el uno al otro, en cuerpo y alma. Habían dejado de fingir que lo que había entre ellos no era más que una aventura casual para reclamarse el uno al otro. Ocurriera lo que ocurriera, una parte de Aidan siempre le pertenecería.

Capítulo 7

– ¿Qué te parece éste? -le preguntó Lily. Se colocó delante el vestido que había elegido y se miró en el espejo-. Tiene que ser un poco sexy, pero sofisticado al mismo tiempo.

Miranda había llamado a su tienda favorita de Southampton y les había pedido que enviaran una selección de vestidos para la entrevista que Lily tenía en televisión la semana siguiente. Tenía los vestidos encima de la cama. Entre ellos, había algunos que eran del agrado de Lily, pero no estaba segura de que Lacey St. Claire se los pusiera.

– Me gusta ése -dijo Aidan. Estaba tumbado al otro lado de la cama con la nariz metida en el último número de Sports Illustrated. Como siempre, iba ataviado con sus pantalones cortos y sus chanclas-. Esta noche juegan los Mets. Deberíamos ir a la ciudad para ver el partido.

– ¿Cómo puedes pensar en el béisbol cuando yo estoy en medio de una crisis?

Él se asomó por encima de la revista e hizo un gesto de impaciencia.

– ¿Esto es una crisis? Pues entonces llamaré a los medios de comunicación.

Lily le dedicó una sonrisa a regañadientes.

– Está bien. No es una crisis, simplemente un problema que tengo que resolver. Quiero que me digas qué te parece. Eres un hombre. Sabes lo que resulta sexy en una mujer. Recuerda que soy Lacey St. Claire.

Aidan miro el vestido durante un largo instante.

– No lo sé. Tendrás que probártelo.

Con un dramático suspiro, Lily arrojó el vestido sobre la cama y comenzó a desnudarse. Aidan ya no parecía estar tan interesado en su revista. La observaba atentamente, sin perderse ningún detalle.

– Espera -dijo él al ver que Lily tomaba el vestido para ponérselo-. Me gustas así, pero mejor sin el sujetador ni las bragas. Prueba así.

– Eso sí que quedaría bien en la televisión…

– No importa lo que te pongas. A ti te sienta bien todo. Y nada.

Tenía que ser Aidan quien hiciera desaparecer su ansiedad con un cumplido. Se subió en la cama y se sentó sobre él. Entonces, agarró la revista y se la tiró al suelo.

– ¿Por qué eres tan amable conmigo?

– Porque me gustas. Me gustas mucho. Eres mi chica favorita. La verdad es que… -susurró mientras levantaba las manos y comenzaba a acariciarle los brazos. Parecía estar buscando las palabras que quería decir- la verdad es que… Bueno, creo que deberíamos hablar sobre la verdad.

– Parece algo muy serio. Creía que no nos poníamos serios.

– Tal vez deberíamos intentarlo. He hablado con mi agente esta mañana y voy a tener que volver a Los Ángeles pasado mañana. Me preguntaba si… Bueno, me preguntaba qué iba a pasar con nosotros, porque realmente me gustaría seguir viéndote.

– ¿De verdad? -preguntó Lily. Le resultó imposible no esbozar una sonrisa-. ¿Qué significa eso?

– No lo sé. Significa que quiero verte. ¿Qué crees tú que significa?

– Podría significa que quieres pasarte de vez en cuando a hablar. O que tal vez te gustaría invitarme a cenar y a ver una película el viernes por la noche. También podría significar que quieres hacer una visita nocturna a mi cama de vez en cuando.

– Yo no hago ese tipo de cosas.

– Todos los hombres lo hacen. Está impreso en vuestro ADN.

Aidan extendió la mano y le cubrió la mejilla con ella.

– Significa que no quiero que esto termine.

– Yo tampoco, pero en verano vivo aquí. Mi trabajo está aquí. Además, tengo que realizar la publicidad de mi libro, que va a durar más de seis semanas. Tú probablemente empezarás con las localizaciones de tu próxima película. No creo que esto vaya a funcionar.

– Haremos que funcione.

– Tal vez simplemente estemos destinados sólo a tener un romance de vacaciones.

– No digas eso -dijo Aidan. Se incorporó y la agarró por la cintura. Entonces, la obligó a tumbarse a su lado y se colocó encima de ella-. Lily, no puedo conseguir que esto funcione si tú no crees en ello.

– Quiero creer, pero vi cómo a mis padres les costaba mucho mantener su relación. Fue un largo y doloroso proceso. No estoy segura de que yo pudiera pasar por eso y salir indemne de ello.

– Entonces, ¿simplemente quieres dejar que esto pase?

