– Te amo -susurró-. Te amo, Aidan.

Sintió un profundo dolor en su interior. Por primera vez en su vida, Lily conoció el significado de aquel sentimiento. Resultaba fácil decir aquellas palabras cuando no las oía nadie. Sería mucho más difícil mirar a Aidan a los ojos y decirle lo que sentía sabiendo que su amor no era correspondido.

Con cuidado de no despertar a Aidan, se levantó de la cama. Se puso una bata que había sobre el suelo y salió del dormitorio. Fue a buscar su teléfono y lo encontró donde lo había dejado aquella tarde, sobre el mostrador de la cocina.

Lo agarró y se dirigió al salón. Se acurrucó en un sillón y se recogió los pies debajo de la bata. Entonces, marcó el número de Miranda.

– Hola, soy yo -dijo.

– Lily, ¿qué hora es allí?

– Es tarde. O tal vez temprano. No estoy segura.

– ¿Va todo bien?

– Sí… sólo quería darte las gracias. A principios de semana no me mostré muy amable contigo y quería que supieras que agradezco mucho todo lo que haces por mí.

– Ahora sí que sé que ocurre algo -dijo Miranda.

– No, no. Todo va bien. Por una vez, tus planes han funcionado. Él es maravilloso. Es todo lo que he deseado siempre en un hombre.

– Entonces, ¿por qué pareces tan triste?

– Yo… supongo que no estoy preparada para enfrentarme a la realidad de una relación. Me gustaban más las fantasías. En ellas no ocurre nunca nada malo.

– Lily, el que las cosas se pongan difíciles no significa que todo vaya a desmoronarse. Simplemente tienes que esforzarte un poco más.

– ¿Como lo hicieron mis padres?

– Deja que te diga algo sobre tus padres. Desde el principio, no fueron la pareja perfecta. Yo adoraba a tu madre y ella era mi mejor amiga, la primera persona que conocí cuando me mudé a Los Ángeles. Le dije que no se casara con tu padre, pero ella era muy testaruda y estaba segura de que podría conseguir que él sentara la cabeza. No fue todo malo, Lily.

– Tú has olvidado. Yo lo viví todo.

– Ese matrimonio tuvo una cosa muy buena. Te tuvieron a ti. Por lo tanto, no podemos decir que su unión fuera un fracaso absoluto.

– ¿Estuvieron alguna vez enamorados?

– Por supuesto, pero tu madre era joven y muy idealista. Tu padre estaba acostumbrado a tener a todas las mujeres que quería. Tú no tienes que cometer los mismos errores. Aquélla fue su vida. Tú necesitas vivir la tuya propia.

– ¿Cuándo vas a venir aquí?

– Dentro de unos pocos días.

– ¿Podrías venir pronto? Esta misma noche. Yo podría recogerte en el aeropuerto. Aquí todo está listo. Me gustaría pasar unos días contigo antes de empezar con la promoción de mi libro.

– Yo podría ayudarte a prepararte para tu aparición en televisión.

– Te lo agradecería mucho. Bueno, ahora te dejo. Llámame y dime cuál es tu número de vuelo.

– Dile lo que sientes, Lily. No dejes que se marche sin saberlo.

– Yo no sé lo que siento.

– Claro que lo sabes. Simplemente tienes miedo a admitirlo.

Se produjo una pausa entre ellas.

– Te quiero mucho, Miranda. Creo que nunca te he dicho lo agradecida que te estoy por todo lo que has hecho por mí a lo largo de los años. Tú eres la madre que yo debería haber tenido.

– Yo también te quiero, Lily. Que duermas bien…

Cuando colgó el teléfono, Lily cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Entonces, las lágrimas comenzaron a correrle por las mejillas. Se las secó rápidamente para tratar de controlar sus sentimientos. Al final, decidió que era mejor dejarse llevar por el llanto. Llorar por todo lo que le había hecho daño a lo largo de los años. Cuando terminó, se sintió completamente agotada.

Se volvió a meter de nuevo en la cama con Aidan. Pensó que podría dormir un poco más, pero, al verlo, le acarició el hermoso rostro con una mano y lo besó. Él se despertó lentamente. De inmediato, se percató de que ella estaba completamente desnuda a su lado.

Le deslizó la mano por la cintura y la estrechó contra su cuerpo. Sin mediar palabra, le devolvió el beso. Lily cerró los ojos y se dejó flotar en la oleada de deseo que la envolvía. Las manos de Aidan exploraron su cuerpo y la boca comenzó a estimular lugares que sólo él conocía.

