Mark se la quedó mirando fijamente.
– Tienes razón. Filtraremos a la prensa lo ocurrido. Nadie tiene derecho a aprovecharse de una niña -sonrió-. Eres brillante. Debería contratarte y tenerte en la oficina.
Era un comentario habitual entre ellos. Normalmente, Katherine contestaba que preferiría estar en su cama. Pero aquella noche no fue capaz de seguirle la broma.
– Ha estado llamando gente durante todo el día. Amigos, conocidos…
– Tú sabrás cómo manejarlos -dijo Mark con un bostezo-. Como has hecho siempre.
Una furia inesperada se desató dentro de ella.
– ¿Y si resulta que esta vez no quiero manejarlo? Yo no he pedido nada de esto, Mark.
Mark la miró y frunció el ceño.
– No es algo que te haya estado ocultando. Para mí, lo de Dani también ha sido una sorpresa.
Pero Katherine no estaba del todo segura. Al fin y al cabo, Mark sabía que había tenido una aventura con Marsha Buchanan.
– Supongo que la conociste al poco tiempo de regresar a Seattle -aventuró Katherine-. Seguramente fue sólo cuestión de semanas.
Mark fue suficientemente inteligente como para mostrarse cauteloso.
– Sí. Estaba muy enfadado por nuestra ruptura y, desde luego, no tenía ganas de salir con nadie. Pero ocurrió.
– Te enamoraste de ella.
Katherine hablaba sin perder la calma. No quería que Mark supiera lo importante que era esa información para ella.
Mark se encogió de hombros.
– Eso ahora no importa. Todo fue hace mucho tiempo. Katherine, esa actitud no nos va a ayudar.
Katherine se inclinó hacia el borde del sofá, pero no se levantó.
– Nada de esto nos va a ayudar. Todo el mundo se enterará de que yo soy la razón de que no podamos tener hijos. Todo el mundo hablará de mí, me compadecerá. Todo el mundo sabrá que soy yo la que no funciona. Y todo el trabajo que he hecho hasta ahora no significará nada.
Mark se acercó a su esposa y le pasó el brazo por los hombros.
– Por supuesto que significa algo. ¿Crees que a la gente le importa que puedas tener hijos o dejar de tenerlos? Y, por cierto, tú funcionas perfectamente. Además, eres la más dura de los dos.
Katherine se separó de él. Por primera vez en su vida, no quería que Mark la tocara.
Se levantó.
– Ya tienes lo que siempre has querido: un hijo propio.
Mark también se levantó.
– Eso no es justo. Siempre he estado de acuerdo en adoptar. Nunca me he quejado de nuestra situación.
El enfado de Katherine era cada vez mayor.
– Oh, qué generoso por tu parte. A lo mejor deberías mencionarlo durante la campaña. «Mi mujer no podía tener hijos, pero yo nunca me quejé. ¿No creen que eso me convertirá en un gran presidente?». ¿Todavía estás enamorado de ella? -le preguntó bruscamente?
– ¿Qué? No, todo eso fue hace treinta años. Apenas me acuerdo de su aspecto.
Katherine deseaba creerle desesperadamente. Quería que Mark le convenciera de que ella había sido la única mujer de su vida.
– ¿Todavía estabas con ella cuando fui a buscarte?
– No, ya habíamos roto.
– ¿Y quién dio por terminada la relación? ¿Tú o ella?
Mark desvió la mirada.
– ¿De verdad importa?
Por supuesto que importaba. Pero Katherine ya sabía la respuesta. Había sido ella la que le había dejado.
– ¿Por qué te casaste conmigo? -le preguntó con dureza-. ¿Fue por dinero?
Mark la miró a sus ojos. Su mirada reflejaba sentimientos que Katherine no era capaz de interpretar.
– ¿Es eso lo que piensas de mí?
– No intentes distraerme, Mark. Sólo quiero saber la verdad.
– Esta noche no vas a creer nada de lo que diga. Has decidido convertirme en el malo de la película. Siento que Dani haya irrumpido de esta manera en nuestras vidas, pero no lamento que esté viva. Hace treinta años, fuiste tú la que pusiste fin a nuestra relación. Yo regresé a Seattle y sí, me enamoré de otra mujer. Desde entonces han pasado muchos años, jamás había vuelto a pensar en ella. Eres mi esposa, Katherine, te quiero. Tenemos una vida juntos, una familia. ¿Eso no significa nada para ti?
Significaba mucho más de lo que jamás podría explicar con palabras. ¿Pero qué significaba para él?
