Un sonido anunció que ya se podían quitar los cinturones de seguridad y los sobresaltó a ambos. Se separaron y Lily se acomodó de nuevo en su asiento, con los labios húmedos y vibrándole por lo que habían experimentado.

– ¿Qué ha sido eso? -preguntó.

– Si tienes que preguntar, supongo que no lo he hecho demasiado bien -respondió él.

– No. Yo… me refería a ese sonido.

Aidan indicó el panel que tenían por encima de las cabezas.

– Se ha apagado la señal del cinturón de seguridad -dijo-. Ahora, podemos levantarnos y andar por la cabina si queremos.

– En ese caso, volveré enseguida -anunció Lily. Volvió a agarrar su bolso y se desabrochó el cinturón.

Aidan se puso de pie y salió al pasillo. Entonces, decidió sentarse en el asiento de ventanilla que ella acababa de dejar. Unos instantes después, la azafata regresó para traerles de nuevo las bebidas que les había retirado antes de despegar. También puso un plato de queso y fruta sobre la mesa de Lily.

– Anotaré lo que desee usted tomar para cenar dentro de unos minutos, señor -le dijo.

Aidan tomó una uva y se la metió en la boca. Masticó lentamente mientras pensaba en todo lo que había ocurrido desde que se montó en aquel avión. Jamás se había dejado llevar por encuentros sexuales anónimos, pero nunca antes había conocido una mujer como Lily Hart. Cuando la besó, su intención había sido al principio la de distraerla. En el instante en el que ella entreabrió los labios, todo cambió para él.

Ni podía negar la atracción que había entre ellos ni podía ignorarla. Sólo sentía curiosidad por lo que ocurriría si se dejaba llevar. Se adentraba en un territorio peligroso, la clase de situación que la mayoría de los hombres encontraban muy excitante, pero que jamás habían experimentado en la vida real.

Últimamente, Aidan había tratado de tener más cuidado con su vida sexual. Se había cansado de ver su vida social en las páginas de todas las revistas de Hollywood. Aunque a su publicista le encantaba, él sentía una profunda frustración por el hecho de que su vida personal se hubiera convertido en mejor entretenimiento que sus películas.

Si fuera un hombre inteligente, se levantaría y se cambiaría de asiento. Si se dejaba llevar, estaba seguro de que todo aparecería en la prensa pocos días después. Aunque a la mayoría de sus otras novias les encantaba verse en las revistas, no estaba seguro de que Lily sintiera lo mismo.

Cuando la besó, no había esperado que ella le devolviera el beso con tal entusiasmo ni tampoco había podido predecir su propia reacción. ¡Era una locura! Había tomado la decisión de tratar de encontrar algo de verdad en su vida y allí estaba, considerando una superficial aventura sexual en un avión.

Abrió los ojos y se levantó. Se dirigió hacia el cuarto de baño y llamó suavemente a la puerta. Aquella vez, cuando Lily abrió, él la reconoció inmediatamente. Aidan miró a ambos lados y entró en el minúsculo aseo y cerró la puerta a sus espaldas.

El espacio en el que se encontraban era tan pequeño que casi no había espacio para que los dos pudieran estar de pie. El cuerpo de Aidan se presionaba contra el de ella, por lo que se vio obligado a agarrarla por la cintura para mantener el equilibrio.

– Sobre lo que ha ocurrido -murmuró-, yo… yo sólo estaba intentando distraerte. No quería… -añadió, tragando saliva-. Yo no quería disfrutar… tanto. ¿Te ha gustado a ti?

– Sí -respondió ella, observándole atentamente. Le miró rápidamente la boca y luego volvió a mirarle de nuevo a los ojos.

Aidan sabía lo que tenía que hacer, lo que ella quería que él hiciera, y le resultó imposible resistirse. Sin pensárselo dos veces, volvió a besarla. Aquella vez, no fue para distraerla. Aquella vez, sus pensamientos estaban centrados por completo en las sensaciones que le producía la dulce boca que tenía bajo la suya.

Aidan había besado a muchas mujeres, pero jamás había sido así. Había una cierta sensación de prohibido en lo que estaban haciendo. Resultaba algo peligroso y convertía el sencillo acto de un beso en algo mucho más intenso. Sintió que ella le enredaba los dedos en el cabello y se le escapó un gruñido cuando la estrechó contra su cuerpo.

