Alex alargó la mano hacia su café.

– No habrá ninguna condición. Fiona y yo hemos terminado. Es imposible que volvamos.

– ¿Por qué? -preguntó Katherine-. Sé que te quiere y supongo que tú todavía sientes algo por ella. Nunca hemos hablado de lo que ocurrió. Soy consciente de que eres un hombre adulto y de que no tienes por qué recurrir a mí cada vez que tengas un problema, pero quiero ayudarte. Hacíais tan buena pareja.

Parecían hacer una buena pareja, pensó Alex con cinismo. Esa era la diferencia. Eran una pareja perfecta, pero sólo de puertas afuera.

– Confía en mí, lo nuestro ha terminado. Y los dos hemos continuado con nuestras vidas.

– Ella no.

Alex no sabía qué le había contado Fiona a su madre, y tampoco le importaba. Había tomado la decisión de no contarle a nadie lo ocurrido para ahorrarse la vergüenza de tener que reconocer que su mujer se había casado con él por su posición social. Fiona había jugado con él y él se lo había permitido.

Lo menos doloroso de aquella situación era que, después de dejar a Fiona, prácticamente no la había echado de menos. Al parecer, no estaba enamorado de ella. Por lo menos cuando habían puesto fin a su matrimonio. O a lo mejor nunca lo había estado. Algo de lo que no podía decir que se sintiera orgulloso.

– Parece que ya has tomado una decisión -le dijo Katherine-. ¿Puedes explicarme por qué?

– No -suavizó la dureza de la contestación con una ligera caricia-. Te agradezco lo que estás intentando hacer. Sé que te preocupas por todos nosotros. Mi matrimonio con Fiona hace mucho tiempo que terminó. Ni nada ni nadie va a conseguir que volvamos a estar juntos.

– Te conozco lo suficiente como para saber lo que significa ese gesto de determinación de tu barbilla. Muy bien, lo dejaré pesar. Pero no creas que no me entristece. Siempre imaginé que entre vosotros había algo muy especial.

– Yo también, pero con el tiempo descubrí que estaba equivocado.


Alex salió de casa poco después de las nueve. Katherine le observó marchar. Era un buen hombre y por mucho que a ella le hubiera gustado poder atribuirse el mérito de su bondad, sabía que en gran parte se debía a la propia personalidad de Alex, así que no volvió a decirle nada más.

A veces, pensaba que Mark podría aprender algo de su hijo, pero solía descartar rápidamente aquel pensamiento por desleal. Aceptaba y quería a Mark con todos sus defectos. Desear que fuera diferente sólo le serviría para hacerle infeliz y provocarle mal humor. Y ningún hombre quería una mujer malhumorada.

Oyó pasos en el pasillo y alzó la mirada. Fiona entró entonces en el más pequeño de los dos comedores familiares. Iba perfectamente vestida, pero tenía los ojos ligeramente enrojecidos, como si hubiera estado llorando.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó Katherine-. ¿Estás bien?

Fiona tragó saliva.

– Lo siento. He llegado aquí hace una media hora. Quería terminar con los menus. No pretendía escuchar tu conversación con Alex. Ni siquiera sabía que estaba aquí. Es sólo… -se le llenaron los ojos de lágrimas.

Katherine se levantó y se acercó a su ex nuera.

– Oh, Fiona, lo siento mucho.

– Continúo enamorada de él. Esperaba que las cosas pudieran arreglarse, pero ahora…

Katherine cerró los ojos, como si estuviera absorbiendo el dolor de aquella mujer. Sabía exactamente por lo que estaba pasando. Cuando Katherine había puesto fin a su relación con Mark años atrás, se había sentido a las puertas de la muerte. Al final, había sido ese mismo dolor el que la había impulsado a volar hasta Seattle y a pedirle una segunda oportunidad.

– Todo ha terminado -dijo Fiona casi sin voz.

Katherine retrocedió ligeramente y sacudió la cabeza.

– Todo habrá terminado si de verdad dejas de intentarlo. Alex es un buen hombre, si renuncias ahora a él, lo perderás. A veces hay que continuar amando incluso en los momentos más duros. No es fácil, pero no se puede hacer otra cosa. No renuncies a la esperanza, Fiona. Estoy segura de que puedes conseguir que Alex vuelva a tu lado. Lo sé y haré todo lo que pueda para ayudarte.