Le amaba con locura. Le amaba más allá de la razón. ¿Qué habría pasado si Marsha no hubiera roto con él? ¿O si Katherine le hubiera pedido que eligiera? ¿Con quién de las dos se habría quedado?
Mark tenía razón; dijera lo que dijera, no le creería. Entre otras cosas, porque ya sabía la respuesta.
– Últimamente te veo mucho por aquí -dijo Katherine mientras servía el café.
Alex tomó la taza que le ofrecía.
– ¿Y eso es bueno o malo?
Katherine le sonrió.
– Humm, déjame pensar.
Alex se echó a reír. Katherine tenía la habilidad de hacer que cada uno de sus hijos se sintiera como si fuera único. Si alguna vez él tenía hijos, esperaba ser capaz de ofrecerles ese mismo regalo.
Era pronto, apenas las siete de la mañana, pero Katherine estaba ya perfectamente maquillada y elegantemente vestida. Siempre había sido una mujer con mucha clase.
Se reclinó en la silla y alzó la taza de café.
– La verdad es que admito que estoy intrigada. Mark no suele discutir conmigo y ni siquiera puedo recordar la última vez que te envió para que hablaras conmigo en su lugar.
– Yo sí. Tenía diecisiete años, él había perdido a Bailey en unas galerías comerciales durante más de una hora y no se atrevía a contártelo.
Katherine sonrió.
– Tienes razón. ¿Y qué no se atreve a decirme esta vez?
– Quiere que invites a Dani a uno de tus actos benéficos, y que también vaya la prensa.
Si hubiera estado con cualquier otra persona, Alex habría continuado la explicación, pero aquélla era Katherine Canfield. Una mujer que llevaba muchos años siendo la esposa de un político. Haría lo que le decían porque siempre estaba dispuesta a cumplir con su deber.
Katherine no cambió en ningún momento de expresión. Bebió un sorbo de café y asintió lentamente.
– Si acepto a la hija de Mark, los Estados Unidos de América la aceptarán. Al fin y al cabo, yo soy la parte más perjudicada en estas circunstancias.
Continuaba comportándose de manera fría y racional, algo que Alex apreciaba, aunque no era capaz de comprender cómo era capaz de guardar la compostura.
– ¿No te molesta? -le preguntó-. ¿No te molesta que todo el mundo se meta en tu vida?
– Claro que me molesta, pero no puedo hacer ninguna otra cosa. Déjame mirar el calendario y ver qué tengo que hacer durante las siguientes semanas. Quiero elegir bien el acto benéfico, porque también a nosotros nos dará publicidad extra. ¿Cómo llama tu padre siempre a los periodistas?
– Chacales.
– Exacto. Pues esta vez los chacales por fin podrán hacer algo bueno.
– No sé cómo eres capaz de hacer y decir siempre lo que debes.
Su madre tensó los labios.
– Ojalá fuera cierto. Pero por lo menos lo intento, y supongo que eso es lo importante.
– Todo esto tiene que estar siendo muy duro para ti.
Saber lo de Dani en privado era una cosa y ser consciente de que todo el mundo estaba hablando de ello debía de ser otra muy diferente.
Katherine se encogió de hombros.
– No me gusta convertirme en tema de conversación, ni ser pasto de cotilleos, pero a veces no puede evitarse. De aquí a un tiempo, la gente encontrará cualquier otro tema de conversación interesante. Hasta entonces, haré lo que siempre he hecho. Ocuparme de mi familia e intentar dejar una pequeña huella en el mundo.
– En mí ya la has dejado.
– Contigo ha sido muy fácil.
– Eso no es verdad. Te recomendaron que no me adoptaran. Decían que no tenía capacidad para socializar.
– Se equivocaban -alargó la mano a través de la mesa para tomar la de su hijo-. Tú eres la razón por la que tengo ocho hijos, Alex. Tenía un sueño y un plan, pero no sabía que era capaz de criar a un hijo, y mucho menos a ocho.
Pero lo importante no era la cantidad de hijos que había adoptado, sino quiénes eran esos niños. Niños con necesidades especiales, tanto médicas como emocionales. Niños que mucha otra gente no quería.
– Cuando vi que tú habías salido tan bien -dijo Katherine en tono de broma-, supe que podía volver a hacerlo.
– Se lo recordaré a mis hermanos en Navidad para que me hagan unos cuantos regalos más.
Katherine se echó a reír.
Alex la miró en silencio durante varios segundos.
