– Y, después de eso, ¿pudiste conseguir a todas las chicas que querías?

– No. No besé a ninguna otra chica hasta que estuve en el instituto, pero cuando llegué a la universidad, mis posibilidades mejoraron notablemente. Crecí, me quitaron los aparatos, me pusieron lentillas y me cortaron el pelo decentemente. Me había convertido en un estudiante de cinematografía, por lo que me consideraban muy guay sin que yo tuviera que esforzarme mucho.

– Yo te habría besado. A mí no me besaron hasta la noche de mi primer baile del instituto. Fue Grady Perkins. Besaba fatal.

– ¿Quién te dio el primer beso que mereciera la pena?

– Tú. Cuando me besaste en el avión. Un beso debería ser… sorprendente. Emocionante y aterrador a la vez. Jamás debería ser corriente.

– Para ser la mujer que escribió Cómo seducir a un hombre en diez minutos, eres una verdadera romántica.

Lily se acurrucó un poco más contra él.

– A veces creo que es mi reacción a lo que tuvieron que pasar mis padres y de lo que yo fui testigo. Quiero creer, pero sé que estoy siendo demasiado idealista.

– Mis padres llevan treinta y cinco años casados -dijo Aidan-. Aún siguen locamente enamorados el uno del otro.

– Tienen suerte -susurró ella. Entonces, besó a Aidan rápidamente en los labios-. Bueno, tengo que decidirme sobre el vestido. Luego tengo que llamar a Miranda y hablar con ella de la publicidad de mi libro.

– Está bien, pero quiero que hagamos planes para esta noche. Vamos a ir en tren a Nueva York para ver un partido de béisbol. Será una cita. Incluso te invitaré a cenar.

– Muy bien. Es una cita.

Aidan se bajó de la cama y señaló un vestido verde claro de estilo imperio.

– Ése. Va muy bien con tus ojos -dijo. Entonces, agarró la revista que tenía en el suelo y salió de la habitación.

Lily tomó el vestido y se lo puso por encima. Se miró en el espejo y se dio cuenta de que él tenía razón. Hacía juego con sus ojos. Algunas veces, parecía que Aidan sabía más sobre Lily Hart que ella misma. Aunque no había tenido intención alguna de abrirse tan completamente a ese hombre, había ocurrido de todos modos. Lily sospechaba que estaba más metida en aquella relación de que lo que había planeado en un principio.


– No he estado nunca en un partido de béisbol -dijo Lily-, pero los he visto por televisión y parecen entretenidos.

Estaba de pie junto a Aidan, agarrada a la barra superior mientras el metro los balanceaba de un lado a otro. Él estaba agarrado a su cintura. Para un observador casual, el gesto sería protector, pero, en realidad, a Aidan le gustaba tocarla, mantener el contacto físico con ella. Si no podía agarrarle la mano, le apoyaba la suya en la espalda o la agarraba del codo mientras caminaba.

Aidan había visto cómo su padre hacía lo mismo durante años. Siempre le había parecido muy raro. Le parecía como si su padre no se fiara de que su madre pudiera mantenerse en pie sola. Por fin, Aidan se había dado cuenta de que no era eso. A su padre simplemente le gustaba tocar a su madre.

– Supongo que eso significa que no te gustan mucho los deportes.

– A Miranda le gusta más la ópera y el ballet. Además, cuando estamos aquí en verano, siempre vamos a ver espectáculos de Broadway.

– Podríamos ir a ver uno. No es demasiado tarde.

– No, no. Tenemos una cita. Tú has elegido y a mí me interesa el béisbol. Sin embargo, pensaba que el equipo de Nueva York eran los Yankees.

– Nueva York tiene dos equipos, los Yankees y los Mets. El estadio de los Yankees está en el Bronx y el Shea Stadium en Flushing, en Queens. Yo crecí en Queens, en Rockaway Beach. Por eso, soy fan de los Mets.

– ¿Siguen viviendo allí tus padres?

– En la misma casa. Mi madre es maestra y mi padre trabaja para el departamento de parques y jardines.

– Debió de ser muy agradable tener una infancia normal, con recuerdos normales. Creo que, si yo tuviera hijos alguna vez, eso sería lo que querría para ellos. Todo eso de la fama resulta muy confuso para los niños. Yo jamás lo comprendí.

– ¿Cómo es eso?

– A la gente le interesaban mucho mis padres. Por dondequiera que íbamos, siempre había alguien que quería una fotografía o un autógrafo. Cuanto más en crisis estaba el matrimonio de mis padres, más fotógrafos nos seguían. Ella tenía que disfrazarse para poder llevarme a mí al colegio.

