Sin embargo, cuando llegaron a la puerta que marcaba la entrada real en el aeropuerto, se dio cuenta de que estaba a punto de tener que separarse de Lily. Junto a la puerta, había una azafata que sujetaba una tarjeta con el nombre de Lily escrito. Lily no la había visto y estuvo a punto de pasar a su lado sin percatarse. Lo habría hecho si Aidan no se lo hubiera advertido.

– Creo que esa mujer te está buscando.

– ¿Es usted la señorita Lily Hart? -le preguntó la azafata.

– Sí.

– Tengo un mensaje para usted. Un coche la está esperando en el exterior.

– ¿Un coche?

– Sí, señorita. ¿Ha facturado usted alguna maleta?

– No.

– En ese caso, espero que haya disfrutado de su vuelo y que vuelva a viajar pronto con nosotros -comentó la azafata.

– Gracias -replicó Lily mientras observaba cómo la azafata se alejaba. Entonces, se volvió a mirar a Aidan y sonrió-. Supongo que tendremos que dejar lo del desayuno para otro día -murmuró. Extendió la mano y le quitó la bolsa que le pertenecía. Se la colgó sobre el hombro y extendió la mano-. Ha sido muy… agradable conocerte, Aidan.

Él sonrió también.

– Espera un momento. Te acompaño -le sugirió él-. Tengo tiempo.

– No. No es necesario. No tienes por qué hacerlo.

Aidan volvió a quitarle la bolsa.

– Me vendrá bien hacer ejercicio -dijo. Echó a andar hacia la salida, por lo que a Lily no le quedó más remedio que seguirlo. Cuando lo alcanzó por fin, él extendió una mano y tomó la de Lily, entrelazando los dedos con los de ella-. Bueno, ¿qué es lo que vas a hacer en los Hamptons? Aparte de trabajar, claro.

– Voy a tratar de relajarme un poco. Tal vez ponerme al día con los libros que tengo que leer.

– ¿Significa eso que estás pensando en salir y seducir a otro hombre?

– ¡Claro que no!

– Bueno, si estás aburrida, siempre puedes llamarme. Puedes venir a la ciudad y podemos cenar juntos. O yo puedo ir a los Hamptons y comer contigo.

Cuando salieron por fin del aeropuerto, vieron que, efectivamente, había un coche esperando a Lily. El chofer tenía en las manos una tarjeta con el nombre de la joven. Lily se detuvo delante de Aidan y se miró los pies.

– Bueno, pues supongo que ya ha llegado la hora…

– Supongo -replicó él.

Las despedidas después de una aventura de una noche siempre resultaban incómodas, aunque en aquel caso ni siquiera se podía decir que hubieran estado juntos una noche. Además, ni siquiera habían conseguido llegar hasta el fin.

Normalmente, Aidan se mostraba muy ansioso por escapar después de pasar una noche con una mujer. En este caso no le ocurría así. Quería pasarse las siguientes dos o tres horas despidiéndose de Lily… y asegurándose de que volvía a verla. Sin embargo, ella parecía perfectamente satisfecha con el simple hecho de marcharse.

Se puso de puntillas y le dio un rápido beso en la mejilla.

– Cuídate, Aidan.

– Tú también, Lily.

Aidan observó como ella se dirigía hacia el vehículo que la estaba esperando. Entonces, recordó que no le había dado su número de móvil.

– ¡Lily! Espera.

Ella se detuvo y se dio la vuelta. Cuando Aidan llegó a su lado, extendió la mano.

– Se me había olvidado darte mi número. ¿Tienes tú teléfono móvil?

Lily dejó su bolsa en el suelo y rebuscó en su bolso de mano. Cuando encontró su teléfono móvil, lo sacó y se lo entregó a Aidan. Él grabó su número en la agenda del teléfono y se lo devolvió a Lily.

– Ya está. Llámame. Alguna vez. Muy pronto.

Ella asintió y se volvió a meter el teléfono en el bolso.

– Tú también podrías llamarme a mí…

– No tengo tu número…

Aidan se metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y se sacó el móvil, que entregó a Lily. Ella negó con la cabeza.

– Yo no puedo programar esos aparatos -dijo. Recitó su número y dejó que Aidan lo grabara en la agenda de su teléfono. Entonces, miró por encima del hombro-. Tengo que marcharme. Me está esperando.

– Bien…

Aidan se metió el teléfono de nuevo en el bolsillo y, entonces, se inclinó hacia delante y la agarró por los brazos. Tiró de ella y le enredó los dedos en el cabello. Un segundo más tarde, la besó. El gesto fue rápido, pero intenso. Aidan se aseguró de que ella no olvidara jamás aquel beso.

