Un par de periodistas se marcharon. Otro caminó hacia ella.
– No puede hacer esto. Usted es noticia.
Dani sacó el teléfono móvil del bolso y lo abrió.
– Veinte, diecinueve, dieciocho…
El hombre soltó una maldición y se marchó. Segundos después, el vestíbulo del restaurante estaba vacío. Dani suspiró aliviada y después se dirigió hacia el pequeño despacho que compartía con Bernie. Su jefe salió a su encuentro.
– Impresionante -le dijo-. Yo no sabía qué hacer con ellos. Nunca había tenido periodistas en el restaurante.
Dani sacudió la cabeza.
– Lo siento. No pretendía causarte problemas.
– Eh, tranquila. A lo mejor nos mencionan en algún periódico. Eso sería bueno para el restaurante.
Se estaba tomando aquel incidente mucho mejor de lo que Dani se había atrevido a esperar. Aun así, no podía hacerle mucha gracia que hubiera periodistas merodeando alrededor del restaurante.
Dani se puso a trabajar. Hizo varias rondas por el restaurante, estuvo pendiente de los clientes y se aseguró de que no hubiera periodistas molestando a nadie. Poco después de las nueve vio a un hombre solo sentado en una mesa apartada.
Le reconoció inmediatamente y sintió que todo su cuerpo se ponía en alerta. Las hormonas tarareaban algo así como «haz el amor conmigo, haz el amor conmigo».
Dani se acercó a la bodega, sacó una botella de su vino favorito y volvió a la mesa. Alex se levantó cuando ella se acercó y sacó una silla.
– A no ser que estés esperando a alguien… -dijo Dani.
– No, sólo a ti.
Aquellas palabras no deberían haber significado nada. Pero hubo algo en su tono que le hizo sentir una extraña debilidad en las rodillas. Fue una suerte que para entonces estuviera ya sentada.
– ¿Vienes a cenar o sólo de visita? -preguntó Dani.
– La verdad es que estoy hambriento.
– Los ravioli están deliciosos. Te los recomiendo.
– En ese caso, eso es lo que comeré…
¿Eran imaginaciones suyas o su voz tenía un tono más grave, más sexy? Dani tuvo que hacer un serio esfuerzo para no comenzar a abanicarse.
– ¿Cómo lo llevas?
– Todavía estoy intentando acostumbrarme. La prensa ha estado aquí esta mañana.
– Sí, me lo ha dicho tu jefe. Y también que la has manejado perfectamente.
– Agradezco el elogio, pero no me lo merezco. Lo único que he hecho ha sido decirles que comieran algo o se marcharan porque iba a llamar a la policía.
– ¿Qué tiene eso de malo?
– Nada. Ha funcionado.
– ¿De verdad habrías llamado a la policía?
– Por supuesto.
Dani pidió la cena para los dos y le pidió al camarero que la avisara si alguien la necesitaba. El camarero les sirvió el vino y se marchó.
Dani bebió un sorbo de su copa.
– A donde quiera que voy, se organiza un desastre. ¿Crees que debería renunciar a mi trabajo?
– No.
– Pero estoy segura de que volverán. No me dejarán en paz hasta que aparezca algo más interesante.
– Si renuncias a tu trabajo, estarás dejando que ganen ellos. Y tú no eres una mujer que se rinda sin luchar.
– ¿Cómo lo sabes?
Alex se encogió de hombros.
– Lo he oído.
– ¿Y qué has oído exactamente?
Alex parecía incómodo, algo que Dani no se esperaba.
– El primer día que te conocí, hice que te investigaran.
Esperaba que Dani reaccionara con enfado, pero lo único que hubo fue resignación.
– ¿Esa es otra de las emocionantes consecuencias de formar parte de la familia Canfield?
– Decías ser la hija del senador, ¿qué otra cosa se suponía que podía hacer?
Dani quería decirle que podía haberle creído, pero sabía que le parecería una ingenuidad. Después de lo que había pasado ella misma aquel día, comprendía que fuera tan precavido.
– ¿Y qué información encontraste sobre mí?
– Los datos básicos: el día que naciste, el colegio al que fuiste, cuánto dinero tienes en el banco. Ese tipo de cosas.
Dani bebió un sorbo de vino.
– Nada de eso indica que sea una luchadora.
