Una cena que podían posponer cuanto quisieran.
– Sí, lo de la cena no está mal -farfulló Dani-. Pero tú también me interesas. Eres un hombre atractivo y bueno.
¿Atractivo? ¿Bueno? Alex dejó caer la mano. Genial. Así que la pasión con la que creía haberla visto reaccionar sólo había sido producto de su imaginación.
Pero ¿y sus besos? Era evidente que estaba excitada. Había sentido su interés. Se negaba a creer que la química fuera sólo por su parte.
– No es que no quiera… acercarme a ti -continuó diciendo Dani-. Por supuesto, la tentación es muy grande. Pero está todo el asunto familiar. El potencial escándalo. Por no hablar de mi pasado. He aprendido a ser cautelosa. No tengo mucha suerte en las relaciones.
– ¿Me estás comparando con dos canallas y un sacerdote?
– Ex sacerdote, y no los estoy comparando contigo. Es sólo que no quiero volver a cometer un error. Sé que es injusto y que estás pagando tú por mis errores, pero ésa es la situación. Estoy empezando a pensar que la única manera en la que podría llegar a sentirme a salvo con un tipo otra vez sería teniendo yo el control absoluto de la situación. Y probablemente tendría que atarle primero.
Alex se inclinó contra el mostrador y asintió lentamente.
– Nunca lo he hecho, pero estoy abierto a esa posibilidad.
La cena estaba deliciosa. Un pollo bien especiado con puré de patatas y verduras. Dani no sabía de dónde lo había sacado Alex, pero quería el teléfono del restaurante. Aunque la verdad era que no había podido comer mucho. Continuaba en estado de shock. Primero por la condición que ella misma había puesto para acostarse con Alex y segundo porque Alex no había salido corriendo ante aquella posibilidad.
Dani sabía que aquel hombre podía ser peligroso para ella. Pero tenía la sensación de que le iba a resultar muy difícil quitárselo de la cabeza.
Después de cenar, fueron a sentarse al sofá del salón. La luz era tenue, la música seductora y el hombre irresistible. Humm, podría llegar a tener un serio problema en aquel ambiente, pensó Dani. Así que, ¿qué pensaba hacer al respecto?
Antes de que hubiera podido tomar una decisión, madura o no, Alex posó la mano en su cuello. Fue un contacto muy ligero, apenas le rozó la piel. Pero se le puso toda la carne de gallina y se descubrió deseando cambiar de postura para poder restregarse contra él.
Se volvió hacia Alex y vio que estaba más cerca de lo que pensaba. Suficientemente cerca como para que inclinarse hacia él y besarle tuviera todo el sentido del mundo.
Su boca era una combinación imposible de suavidad y firmeza. Era una boca perfecta para ser besada, y quizá para otras muchas cosas, pensó, imaginando cómo se sentiría al sentir la presión de sus labios en el resto de su cuerpo.
Alex posó la mano en su cuello y hundió los dedos en su pelo. Posó la otra mano en su cintura. Una vez más, fue una caricia delicada, en absoluto demandante. Sólo tentadora, muy tentadora.
Dani se estiró para acercarse a él, consciente de que, seguramente, ésas eran las intenciones de Alex. Hacerle desear hasta tal punto que pareciera ser ella la que tomaba las riendas de la situación. Definitivamente, era un hombre muy inteligente.
A pesar de la delicadeza del inicio de su beso, Dani retrocedió.
– Alex, yo… -Alex la miró a los ojos y vio arder el fuego en ellos. Un fuego ardiente que le hizo desear ser devorado por sus llamas-, en realidad quiero hacerlo.
– Estupendo, porque yo también.
– Pero hay ciertas complicaciones.
– Tengo preservativos.
– ¿Qué? No me refería a eso, aunque te agradezco que estés dispuesto a utilizarlos. Me refería a nosotros. A quiénes somos. Al hecho de que nuestras vidas estén interrelacionadas de esta forma. A mi terrible pasado.
Alex le sonrió y volvió a besarla otra vez.
– Estoy totalmente abierto a tus condiciones.
Dani tardó varios segundos en comprenderle.
– ¿A mis condiciones? -soltó un gritito de sorpresa-. A lo de atarte, ¿estás diciendo que quieres que te ate?
– Has sido tú la que lo ha propuesto.
– Si descubro que tienes unas esposas de terciopelo en tu mesilla de noche, salgo corriendo ahora mismo de aquí.
– Esposas no -contestó Alex, y volvió a besarla-. Pero tengo unas ataduras preciosas. De seda.