Cuando terminó, dio un paso atrás.

– Adiós, Lily…

Le costó mucho alejarse. Casi lo había conseguido cuando oyó que ella lo llamaba. Se dio la vuelta muy lentamente y volvió a su lado. Se encontraron a medio camino.

– Yo… Sé que estabas planeando quedarte en la ciudad y comprenderé que tengas cosas que hacer allí, pero…

– ¿Sí?

– Bueno, yo estoy sola en la casa, al menos durante la próxima semana. Todo es muy bonito. Tenemos una piscina y una pista de tenis. Si quieres, puedes alojarte allí… conmigo.

– ¿Me estás invitando a los Hamptons?

– Sí. Tenemos una casa de invitados también. En realidad, se trata de la caseta de la piscina, pero puedes alojarte allí si prefieres tener más intimidad.

¿Cómo había podido decir algo así? Desgraciadamente, Aidan no estaba dispuesto a darle tiempo para que cambiara de opinión.

– Sí. Me encantaría ir a los Hamptons contigo, Lily Hart. Creo que nos lo podríamos pasar muy bien.

Ella sonrió.

– Bien. ¿Y tu equipaje?

Él señaló la bolsa que llevaba encima del hombro.

– Esto es todo lo que tengo -mintió-. Yo también viajo muy ligero.

Podría prescindir perfectamente de la maleta que había facturado. La aerolínea se la devolvería. Además, si era necesario, podría comprarse ropa nueva. Se iba a marchar a los Hamptons con Lily Hart. En una limusina. No se podía predecir lo que podría ocurrir por el camino. Y, cuando llegaran allí, pensaba terminar lo que habían empezado en el avión.

Capítulo 3

Lily sabía lo que ocurriría en el momento en el que el conductor cerrara la puerta a sus espaldas. Había estado latente desde el momento en el que salieron del cuarto de baño del avión. Volvían a estar solos, en su pequeño mundo. Los cristales ahumados y la pantalla que los aislaba del conductor proporcionaban una intimidad absoluta.

Aidan enredó los dedos en el cabello de la nuca de Lily y tiró de ella hacia sí para besarla larga y profundamente.

La decisión de invitarlo a los Hamptons había sido rápida. Parecía lo mejor que podía hacer. No quería dejarlo en el aeropuerto, sabiendo que tal vez no volvería a verlo. Además, Miranda iba a tardar otra semana en llegar. Tendría la casa entera para ella sola. La salvaje y espontánea Lily Hart no tendría que pensarse dos veces lo que quería.

Aidan fue depositando suaves besos sobre la piel de Lily hasta llegar a la curva del cuello. Entonces, gruñó.

– Supongo que sabes de lo que estás hablando…

– ¿A qué te refieres? -preguntó ella.

– No necesitas diez minutos. Soy tuyo desde el momento en el que se cerró la puerta del coche.

– No estoy tratando de seducirte -dijo Lily, sonriendo.

– ¿No?

– No. Tú estás tratando de seducirme a mí.

Aidan se apartó de ella.

– No lo creo.

– Has sido tú quien me ha besado.

– Tenía que hacerlo. No me quedaba elección alguna.

– Uno siempre tiene elección -replicó ella, frunciendo las cejas.

– Para ser alguien que presume de saberlo todo sobre la seducción, no comprendes muy bien la libido masculina. Para un hombre, es casi imposible resistirse a una mujer que está tan… interesada.

Lily se quedó boquiabierta. Había conseguido destruir cualquier aureola de misterio que hubiera conseguido. En aquellos momentos, Aidan sólo pensaba que ella era una mujer fácil.

– Muy bien. Te aseguro que no me interesas.

– No te creo -replicó él, con una sonrisa.

Lily se apartó de él y lo miró con cautela. Aidan parecía relajado. Se quitó la chaqueta y la colocó entre ambos. Ella contempló el torso y recordó el tacto de su piel desnuda bajo los dedos, el vello suave, los músculos que marcaban el fuerte abdomen. Se agarró con fuerza las manos sobre el regazo y notó que le temblaban los dedos. ¿Por qué se sentía de repente tan nerviosa? El cuarto de baño de un avión o el asiento trasero de una limusina. No importaba, ¿verdad? Los dos estaban dispuestos a hacer realidad sus fantasías sexuales. Sin embargo, en el avión, Aidan había sido un completo desconocido, un hombre del que podía alejarse fácilmente cuando aterrizaran. En aquellos momentos, se había convertido en el hombre con el que iba de camino a su casa de los Hamptons. Era un asunto completamente diferente.