Alex vaciló un instante y dijo:
– Sé lo de tu primer matrimonio con Hugh. Que sufrió una terrible lesión y permaneciste a su lado. Hiciste todo lo que estuvo en tu mano para sacarle adelante. Podrías haberle abandonado, pero no lo hiciste. Incluso sabiendo que iba a pasar el resto de su vida en una silla de ruedas, te casaste con él.
Una forma educada de decir que, aunque sabía que no iban a poder disfrutar de una vida sexual normal, se había casado con él.
– Le quería -le dijo-. Era una estúpida.
– ¿Lo dices porque después os divorciasteis? Esas cosas pasan.
Sí, por lo visto también le había pasado a él.
– Por lo que veo, tu búsqueda no ha sido tan exhaustiva como tú crees. Hugh me dejó hace un año. Decía que no era una persona suficientemente madura para nuestro matrimonio. No sabes cuánto me fastidió. Seguramente, si no había podido madurar, había sido porque estaba ocupada cuidándole, apoyándole. Pero al final, resultó que todo aquello era una sarta de mentiras. En realidad, Hugh estaba teniendo una aventura. Y no era la primera que tenía. Por eso quería acabar con nuestro matrimonio.
La expresión de Alex no cambió.
– Entonces es que es un estúpido.
– Buena respuesta.
Dos horas y media después, Alex le estaba acompañando a su coche. Dani sabía lo que iba a suceder en cuanto llegaran allí. Y se sentía como si hubiera vuelto al instituto y tuviera una cita con un chico del que estaba locamente enamorada. Como si todo lo que había ocurrido aquella noche sólo hubiera sido un preludio de lo que ambos querían… el beso.
Aunque como adulta, sabía que había otros placeres más interesantes. Placeres en los que todavía no se atrevía a pensar. No estaba preparada. Pero el del beso le parecía un terreno más seguro.
En cualquier caso, había disfrutado de la cena. La conversación que habían compartido había contribuido a que Alex le gustara más de lo que debería.
Alex la rodeó con sus brazos. Ella se dejó abrazar y presionó su cuerpo contra el suyo, disfrutando de la fuerte musculatura de su pecho y de la forma en la que encajaban sus cuerpos. A pesar de su breve aventura con Ryan, todavía no estaba acostumbrada a besar a un hombre que estuviera de pie. Y le gustaba.
Alex rozó sus labios, ejerciendo la presión suficiente para hacerle saber que quería besarla, pero sin que se sintiera obligada en el caso de que quisiera retroceder.
El besó la excitó. Le rodeó el cuello con los brazos, inclinó la cabeza y entreabrió los labios.
Alex deslizó la lengua en su interior y comenzó a acariciar todos los rincones de su boca mientras deslizaba las manos a lo largo de su espalda. Ella se estrechaba contra él, esperando intensificar su contacto, pero Alex no cedió. Era demasiado pronto y estaban en un lugar público. Ya se habían arriesgado demasiado besándole de aquella manera en la calle.
Pero cuando Alex le mordió el labio inferior, Dani descubrió que en realidad no le importaba que alguien estuviera mirando. El deseo fue más fuerte que la prudencia y le hizo inclinarse contra él. Alex posó las manos sobre su trasero, haciendo que notara su erección en el vientre.
Estaba muy excitado, pensó Dani, encantada de que le hubiera resultado tan fácil ponerle en ese estado.
Debió de reír, porque Alex retrocedió ligeramente y la miró a los ojos.
– ¿Quieres compartir la broma conmigo?
– Es sólo que…
Bajó la mirada y volvió a mirarle. Afortunadamente, era de noche. De otro modo, Alex la habría visto sonrojarse.
– ¿Dani?
Dani dejó caer la mano suavemente sobre su erección y la rozó ligeramente.
– ¿Te sientes ofendida?
Dani sonrió.
– No, estoy impresionada. Después de Hugh, hubo otro hombre. Un auténtico desastre. Y antes de que me casara con Hugh, también estuve con otro. Pero la mayor parte de mi vida sentimental la he compartido con un parapléjico. Nuestra manera de vivir el sexo era muy diferente. Digamos que me costaba mucho trabajo llegar a cierto estado. Mientras las cosas iban bien entre nosotros, no me importó. Estábamos enamorados y quería que los dos fuéramos felices.
– Pero no fue fácil.
– No.
– Pues te aseguro que puede serlo.
Dani se echó a reír otra vez y le besó.
– Y yo que pensaba que eras un abogado estirado.
– ¿Yo? Jamás.