Capítulo 8

Dani estaba sentada en una mesa apartada del Daily Grind, esperando a Alex. No podía evitar acordarse de sus encuentros con Gary, de cómo se habían conocido en un Daily Grind diferente y de lo desastrosamente que había terminado todo. Todavía se sentía un poco culpable por haber puesto fin a su relación cuando había descubierto que acababa de dejar el sacerdocio. Quizá una mujer con más corazón que ella habría luchado para que su relación saliera adelante. Pero ella sólo había sido capaz de pensar que aquél era un mensaje muy claro de que Dios quería que dejara de salir con Gary.

Todo lo cual no tenía absolutamente nada que ver con Alex, pero sí con el nudo de anticipación que sentía en el estómago. Estaba deseando verle otra vez. Llevaba esperando aquel encuentro desde que Alex la había llamado y le había preguntado que si podía tomarse un café con él. Y esos sentimientos representaban un serio problema.

Una relación entre ellos sería un desastre de dimensiones descomunales y ella lo sabía todo sobre relaciones que terminaban de manera desastrosa. Pero se habían besado y ella se estremecía cada vez que pensaba en él. Tal como se estaban desarrollando las cosas, lo único que necesitaba era un iceberg y un barco llamado Titanic para completar el día.

Bebió un sorbo de café e intentó no reaccionar cuando vio entrar a Alex en la tienda. Alex miró a su alrededor, la vio y le sonrió. Inmediatamente, todo el cuerpo de Dani se puso en alerta. Sintió cómo se ruborizaba y comenzó a necesitar moverse como una adolescente nerviosa; síntoma todo ello de que tenía un serio problema.

Después de pedirse un exprés doble, Alex se acercó a la mesa.

– Gracias por haber accedido a quedar conmigo -dijo mientras se sentaba.

– De nada, ¿qué ha pasado?

– Te has convertido en el tema de todas las reuniones de esta mañana y creemos haber encontrado ya una solución a nuestro problema.

El problema era ella.

– ¿Y crees que me gustará?

– No. Hemos pensado que Katherine y tú deberíais aparecer juntas en un acto benéfico. En algo importante, espectacular, un acto en el que haya mucha prensa. Si aparecéis presentando un frente unido, todo el atractivo y el morbo de la historia desaparecerá.

Dani se le quedó mirando fijamente. Tuviera o no unos ojos preciosos, tenía que estar completamente loco. Sintió de pronto un pánico casi insuperable.

– ¿Quieres que aparezca en público con tu madre? ¿En un acto benéfico? ¿Como un almuerzo de grandes damas o algo parecido?

– Sí, las dos hablaréis y será…

Dani alzó las manos pidiendo tiempo.

– No digas nada más. Yo no hablo en público. No lo he hecho jamás en mi vida. Siento haber causado problemas y haber perjudicado a tu padre, y me gustaría poder hacer algo para enmendar las cosas, ¿pero no bastaría con que ayudara a ensobrar o algo parecido?

– No, Dani, no puedes decir que no. Esto es importante. Eres la hija del senador. Este tipo de cosas son las que se tienen que hacer por la familia.

No había un ápice de calidez en su mirada. Era como si hubiera vuelto a convertirse en el dragón y ella fuera una sierva despreciable que acabara de interponerse en su camino.

Dani quería protestar, decir que en realidad no era familia de Mark, que entre ellos sólo había una relación estrictamente biológica.

– No puedo. Jamás en mi vida he hablado en público. Y se me haría muy raro estar con tu madre en esas circunstancias.

Por no decir que sería terriblemente embarazoso. Katherine le gustaba. No quería hacer nada que pudiera ponerle en evidencia.

– Dani, esto no es una opción -replicó Alex en un tono casi de impaciencia-. Es lo mejor que podemos hacer. Ya hemos hablado con mi madre y ella está dispuesta a seguir adelante con esto. Para ella es mucho más duro que para ti. Tú eres la hija desconocida del senador. Katherine es sólo la esposa. ¿Eres consciente de lo que ha supuesto tu aparición para ella? Hace dos semanas era una mujer respetada y admirada por haber adoptado a un puñado de niños con dificultades a los que ha sabido cuidar y querer como si fueran propios. Ahora mucha gente especula, dice que no podía tener hijos y que lo único que hizo fue intentar hacer de la necesidad virtud.

Dani comprendía lo que le estaba diciendo, pero no le gustaba que le hablaran en ese tono.

– No soy una niña caprichosa -replicó-. No necesito que me recuerden cuáles son mis responsabilidades. Respeto a Katherine y siento que todo esto sea un inconveniente para ella. Pero te estás olvidando de algo muy importante. Yo no he pedido nada de esto y tampoco he sido yo la que ha filtrado esa información a la prensa.