– ¿Sientes que papá se presente a las elecciones?
La expresión de Katherine cambió inmediatamente.
– No, es lo que siempre quiso. Creo que puede ser un buen presidente. Mejor que la mayoría. ¿Te preocupa que todas esas historias puedan perjudicarle?
– No lo sé, no soy ningún experto.
Su madre le soltó la mano y bebió un sorbo de café.
– Tienes que confiar en la gente. Estoy segura de que todo el mundo lo comprenderá. Si Mark hubiera tenido una aventura cuando estábamos casados, la situación sería diferente. Pero esto fue antes de nuestro compromiso. Y todo el mundo puede hacer el cálculo.
– Marsha Buchanan estaba casada.
– La gente pensará que fue ella la que actuó incorrectamente, no tu padre. No es justo, pero es así.
Aquella historia la había destrozado, pensó Alex. Había convertido a su madre en el centro del escándalo. Y peor aún, en objeto de toda clase de especulaciones sobre las verdaderas razones por las que los Canfield habían adoptado a sus hijos. Ya había oído lo que se estaba empezando a rumorean que a lo mejor Katherine no era tan buena como parecía. Que no podía tener hijos y había intentado hacer virtud de aquel defecto. Al fin y al cabo, era evidente que Mark no era el problema.
La necesidad de protegerla era cada vez más fuerte. Habían pasado más de veinte años desde que se había hecho aquella promesa, pero la sentía arder intensamente en su interior.
Tenía ocho años cuando Katherine le había sacado de su último hogar de acogida. Había soportado con paciencia sus pesadillas, sus rabietas y su torpeza. Le había enseñado, le había elogiado y, poco a poco, había sabido abrirse paso hasta su corazón. Alex todavía recordaba con detalle la tarde que Katherine se había sentado a su lado y le había dicho que, si quería, podía quedarse para siempre con ella.
Alex había hecho todo lo posible para no llorar, porque era mayor y no estaba bien que un niño de ocho años llorara como un bebé. Aun así, no había podido evitarlo. Katherine le había abrazado mientras él lloraba y le había pedido que le contara lo que le pasaba. Pero Alex no lo había hecho. No quería que supiera lo que recordaba; no quería que supiera que todavía conservaba la imagen de su madre siendo asesinada delante de él. Recordaba lo asustado y solo que se había sentido, y también que no había sido capaz de salvarla.
Cuando se había dado cuenta de lo que Katherine estaba dispuesta a hacer por él, de lo mucho que le quería, se había prometido protegerla a ella y al resto de su familia con su vida si fuera necesario. Nadie le haría nunca daño.
Y, sin embargo, allí la tenía, sufriendo.
– Colaboraré con Dani con una condición -dijo Katherine, haciéndole volver al presente.
Alex arqueó las cejas.
– Eso no es propio de ti.
Alex pensó en Dani, en el beso que habían compartido la noche anterior y en los muchos besos que todavía deseaba compartir con ella. ¿Sería ésa la condición? ¿Qué se mantuviera alejado de la hija de Mark?
Sabía que Katherine jamás se entrometería de esa forma en su vida, ni siquiera en el caso de que supiera que tenía algún interés en Dani. Pero había un problema mayor, y era que viendo a Dani podía hacer sufrir a Katherine. Ella lo vería como una traición, como si hubiera decidido apoyar a Mark en vez de a ella. Por supuesto, no sería una deducción acertada, pero no quería causarles problemas a sus padres.
– Quiero que le des a Fiona una oportunidad -dijo su madre.
Aquélla parecía una mañana hecha para la evocación, pensó Alex sombrío. Pero mientras que los recuerdos de sus primeros años con Katherine y con Mark habían sido agradables, no podía decir lo mismo de los recuerdos de su ex esposa. Por lo que hacía referencia a su matrimonio, en cuestión de segundos, se había visto reducido a un cliché: se había convertido en el marido que llegaba a casa antes de lo previsto y descubría a su esposa con otro hombre.
Por supuesto, no en su cama. Eso habría sido poco para Fiona, que siempre buscaba sensaciones fuertes. No, ella y su amante estaban desnudos encima de la mesa del comedor, un regalo de boda de la prima de Katherine. Una antigüedad, por lo visto, aunque la verdad era que Alex nunca había prestado mucha atención a ese tipo de cosas.
Pero la imagen de Fiona desnuda rodeando con las piernas la cintura de otro hombre, gritando que quería más y con la larga melena desparramada sobre la madera se había quedado grabada en su cerebro para siempre.
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