– Así que la odias -dedujo Penny divertida.
– Sólo en teoría. A lo mejor es una buena persona -aunque la verdad era que no se lo había parecido. De hecho, al verla había pensado que tenía el aspecto de un depredador-. Me cuesta creer que Alex estuviera casado con ella. Jamás habla de su matrimonio. Pero vi en Internet que están divorciados. Ya han roto por completo. Ésa es una de las ventajas de una familia como la de los Canfield. Puedes obtener información sobre ella a través de la prensa.
Alzó la mirada y advirtió que Penny la estaba mirando fijamente.
– ¿Qué pasa? -preguntó Dani.
– ¿Has consultado Internet para ver si el divorcio era definitivo? ¿Y tú qué interés tienes en esa clase de información?
Dani clavó la mirada en su café.
– Era simple curiosidad.
– Oh, Dios mío, ¿te gusta? ¿Te gusta de verdad?
– No, claro que no.
– ¡Estás mintiendo! Lo noto porque te has puesto colorada.
Dani se llevó la mano a la mejilla y ella misma sintió el calor. Maldita fuera.
– Mira, no es lo que tú piensas. Alex es… interesante.
– Pero sois parientes.
– Pero no de sangre. No seas burra. Él es adoptado. Me parece un hombre amable y también atractivo, y es posible que haya cierto interés por mi parte, pero eso no significa nada.
Penny no parecía muy convencida.
– Eso puede complicar las cosas.
– Nada va a complicar nada porque no voy a tener ese tipo de relación con él -no podía, por maravilloso que hubiera sido su beso-. No quiero saber nada de hombres -insistió, tanto para ella como para Penny-. ¿Necesito recordarte mi pasado?
– No -respondió Penny-, pero a lo mejor ha cambiado tu suerte.
– No es muy probable.
Alex miró el reloj, se excusó y abandonó la reunión. Había prometido llevar a Bailey a cenar y no quería llegar tarde. Todo aquello que podía suceder o dejar de suceder en el momento en el que la prensa descubriera que Mark Canfield tenía una hija secreta podía ser manejado por los profesionales que se ganaban la vida solucionando esa clase de problemas. Él prefería enfrentarse a toda una corporación de abogados antes que a un caso así; le parecía infinitamente más fácil.
Dani tampoco estaba preparada para el circo que representaba una campaña electoral, pensó mientras se dirigía hacia la puerta principal del edificio. Alguien debería explicarle lo que le esperaba. Quizá más tarde pudiera…
Empujó las puertas abatibles que conducían a la zona de recepción. Allí encontró a Bailey esperándole, pero también a un hombre al que Alex jamás había visto. Tardó medio segundo en comprender que allí estaba pasando algo.
Bailey estaba sentada en el sueldo con un cachorro de labrador en el regazo, y el hombre estaba agachado a su lado.
– Cuéntame algo más de tu hermana nueva -le estaba diciendo el hombre, que tenía una grabadora en la mano.
Bailey sonrió.
– Es guapa y muy buena. A Ian le gusta, y a Ian nunca le gusta nadie.
– Así que es la niñita de tu papá.
Bailey arrugó la nariz.
– No es una niñita. Es muy grande.
Alex estaba ardiendo de furia, pero tuvo mucho cuidado de no demostrarlo. Se interpuso entre Bailey y el reportero y le ofreció la mano a su hermana.
– Bailey, ¿te importaría esperarme en mi despacho?
Bailey abrió los ojos como platos.
– ¿Te parece bien que haya jugado con el cachorro? -preguntó.
Alex se obligó a sonreír.
– Claro que sí. Espérame allí un momento y después nos iremos.
– Vale.
Bailey le dio un beso al cachorro, lo dejó en el suelo y se levantó. En cuanto se despidió con la mano y cruzó las puertas abatibles, Alex se volvió al periodista.
– ¿Qué demonios estaba haciendo?
El reportero, que debía andar cerca de los treinta años, era un hombre bajo y delgado. Se levantó y agarró el cachorro con un brazo.
– Trabajar -sonrió-. He oído que tiene una hermana nueva. Felicidades.
Alex le agarró del brazo.
– ¿Quién demonios se cree que es? ¿Cómo se le ocurre utilizar un cachorro para sacarle secretos a mi hermana?
El reportero sonrió entonces de oreja a oreja.
– A los niños les encantan los perros. Sobre todo a los que son como ella, a los tontos.
