– ¿Quieres que te prometa que nunca volveré a hacer el amor contigo?
No, claro que no.
– Bueno, a lo mejor eso no, pero algo parecido.
– ¿En ese caso, no debería pensar en la posibilidad de que volvamos a hacerlo?
– ¿No te he dicho ya que me molesta la lógica? Además, me llevas mucha ventaja. Seguro que has dormido más que yo.
– No mucho más -acortó la distancia que los separaba y la besó-. ¿Quieres que empecemos otra vez? -le preguntó.
Dam apoyó la mano en su pecho.
– Sí. Hola, Alex. Te agradezco mucho que te hayas pasado por mi casa porque he tenido un día infernal.
– Estoy seguro. Pero ahora Gloria ya está mejor y eso es lo que importa.
– Es verdad. El problema es que llevo semanas montada en una montaña rusa emocional. Antes mi vida era muy aburrida. Echo de menos el aburrimiento.
– Yo también.
Dani alzo la mirada hacia sus ojos.
– ¿A ti cómo te ha ido el día?
– La verdad es que no me apetece ni contártelo. A primera hora de la mañana he tenido una reunión con mis padres. Como comprenderás, no tengo la costumbre de hablar con ellos de mi vida sexual. A esa reunión le han seguido varias con y sin el senador, en las que hemos estado hablando de las diferentes maneras de «manejar» la situación.
Dani señaló el periódico que tenía encima de la mesa. Lo había dejado abierto por la página en la que aparecían la fotografía y el artículo sobre la hora a la que había salido de casa de Alex. Nadie sabía exactamente lo que había pasado en aquella casa, pero corrían todo tipo de rumores.
– No podemos negar lo que están diciendo. Aquella noche hubo sexo.
– Y más de una vez.
Dani señaló el periódico con el dedo.
– Odio todo esto, Alex. No soporto que investiguen cada momento de mi vida. Lo sé, lo sé, es porque mi padre es un senador. Pero yo no quiero nada de esto. No quiero tener que preocuparme porque alguien pueda seguirme y hacerme una fotografía. Yo no soy famosa, no quiero salir en las noticias.
– Yo tampoco, pero es inevitable.
– Pero tú ya llevas mucho tiempo viviendo así. Estás acostumbrado. Es lo que toda tu familia espera. Mi caso es diferente. Mi abuela va a tener que leer esto.
– Mi madre me ha preguntado que si era cierto. Para mí tampoco ha sido una situación cómoda. Esto no lo quiere nadie, pero es la realidad que tenemos.
Otra vez la lógica. Si Alex tenía un defecto, era aquél.
– Pues a mí no me gusta. Yo no quiero vivir así -respondió Dani, intentando reprimir las ganas de echarle la culpa de todo.
Tuvo que recordarse que aquello no era culpa de Alex. Que los dos se habían metido juntos en aquel lío.
– Pues tendrás que hacerlo, a no ser que quieras irte a vivir lejos de aquí -su tono de voz indicaba que él había considerado la posibilidad de huir en más de una ocasión.
– No pienso renunciar a mi vida tan fácilmente. Pero me molesta no tener otra opción. Y todo por culpa de la prensa.
– Lo que tienes que hacer es vivir tu vida y dejar que se vayan al infierno.
– ¿Eso es lo que le has dicho a Katherine? -le preguntó-. Sé que esto le va a hacer mucho daño, y ésa es otra de las cosas que me molestan. Katherine no quiere ser motivo de especulación, pero lo es. ¿Por qué demonios quiere Mark ser presidente?
– Porque cree que puede hacer algo para mejorar el país. Pero estoy seguro de que lamenta que sus objetivos estén interponiéndose en tu vida.
Dani frunció el ceño.
– ¿Por qué me da la sensación de que estás enfadado conmigo? Yo soy la más inocente en todo esto.
– Todos somos inocentes, aunque tú eres la que más te quejas.
Al oír aquella respuesta, Dani estalló.
– ¿Qué? ¿Te parece que me quejo demasiado? ¿Te resulta incómodo? ¿Esperáis que sonría pase lo que pase? ¿Qué no exprese mi opinión? Por lo menos no me quejo de que al parecer continúe mi mala suerte con los hombres.
En el instante en el que aquellas palabras salieron de su boca, Dani supo que había ido demasiado lejos. Su excusa, en el caso de que tuviera alguna excusa, era que llevaba demasiado tiempo sometida a una fuerte tensión emocional y además necesitaba dormir.