– No. Quiero creer que podríamos hacer que funcionara, pero tenemos que ser realistas. Y sinceros el uno con el otro. Estoy dispuesta a intentarlo, pero si las cosas empiezan a ir mal, tendrás que prometerme que lo daremos por terminado. Sin ira, sin lamentaciones, sin tratar de arreglar algo que no se puede arreglar. Nos desearemos lo mejor el uno al otro y nos diremos adiós.

Por la expresión que Aidan tenía en el rostro, se notaba que no le importaba lo que Lily acababa de sugerir. Ella sabía que las relaciones, incluso en las circunstancias más favorables, no resultaban fáciles. Con su propia historia familiar y la profesión de Aidan, las posibilidades de éxito se reducían un poco más. Ella sólo quería estar preparada para lo peor. ¿Estaba mal eso?

– Muy bien -dijo él.

Se inclinó sobre ella y la besó. Aquel sencillo gesto rápidamente prendió el deseo en el cuerpo de Lily. ¿A quién estaba tratando de engañar? Tardaría toda una vida en olvidarle.

– ¿Me vas a ayudar a preparar las preguntas de mi entrevista?

– Sí. ¿Tienes una lista?

– Sí, pero ésas ya las he practicado. Necesito preguntas nuevas, inesperadas. Pregúntame cualquier cosa. Cuanto más provocadoras sean, mejor.

Aidan se apartó de ella y se tumbó a su lado.

– Está bien. ¿Por qué decidiste escribir este libro?

– Esta estaba en la lista.

– De acuerdo. ¿Cuántos hombres has seducido con el pretexto de investigar para este libro?

– A ninguno.

– ¿A ninguno?

– Hasta que te conocí, no había estado más de un año con ningún hombre. Estaba esperando a que viniera el adecuado.

– ¿Y ha llegado?

– Tal vez. No lo sé. Tendremos que darle tiempo. ¿Y tú? ¿A cuántas mujeres has seducido en tu vida?

En realidad, no quería saber la respuesta, pero sentía curiosidad. Un hombre como Aidan debía de tener muchas oportunidades.

– Soy yo el que hace las preguntas aquí. ¿Cuál es tu fantasía sexual favorita?

Lily abrió los ojos como platos.

– ¿De verdad crees que me podrían preguntar algo así?

– Podrían. Es mejor que respondas, por si acaso.

Lily consideró su respuesta durante mucho tiempo.

– No lo sé. Supongo que la estoy viviendo en estos momentos. No… Ésa no es una buena respuesta. Una enorme bañera llena de burbujas, una botella de champán y mi hombre favorito en la bañera conmigo.

– Muy excitante. Se han escuchado rumores de que te estás acostando con el guapo e inteligente director de cine Aidan Pierce. ¿Qué te parecen sus películas?

– Las he visto todas al menos cinco o seis veces y creo que son fabulosas.

Aidan soltó la carcajada. Evidentemente, había dado por sentado que ella le había contado una mentira. Sin embargo, era la pura verdad. Lily se preguntó si había llegado por fin el momento de confesarle la fijación que tenía con él desde hacía un año, desde el momento en el que lo vio en el aeropuerto. Tal vez se lo contara algún día, pero sólo cuando no tuviera ninguna consecuencia.

– Hemos oído también rumores de que él es realmente bueno en la cama. ¿Le importaría confirmar la veracidad de esta afirmación?

– No voy a confirmarlo ni a desmentirlo -dijo Lily-, pero lo que sí voy a decir es que sabe besar muy bien -añadió. Comenzó a deslizarle el dedo por el labio inferior-. ¿Quién te enseñó a besar?

– Di una clase.

– Hablo en serio. ¿Quién fue?

– Alison Armstrong. Tenía trece años y yo once. Tal vez doce. Ella había besado a muchos chicos y, por alguna razón desconocida, centró sus atenciones en mí.

– Una chica inteligente.

– No. En realidad, yo era un muchacho delgaducho y feo. Llevaba aparato en los dientes y gafas. Además, me ponía unas zapatillas azules que a mí me parecía que eran muy chulas porque se parecían a las de los Power Rangers.

– No te creo.

– Es cierto. Un día, Alison se me acercó y me dijo que quería verme en el campo de fútbol. Yo me presenté pensando que me iba a pedir que le hiciera los deberes de Matemáticas o que le prestara mi cámara de vídeo. Sin embargo, ella se limitó a comerme a besos.

– ¡Qué guarra!

– Oh, sí. Me metió la lengua en la boca. Yo no sabía qué estaba haciendo, pero me dejé llevar. Muy pronto, aprendí lo que había que hacer. Nos reunimos tres días más y aprendí todo tipo de cosas.