A Alex se le nubló la visión. No veía nada, salvo el hombre que tenía frente a él. Aquel insulto fue la gota que colmó el vaso y ya no fue capaz de contener su furia. Sin pensar en lo que debería hacer o dejar de hacer, le dio un puñetazo al periodista en pleno rostro.
El tipo aulló, y también el cacharro. Comenzaba a sangrarle la nariz. La grabadora estaba en el suelo, rota.
Alex avanzó hacia ella y destrozó con el pie aquel artilugio electrónico, pero ya era demasiado tarde. El daño ya estaba hecho, y en más de un sentido.
Los periódicos les llegaron poco después de las cuatro de la madrugada. Alex esperaba lo que se iba a encontrar. Entró en la cocina y lo dejó sobre el mostrador de granito. El mensaje no podía ser más claro.
Había una fotografía del senador y otra un tanto borrosa de Dani. El titular decía: La queridísima hija del senador.
Capítulo 6
Dani llegaba tarde, lo que quería decir que no podría parar a tomar un café. Probablemente Penny tenía algo en el fuego, pero ella era más de comer que de líquidos, lo que significaba que las posibilidades de tomarse un buen café con leche con espuma eran prácticamente nulas.
– Directa al trabajo -musitó mientras abría la puerta de entrada y bajaba los escalones del porche de su casa, una vivienda alquilada-. Directa al trabajo y…
La mañana explotó de pronto en una serie interminable de flashes y preguntas.
– ¿Desde cuándo sabe que el senador es su padre? ¿Alguno de sus hermanos también es hijo suyo?
– ¿Le va a pedir algún dinero?
– ¿Espera conseguir algún puesto en el gabinete del senador en el caso de que gane las elecciones?
Dani se quedó helada al ver al menos a una docena de personas en su jardín. Su incapacidad para contestar no impidió que continuaran bombardeándole a preguntas.
Le llamaban por su nombre, le hacían fotografías y parecían estar esperando algo. ¿Una reacción, quizá? Pues iban a tener que quedarse con su inmenso asombro, porque era lo único que realmente sentía.
– Váyanse de aquí -consiguió decir al final, y comenzó a avanzar hacia su coche.
Los periodistas la rodeaban, le colocaban las grabadoras en la cara y continuaban haciéndole preguntas.
– ¿Qué piensa la señora Canfield del hecho de que su marido tuviera una hija con otra mujer?
– ¿Piensa cambiarse el apellido?
Dani se abrió paso hasta el coche. Puso el motor en marcha y giró el volante, pero los periodistas continuaban rodeándola. Sin saber qué hacer, levantó el pie del freno y el coche comenzó a moverse. Por lo menos consiguió que los periodistas se apartaran.
Pero el alivio de Dani tuvo corta vida. Cuando comenzó a avanzar por la calle, algunos la siguieron en sus coches. Dani pestañeó asombrada. No pensarían seguirla a todas partes, ¿verdad?
Era como una escena salida de una película. El problema era que se trataba de una escena real y no sabía cómo enfrentarse a ella.
En lo primero que pensó fue en que no podía ir al restaurante de Penny con un séquito de periodistas tras ella. Agarró el teléfono móvil y llamó rápidamente a Walker. Seguramente su hermano sabría qué hacer.
Pero le contestó el buzón de voz.
Dani soltó una maldición. Continuó conduciendo por su tranquilo barrio, escoltada por seis coches. Consiguió perder a dos en el primer semáforo y a otros tres en el segundo. Animada por aquella victoria, se dirigió a una intersección casi siempre congestionada por el tráfico, giró a la izquierda cuando estaba el semáforo en amarillo y aceleró hasta la siguiente esquina. En cuanto estuvo segura de que había perdido a todo el mundo, se acercó a la acera y llamó a sus hermanos. Pero no consiguió hablar con ninguno de ellos. Al parecer, todos estaban muy ocupados con sus propias vidas. Llamó a información.
– Por favor, ¿podría darme el número de las oficinas de la campaña del senador Mark Canfield?
Treinta minutos después, Dani estaba en uno de los reservados del café Totem Lake Shari. Apenas había tenido tiempo de pedir un café cuando Alex entró en el establecimiento. Tenía un aspecto magnífico mientras caminaba decidido hacia ella. A pesar de su trauma matutino, Dani pudo apreciar la anchura considerable de sus hombros y la largura de sus piernas. Aunque no fuera para otra cosa, le servía de distracción.