– Hazme el amor -murmuró ella-. Hazme el amor…

Cuando Aidan la penetró, Lily se sintió plena. Su vida estaba al lado de aquel hombre. ¿Sería valiente y se aferraría a la felicidad que había encontrado o dejaría que su miedo a verse abandonada destruyera toda posibilidad de una vida junto a Aidan?


* * *

Él no necesitó reloj para despertarse. No había logrado conciliar el sueño desde que Lily lo despertó con sus besos. Le había hecho el amor, tratando desesperadamente de huir de lo que ambos sabían que les esperaba.

Tenía su equipaje preparado, esperándolo junto a la puerta principal. Su taxi iba a venir a recogerlo en pocos minutos. Se había pasado la última media hora tratando de decidir si despertar a Lily para despedirse de ella o dejar que durmiera. No estaba seguro de lo que debía esperar de ella.

Deseaba que ella llorara y le suplicara que se quedara, que le confesara los sentimientos que albergaba hacia él. Sabía que si ella reaccionaba así, se sentiría perdido. Si por el contrario se limitaba a besarlo y decirle adiós, el dolor sería aún más insoportable.

Desde el principio, los dos habían fingido que lo que compartían era simplemente un deseo físico, sin sentimientos. Sin embargo, no se podía negar que él le había tomado a Lily mucho cariño. Más que eso. Aunque no supiera lo que era el amor, diría que se parecía bastante a lo que él sentía.

Habían pasado seis días juntos. ¿Cómo iba a ser eso tiempo suficiente para enamorarse? Aunque las películas siempre habían popularizado el amor a primera vista, Aidan no creía que existiera. El amor llevaba tiempo, esfuerzo, era un sentimiento que había que alimentar.

Al menos, habían hablado del futuro. Se volverían a ver al cabo de tres semanas. Tal vez después de pasar un tiempo separado de ella, podría manejar mejor sus sentimientos. Quería estar completamente seguro antes de decir nada.

Le dio un beso en la frente y se levantó de la cama. Comenzó a vestirse. Las primeras luces de la mañana comenzaron a iluminar la habitación. Miró de nuevo el reloj, contando mentalmente los minutos que faltaban para marcharse. Se miró en el espejo que había encima de la cómoda y se peinó el cabello con los dedos. Cuando encontró los zapatos, supo que por fin estaba listo. Sin embargo, decidió que le dejaría a Lily una nota, algo que le demostrara que había estado pensando en ella. Miró a su alrededor para tratar de encontrar un trozo de papel. Encontró un bloc de notas que había debajo de una revista, al lado de la cama. Cuando lo tomó, se dio cuenta de que no era un bloc, sino un manuscrito. Se acercó a la ventana para leer la primera página. Después, hizo lo mismo con la segunda y la tercera.

Aunque aquel extracto pertenecía a la parte central de un libro, Aidan se sintió cautivado por el estilo. Lily estaba describiendo un sencillo corte de pelo para un niño en un elegante y moderno salón de belleza de Hollywood. Los personajes eran profundamente egoístas y el niño que narraba la historia poseía un malvado ingenio.

Quería llevarse aquellas páginas, pero Lily se había negado a dejarle leer lo que había escrito. Oponerse a sus deseos sería una traición que Lily no le perdonaría jamás.

Regresó a la cama para dejar los papeles. Entonces, sacó su teléfono móvil y marcó el número de Lily. Oyó que el teléfono comenzaba a sonar en alguna parte de la casa. Cuando saltó el buzón de voz, comenzó a hablar suavemente.

– Hola -dijo-. Ha llegado el momento de marcharme y estoy aquí, junto a la cama, mirándote y preguntándome qué diablos estoy haciendo. Quiero volver a meterme en la cama contigo y quedarme aquí otra semana, pero tengo asuntos de los que ocuparme, al igual que tú. Por eso, en vez de despertarte, me voy a marchar ahora mismo. Quiero que sepas que estoy pensando en ti y en lo afortunado que he sido por haberte conocido en ese avión. Te llamaré muy pronto. Cuídate, Lily.

Cerró lentamente el teléfono y respiró profundamente. Se sobrepuso a la tentación de inclinarse sobre ella para besarla y se alejó de la cama. Si la besaba, ella podría despertarse y, si se despertaba, podría no conformarse con sólo un beso. Si eso ocurría, jamás se marcharía.

Se dirigió hacia la puerta y la miró por última vez antes de marcharse.

