– Bien dicho.

El senador se inclinó y apoyó los antebrazos en las rodillas.

– No me puedo creer que seas la hija de Marsha. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? ¿Treinta años?

– Veintiocho -contestó Dani, sintiendo que se sonrojaba violentamente-. Aunque supongo que para usted casi veintinueve.

El senador asintió lentamente.

– Recuerdo la última vez que la vi. Estuvimos comiendo en el centro de la ciudad. Recuerdo perfectamente su aspecto. Estaba preciosa.

Apareció una sombra en sus ojos, como si hubiera algo en su pasado que Dani ni siquiera podía empezar a imaginar. Tenía muchas preguntas que hacerle, pero no le resultaba fácil formular ninguna de ellas.

En aquella época, Mark no estaba casado, pero su madre sí. Dani apenas se acordaba de sus padres. El recuerdo del hombre al que consideraba su padre, o al que había considerado su padre hasta varios meses atrás, era muy borroso.

Aun así, se descubrió a sí misma pensando en él, preguntándose cuándo habría dejarlo de quererle su madre y si Mark Canfield habría tenido algo que ver en esa decisión.

– Nunca supe por qué decidió poner fin a nuestra relación -dijo Mark con voz queda-. Un par de días después de esa comida, me llamó para decirme que no podía volver a verme. No me dijo por qué. Intenté ponerme en contacto con ella, pero había desaparecido. Me escribió para decirme que lo nuestro había terminado para siempre, que quería que continuara con mi vida, que buscara a una mujer con la que pudiera tener una verdadera relación.

– Se marchó porque se había quedado embarazada… de mí -dijo Dani.

La situación era casi surrealista, pensó. Se había preguntado en muchas ocasiones cómo sería aquel primer encuentro con Mark, pero en el momento en el que por fin estaba teniendo lugar, se sentía casi como una espectadora.

– Sí, supongo que puedes tener razón -dijo él.

– Eso significa que de verdad es mi padre biológico.

Antes de que Mark hubiera tenido tiempo de contestar, la puerta del despacho se abrió y entró una mujer. Le dirigió a Dani una rápida mirada y después miró a Mark.

– Senador, tiene una llamada del señor Wilson. Dice que usted sabe de lo que se trata y que es urgente.

El senador sacudió la cabeza.

– Su definición de urgente es diferente de la mía, Heidi. Dile que le llamaré más tarde.

Heidi, una mujer atractiva que debía de tener poco más de cuarenta años, asintió y salió del despacho.

Mark se volvió de nuevo hacia Dani.

– Sí, creo que es muy posible que sea tu padre biológico -repitió.

La interrupción había despistado a Dani. Tardó un par de segundos en recrear la tormenta emocional que se había desatado dentro de ella. Pero el senador parecía estar tomándoselo todo con una calma extraordinaria.

– ¿No ha sabido nunca nada de mí? -le preguntó.

– Tu madre nunca me dijo nada y jamás se me ocurrió pensar que hubiera podido quedarse embarazada.

¿Y si lo hubiera pensado?, se preguntó Dani. Pero antes de que hubiera podido formular la pregunta en voz alta, se abrió por segunda vez la puerta del despacho y entró Alex.

– Por lo menos ya tengo algunos datos sobre ella -dijo. Cruzó el despacho, se plantó delante de Dani y bajó la mirada hacia ella-. No ha cometido ningún delito.

– ¿Quieres decir que todavía no aparece el atraco al banco de la semana pasada?

– Para mí esta situación no tiene nada de divertido -le dijo Alex.

Dani se levantó. A pesar de la altura de sus tacones, continuaba siendo unos quince centímetros más baja que él.

– ¿Y crees que a mí me parece divertida? Me he pasado toda la vida pensando que soy una persona y de pronto descubro que a lo mejor soy otra diferente. ¿Tienes idea de lo que es cuestionarse de esa manera tu propia existencia? Siento que mi búsqueda haya podido interferir en tu agenda.

Estaba furiosa. Alex lo veía en el fuego de sus ojos. Y también asustada. Intentaba disimular su miedo, pero era perfectamente visible, por lo memos para él. Siendo muy joven, había aprendido lo que era vivir constantemente aterrorizado y eso le había capacitado para reconocer el miedo en los demás.

¿Pero de verdad sería quien decía ser? El momento en el que había aparecido le hacía mostrarse más receloso de lo que habitualmente era; y Alex era, por naturaleza y por educación, un hombre extraordinariamente prudente. La gente se veía obligada a ganarse a pulso su confianza y, si alguna vez alguien le fallaba, rompía definitivamente con él.