Con un gesto natural, Aidan colocó el brazo por encima del respaldo del asiento y comenzó a juguetear con un mechón del cabello de Lily. Un delicioso temblor le recorrió a ella todo el cuerpo y sintió que el corazón le daba un vuelco.

– Bonita limusina -murmuró, mirando a su alrededor.

– Así es -respondió ella, tratando de ignorar los latidos de su corazón-, aunque no lo es tanto como algunas otras.

– Tiene un asiento trasero muy grande -comentó él con una pícara sonrisa.

Lily se encogió de hombros.

– Estoy segura de que es lo suficientemente grande.

Aidan se acercó un poco más a ella.

– Bueno, háblame de ese libro que escribiste. Diez segundos no es mucho tiempo. ¿De verdad están tan dispuestos la mayoría de los hombres?

– Son diez minutos, no diez segundos -explicó Lily-. En realidad, significa que una mujer es capaz de atraer a un hombre en diez minutos. Que algo tan sencillo como una mirada o una caricia pueden hacer que un hombre la desee.

– ¿Y los hombres? ¿Qué puedo hacer yo en diez minutos para que una mujer me desee?

Lily se echó a reír.

– Las mujeres no son tan fáciles. Hace falta un poco más…

En su caso, sólo había necesitado diez segundos para sentirse atraída por Aidan. Recordó aquel día, hacía ya tanto tiempo, cuando lo vio por primera vez.

Aidan se acercó a ella y comenzó a juguetear con los botones de la blusa que ella llevaba puesta. Fue abriéndolos uno a uno y retirando la tela para dejar al descubierto la suave piel.

– ¿Serviría el hecho de que te quitara muy lentamente la blusa?

Lily gimió suavemente cuando él llegó al último botón. Comprendió que ella ya no estaba a cargo de la seducción y ya no supo qué hacer. Cada caricia, cada sensación, le provocaba oleadas de deseo por todo el cuerpo. No quería resistirse. ¿Qué tenía que perder más allá de la inhibición?

– Creo que eso funcionaría.

Él le depositó un beso entre los senos.

– ¿Y esto? ¿Funciona si te beso justo aquí?

Lily echó la cabeza hacia atrás y suspiró al notar que él le tomaba un seno con la mano.

– Oh, qué bien…

– ¿Cuánto tiempo ha sido eso? ¿Diez segundos? ¿Tal vez quince?

– Son diez minutos -insistió ella. Decidió que tal vez había llegado ya el momento de hacer que él se esforzara un poco más-. Además, te recuerdo que sólo hace falta medio segundo para que yo cambie de opinión -le advirtió.

Aidan le rodeó la cintura con un brazo y la colocó debajo de él. Entonces, la besó, invadiéndole la boca con la lengua hasta que ella se vio obligada a rendirse.

– Y medio segundo para conseguir que vuelvas a cambiar de opinión.

Ya no había prisas. El hecho de desnudarse ya no debía ser un gesto rápido, sino una parte muy agradable de los preliminares. A medida que el paisaje pasaba con rapidez por delante de los cristales ahumados, se desnudaron el uno al otro hasta que Aidan se quedó sólo con los boxers y Lily con la ropa interior.

– ¿No fue aquí donde nos quedamos? -preguntó Aidan mientras mordisqueaba suavemente la oreja de Lily.

– Al menos, aquí no nos tendremos que preocupar de las turbulencias.

Aidan deslizó una mano por debajo del sujetador y comenzó a estimularle un pezón.

– Sin embargo, yo voy a tratar de conseguir que la tierra tiemble… si a ti no te importa.

En aquella ocasión, Lily sintió que se le cortaba la respiración.

– Yo… yo sólo quería decir que… ay qué bien… las turbulencias… tienen su origen en la mezcla de aire cálido con aire frío…

Lily gritó al sentir que Aidan introducía los dedos por debajo de la cinturilla de sus braguitas y encontraba por fin su húmedo sexo.

– No importa… -concluyó.

– No -dijo Aidan. Levantó la cabeza y la miró a los ojos-. Cuéntame más cosas.

– No creo que pueda hablar y… ya sabes.

– ¿No se te da bien realizar varias tareas al mismo tiempo?

Lily se echó a reír.

– No es eso. Se trata simplemente de que… prefiero centrar mis atenciones en una sola tarea -dijo. Extendió la mano y la frotó por la parte frontal de los boxers de Aidan. Él ya tenía una potente erección. Su miembro viril transmitía un profundo calor a través del suave algodón de los calzoncillos.