– Estoy aquí, en el despacho.

Él había ido a la ciudad a una agencia de viajes local a recoger su billete de avión. Lily se había pasado la mañana tratando de revisar el tercer capítulo de su novela. Esperaba que el trabajo la ayudara a olvidar el hecho de que él se iba a marchar al día siguiente. Siempre había sabido que aquel momento terminaría por llegar. Los dos parecían estar preparándose para despedirse comportándose como si fuera algo normal, que no les afectara lo más mínimo.

Lily se mordió el labio inferior y trató de contener las lágrimas. Los últimos cinco días habían sido los más excitantes y los más románticos de su vida. Todas las fantasías que había imaginado se habían hecho realidad y, en aquellos momentos, estaba a punto de terminar.

– ¿Qué estás haciendo?

– Trabajando -replicó ella, forzando una sonrisa-. ¿Has conseguido tu billete?

Aidan asintió. Cruzó la sala y colocó las manos sobre la silla. Le dio un rápido beso.

– Ya está todo organizado. Tengo que estar en el aeropuerto a las seis de la mañana. ¿En qué estás trabajando?

Lily trató de cerrar el documento, pero Aidan se lo impidió.

– Es sólo un libro -explicó ella.

– ¿Más consejos de Lacey St. Claire?

– No. Es una novela.

– ¿Puedo leerla?

– No. No está terminada.

– ¿Crees que sería una buena película?

– No lo sé -respondió ella-. Creo que es divertida. Trata sobre una niña de Hollywood y la familia tan poco corriente con la que vive.

– ¿Es una comedia? Yo jamás he dirigido una comedia. Cuando hayas terminado, ¿me permitirás que la lea?

Lily asintió. Ya se habían hecho muchas promesas para el futuro. Una más no supondría ninguna diferencia. Además, podría ser muy agradable tener su opinión. Lily respetaba su gusto.

– Lo haré.

– Bien. Ahora, vamos. He traído el almuerzo. ¿Por qué no comemos y luego nos pasamos el resto de la tarde en la piscina?

Aidan la agarró por la cintura y comenzó a caminar detrás de ella mientras los dos se dirigían a la cocina. Cuando llegaron allí, Lily vio las bolsas de comida y… una copia recién comprada de Cómo seducir a un hombre en diez minutos.

– ¿Qué es esto?

– Me lo he comprado. Se me ha ocurrido que me lo podrías firmar. Necesitaba algo para leer en el avión.

– ¡No! -gritó Lily-. No puedes leer esto en el avión.

– ¿Y por qué no?

– Porque podría darte ideas. No quiero que termines en el cuarto de baño con una pasajera.

– Ah, veo que el monstruo de los celos comienza a levantar su fea cabeza -bromeó él. Le pellizcó suavemente la nariz y se dispuso a sacar la comida de las bolsas-. Yo te gusto, ¿verdad?

– Me he divertido mucho estos días, y siento mucho que vaya a terminarse.

Tomó uno de los recipientes. Vio que era ensalada de patata. Sólo tenía que hacer la pregunta, pero se juró que ella no iba a ser la primera que la realizara. Sin embargo, necesitaba saber la respuesta.

– Podríamos hacer planes para volvernos a ver -murmuro. Pronunció aquellas palabras antes de que pudiera contenerse.

Aidan le quitó la ensalada de patata de la mano y la abrió. Entonces, se la volvió a entregar con un tenedor de plástico.

– Yo estaba pensando en lo mismo. Voy a estar en Los Ángeles aproximadamente una semana, pero podría regresar aquí cuando haya terminado.

– Yo no voy a estar aquí. Me marcho a Florida a finales de la semana que viene para iniciar la gira de promoción de mi libro. Después, me marcho a Texas. Volveré a estar aquí dentro de tres semanas, pero sólo durante unos días. Nos podríamos ver entonces.

– Está bien. Dentro de tres semanas. Voy a regresar dentro de tres semanas.

Lily asintió. Tras organizar algo para volver a verse, el dolor que se le había acomodado en el corazón desapareció por completo. Tres semanas no era un periodo de tiempo demasiado largo. Podía esperar.

– Además, podremos hablar por teléfono -dijo Aidan-. Yo tengo tu teléfono móvil, así que no se me olvidará.

– Sí. Hablaremos por teléfono.

– Muy bien. Me alegro de que ya nos hayamos ocupado de este punto. Ahora, voy a ponerme unos pantalones cortos para que podamos comer al lado de la piscina.