En cuanto se sentó a su lado, Alex le pasó el periódico de la mañana.
– ¿No has visto esto? -le preguntó.
Dani leyó el titular y gimió.
– No. Por la mañana no leo el periódico ni oigo las noticias. Me parecen demasiado deprimentes. Pero supongo que es algo que tendrá que cambiar -leyó rápidamente el artículo-. ¿Cómo es posible que se hayan enterado? Yo no se lo he dicho, te lo prometo.
– Ya sé que no has sido tú -le explicó lo que le había pasado a Bailey y la estrategia que había utilizado el periodista.
Dani se tensó en su asiento. Estaba indignada.
– Pero eso es horrible. ¿Quién ese ése tipo? Uno de mis hermanos fue marine y estoy segura de que estaría encantada de darle una buena paliza.
– Ya le pegué yo -dijo Alex.
En ese momento llegó la camarera con el café de Dani. Alex pidió una taza para él. Dani aprovechó aquellos segundos para intentar pensar con claridad y volver al mundo real y racional.
Alzó la mano.
– ¿Qué has dicho que hiciste? ¿Le pegaste al periodista?
Alex se encogió de hombros.
– No soporto que nadie haga daño a mi familia.
– No me malinterpretes, no me estoy quejando por lo que has hecho. Yo también le habría pegado si hubiera podido, pero aun así, me ha sorprendido.
Ella pensaba que Alex era uno de esos hombres con una capacidad de control total, que nunca se dejaba llevar por los sentimientos.
– Soy un hombre duro.
Estaba bromeando, pero Dani pensó que aquellas palabras encerraban una gran verdad. Alex era un hombre duro y, básicamente, un buen tipo. Dani no podía quejarse de que hubiera defendido a su hermana. Eso significaba que, además de guapo, era una buena persona.
– ¿Y tú puedes hacer eso? -preguntó-. ¿Pegar a un periodista? Bueno, en realidad ya sé que puedes, al fin y al cabo lo has hecho. ¿Pero crees que es una buena idea?
Alex se tensó.
– Eso depende de si el tipo presenta o no denuncia. Porque si decide denunciarme, me temo que mi futuro va a cambiar de forma muy interesante.
Dani no sabía qué decir. Alex era abogado. ¿No se suponía que los abogados tenían que ser los primeros en respetar la ley?
Se reclinó en su asiento.
– Todo esto es una locura y todo está pasando demasiado rápido. Empecemos desde el principio. Algún cretino ha intentado engañar a Bailey para que hablara sobre mí, por eso la prensa está al tanto de la historia y, ahora, ¿qué se supone que tenemos que hacer?
– Ahora tendremos que enfrentarnos a una nueva situación. Durante una temporada al menos, te estará siguiendo la prensa.
Dani temía que era eso lo que iba a decir.
– ¿Te importaría definir con más precisión lo que significa «perseguir» y «una temporada»? ¿Estamos hablando de días, de semanas, o tengo que irme a vivir definitivamente a Borneo?
– No hace falta que cambies de domicilio, pero el interés por la historia tardará algún tiempo en aplacarse. ¿Vives en una casa?
Dani asintió.
– Sí, en una casa alquilada, y no muy llamativa.
– Creo que no va a ser suficiente protección. Podrías pensar en quedarte en casa de alguna amiga hasta que todo esto haya terminado. Preferiblemente en casa de alguna que viva en un edificio con medidas especiales de seguridad.
Pero Dani no conocía a nadie que encajara en aquella descripción.
– Odio pensar que voy a tener que irme de mi casa porque esa historia haya trascendido a la prensa.
Alex la miró entonces con firmeza.
– Una cosa son los principios y otra muy distinta la realidad. La prensa puede convertir tu vida en un infierno, por lo menos durante unos meses.
– Y eso que ni siquiera soy Paris Hilton.
– ¿Quién?
Dani se echó a reír.
– Eres increíble.
– Mira que eres raro.
– Mejor. De otro modo, sería yo el que habría salido en los periódicos.
– Ese sería un titular interesante: «El hijo mayor del senador se cita en secreto con una mujer». Desde luego, sería una nueva complicación.
Alex bajó entonces la mirada hacia su boca.
– Sí, en más de un sentido.
¿Era ella, o de pronto se estaba cargando el ambiente? Dani se movió incómoda en su asiento.
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