– Así que para ti soy como Ryan y Hugh -dijo Alex con voz glacial-. Bueno es saberlo.
– No, no es verdad -rectificó Dani rápidamente-. Lo siento. No quería decirte eso. Es sólo que me estoy quedando sin energía. ¿Por qué no podré conocer a un chico y tener una relación normal con él? ¿Por qué las cosas no me pueden salir bien?
– ¿Te parece que conmigo las cosas no te han salido bien?
Estaba malinterpretándola a propósito.
– No, por lo menos bajo mi punto de vista -señaló el periódico-. Eso es horrible.
– Es una circunstancia externa que no tiene nada que ver con lo que ha pasado entre nosotros. Si quieres dar marcha atrás por culpa de la prensa, estarás permitiendo que ganen ellos.
– Yo no he dicho que quiera dar marcha atrás.
– Pero has dicho que era igual que los otros canallas que han formado parte de tu vida. Si eso es cierto, supongo que ya no querrás saber nada de mí.
¿En qué momento se le había ido de las manos aquella conversación? Se cruzó de brazos.
– Alex, déjalo, no quiero discutir contigo. Estoy pasando una época difícil. Ya se me pasará.
– No, con esa actitud no. Tú quieres una solución inmediata y no la hay. Fuiste a buscar a tu padre y le has encontrado. Esto no va a ser fácil, Dani, ¿quieres intentar superarlo o piensas desaparecer en cuanto se presente el primer problema?
– ¿Qué? Lo que estás diciendo es totalmente injusto. Yo jamás he huido de los problemas. ¿Crees que para mí fue fácil estar casada con Hugh? Y no fui yo la que puso fin a esa relación. No me conoces, así que no sé por qué te crees con derecho a juzgarme.
– Lo mismo te digo.
Dani estaba enfadada por aquella conversación absurda, pero también muy dolida. No era así como quería que fuera su relación con Alex. La noche anterior había sido maravillosa. ¿No deberían estar pensando en eso en vez de estar peleándose?
– Tengo que irme -dijo Alex, y salió de la cocina.
Dani comenzó a seguirle, pero se detuvo. No tenía sentido decir nada más. Sin embargo, sacudió inmediatamente la cabeza: no, no quería dejar las cosas entre ellos de esa manera.
Salió tras él, pero para cuando llegó al vestíbulo, ya era demasiado tarde. Oyó el portazo. Alex se había marchado.
Capítulo 12
Katherine aparcó enfrente del colegio de Oliver. Sabía que debería concentrarse en la reunión a la que estaba a punto de asistir, pero le resultaba difícil concentrarse en nada que no fuera su estómago revuelto.
Estaba perdiendo a Mark. Intentaba decirse que no era cierto, que no había cambiado nada en su situación; que lo único distinto era la información de la que disponía, pero ni ella misma se lo creía. Sentía que su marido se estaba alejando de ella y pensar que podía llegar a perderlo para siempre le desgarraba el corazón.
¿Habría olvidado Mark a la madre de Dani? Se decía a sí misma que a lo mejor ni siquiera había estado enamorado nunca de ella. Pero sabía que, si a Mark le sucediera algo, ella continuaría añorándolo durante el resto de su vida, que viviría únicamente para amarle. Y a lo mejor Mark sentía lo mismo por Marsha Buchanan.
Si así era, seguramente Dani era un recuerdo constante de lo que había vivido. Le estaría haciendo revivir el pasado. ¿Sería ésa la razón por la que Katherine le sentía tan distante últimamente? Ojalá Dani no hubiera ido nunca en busca de su padre.
Katherine intentaba no culpar a aquella joven. Al fin y al cabo, ella no tenía ninguna culpa, ¿pero no podía haber intentado elegir un momento mejor para aparecer?
Miró el reloj y se dio cuenta de que, si no se daba prisa, iba a llegar tarde. Así que agarró el maletín y entró en el colegio. Los planes educativos individualizados eran la columna vertebral de aquel centro educativo. Los padres y los profesores intentaban trazar juntos los objetivos para el curso siguiente. Normalmente, la batalla de Katherine era intentar presionar para que esos objetivos fueran más ambiciosos, para que fueran un poco más allá de lo que se esperaba de cada niño. Ésa era la única manera de conseguir que realmente avanzaran.
Los profesores eran profesionales comprometidos que intentaban ceñirse a lo que creían posible. Katherine se enorgullecía de creer en lo imposible.