– Creo que tu madre podía haberse enfrentado a esa situación de otro modo, ¿no te parece?

Lily se encogió de hombros.

– Ella decía que era parte de su trabajo. Que una estrella de cine estaba acabada cuando ya nadie quería hacerle fotos. Esto es lo normal -dijo ella mientras miraba por la ventanilla-. Ir a un partido de béisbol en el metro. Comer perritos calientes y palomitas. Tú podrías comprarme algo en la tienda del club. Y nadie nos sigue.

– ¿Qué te gustaría que te comprara?

– Una bandera.

– No hay problema. Puede que te compre también una gorra. Te convenceré para que te hagas de los Mets. No me gustaría que te inclinaras hacia el otro lado. Los Yankees tienen seguidores de sobra.

La estación de metro estaba justo enfrente del Shea Stadium. Descendieron rápidamente rodeados por una multitud de seguidores y entraron en el estadio.

– Esto es muy emocionante. ¿Nos vamos a sentar muy alto?

– No. Tenemos entradas para el lado de la tercera base -dijo él-. Con unos amigos -añadió-. En realidad, te voy a presentar a mis padres.

– ¿Que me vas a presentar a tus padres?

– Sé que debería habértelo dicho antes, pero no quería que creyeras que era muy importante, porque no lo es. Es sólo un partido de béisbol. Le regalé a mi padre cuatro abonos por Navidad y nadie utiliza los otros dos. No te preocupes. Les dije que iba a venir con una amiga. No he dicho novia ni nada por el estilo.

– ¿Y no crees que van a dar por sentado que estamos juntos?

– Lo que piensen no importa. Vamos tan sólo a un partido de béisbol y da la casualidad de que mis padres están sentados a nuestro lado. Les gusta el béisbol. Son personas agradables, Lily. Te prometo que te caerán bien.

La realidad era que quería presentarles a Lily a sus padres. Quería que supieran que él era capaz de conocer a una chica normal, que les gustara a ellos, no una de las típicas bellezas de Hollywood. Además, quería demostrarle a Lily que a veces los matrimonios sí duran para siempre, que había parejas que sí vivían los finales felices.

– Esto no es justo -protestó ella-. Deberías habérmelo advertido.

– Tú no eres radiactiva ni ellos caníbales o asesinos en serie. No te van a secuestrar ni a pedir un rescate por tu liberación. Como mucho, mi madre podría decirte que eres muy mona y mi padre te podría preguntar si te apetece una cerveza. Si eso es motivo de preocupación, podemos darnos la vuelta y regresar a casa.

Lily tardó sólo unos segundos en ver lo estúpidos que eran sus miedos. Cuando por fin cedió, Aidan se inclinó sobre ella y la besó.

– Está bien. Ahora podemos ir a buscar nuestro asiento.

A pesar de que había mucha gente, Aidan vio a sus padres inmediatamente. Los saludó con la mano, pero ellos no lo vieron a él hasta que los dos estuvieron prácticamente delante de sus progenitores.

– Hola -dijo.

Los dos se quedaron atónitos al verlo. Su madre esbozó inmediatamente una amplia sonrisa y le dio un abrazo.

– ¡Ya estáis aquí! -exclamó llena de alegría.

El padre de Aidan lo abrazó también y le dio una fuerte palmada en la espalda.

– Tienes buen aspecto. Estás bronceado.

Lily permaneció en un segundo plano, pero Aidan se dio la vuelta y le agarró la mano.

– Mamá, papá, ésta es Lily Hart. Lily, éste es mi padre, Dan Pierce y mi madre, Ann Marie.

Lily sonrió afectuosamente y extendió la mano.

– Hola. Es un placer conocerlos.

La madre de Aidan le dio un amigable abrazo.

– ¿Lily, ha dicho? Bueno, Aidan dijo que iba a venir acompañado, pero yo pensé que sería uno de sus amigos del barrio. Me alegra ver que se ha traído a alguien mucho más interesante.

La mujer entrelazó el brazo con el de Lily y se dirigieron juntas hacia la entrada.

– ¿Cuánto tiempo hace que os conocéis?

Aidan permaneció al lado de su padre.

– Es muy guapa -dijo Dan.

– Sí. Y también muy lista.

– ¿Es algo serio?

– Aún no estoy seguro. Podría serlo.