Sus bromas eran casi tan estimulantes como su boca. Dani se entregó a otro beso, dejando que el deseo la envolviera y derritiera en su calor el poco sentido común que le quedaba.
Eran muchas las cosas de Alex que le gustaban, y no había ninguna que no lo hiciera. Era soltero, divertido, estaba abierto a experiencias nuevas e interesado en ella. Le preocupaba su familia, actuaba de forma correcta, respetaba las promesas que hacía y no había engañado a su esposa. Además, no había sido sacerdote. Todo eran cosas a su favor.
Alex la envolvió con sus brazos y la estrechó contra él. Ella se dejó abrazar, disfrutando al sentir la dureza de su cuerpo contra el suyo. Le rodeó el cuello con los brazos y le besó, entreabriendo los labios y dejando que lo tomara todo de ella.
Dejó que su cuerpo se rindiera por completo, que se recreara en la diferencia que un hombre llevaba a la mesa… o la cama. Le gustaba sentir su musculatura plana y su creciente excitación. Y le gustaba sentir cómo se ablandaba y se humedecía su propio cuerpo en respuesta. Le gustaba imaginar lo que sería hacer el amor con él.
Alex deslizaba la lengua sobre la suya, explorando, presionando, tomando. Después, se alejó de su boca y comenzó a cubrir de besos su barbilla. La mordisqueaba, la lamía, haciéndole jadear de placer. Avanzó después hasta su cuello, deteniéndose unos segundos en el lóbulo de su oreja. Cuando continuó descendiendo a lo largo del escote de su jersey, Dani se descubrió pensando que debería haberse puesto algo mucho más escotado.
Alex cambió de postura para poder estirarse en el sofá y colocar a Dani sobre él. Aquella postura le dio a Dani la sensación de ser ella la que tenía las riendas de la situación, una sensación que le gustaba.
– Hace calor aquí -musitó Alex mientras comenzaba a tirar de su jersey-, debes de estar muy caliente.
– En más de un sentido -bromeó ella.
Colaboró con él mientras se quitaba el jersey y se inclinó después para besarle mientras Alex deslizaba las manos por su espalda.
Las caricias de Alex sobre su piel parecieron encender un fuego en su interior; él las deslizaba desde su trasero hasta su espalda, invitándola a restregarse contra él.
Había demasiadas capas de ropa entre ellos para poder sentir con plenitud, pero la presión de la erección de Alex contra su sexo húmedo multiplicó la intensidad de su deseo.
Alex llevó las manos a su cintura y las subió después para desabrocharle el sujetador. Dani se lo quitó y se inclinó sobre Alex, dejando sus senos al descubierto.
– Menuda vista -musitó Alex mientras posaba las manos sobre sus senos.
Se movía lentamente, descubriendo sus curvas, provocándola, acercándose a sus pezones y rodeándolos sin tocarlos en ningún momento de verdad. Dani gemía de anticipación, pero en vez de acariciarla con los dedos, Alex se apoderó de uno de los pezones con la boca.
Succionó con delicadeza, sólo lo suficiente como para que Dani sintiera la conexión entre aquella zona erógena y la que se ocultaba entre sus piernas. Continuaba acariciándole el otro seno con la mano, provocando una sensación muy agradable, aunque no tan intensa como la de sus labios. El deseo crecía dentro de Dani y comenzó a moverse hacia delante y hacia atrás contra su excitación, en un intento de ir aliviando su propia tensión.
Alex se dedicó entonces al otro seno, que succionó, lamió y mordisqueó hasta dejar a Dani sin aliento.
Más, pensaba Dani desesperada, necesitaba más.
– Alex…
Alex abrió los ojos, la miró y dijo:
– Creo que deberíamos cambiar el escenario de la fiesta.
Dani asintió y se puso de pie. Iba medio desnuda, pero apenas era consciente. Lo único que le importaba era que Alex parecía incapaz de apartar la mirada de ella.
Los dos se quitaron los zapatos, Alex le dio la mano y la condujo a lo largo del pasillo. Cuando llegaron al dormitorio, Alex tomó un mando a distancia y encendió una chimenea de gas.
Las llamas bastaron para iluminar el dormitorio. Los muebles grandes y de líneas muy masculinas y la cama enorme. Alex estrechó a Dani contra él y, a partir de aquel momento, lo único que le importó a ella fue el placer que sabía iban a darse el uno al otro.
Alex se quitó la sudadera y volvió a abrazarla. Piel contra piel, pensó Dani con un suspiro; por fin había llegado el momento de la verdad.