– Hasta pronto -murmuró.

Mientras se dirigía hacia la puerta, se preguntó cómo sería la próxima vez que se vieran. ¿Seguiría siendo la atracción tan intensa o se habría enfriado? ¿Retomarían la relación donde la habían dejado o tendrían que volver a empezar?

Su taxi ya lo estaba esperando. Al verlo, el conductor salió y le abrió el maletero. Tras meter su equipaje, Aidan se volvió para mirar la casa por última vez. Sonrió al recordar el día en el que llegó a ella. Habían cambiado tan pocas cosas en un periodo de tiempo tan breve. Jamás le habría parecido posible.

– ¿Al JFK?

Aidan asintió. Se metió en el interior del vehículo y se acomodó sobre el suave asiento de cuero. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Cuando el taxi arrancó y comenzó a alejarse de la casa, él sintió la distancia que lo separaba de Lily casi como un dolor físico. Quiso decirle al conductor que detuviera el coche y regresara. No lo hizo. Decidió que era mejor marcharse. Si su relación iba a durar en el mundo real, tendrían que darle oportunidad de madurar. Si regresaba en aquel momento, las cosas no serían como habían planeado. De eso no le cabía la menor duda. Sin embargo, estaba preparado para los desafíos. Por primera vez en su vida, había encontrado una mujer por la que merecía la pena luchar.


– Señorita St. Claire, estamos listos para peinarla y maquillarla. Si es tan amable de acompañarme…

Lily miró la página de la revista que estaba tratando de leer. La cabeza le daba vueltas con las preguntas y las respuestas que tan cuidadosamente había practicado.

– ¿Señorita St. Claire?

Lily levantó la mirada y vio a la ayudante de producción de Talk to me.

– Lo siento…

Aunque sabía que ahora era la señorita St. Claire, a Lily aún le costaba bastante responder a aquel nombre. Se puso de pie y se pasó las manos por el vestido.

– Miranda estaba aquí hace tan sólo un minuto. ¿La ha visto?

– Está en maquillaje charlando con Gail.

Gail era Gail Weatherby, una de las cuatro tertulianas del programa. Gail era la periodista más experimentada de las cuatro y sería la que llevaría las riendas de la entrevista, con intervenciones ocasionales por parte de las otras. La ayudante de producción había repasado muchas de las preguntas con Lily, pero le había advertido que podría haber algunas cuestiones inesperadas.

Ocurriera lo que ocurriera, debía mantener un tono ligero y humorístico en la entrevista y no tomarse en serio ninguna de las preguntas. El problema era que Lily no se sentía con humor en aquellos momentos. Desgraciadamente, se sentía a punto de vomitar el donut que acababa de tomar para desayunar.

– ¿Le parece que este vestido está bien? -le preguntó Lily.

– Oh, es perfecto. El color destaca el de sus ojos. No podía haber elegido nada mejor para aparecer en televisión.

– Yo… yo no lo elegí -dijo ella-. Mi… mi novio lo escogió por mí. Es decir, en realidad es sólo un amigo, aunque tenemos una relación sentimental. No obstante, yo no diría que él es mi…

– Todo va a salir bien. Relájese y sea usted misma.

Ese era precisamente el problema. Esperaban que se relajara y que fuera Lacey St. Claire, pero ella no era Lacey St. Claire. La última vez que había sido Lacey fue la noche antes de que Aidan se marchara a Los Ángeles. Desde entonces, se había ido sintiendo cada vez más como la Lily Hart de antaño.

Cuando entró en la sala de maquillaje, vio a Miranda relajándose en uno de los sillones mientras peinaban a Gail. Miranda había estado en el programa en dos o tres ocasiones y se sentía muy cómoda allí. Ella estaba encandilando a todo el mundo, lo que resultaba sorprendente, dado que poco más de una hora antes, había estado despotricando de las cuatro tertulianas, criticando sus operaciones de cirugía plástica y los amantes que tenían.

– Cariño -gritó Miranda-. Le estaba diciendo a Gail que supe que tu libro iba a tener un gran éxito en el momento en el que lo leí. Aunque todas somos mujeres maduras, tenemos nuestras cosillas con el sexo. Ya va siendo hora de que, en el dormitorio, estemos al mismo nivel que nuestras parejas. Por supuesto, esas palabras son de Lily. Precisamente me lo decía ayer mismo, ¿verdad, querida?

Lily jamás había pronunciado aquellas palabras. Si lo hubiera hecho, ciertamente habría sido una persona mucho más interesante.