– ¿Dónde me siento? -preguntó.
Miranda se puso de pie.
– Aquí, cielo. Siéntate aquí y charla un rato con Gail. Yo voy a buscar una taza de café.
Lily miró a Gail y sonrió.
– Es una mujer increíble, ¿verdad?
– Tu madrina es una mujer de armas tomar -dijo Gail-. Supongo que debe de ser bastante difícil vivir con ella.
– En realidad, no -mintió. No quería decir nada que se pudiera tergiversar ni que se pudiera sacar cuando estuvieran grabando. Miranda le había advertido que tuviera cuidado con Gail porque no tenía reparo alguno a la hora de hacer preguntas comprometidas.
– Miranda me ha dicho que has estado saliendo con el director de cine Aidan Pierce.
– No estamos saliendo. Sólo somos amigos. Buenos amigos. Creo que a Miranda le gusta mucho adornar mi vida amorosa.
– Una vida que seguramente es bastante interesante, considerando el tema de tu libro.
– Vaya, me siento como si ya hubiera comenzado la entrevista.
– Simplemente estoy tratando de ver cómo eres. En ocasiones, estas charlas sacan a relucir detalles muy importantes. ¿Te ayudó Miranda con el libro?
– Sí. Me sugirió el tema. Leyó todos los bocetos y se lo envió a su editorial… sin que yo lo supiera. Siempre me ha animado mucho.
– Bueno, cuéntame cómo conociste a Aidan Pierce. Mi productora dice que es muy guapo.
– Te juro que sólo somos amigos.
Alguien llamó a la puerta cuando las dos se giraron, vieron que la ayudante de producción estaba allí con un enorme ramo de flores en las manos.
– Acaban de llegar para usted.
– Ponlas ahí -dijo Gail.
– No. Son para Lacey St. Claire -replicó la joven, colocándolas delante de Lily-. Llevan una tarjeta.
Lily sacó la tarjeta de entre las flores. La abrió inmediatamente y la leyó en silencio.
Mucha suerte, Lily. Con cariño, Aidan.
Volvió a guardar la tarjeta y se inclinó sobre las flores para aspirar su aroma. Durante los últimos días, había estado recibiendo pequeños regalos, algunos por correo u otros que simplemente aparecían en su casa de los Hamptons. Aidan le había enviado un libro sobre los faros de Long Island, una foto de sí mismo sentado junto a la tetera que habían comprado juntos, también una caja de trufas de chocolate y, justo el día anterior, un jersey de los Mets.
Miranda volvió a entrar en la sala. Llevaba dos vasos de café en las manos.
– He tenido que enviar a alguien para que me traiga estos cafés… ¡Dios mío! ¡Qué bonitas flores! Gail, ¿acaso tienes un admirador secreto?
– Son de Lily -respondió Gail.
– Son preciosas. Supongo que es otro regalo de Aidan, ¿no?
Gail frunció el ceño.
– Creía que habías dicho que erais solo amigos.
– Y así es -le aseguró Lily-. Sólo me las ha enviado para darme suerte.
Gail la miró con escepticismo y asintió.
– Muy bien. Yo tengo que prepararme. Nos veremos en el plató, Lily. Miranda, como siempre, ha sido un placer. Llámame algún día para que podamos almorzar juntas. Tengo una subasta benéfica a la que me encantaría que asistieras.
Miranda observó cómo peinaban y maquillaban a Lily. No dejó de hacer sugerencias ni de implicarse en una acalorada discusión sobre el color de lápiz de labios que Lily debía llevar. Al final, la maquilladora tuvo que ceder.
– Tienes que ser muy firme con estas personas -dijo Miranda-. Está en juego tu imagen. Si no te gusta algo, es mejor que lo digas. Recuerda que eres tú quien manda. Si muestras debilidad, se aprovecharán de ti.
– Entiendo -dijo ella suavemente. Se sacó la tarjeta y la volvió a leer. Había firmado las anteriores tarjetas de otro modo. Era la primera vez que utilizaba la palabra «cariño».
Suspiró. ¿Qué estaba haciendo? Una vez más, estaba creando una fantasía que no existía. Dentro de unas pocas semanas, volvería a verlo y retomarían la relación donde la habían dejado. Exactamente en el mismo lugar. No podía imaginarse que él estaba enamorado de ella y construir un mundo sobre una sencilla palabra. Eso sería un error.
– ¿Qué es esto? -preguntó Miranda.
– ¿El qué?