– Bueno, no dejes que tu madre la asuste. Lleva mucho tiempo esperando este día. Cuando tenga a Lily arrinconada, no creo que vaya a querer dejarla marchar. Tal vez decida encerrarla con llave en el sótano y darle ensalada de pollo para comer. Cuando tenemos invitados, siempre prepara ensalada de pollo. Jamás lo he entendido.

Aidan soltó una carcajada y recordó las palabras que le había dicho a Lily. Le había asegurado que sus padres no presentaban ningún peligro para ella, pero se había mostrado demasiado optimista.

– Me sentaré entre ellas.

Aidan descubrió que tratar de desviar el interés que su madre sentía por Lily le resultaba mucho más difícil de lo que había esperado. Insistió en que Lily se sentara junto a ella. Para no hacer una escena, Aidan cedió. Estaba claro que su madre quería evaluar plenamente a Lily tan pronto como le fuera posible.

A los pocos minutos, Aidan tomó a Lily por la mano y la hizo levantarse.

– Vamos. Voy a comprarte la gorra que te había prometido. ¿Os puedo traer algo? ¿Cacahuetes? ¿Otra cerveza? Lily y yo vamos de compras.

Ann Marie soltó una carcajada.

– ¡Vaya! Pues eso sí que es un cambio a mejor. A Aidan no le gustaba nada ir de compras.

– Vamos a comprar una gorra de béisbol, mamá, no paños de cocina. Volveremos enseguida.

Condujo a Lily hacia la salida. Cuando llegaron a la galería, la agarró por la cintura y lo besó larga y profundamente.

– Lo siento -dijo-. Lo siento. Jamás pensé que se comportaría de este modo.

– ¿De qué modo? Tu madre es muy agradable.

– ¿Agradable? Pero si te está interrogando y eso que el partido acaba de comenzar. Estoy seguro de que ya está planeando una reunión familiar que te incluya a ti. Estoy seguro de que invitará a todo el mundo.

– ¿Es que lo ha hecho ya antes? -preguntó Lily, riendo-. ¿Tiene a tus antiguas novias enterradas en el jardín trasero?

– No. Jamás he llevado a una chica a casa. Por eso se está comportando así.

– Pero supongo que les habrás presentado a alguna chica.

– Desde el instituto, no. Y ésas eran sólo amigas.

Lily lo miró con incredulidad.

– ¿Y te extraña que tu madre esté tan interesada en hablar conmigo? Probablemente había pensado que eras gay.

Aidan frunció el ceño. Comprendió que Lily tenía razón.

– Vaya… Ahora todo encaja… No es que a mis padres eso les suponga ningún problema, pero… Además, la razón por la que jamás he llevado a ninguna chica a mi casa es porque las mujeres con las que he estado últimamente no hubieran podido apreciar Rockaway Beach.

– ¿Y crees que yo sí?

Aidan se encogió de hombros.

– Bueno, sabía que a ti no te importaría. Eres la persona menos pretenciosa que he conocido. Eres divertida, dulce… Quería que mis padres supieran que podía encontrar a alguien que les gustara. Siento haberte puesto en esta situación. No quería hacerlo, pero sabía que tú no sacarías ninguna conclusión equivocada de esto. Es sólo un partido de béisbol.

Lily se puso de puntillas para darle un beso.

– No te preocupes. Puedo soportar a tu madre. Te olvidas de que vivo con Miranda Sinclair. Ella está loca de atar y he conseguido mantenerla a raya. Tu madre es una aficionada comparada con mi madrina. Espera a que Miranda te eche mano a ti -comentó, entre carcajadas-. Te atará a una silla, te pondrá una luz brillante delante de los ojos y te pedirá que hagas recuento de todas las mujeres con las que te has acostado. Además, te advierto que le encantan los detalles jugosos.

Aidan sonrió. Tenía muchas ganas de encontrarse con Miranda cara a cara. Quería decirle lo maravillosa que era su ahijada, lo mucho que le gustaba y lo agradecido que le estaba a ella por no haber tomado ese vuelo.

– Creo que yo también podré controlar a Miranda. He hablado con ella por teléfono en varias ocasiones y no me parece tan mala.

– Sí, pero entonces aún no te habías acostado conmigo.

– Ella fue la que organizó todo esto -dijo Aidan-. Si no hubiera sido por ella, no habríamos estado juntos en ese avión.

– Tendremos que encontrar un modo de darle las gracias -comentó Lily-. Tal vez debería comprarle un dedo de espuma de esos que venden en la tienda de recuerdos del club…


– ¡Lily! ¡Lily! ¿Dónde estás?

Lily levantó la vista de la pantalla del ordenador al escuchar que Aidan la llamaba.