Alex le desabrochó los pantalones y se los bajó, aprovechando el mismo movimiento para quitarle las bragas. Continuaron besándose después; Dani salió de los pantalones e intentó retroceder, pero las piernas no parecían funcionarle como debían, probablemente porque Alex había deslizado la mano entre ellas.
«Tienes que llegar a la cama», se decía Dani. Sabía que allí todo sería mucho mejor. Pero le resultaba extremadamente difícil pensar en nada mientras Alex continuaba moviendo la mano hacia arriba y hacia abajo sobre el centro de su feminidad.
Alex continuó explorando su cuerpo y, cuando encontró el rincón mágico del placer, continuó acariciándola con movimientos rítmicos. Dani gimió y le mordisqueó el labio inferior.
– Me estás volviendo loca -susurró.
– Esa era precisamente mi intención.
Pero la soltó durante el tiempo suficiente como para que pudiera apartar las sábanas y sentarse en la cama. Dani se quitó entonces los calcetines y se tumbó sobre las sábanas frías.
Alex también tuvo que prepararse para el encuentro, pero terminó de desnudarse en unas décimas de segundo y se reunió con ella.
– ¿Por dónde íbamos? -le preguntó antes de abrazarla.
Dani se entregó a su abrazo, excitada, pero, al mismo tiempo, infinitamente más tranquila de lo que jamás habría creído posible. Estaba haciendo el amor con Alex y no tenía miedo, ni aprensión alguna. ¿A qué se debería?
En cualquier caso, era una pregunta estúpida, pensó mientras Alex le acariciaba los senos. Lo único que importaba en aquel momento era lo que aquel hombre era capaz de hacerle sentir.
Alex le hizo tumbarse de espaldas y comenzó a besar su cuerpo. Dani cerró los ojos y se dejó acariciar, tensándose y relajándose mientras Alex deslizaba la lengua por su vientre, sus caderas y sus muslos para abrirse después paso entre los rizos húmedos que ocultaban su sexo.
La caricia de su lengua era cálida, segura, la acariciaba con la presión suficiente como para hacerle quedarse sin respiración. Alex se movía lentamente, exploraba su cuerpo a conciencia, deteniéndose de vez en cuando hasta hacerle desear gritar de placer, y continuando después a un ritmo más rápido.
Le hacía el amor como un hombre que disfrutaba de lo que estaba haciendo.
El placer la abrasaba. Mientras Alex continuaba besando y acariciando aquel rincón tan íntimo, Dani alzaba las caderas, urgiéndole a continuar.
Más, pensaba a través del velo de la pasión. Necesitaba más. Pero Alex no parecía tener ninguna prisa por terminar su tarea. Continuaba tentándola con la lengua, sin aumentar apenas la velocidad de su beso. Dani tensó los músculos anticipando un orgasmo que todavía parecía lejos de llegar. Quería liberarse, llegar al placer final, pero todavía no había llegado el momento.
Alex continuó y continuó, volviéndola loca en el mejor de los sentidos. Dani sentía la piel tensa y sensible; los pechos los tenía tan henchidos que casi le dolían. Poco a poco iba acercándose al precipicio del orgasmo. Estaba tan cerca que parecía inevitable caer, pero aun así, continuaba allí, al borde mismo del precipicio, desesperada por dar el salto.
– Alex -susurró. «¡Haz algo», pensó.
Pero no lo dijo. Aquel viaje estaba siendo demasiado exquisito para interrumpirlo.
Alex cambió ligeramente de postura y Dani le sintió deslizar un dedo en su interior. Al mismo tiempo, succionó el centro de su feminidad y lo acarició con la lengua.
El orgasmo fue como una explosión. En cuestión de segundos, Dani pasó del máximo nivel de expectación al más absoluto de los placeres. Su cuerpo fue arrastrado por unas sensaciones tan intensas que pensó que jamás iba a poder regresar al mundo real.
Gritaba, jadeaba para poder respirar y se retorcía bajo sus caricias mientras él continuaba acariciándola, haciéndole disfrutar de hasta la última gota de placer.
Dani no podía moverse. Seguramente, no podría volver a moverse en toda su vida, lo cual no estaba nada mal. No si eso le permitía experimentar algo parecido por segunda vez.
Alex se puso de rodillas y alargó la mano hacia un preservativo. En cuanto terminó de ponérselo, comenzó a hundirse con mucho cuidado dentro de ella, llenándola y haciéndole estremecerse. A continuación, deslizó la mano entre ellos y la acarició lentamente.
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