– Muy bien, déjame ver algunas fechas y seguro que encontramos un momento para que vengas.

– Gracias, Katherine. Estás siendo muy amable conmigo y no sabes lo mucho que te lo agradezco.

– Ahora formas parte de la familia, Dani. No podría tratarte de otro modo. Adiós.

Dani colgó el teléfono y salió del coche. Todo estaba ocurriendo tan rápidamente… Se sentía como si estuviera viviendo dentro de un torbellino emocional.

Esperó un momento, intentando relajarse, con la mirada fija en el restaurante que tenía enfrente de ella.

Buchanan's era el asador que formaba parte del emporio de restaurantes de la familia. Tenía ya más años que la propia Dani y ella siempre había soñado con dirigir aquel establecimiento. Le gustaba todo de allí, incluyendo las puertas de madera y cristal que daban la bienvenida a los clientes, invitándoles a disfrutar de toda una experiencia gastronómica.

Miró el reloj y vio que había llegado exactamente a la hora en la que había quedado con sus hermanos.

El interior era moderno y acogedor. Había cubículos separados y todo estaba decorado en madera. El olor, una combinación de cuero, carne asada y buen vino, era un perfume intenso. La luz de la tarde todavía se filtraba por las ventanas, pero todas las velas de las mesas estaban encendidas.

Dani guardaba en su casa una libreta llena de ideas para ese restaurante. Propuestas para mejorar el servicio, los menus y la lista de vinos. Incluso había estado trabajando con unas cuantas recetas y le había pedido a Penny que probara a elaborarlas.

Todos ellos sueños estúpidos, se dijo a sí misma. Ella ya no era una verdadera Buchanan y aquel restaurante jamás sería suyo. Aunque en realidad era la única que parecía pensar de esa manera. Por lo que a sus hermanos concernía, nada había cambiado.

Vio a sus hermanos sentados en uno de los cubículos más apartados. Cuando la vieron acercarse, se levantaron para abrazarla. Cal la retuvo unos instantes entre sus brazos antes de darle un beso en la cabeza.

– ¿Cómo va todo? -le preguntó.

– Bien, muy bien.

Su hermano la miró a los ojos.

– ¿Necesitas algo?

Dani sabía que él estaría dispuesto a proporcionarle cualquier cosa que pudiera necesitar. Todos sus hermanos lo harían. Como los tres se habían encargado de repetirle hasta el infinito, aunque fuera hija de un padre diferente, podía contar con ellos. Gracias a Dios.

– Estoy bien -les dijo-. Pero creo que no habíamos quedado para hablar de mí, sino de las lucecitas y las flores de la boda de Walker.

Walker le tendió una botella de vino y una copa.

– Yo no tengo ganas de hablar de lucecitas de colores ni de flores. Eso es cosa de Elissa.

Dani se sirvió una copa y miró a Reid.

– He oído decir que te vas a fugar con tu novia y a casarte en secreto, ¿eso es cierto?

Reid estuvo a punto de atragantarse.

– ¿Quién te ha dicho eso?

– Lori.

Cal y Walker se inclinaron hacia delante.

– ¿Cuándo pensabas contárnoslo?

– No hay nada que contar. Todavía no hemos hecho ningún plan.

Dani suspiró pesadamente.

– Me encanta haberme enterado antes que nadie. Creo que es la primera vez en mi vida que me pasa. Éste es un momento digno de recordar.

– Eres una niña malcriada -gruñó Reid.

– Exacto. En cualquier caso, procura no fugarte antes de la boda de Walker. Eso distraería a todo el mundo y no sería justo para Elissa.

– Ya lo sé -replicó Reid-. Precisamente por eso estamos esperando.

Estuvieron hablando de los detalles de la boda hasta que Walker dijo que ya no podía soportarlo más. Cal se volvió entonces hacia Dani.

– Bueno, ahora tendrás que hablar de ti. Has salido en los periódicos, ¿cómo estás llevando todo eso?

– Fatal, lo odio. Yo soy una persona normal, y la gente normal no sale en las portadas de los periódicos. ¿Sabéis que la gente que se encarga de la campaña ha hecho preguntas en las encuestas para saber el efecto que ha tenido mi aparición en la campaña?

– ¿Pero te está mereciendo la pena? -preguntó Cal-. ¿Estás satisfecha de tu relación con Mark?

Dani se encogió de hombros.

– No sé qué decirte. Me alegro mucho de haber conocido a mi padre, por supuesto. Pero nada está siendo como me imaginaba. Mark no es… Bueno, es diferente.