– Esa cara. Dios Santo, Lily. Tienes un aspecto tan… tan triste. Sonríe. Estoy cansada de que te pases el día con la cara larga.
– No me digas cómo debo sentirme -le espetó Lily-. Me he pasado toda la vida negando el hecho de que siento algo. Si quiero estar triste, puedo estar triste.
– Entonces, yo tenía razón. Las flores son de él. Bueno, al menos es muy considerado. Eso tengo que admitirlo.
– Es más que considerado. Es… es maravilloso.
– En ese caso, deberías estar bailando por toda la habitación. En vez de eso, estás pensando en todo lo que puede ir mal. Te estás preocupando sobre la próxima vez que os veáis o sobre si os volveréis a ver.
Miranda la conocía demasiado bien.
– No puedo evitarlo.
– Claro que puedes. Puedes empezar a creer que te mereces cosas buenas en la vida, en especial un hombre bueno. Por cierto, le he pedido a mi agente inmobiliario que te empiece a buscar una casa. Sé que has estado ahorrando y, con el dinero del libro, deberías estar en situación de comprar.
Lily miró fijamente a Miranda. Se sentía atónita por aquella afirmación.
– Creía que eso te disgustaría.
– Cariño, no podemos tener a ese hombre entrando y saliendo de mi casa cuando vaya a acostarse contigo. No estaría bien. Además, tú necesitas tu propio espacio, pero quiero asegurarme de que encuentras un lugar bonito y cercano a mí. Por eso, he decidido hacerte un pequeño préstamo -anunció Miranda. Al ver que Lily iba a protestar, levantó la mano para impedirle hablar-. Ya hablaremos de esto cuando regreses de promocionar tu libro.
Con esto, Miranda se levantó de la silla y se dirigió a la puerta.
– ¿Dónde está en estos momentos?
– En Los Ángeles.
– Tienes dos días antes de empezar con la promoción. Móntate en un avión y ve a verlo.
Miranda abrió la puerta y se marchó, dejando a Lily sumida en sus pensamientos.
Miranda tenía razón. Nada podía impedirle que pasara sus últimos días de libertad en Los Ángeles con Aidan. Aunque odiaba volar, tal vez no lo pasaría tan mal si supiera que viajaba para encontrarse con alguien maravilloso. Agarró el bolso y buscó su teléfono móvil en el interior. Si se marchaba justo después de la entrevista, podría estar en Los Ángeles aquella misma noche. Así tendría dos noches con Aidan antes de tener que marcharse otra vez.
Abrió el teléfono y miró la foto que él le había enviado de sí mismo. Resultaba difícil pensar en él como un hombre de carne y hueso cuando lo único que tenía era aquella fotografía y sus recuerdos.
Miranda tenía razón. Tenía motivos más que suficientes para mostrarse optimista. Una rápida escapada a Los Ángeles le vendría muy bien para sentirse menos… triste.
Capítulo 9
Seis meses después…
Aidan estaba mirando el cartel de la librería, que estaba colocado en medio de las decoraciones navideñas. En aquella fotografía, Lily parecía una mujer diferente. No se parecía en casi nada a la que había conocido el verano anterior. Su belleza era natural, pero, en aquella fotografía, resultaba… demasiado perfecta. No había visto a Lily desde hacía mucho tiempo. ¿Por qué no era posible que hubiera cambiado?
Observó Conventry Street, en la que se encontraba, y por la que los londinenses se dirigían a sus casas bajo el aguanieve. Llevaba en Inglaterra una semana realizando trabajo de producción sobre una nueva película ambientada durante los ataques alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Había estado aprovechando el tiempo para absorber el ambiente de la ciudad al tiempo que realizaba su trabajo recorriendo las calles y buscando localizaciones para utilizarlas en la película. Sin embargo, desde que se había enterado que Lily estaba también en la ciudad, no podía concentrarse en nada.
Jamás se había imaginado que su relación terminaría tan silenciosamente. Después de estar sólo unos días separados, Lily le había llamado para decirle que iba a ir a visitarle a Los Ángeles, pero en ese momento, él había aceptado realizar un viaje a Japón para promocionar el estreno en Asia de su última película. Los dos aún estaban decididos a conseguir que su relación funcionara, pero los conflictos de horarios por parte de uno u otro habían conseguido mantenerlos separados durante el resto del verano.
Después de eso, no parecieron capaces de encontrar un momento en el que los dos estuvieran libres. Tal vez se habían mostrado demasiado testarudos. No querían conformarse con un día o con un fin de semana. Habían querido una semana, como les había ocurrido en los Hamptons.