Estudió con atención a Dani Buchanan, buscando algún posible parecido con el senador. Y sí, estaba allí, en su sonrisa y en la forma de su barbilla. ¿Pero cuántas personas que no tenían ninguna relación de sangre se parecían las unas a las otras? Dani podía haber averiguado que el senador había tenido una aventura con Marsha Buchanan y, a partir de ahí, haber decidido utilizar ese parecido a su favor.

– Bueno, habrá que hacer las pruebas de ADN -dijo con determinación.

– Por supuesto -contestó Dani, sosteniéndole la mirada-. Yo también quiero estar segura.

– Lo comprendo -dijo Mark mientras se levantaba-. Pero estoy seguro de que las pruebas confirmarán lo que ya sabemos. Y hasta que tengamos los resultados, Dani, me gustaría que fuéramos conociéndonos el uno al otro.

Dani esbozó una sonrisa esperanzada y aprensiva al mismo tiempo.

– Sí, a mí también. Podríamos salir a comer juntos o algo parecido.

– No conviene que os vean juntos en público.

Mark asintió.

– Sí, mi hijo tiene razón. Soy una figura pública. Si me vieran comiendo con una mujer joven y atractiva, la gente hablaría. Y estoy seguro de que ninguno de los dos queremos que pase nada parecido -pensó en qué otra posibilidad habría-. ¿Por qué no cenas en nuestra casa esta noche? Así conocerás al resto de la familia.

Dani se echó hacia atrás en el sofá.

– No creo que sea una buena idea -musitó-. Todavía no estoy preparada para una cosa así. Su mujer no sabe nada de mí y…

– Tonterías. Katherine es una mujer sorprendente. Estoy seguro de que lo comprenderá todo y te dará la bienvenida a la familia. Alex y Julie ya no viven en casa, pero todavía hay seis pequeños Canfield a los que querrás conocer -frunció el ceño-. En realidad, no son familia sanguínea. Todos nuestros hijos son adoptados, como probablemente ya sabes.

– Estuve investigando a la familia, sí -admitió Dani.

Y seguramente había descubierto que tenía mucho dinero, pensó Alex con cinismo.

– Podríais tener algunos encuentros aquí -propuso-, antes de llevar a Dani a casa.

Pero el senador ya había tomado una decisión y, cuando lo hacía, era difícil que diera marcha atrás.

– No, lo de la cena será mejor, Dani. De esa forma, podrías comprender cuanto antes el caos en el que estás a punto de meterte. Además, estoy seguro de que a Katherine le encantará conocerte -miró el reloj-. Tengo una reunión a la que no puedo llegar tarde. Alex, dale a Dani la dirección de casa. ¿Quedamos a las seis?

Alex asintió.

– ¿Se lo vas a contar tú a mamá o debería contárselo yo?

Mark consideró la pregunta.

– Se lo contaré yo. Procuraré llegar antes de lo normal -le sonrió a Dani-. Te veré esta noche entonces.

– Eh…, sí, claro -contestó Dani con la voz ligeramente temblorosa.

Mark salió del despacho.

Dani se aferró entonces a su bolso con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron.

– Voy a conocer a toda la familia… No me esperaba algo así.

No, seguramente pretendía engañar a Mark sin necesidad de tener que enfrentarse al resto de sus hijos, pensó Alex malhumorado.

Dani se volvió hacia él.

– ¿No crees que todo esto podría molestar a tu madre? -cerró los ojos un instante y después los abrió-. Qué pregunta tan estúpida. Seguro que le molestará. Sé que no estaban juntos cuando tu padre estaba saliendo con mi madre, pero aun así… No creo que sea fácil de aceptar que tu pareja tiene un hijo del que hasta entonces tú no sabías nada.

– Un poco tarde para ese tipo de reflexiones, ¿no crees?

Dani inclinó la cabeza.

– No te gusto.

– Me temo que no te gustaría saber lo que pienso de ti.

Para sorpresa de Mark, Dani esbozó una sonrisa.

– Oh, me lo imagino perfectamente.

– No creo.

Alex no conseguía asustarla, algo que le irritaba. Estaba acostumbrado a que la gente le considerara una persona intimidante.

– ¿Cuándo podré hacerme la prueba de ADN? -le preguntó Dani-. Porque supongo que querrás ser tú el que contrate el laboratorio.