– Dani…

– Todavía no he terminado -le interrumpió-. Te presentas aquí para decirme que tengo que participar en un acto benéfico y hablar delante de sólo Dios sabe cuánta gente. Después, como no salto de alegría ante tu sugerencia, me tratas como si fuera una adolescente que le ha quitado el coche a su padre sin permiso. No soy la mala de la película, Alex. Dame un poco de tiempo para ir asimilando todo esto, ¿de acuerdo?

Se preparó para la virulencia de su respuesta y se quedó estupefacta al ver que Alex se limitaba a reclinarse en la silla y a decir:

– Tienes razón, lo siento.

Dani parpadeó varias veces.

– ¿Perdón?

– Lo siento. Te lo he dicho todo sin darte tiempo a pensar en ello. Debería haber dejado que fueras acostumbrándote a la idea.

Vaya, aquello era algo completamente inesperado. Y muy humano por parte de Alex.

– Sí, deberías haberme dado tiempo. Probablemente termine diciendo que sí, pero necesito tiempo para hacerme a la idea y espacio para gritar de rabia por todo esto.

– Me parece justo.

La tensión parecía haberse disipado. Dani le miró en silencio.

– Katherine tiene suerte de tenerte de su lado. Eres muy leal.

– Le debo todo.

– Ésa es una frase muy radical.

– Pero es verdad.

Alex se interrumpió. No estaba muy seguro de qué debería decir a continuación. Intrigada, Dani se inclinó hacia delante.

– ¿Por qué a Katherine? -le preguntó-. ¿Por qué no a Mark?

– Porque fue ella la que me salvó -tomó aire-. Yo crecí en las calles de Seattle. Mi madre era drogadicta y sólo Dios sabe cuántas cosas más. Recurría a cualquier cosa para conseguir comida y droga. Me recuerdo siempre en la calle, pasando frío, mojado y asustado. Vivíamos en edificios abandonados en invierno y en la calle en verano. Cuando ella tenía que dedicarse a sus negocios… -esbozó una mueca-. Todavía recuerdo cómo lo decía, «mamá tiene que dedicarse a sus cosas», yo tenía que esconderme. Ésa era la norma. Tenía que estar quieto y callado.

Dani deseó ser capaz de reprimir lo que sentía. No quería demostrar hasta qué punto estaba horrorizada. ¿Alex había empezado su vida en las calles? ¿Cómo era posible?

– Uno de esos tipos se puso furioso en una ocasión, no sé por qué. Comenzó a pegarle. Yo salí de mi escondite para intentar protegerla y él me dio tal golpe que me desmayé. Cuando recuperé la conciencia, descubrí que le había pegado hasta la muerte. No sé si pretendía matarla o fue un accidente, pero el caso es que la mató.

Tenía la mirada fija en sus ojos, pero parecía estar en otra parte, como si hubiera regresado de pronto a aquel pasado que Dani ni siquiera era capaz de imaginar.

– Me quedé junto a ella hasta que llegó la policía. No sé cuánto tiempo pasó. ¿Un día? ¿Dos? No consiguieron encontrar a ningún familiar. Yo no sabía de dónde era mi madre, así que inmediatamente me llevaron a un centro de acogida -la miró-. Nunca había vivido en una casa, ni sabía lo que era tener acceso a un verdadero cuarto de baño. No sabía leer ni ducharme solo. Era como un animal al que de pronto encerraban en una jaula. Las cosas no me fueron demasiado bien.

– Alex -susurró Dani sin saber qué decir.

Tenía frente a ella un hombre sofisticado, educado, encantador y divertido. ¿Cómo era posible que hubiera sido un niño abandonado?

– Estuve dando tumbos de un hogar de acogida a otro durante dos años y medio y terminé en un centro para niños. Un día, llegó una mujer guapísima y me leyó un cuento. Había algo en su aspecto que me hacía sentirme seguro. No sabré nunca por qué, pero ella se empeñó en convertirse en mi madre de acogida ese mismo día. Una semana después, me fui a vivir con ella y con Mark.

– ¿Era Katherine?

Alex asintió.

– Pasaba todo el tiempo posible conmigo. Me enseñó a leer y a vivir en una casa. Me dejó dormir en el suelo hasta que estuve preparado para hacerlo en una cama. Una noche, llegó cuando yo estaba soñando con mi madre y estuvo abrazándome mientras yo lloraba y gritaba asustado, esperando que viniera ese tipo terrible a matarme.