– ¿Diferente a qué? -quiso saber Walker.

– Yo pensaba que se establecería entre nosotros una auténtica conexión. Mark me gusta, me cae bien, pero no le conozco, y tengo la sensación de que nunca voy a llegar a conocerle. Supongo que me había creado unas expectativas muy poco realistas. La culpa la tiene la televisión. He visto demasiadas series. A lo mejor vería las cosas de otra manera si nos pusieran una banda sonora cuando estamos juntos.

– Estas cosas llevan su tiempo -dijo Reid-. Sólo hace unas cuantas semanas que os conocéis.

Dani le miró a los ojos.

– Vaya, Reid, se me hace muy raro verte tan sensible.

– Así soy yo, hermanita. Un tipo realmente especial.

Cal estuvo a punto de atragantarse y Walker emitió un sonido burlón. Dani miró sonriente a sus hermanos. Por lo menos podía contar con ellos. De esa parte de su vida estaba completamente segura.

– Hace un rato alguien me ha comentado algo sobre la campaña. Me ha dicho que por mi culpa Mark podría perderla.

– Eso es absurdo -respondió Cal-. La capacidad de Mark para gobernar no tiene nada que ver con el hecho de que tenga una hija de la que hasta hace poco desconocía su existencia.

– Pero no sé si todo el mundo estaría de acuerdo contigo. No sería el primer candidato a la presidencia que ha tenido que olvidarse de hacer carrera como político por culpa de un escándalo.

– Tú no eres ningún escándalo.

– Todavía no. Pero si llegara a convertirme en escándalo… -Dani odiaba que Fiona le hubiera metido aquella idea en la cabeza, pero no era capaz de deshacerse de ella.

– Olvídate de todo eso -le dijo Walker-. Tú preocúpate solamente de lo que puedes controlar.

– Que, en lo que se refiere a Mark, es exactamente nada -tomó aire-. Hoy me ha llamado Katherine, su esposa. Me ha invitado a ir a verlos para ir conociendo mejor a la familia. Yo tengo ganas de ir, los niños me cayeron muy bien y Katherine es una mujer que me gusta. Podría haber dedicado su vida a disfrutar de su posición privilegiada, pero, en cambio, lo que ha hecho ha sido adoptar a un montón de niños con problemas y a quererlos como si fueran suyos. Para hacer una cosa así se necesita un valor que no mucha gente tiene.

Reid le pasó el brazo por los hombros.

– Tú también eres una persona con grandes cualidades. En este momento no se me ocurre ninguna, pero estoy seguro de que las tienes.

Dani le dio un puñetazo en el brazo.

– Vaya, gracias por hacerme sentir tan especial.

– Lo eres -respondió Cal.

Walker asintió con la cabeza y alzó su copa mirando hacia ella. Reid le imitó.

Dani sintió la tensión en el pecho, pero era un dolor agradable. Se sentía de pronto como si su corazón estuviera de pronto a punto de explotar de emoción.

Capítulo 9

La mesa del comedor de la casa de los Canfield parecía tener por lo menos cien años. Era de madera sólida, con las patas elegantemente talladas y en ella cabrían al menos unas veinte personas. Pero en vez de estar cubierta por candelabros o un elegante servicio de mesa, se amontonaban sobre ella diferentes libros de texto.

Ian estaba sentado en uno de los extremos, en una silla normal. Trabajaba lentamente, escribiendo sobre una libreta. Bailey tenía un ficha de matemáticas delante de ella y Trisha estaba leyendo un cuento. Quinn hacía caligrafía y Oliver se dedicaba a mirar un libro de arte mientras la más pequeña, Sasha, coloreaba.

– Un caos controlado -dijo Katherine mientras les veía trabajar-. Durante el curso escolar, así son todas las tardes.

– Estoy impresionada -dijo Dani, y estaba siendo completamente sincera-. Me admira que estén tan dispuestos a hacer los deberes y que, además, trabajen juntos.

– A veces, cuando necesita concentrarse, Ian prefiere trabajar en su habitación.

– Pero no es algo que suceda a menudo -replicó Ian sin alzar la mirada del papel-. Soy suficientemente inteligente.

Katherine elevó los ojos al cielo.

– Me temo que vas a necesitar otra conversación sobre los buenos modales y la humildad.

Ian alzó la mirada y torció la boca en un gesto que Dani ya había comenzado a reconocer como una sonrisa.