A lo largo del primer mes que estuvieron separados, hablaban por teléfono cada día. En agosto, las llamadas se redujeron a unas pocas veces por semana y los dos terminaron por resignarse ante el hecho de que su relación no iba a ser fácil. Gradualmente, a medida que avanzaba el otoño, consiguieron llamarse una vez cada semana o cada quince días. Cada conversación resultaba más incómoda que la anterior hasta que, por fin. los dos se dieron cuenta de que lo suyo podría no funcionar nunca.
Aunque no había hablado con Lily desde hacía más de dos meses, Aidan había seguido sus progresos en su página web. El libro había llegado a las listas de los más vendidos en septiembre y la gira de promoción de Lily se había alargado un poco más cuando su libro se publicó en Inglaterra.
En aquel momento, cuando por fin iban a estar en la misma ciudad durante unas cuantas noches, Aidan decidió que lo más adecuado sería invitarla a cenar. Había llegado el momento de hablar de lo suyo de una vez por todas. Él no podía dejar que se distanciaran de ese modo. La situación le creaba demasiadas dudas. Necesitaba respuestas y planeaba conseguirlas.
Sabía lo que él sentía. No pasaba ni una sola noche en la que no pensara en Lily antes de quedarse dormido. Por las mañanas, se despertaba preguntándose lo que ella tendría planeado para ese día. No había estado con ninguna otra mujer desde Lily. De hecho, ni siquiera había pensado en otra mujer, ni sexual ni de cualquier otro modo. Lily era la única a la que deseaba.
Abrió la puerta de la librería y entró. Había un pequeño grupo de personas reunidas en la parte trasera de la tienda, pero él decidió evaluar la situación primero. Se dirigió a un pasillo lateral y se puso a examinar los libros distraídamente. Encontró un buen punto de observación cerca de una pequeña zona de lectura. Agarró rápidamente un libro y tomó asiento.
Se colocó el volumen delante del rostro y se asomó por la parte superior. Un instante después, vio a Lily. Estaba sentada detrás de una mesa llena de ejemplares de su libro con un bolígrafo en la mano.
Charlaba amigablemente con cada persona que le entregaba una copia. Sonreía amablemente y firmaba. Dios… No recordaba lo hermosa que era… ni lo que esa belleza podía provocar en él. Sintió que el deseo se apoderaba de él. No quería volverse a marchar sin saber qué terreno pisaba con ella. Sin embargo, no quería que todo terminara allí, en aquella librería.
Se armó de valor al ver que la fila iba disminuyendo. La atención de Lily se centraba en la persona que tenía frente a ella en aquel momento, por lo que no lo vio. Cuando Aidan llegó por fin a la mesa, ella agarró un libro y lo abrió sin ni siquiera mirarlo.
– Dedícaselo al esclavo -dijo-. En realidad, mejor al ayudante de esclavo.
Lily levantó bruscamente la mirada y contuvo el aliento.
– Hola -murmuró con un gesto de incredulidad en su hermoso rostro-. ¿Qué estás haciendo aquí?
– He venido a Londres por negocios. He visto el cartel y he entrado. Resulta extraño que nos volvamos a ver en Londres.
– Lo sé… Ha pasado bastante tiempo.
– Así es. Bueno, ¿cómo has podido llegar aquí? Debes de haber superado tu miedo a volar.
– Estoy trabajando en ello. Me imaginé que ya iba siendo hora de dejar mis miedos atrás. Aún me pongo algo nerviosa al despegar, pero luego me calmo.
– Escucha, sé que ahora estás muy ocupada. Sólo quería verte y decirte hola.
– Hola -murmuró ella con una sonrisa en los labios.
– Hola -replicó él. Miró a sus espaldas para ver cuánta gente estaba esperando-. ¿Te gustaría tomarte conmigo una taza de café cuando hayas terminado.
– Sí. ¿Dónde?
– Hay una cafetería un poco más abajo, saliendo a la izquierda. Me reuniré allí contigo cuando termines.
– Es una cita -dijo ella.
– Así es. Nuestra segunda cita.
Lily asintió.
Aidan lentamente se retiró de la mesa andando de espaldas, sin poder apartar la mirada de ella. Se había olvidado de lo fácil que era perderse en aquellos hermosos ojos verdes. Podía ver todo lo que ella sentía reflejado allí y resultaba evidente que aún existía una abrumadora atracción entre ellos.
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