Lily asintió y observó cómo él se iba corriendo hacia la casa de la piscina. Durante los últimos días, había tratado de memorizar pequeños detalles sobre lo que más le gustaba de él. El color exacto de sus ojos, el hoyuelo que se le formaba en la mejilla izquierda, el modo en el que los labios esbozaban una sonrisa. Había estudiado su cuerpo cuando se movía y sus manos cuando hablaba. Había tanto que asimilar, tantas cosas que le gustaban de él…

Oyó que su teléfono móvil comenzaba a sonar. Lo sacó del bolso. Era Aidan. Lily frunció el ceño y abrió el teléfono.

– ¿Qué quieres?

– Sólo estaba asegurándome de que esto funciona. Te echo de menos.

– Pero si sólo llevamos separados menos de un minuto. Además, si me pongo en la puerta de la cocina, seguramente podré verte.

– Ya lo sé, pero es que el tiempo pasa muy lentamente cuando no estás a mi lado.

– Pues entonces, haz lo que tengas que hacer y regresa aquí para comer conmigo.

– Me estoy desnudando. ¿Qué llevas tú puesto?

– Ropa. Pero si acabas de verme. Llevo puesto un vestido azul.

– No. No se hace así. Se supone que tienes que decirme que estás desnuda o que llevas puesto algo realmente sexy.

– ¿Sí?

– Sí. Dado que vamos a estar separados un tiempo, creo que deberíamos practicar el sexo telefónico.

– ¿Y por qué vamos a hacer algo así cuando aún estamos en la misma casa?

– Porque si no sale bien, puedo ir a tu dormitorio para que podamos tener relaciones sexuales de verdad.

Lily se echó a reír.

– No estoy segura de poder hacerlo.

– Claro que puedes. Primero, tienes que subir a tu dormitorio y quitarte toda la ropa. Y, mientras lo haces, tienes que ir contándomelo.

– ¡No!

– Vamos, Lily. Será divertido, te lo prometo. ¿Qué vas a hacer tú sola en esas habitaciones de hotel de Florida y Texas? No quiero que tengas relaciones sexuales con nadie más. Por lo tanto, tendrá que ser el teléfono o nada.

– ¿Has oído hablar alguna vez de la masturbación?

– Sí, pero es mucho más divertido si disfruto yo contigo desde el otro lado de la línea telefónica mientras tú me dices palabras sucias.

Lily se sentó en un taburete de la cocina y abrió una botella de ginger ale.

– Está bien -murmuró-. En estos momentos voy a mi dormitorio. Me estoy desabrochando el vestido.

– ¿Qué llevas puesto debajo?

– Nada. Esta mañana no me puse ropa interior. No creí que fuera a necesitarla.

– Ojalá me lo hubieras dicho cuando estaba en la cocina…

– ¿Y tú? ¿Qué llevas puesto?

– Nada. Estoy tumbado en la cama, completamente desnudo. Y estoy pensando en esta mañana, cuando estabas en esta cama conmigo. Estoy pensando en lo que hicimos juntos…

Lily sonrió al recordar el modo en el que habían hecho el amor.

– ¿Recuerdas cómo te toqué? -le preguntó ella-. ¿Por qué no te tocas del mismo modo y me dices cómo te sientes?

Se mordió el labio inferior para no soltar la carcajada. Aunque resultaba un poco raro hablar de esa manera, Lily comprendía que podría ayudar a la gente a aliviar el estrés. No obstante, jamás podría sustituir al sexo de verdad.

– Muy bien. Ya lo estoy haciendo. Dime qué estás haciendo tú.

Lily tomó un poco de ensalada de patata.

– Estoy tumbada en la cama, tocándome -susurró-. Oh, qué gusto…

– Sigue hablando -dijo él con voz profunda-. Dime lo que me harías si estuviéramos juntos.

Lily sintió que empezaba a calentarse. Aunque hablar de aquel modo resultaba un poco ridículo, resultaba también muy liberador. Muy propio de Lacey St. Claire.

– Comenzaría a besarte. Al principio serían besos cortos, rápidos. A lo largo del cuello, por el torso. Alcanzaría el sendero que conduce hasta el ombligo y luego seguiría bajando…

– ¿Adónde?

– Ya sabes dónde. Te besaría ahí. Te recorrería por todas partes con la lengua. Cuando ya no lo pudieras soportar más, yo…

– ¡Eres una mentirosa!

Lily se dio la vuelta y vio que Aidan estaba junto a la puerta, con una sonrisa en los labios y el teléfono junto a la oreja. Se había puesto unos pantalones cortos, y resultaba evidente por el abultamiento que tenía que la conversación estaba funcionando. Estaba excitado.