– Eh -contestó-, estamos hablando de mí, ¿no crees que con eso ya es más que suficiente?

Dani sonrió de oreja a oreja. Ian la miró y le guiñó el ojo.

Dani se acercó a Trisha, que continuaba concentrada en su libro. Cuando alzó la mirada, Dani le preguntó en lenguaje de signos: «¿Te gusta el colegio?». O, por lo menos, eso era lo que esperaba haber preguntado. Porque la verdad era que no estaba del todo segura.

Trisha se la quedó mirando durante un segundo, después sonrió mientras cerraba el puño de la mano derecha y la movía de arriba abajo.

– Eso significa que sí -le dijo Katherine-. No sabía que conocías el lenguaje de signos.

– Y no lo conozco -contestó Dani precipitadamente-. Por favor, no se te ocurra ponerme a prueba porque seguro que fallo. Pero como Trisha no puede oír y quiero comunicarme con ella, he aprendido unas cuantas frases. En Internet hay un diccionario con algunos vídeos en los que te muestran los signos que tienes que hacer. La verdad es que tenía muchos problemas para interpretar qué signo tenía que hacer a partir de la descripción.

Dani se encogió de hombros, sintiéndose de pronto ridícula.

– Pero seguramente tú ya conoces ese material -dijo.

– Tenemos un diccionario CD-ROM que enseña los signos. Y estoy completamente de acuerdo contigo, es mucho más fácil entenderlos de esa manera, sobre todo los más complicados -posó la mano en el hombro de Trisha-. Está participando en un programa especial para estudiantes con deficiencias auditivas. Está aprendiendo a leer los labios y a vocalizar, además del lenguaje de signos. Queremos que se sienta bien en ambos mundos, en el de los oyentes y en el de los sordos.

– Me parece una gran idea -dijo Dani.

– Es complicado -admitió Katherine-. En el mundo de las personas sordas hay un gran debate sobre si deben o no mantenerse arraigados a su cultura centrándose en el lenguaje de signos. Es una opción que respeto, pero quiero que Trisha tenga posibilidades de ser feliz allí donde decida y que pueda resolver su vida con éxito. Hay un debate apasionante dentro de la comunidad de deficientes auditivos.

Oliver tiró a Dani de la mano. Cuando ella bajó la mirada, le señaló un cuento con vistosas ilustraciones.

– Léemelo, por favor.

– Me encantaría leerle un cuento -Dani miró a Katherine-, ¿te parece bien?

– Por supuesto. Yo iré preparando la cena.

Dani abrió los ojos como platos.

– ¿Cocinas tú? Oh, lo siento. No me malinterpretes. Estoy segura de que sabes cocinar, pero ¿cuándo encuentras tiempo para cocinar con tanto niño?

Katherine se echó a reír.

– No te emociones. Rara vez cocino nada complicado. Normalmente me envían la comida ya hecha. Lo único que tengo que hacer es calentarla o meterla en el horno. Y si tenemos una fiesta o una cena importante, contrato un catering. Los fines de semana, cuando tengo alguna tarde libre, algo que no ocurre muy a menudo, sí que preparo alguna sopa o un guiso. Bueno, en el cuarto de estar tienes una butaca muy cómoda, si no te importa tener a Oliver en brazos mientras le lees el cuento.

Dani le dirigió a Oliver una sonrisa.

– Claro que no me importa. Estoy deseando hacerlo.

Tomó el libro y agarró a Oliver de la mano mientras le conducía hacia el cuarto de estar, una habitación espaciosa con un televisor enorme y asientos para veinte personas. Oliver señaló una butaca de color azul oscuro.

Dani se sentó en la butaca y sentó después a Oliver en su regazo. Oliver estuvo retorciéndose hasta encontrar una postura que le resultara cómoda. Después, posó la cabeza en su pecho y suspiró. Sasha se acercó también hasta ellos.

– Yo quiero leer el cuento -dijo.

– Por supuesto. ¿Y quieres sentarte conmigo?

La niña asintió y trepó hasta la otra pierna de Dani.

– «Había una vez dos gatitos que se llamaban Callie y Jake. Tenían hermanas y hermanos y vivían en una casa azul con un jardín muy verde. Les encantaba jugar al sol y darse grandes baños». Mirad qué verde tiene el césped. Ya me gustaría a mí que el de mi casa fuera igual de verde.

Sasha se echó a reír.

– Necesitas un jardinero.

Oliver, que tenía dos años más que Sasha, pero era un niño con síndrome de Down, señaló el libro.