Tal vez se tratara precisamente de eso. Si los dos hubieran estado de pie junto a la puerta de la casa de ella, aquel beso no tendría nada de especial. Sin embargo, el hecho de pensar en lo que podría ocurrir entre ellos a continuación, convertía la situación en algo mucho más excitante de lo que realmente era. Todo tenía sentido, pero, al mismo tiempo, Aidan no quería creerlo. Tal vez simplemente había encontrado una mujer en la que pudiera confiar, al menos durante las próximas seis horas.

Se apartó de ella y le retiró el cabello del rostro.

– Deberíamos regresar a nuestros asientos -dijo él-. Alguien va a tener que utilizar pronto este cuarto de baño.

Ella no habló. Simplemente asintió. Agarró el bolso y salió por la puerta. Cuando Aidan regresó a su asiento, vio que ella tenía centrada su atención en un libro que tenía sobre el regazo. Observó cómo pasaba una página y notó que le temblaba ligeramente la mano. Extendió la suya y deslizó un dedo sobre la suave piel de la muñeca de Lily. Entonces, ella se volvió para mirarlo.

– Más tarde -prometió él.

Capítulo 2

Unos minutos después de que todos los pasajeros terminaran la cena, las luces de la zona de primera clase se atenuaron y la mayoría de los que allí viajaban aprovecharon la oportunidad para dormir un poco. Por la diferencia horaria, iban a llegar a Nueva York poco después de las seis de la mañana, justo al comienzo de un nuevo día.

Sin embargo, en aquellos momentos, Lily quería que la noche durara para siempre. Aidan y ella habían compartido una botella de champán durante la cena y, para su sorpresa, se sentía increíblemente relajada. Sospechaba que, además del alcohol, la compañía tenía mucho que ver con su estado de ánimo.

La conversación que mantuvieron durante la cena fue ligera, jovial. Lily fue tejiendo cuidadosamente su red de misterio alrededor de su atractivo compañero de viaje. Él la había besado. Evidentemente, también se sentía atraído por ella y ese pensamiento le daba la confianza que Lily necesitaba para seguir con su «experimento».

Si esperaba tener una vida social, iba a tener que aprender a funcionar como lo hacían otras mujeres de Los Ángeles. Necesitaba poder utilizar sus poderes de seducción para conseguir lo que quería. Después de todo, la competencia que habría por los hombres como Aidan Pierce sería muy dura. Lily sabía que probablemente jamás podría competir por un hombre como él en el mundo real, pero, en aquellos momentos, Aidan estaba sentado a su lado, acariciándola y besándola.

Aunque él sentía curiosidad por la vida de ella, no le preocuparon en lo más mínimo sus evasivas respuestas. Si le decía la verdad sobre quién era y sobre lo que hacía, sólo conseguiría poner de manifiesto una cosa: que su vida era muy aburrida.

Sin embargo, Aidan no se mostraba en absoluto renuente a hablar de su propia vida. La entretuvo con historias sobre sus viajes. Había recorrido gran parte del mundo y había permanecido en lugares exóticos sobre los que ella sólo había leído. Cuando habló de Tahití, Lily realizó un comentario sobre las playas y no corrigió a Aidan cuando él dio por sentado que ella también había estado allí. Cuando fue él quien preguntó, Lily se limitó a decir que había visitado muchos lugares exóticos e interesantes en el mundo.

– Aún no me has dicho cómo te ganas la vida -dijo él.

Lily dio un sorbo de champán y trató de sonreír con picardía.

– Escribo -respondió. Era cierto. Al menos, se trataba de una versión simplificada de la realidad-. ¿Y tú?

Él pareció sorprendido por la pregunta. Por supuesto, Lily sabía exactamente a qué se dedicaba él, pero iba a fingir que lo desconocía. ¿No añadiría este hecho un poco más de misterio a la atracción que había entre ellos?

– Olvídate de esa pregunta -añadió rápidamente-. No hablemos de trabajo…

Lo estudió durante un largo instante. Había otra pregunta sobre la que necesitaba obtener respuesta.

– ¿Estás casado? -le preguntó. Sabía que no lo estaba, pero podría tener una relación que aún no hubiera aparecido en la prensa.

– No. ¿Y tú?

– No -admitió ella-, pero no hablemos tampoco sobre nuestras relaciones sentimentales.

– Así que no podemos hablar de trabajo ni de relaciones sentimentales. ¿Qué nos queda?

Lily sonrió.

– No lo sé. Háblame de tu infancia.