– ¡Y tú también! -exclamó ella bajándose del taburete.

– Se suponía que estabas desnuda.

– Y tú.

Se miraron el uno al otro durante un instante. Entonces, él se encogió de hombros y se bajó los pantalones dejando al descubierto su excitación. Lily agarró la falda del vestido y se lo sacó por la cabeza.

– ¿Estás contento ahora?

– Mucho…

– Luisa está a punto de volver. Ha ido a comprar unas cosas…

– Tal vez podrías darle la tarde libre.

Lily atravesó la cocina y se colocó delante de él. Miró la potente erección Aidan y sonrió.

– ¿Me has echado de menos?

Con un profundo gruñido, él la agarró por la cintura y la levantó del suelo. La llevó a la piscina. Al ver sus intenciones, Lily trató de soltarse de sus brazos.

– No. No quiero mojarme.

Aidan no escuchó. La llevó al lado más profundo de la piscina y saltó con ella en brazos. El agua estaba fría. Lily contuvo la respiración antes de que los dos se hundieran en la superficie.

Ella echaría de menos el romance y el sexo, pero estar con Aidan era también muy divertido. Lily estaba segura de que echaría de menos muchas cosas sobre él, pero, sin duda, ésa sería la que más añoraría.

Capítulo 8

Lily observó el perfil de Aidan, delineado por la luz de la luna que entraba a raudales por las puertas de cristal de su dormitorio. Acababan de hacer el amor y yacían en medio de prendas de ropa y sábanas revueltas.

Cada vez que hacían el amor era una revelación. Lily descubría nuevas facetas de su deseo, nuevas formas de agradarlo y nuevas sensaciones que le recorrían el cuerpo provocadas por las caricias de Aidan. Se preguntó cuánto tiempo podrían seguir así, sin que se entrometiera el mundo exterior.

Cerró los ojos y se los imaginó a ambos en una isla tropical, sin nada que hacer en todo el día más que disfrutar el uno del otro. Nadaban y se tumbaban al sol, dormían y hacían el amor. Eso era lo que había supuesto para ella aquella semana: una isla desierta. Unas vacaciones de fantasía.

Miró el reloj que tenía sobre la mesilla de noche. Eran las dos de la mañana. Un coche iba a recoger a Aidan al cabo de tres horas para llevarlo al aeropuerto. Ella se había ofrecido a llevarlo a la ciudad, pero Aidan había insistido en pedir un taxi.

La verdad era que Lily se alegraba de ello. Sabía que sería muy difícil decir adiós. No quería hacerlo en la terminal del aeropuerto, rodeados de gente. Así sería mucho mejor. Sin embargo, hasta entonces no quería cerrar los ojos.

Aunque había evitado el hecho de enfrentarse a sus sentimientos, sabía que se había enamorado de Aidan. No era el mismo sentimiento que había albergado hacia él desde que lo vio por primera vez. El verdadero Aidan era mucho mejor que el hombre que ella había imaginado.

Era como si ya tuvieran un pasado. Aidan parecía leer sus sentimientos y comprender sus estados de ánimo para responder exactamente del modo que ella esperaba, con una palabra, una mirada o una caricia. Así, todas sus inseguridades desaparecían inmediatamente.

¿Cómo había ocurrido todo aquello? Ella se había esforzado mucho por mantener las distancias. Conocía los riesgos de enamorarse. Sin embargo, él había poseído su cuerpo y le había secuestrado el alma. Nada de lo que pudiera decirse haría que le resultara más fácil despedirse de él.

Extendió la mano para acariciarlo. Estaba dispuesta a despertarlo y a suplicarle que se quedara. Mantuvo los dedos alejados de la piel de Aidan. Sentía el calor de su cuerpo. Tal vez la separación fuera buena para ellos. Pondría a prueba la profundidad de sus sentimientos. Además, si tenía una relación con Aidan, se vería obligada a soportar largas ausencias. Tal vez lo mejor era ver cómo las sobrellevaba antes de confesarle su amor.

¿Por qué resultaba tan duro decir esas palabras? ¿Sería porque en realidad jamás habían significado nada para ella? Su madre siempre había dicho a todo el mundo que le quería. ¿Cómo iba a resultarle sencillo creer cuando, a pesar de todo, a sus padres no les había costado nada abandonarla? Se suponía que ellos la querían y, a pesar de todo, la habían abandonado.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. Durante todos los años que llevaba viviendo con Miranda, jamás había sido capaz de decirle que la quería. Aunque su madrina sí se lo decía a ella, por lo menos en su caso sabía que las palabras eran sinceras.