Diez años atrás, le habían dicho que Ian no podría sobrevivir en una clase ordinaria, de niños sin problemas. Que el ver que era el único niño diferente minaría su autoestima y que no sería físicamente capaz de asumir el reto. En aquel momento, se lo estaban disputando algunas de las mejores universidades del país, entre ellas la Universidad de Stanford y el Instituto Tecnológico de Massachusset.
Pero siempre tenía que estar librando esa batalla. Sus amigas le decían que dejara de pelear, que llevara a sus hijos a escuelas privadas, puesto que la familia podía permitírselo. Pero para Katherine lo único importante no era disfrutar de una existencia apacible y cómoda.
Ella era una madre influyente. Y cada vez que ganaba una de esas batallas, creía estar facilitándoles las cosas a otros padres sin tantos contactos ni recursos. Así que asistía a todas las reuniones y luchaba para conseguir siempre algo más de lo que la escuela le ofrecía.
Entró en la sala de reuniones. Allí estaban la señorita Doyle, que era la profesora de Oliver, el administrador de la escuela y la maestra de educación especial.
Después de los saludos correspondientes, empezaron a hablar de lo que realmente les preocupaba.
– Nuestro principal objetivo para el curso que viene es que Oliver aprenda a leer -dijo la señorita Doyle-. Creemos que para final de curso ya será capaz de leer como un niño de primer grado.
Katherine se puso las gafas y hojeó los documentos que había llevado.
– Ése era el objetivo del año pasado. Además de el de ayudarle a interactuar mejor en determinadas situaciones.
Las otras dos mujeres intercambiaron una mirada. La señorita Doyle suspiró después.
– Señora Canfield, Oliver tiene algunos problemas de desarrollo. Tiene limitaciones. El hecho de que deseemos que sea diferente no va a ayudarle a cambiar.
Aquella maestra debía de tener unos veinticinco o veintiséis años. Mientras la oía, Katherine no sabía si sentirse como una anciana vieja y cansada o si decirle claramente que, cuando ella todavía no había nacido, ya estaba ella criando niños. Sabía mucho más que aquella maestra sobre lo que aquellas criaturas eran capaces de hacer.
– Lo que quiero -dijo Katherine lentamente-, es ampliar nuestras expectativas. Oliver recibe ayuda en casa, y puede recibir más todavía. Pero lo que no estoy dispuesta a aceptar es que después de llevar dos años aprendiendo a leer, todavía no alcance ni el nivel de primer grado.
– Oliver es un niño encantador -dijo el director-, pero nunca será un niño normal. Como la señorita Doyle ha señalado, tiene ciertas limitaciones.
– Estoy de acuerdo. Pero si entre todos decidimos que ya no puede hacer nada más, su futuro estará escrito desde este mismo momento, y yo no quiero eso. Cuanto más altas son las expectativas que depositamos en alguien, más lejos puede llegar. Es algo que se ha demostrado cientos de veces. Cuanto más se espera, más se consigue.
Katherine pensó de pronto en Alex. Sus limitaciones no eran intelectuales, desde luego, pero tenía otras muchas carencias cuando le habían adoptado.
– ¿Ha considerado alguna vez la posibilidad de que Oliver reciba una atención más individualizada en una escuela privada? -preguntó la señorita Doyle.
El director esbozó una mueca.
Katherine se quedó mirando fijamente a la profesora de Oliver.
– ¿Está usted diciéndome que no es capaz de formar a mi hijo?
– No es eso, es sólo que…
– Admito que esto es un desafío para todos nosotros. Usted misma ha admitido que Oliver tiene muy buena conducta en clase. No es un niño que interrumpa la clase o cree dificultades, de modo que no encuentro ningún motivo por el que tengamos que cambiarle de colegio. Confío en que seamos capaces de elaborar un plan en el que todos estemos de acuerdo y que se adapte a las necesidades de Oliver.
El director se inclinó hacia la señorita Doyle y le dijo algo al oído que Katherine no pudo oír. Había pasado suficientes veces por aquella situación como para saber que llegarían a alguna clase de compromiso, pero que ambas partes deberían ceder en algo.
No era que la escuela de Oliver no quisiera darle a éste la mejor educación posible. Sabía que querían lo mejor para él. Pero los niños con necesidades educativas especiales eran una carga económica para la escuela pública. A pesar de que el estado aumentaba los fondos por cada uno de estos niños, el distrito tenía que proporcionar más recursos quitándolos de otros programas. Se trataba siempre de mantener un equilibrio en la balanza.
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