Capítulo 7
Dani salió del aparcamiento del Bella Roma y se dio cuenta de que no le apetecía ir a su casa. Le aterraba pensar que la prensa podía estar merodeando por los alrededores. De modo que se echó a un lado de la carretera para pensar dónde debería ir.
Todos sus hermanos estarían encantados de recibirla en sus casas, pero no quería comprometerlos. Su lista de amigas era ridículamente pequeña. Entre el trabajo y el cuidado de Hugh, apenas había tenido tiempo de hacer vida social. De modo que sólo le quedaba una persona a la que recurrir.
Marcó su número de teléfono y le contestaron al primer timbrazo.
– Hola, ¿has visto el periódico?
– Por supuesto. Pero la cosa podría haber sido peor. Cuando Reid salió en el periódico, dijeron que no era muy bueno en la cama.
– Muy bien, eso me ayuda a tranquilizarme. No quiero volver ahora a mi casa. Hay periodistas por todas partes.
– Entonces ven aquí.
– ¿Estás segura?
– ¿Adónde podrías ir si no?
Una pregunta interesante, pensó Dani mientras metía el coche en el garaje de su abuela. Cuando salió, presionó el botón para cerrar la puerta y entró en la casa. Gloria le estaba esperando al final de la escalera.
Dani subió rápidamente hasta el primer piso.
– Te lo agradezco mucho -dijo.
O por lo menos eso fue lo que pretendía decir. Porque en cuanto vio a su abuela, se echó a llorar.
Gloria se acercó a ella y le abrazó.
– Ya sé que en este momento te parece imposible, pero conseguiremos arreglar todo esto. Te lo prometo.
Katherine hundió el tenedor en la ensalada de pasta que pretendía cenar, pero no fue capaz de probarla. No podía. Llevaba todo el día con el estómago revuelto. Sabía que la causa era una desagradable combinación de dolor y estrés, pero conocer la razón no la ayudaba a sentirse mejor.
Se sentía como si le hubiera atropellado un coche y la hubieran dejado a un lado en la cuneta. Todo el cuerpo le dolía. Sobrevivir durante todo un día, sonreír a sus hijos, fingir que todo iba perfectamente, le había dejado sin fuerzas.
Los periódicos continuaban donde los había dejado; los titulares eran perfectamente visibles desde la butaca de cuero. Ella sabía que la noticia saldría en algún momento; siempre ocurría. ¿Pero tan pronto? ¿Y de aquella manera?
Algunos amigos habían llamado para asegurarse de que era cierta. Habían sido muy amables con ella. Había creído reconocer la duda que se ocultaba tras sus palabras, pero ninguno se había atrevido a preguntarle directamente si había sido algún problema de ella el motivo de que todos sus hijos fueran adoptados. Quizá ni siquiera tenían que preguntárselo. Seguramente ya lo sabían.
No debería importarle, se dijo a sí misma. No poder tener hijos no era nada malo. Y le ocurría a miles de mujeres que eran capaces de continuar viviendo plenamente sus vidas. Como lo había hecho ella. Adoraba a su familia, no la cambiaría por nada del mundo, excepto, quizá, por poder darle a Mark lo que otra mujer había sido capaz de ofrecerle.
Oyó pasos en el parqué. Mark entró en aquel momento en el estudio y se sentó también en el sofá.
– Menudo día -comenzó a decir después de darle un beso en la boca y acariciarle la mejilla-. Ha sido un auténtico infierno. Han conseguido adelantársenos. La prensa está contando la historia de una manera que no nos conviene, pero conseguiremos darle la vuelta. Todavía no hemos hecho ninguna encuesta, pero estamos de acuerdo en que esto no nos hará mucho daño. De hecho, si conseguimos darle la orientación adecuada, incluso podrá jugar a nuestro favor.
– Eso es importante -contestó Katherine.
Pero en el fondo, lo que le habría gustado hacer era ponerse a chillar. ¿Cómo era posible que Mark no se diera cuenta de que todo aquello le estaba haciendo un daño terrible? ¿No era consciente de que estaba desolada?
Seguramente, se dijo Katherine, todavía no había tenido tiempo de pensar en ello. Estaba demasiado concentrado en su campaña.
– ¿Has hablado con Alex? -le preguntó Mark-. Le dio un puñetazo a un periodista y van a denunciarle. La verdad es que es un problema que preferiría haberme ahorrado.
– Estaba defendiendo a Bailey. Siento que vaya a tener que sufrir las consecuencias, pero no lamento que lo hiciera. Creo, de hecho, que es lo mejor que pudo hacer.
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