Él le tomó la mano derecha y estudió cuidadosamente los dedos. Entonces, se llevó la mano a la boca y comenzó a besar las yemas de todos los dedos. Ningún hombre le había hecho eso nunca, y le pareció muy provocativo.

– Yo tuve una infancia normal -dijo él-. Nada anormal ni traumático. ¿Y tú?

Lily dudó. Jamás hablaba sobre su infancia, ni siquiera con Miranda. Había conseguido enterrar todos sus sentimientos tan profundamente que ya casi ni la afectaban.

– La mía fue idílica y perfecta -mintió-. Siguiente tema. ¿Cuál es tu color favorito?

– El azul. ¿Y tu postre favorito?

– El pastel de merengue de limón -replicó Lily-. ¿Tu lugar favorito para pasar unas vacaciones?

– Tu boca -murmuró él.

Lily se quedó helada. Trató desesperadamente de encontrar una respuesta ingeniosa. ¡Ningún hombre le había hablado antes de aquella manera! Apartó la mirada, esperando encontrar así la inspiración, pero Aidan le agarró la barbilla y la obligó a mirarlo.

– ¿Y el tuyo? -preguntó.

– El cuarto de baño de primera clase del avión que realiza el vuelo entre Los Ángeles y Nueva York -respondió tratando de que no se le quebrara la voz.

Lo había dicho. Ya no había vuelta atrás. Lily acababa de convertirse en una mujer excitante e interesante, en una aventurera, en la clase de mujer que podía seducir a un hombre como Aidan. En la clase de mujer que él desearía.

– ¿Piensas regresar allí en un futuro no muy lejano? -preguntó él. Extendió la mano y levantó el reposabrazos que se interponía entre ellos. Entonces, la agarró por la cintura y se la sentó en el regazo.

Lily miró a su alrededor para ver si alguien se había dado cuenta, pero Aidan le enmarcó el rostro entre las manos y la obligó a mirarlo a él.

– No te preocupes. Están todos dormidos.

– ¿Has hecho esto antes?

– Nunca -dijo él-, pero no te puedo decir que no se me haya pasado por la cabeza durante algún vuelvo especialmente aburrido. Normalmente tengo que sentarme junto a hombres de negocios o abuelas.

Le rodeó las caderas con un brazo mientras que levantó la otra mano para enredársela en el cabello. En esa ocasión, cuando la besó, lo hizo con facilidad, con perfección, como si ya hubiera memorizado los contornos de la boca de ella y supiera perfectamente lo bien que encajaban juntos. Lily se relajó entre sus brazos, disfrutando del modo en el que la besaba. Siempre había pensado que los besos eran algo a lo que se le daba demasiado valor, pero acababa de darse cuenta de que jamás la habían besado de verdad, al menos nunca lo había hecho un hombre que tomara en serio sus deseos.

Con cada movimiento, sentía cómo el deseo de Aidan se iba haciendo cada vez más desesperado. Se movió suavemente sobre él. Aidan gimió. Envalentonada por aquella respuesta, Lily le colocó una mano sobre el muslo. Con la otra, le abrió la camisa y comenzó a besarle el torso. Jamás se había mostrado tan descarada con un hombre, pero le gustaba. Ya no estaba en el mundo real. Se encontraba atrapada dentro de sus fantasías. No tenía que pensar antes de actuar. No había reglas ni límites.

Se colocó la mano sobre los botones de su blusa, pero él se los apartó. Comenzó a tirar de la tela hasta que dejó al descubierto la curva de uno de los hombros. Entonces, le mordió justo debajo de la oreja. El cálido aliento de su boca le acarició la piel. A continuación, él deslizó los labios hasta un punto que quedaba justo entre ambos senos.

– Tienes demasiada ropa puesta -murmuró.

Lily se levantó y sacó un par de mantas del compartimiento superior. La cabina estaba oscura y silenciosa y las azafatas estaban ocupadas en la zona reservada para ellas. Lily volvió a sentarse y le entregó una manta.

Aidan rió suavemente. Entonces, volvió a sentarse a Lily sobre el regazo.

– Ahora me estoy empezando a preguntar si tú sí que has hecho esto antes -susurró. Los cubrió a ambos con la manta y comenzó a desabrocharle los botones de la blusa.

Lily lo miró a los ojos. De repente, se sintió muy mareada, pero contuvo el aliento y le impidió ir más allá.

– Creo que necesitamos un poco más de intimidad -musitó-. Te espero en el cuarto de baño. Espera un par de minutos antes de seguirme.