– Esta misma noche irá a casa alguien de un laboratorio.

– ¿Y te conformarás con que me pasen un algodón por la mejilla o quieres que me partan en cuatro?

– No pretendo hacerte ningún daño -se defendió Alex.

– No, sólo quieres que desaparezca -suspiró-. Me gustaría poder hacerte creer que sólo estoy buscando a mi padre. Necesito esa relación con él. No quiero nada de él, sólo conocerle. No soy vuestra enemiga.

– Eso sólo es lo que tú piensas -se acercó a ella, esperando hacerle retroceder, pero Dani no se movió de donde estaba-. No tienes la menor idea del lío en el que te has metido, Dani Buchanan -le dijo fríamente-. Esto no es un juego. Mi padre es senador de los Estados Unidos y quizá llegue a ser presidente. Hay muchas más cosas en juego de las que puedes imaginar. No pienso permitir que lo comprometas de ninguna de las maneras. No soy el único dragón que protege este castillo, pero sí el que más debería preocuparte.

Dani se inclinó hacia él.

– No me asustas.

– Pero lo haré.

– No, no lo harás. Estás convencido de que pretendo otra cosa, y por eso quieres presionarme, pero te equivocas -se colocó el bolso en el hombro-. Respeto lo que haces. Si yo estuviera en tu lugar, actuaría como lo estás haciendo tú. Proteger a la familia me parece algo muy importante. Pero ten cuidado; procura no llevar demasiado lejos las cosas. No pareces un hombre al que le guste disculparse y odiaría tener que verte arrastrándote ante mí cuando descubras que estás equivocado.

Tenía agallas. Por lo menos eso tenía que respetárselo.

– Supongo que te encantaría verme arrastrándome a tus pies.

Dani sonrió.

– Desde luego. Pero yo por lo menos he intentado ser educada.

Capítulo 2

Dani cruzó el salón principal del Bella Roma. Ya habían puesto las mesas, con los manteles de lino blanco y los centros de flores. Se detuvo al lado de una de ellas, tomó un par de copas y las expuso a la luz. Estaban resplandecientes.

Sólo llevaba un par de semanas trabajando en aquel restaurante, lo que significaba que todavía estaba en una situación peligrosa. La buena noticia era que el Bella Roma era un restaurante bien dirigido, con unos empleados excelentes y una carta magnífica. Y una noticia mejor todavía era que Bernie, su jefe, era un hombre con el que le encantaba trabajar.

Después de dejar las copas en su sitio, entró en la cocina, donde reinaba un controlado caos. La verdadera actividad no empezaría hasta que abrieran el restaurante veinte minutos después. De momento, se estaban ocupando de todos los preparativos. Penny, su cuñada, y probablemente la mejor chef de Seattle, aunque era preferible no decírselo a Nick, el jefe de cocina del Bella Roma, siempre decía que el éxito o el fracaso de una cocina dependía de cómo se organizaran esos preparativos.

Sobre los quemadores del fogón habían colocado tres cazuelas enormes. El olor a ajo y a salchicha impregnaba el aire. Un cocinero cortaba verdura para las ensaladas mientras otro se ocupaba del embutido de los sándwiches y los entremeses.

– Eh, Dani -la llamó uno de ellos-. Ven a probar esta salsa.

– No es la salsa lo quieres que pruebe -gritó el otro-. Pero es demasiado guapa para ti. Lo que ella quiere es un hombre de verdad, como yo.

– Tú no eres un hombre de verdad. La última vez que vi a tu esposa me lo dijo ella misma.

– Si mi mujer te viera desnudo, se moriría de risa.

Dani sonrió, acostumbrada ya a aquel cruce de insultos. Las cocinas de los restaurantes solían ser lugares ruidosos y caóticos en los que la constante presión obligaba a trabajar siempre en equipo. El hecho de que la mayor parte de los trabajadores fueran hombres era un desafío para las mujeres que se aventuraban en ese mundo. Dani había crecido revoloteando por las cocinas de los restaurantes de la familia Buchanan, de modo que era inmune a cualquier intento de impresionarla. Hizo un gesto de desdén y se acercó a revisar la lista de platos especiales que Nick había añadido al menú del día.

– Los paninis seguro que están deliciosos -le dijo al jefe de cocina-. Estoy deseando probarlos.

– Yo tengo algo mejor para ti, preciosa -dijo uno de los cocineros.