– Sobre todo de mi madre -respondió Elissa-. Es como si quisiera recuperar de pronto todo el tiempo perdido. La quiero con locura y sé que sólo está intentando ayudar, pero a veces me desespera.
– Espero que lo que voy a decirte no tenga el mismo efecto -respondió Gloria mientras se apoyaba en el bastón para levantarse-. Ni siquiera sé por qué lo he conservado, pero el caso es que todavía lo tengo y, si lo quieres, es todo tuyo. Eres un poco más alta que yo, pero yo me lo puse con unos tacones imposibles. Ven conmigo.
Siguieron a Gloria al cuarto de estar. Habían apartado todos los muebles y en medio de la habitación había colocado un maniquí de sastre con un vestido de novia de color marfil.
Era un vestido de seda y encaje, con manga larga y escote de corazón. Las líneas eran exquisitas, el encaje increíble. Dani no sabía mucho de diseño, pero era capaz de reconocer un vestido extraordinario cuando lo veía.
– Es francés -les explicó Gloria-. Un modelo de alta costura. Si quieres, puedes ponértelo el día de tu boda.
Elissa había palidecido.
– No puedes estar hablando en serio. Es demasiado bonito para mí.
– Me comporté de una manera horrible contigo, Elissa. Admito que siempre he sido una mujer brusca y difícil, pero lo de amenazaros a ti y a tu hija fue algo imperdonable. Tú has sido siempre muy amable conmigo. Te has mostrado recelosa, pero has sido amable. Ésta es mi manera de pedirte disculpas.
Elissa negó con la cabeza.
– No tienes por qué hacerlo.
– Lo sé, pero quiero hacerlo.
– Ese vestido debería ser para Dani.
Dani retrocedió un paso.
– Yo estoy de acuerdo en que lo lleves tú.
El vestido era precioso, pero no era en absoluto de su estilo. Además, a Dani le gustaba que Gloria hubiera tenido aquel gesto. Realmente, se había portado fatal con Elissa.
– Dani ya sabe que la quiero -dijo Gloria.
– Claro que sí -contestó Dani, pensando que, un año atrás, ni siquiera habría sido capaz de imaginar que aquella anciana pudiera tenerle alguna simpatía.
– Pero tú estás muy delgada -musitó Elissa-. Yo no he estado nunca tan delgada.
– En aquella época no lo estaba. Si no te gusta el vestido, sólo tienes que decírmelo. Lo comprenderé. Pero si te gusta, pruébatelo. Podemos mandarlo a arreglar para que te valga.
Elissa emitió un sonido estrangulado y corrió hacia Gloria. Las dos mujeres se abrazaron.
Penny se acercó entonces a Dani, se abrazó a ella e invitó a Lori a sumarse a su abrazo.
– Gloria -musitó Lori-, me estás desgarrando el corazón. Lo odio.
– A mí también -dijo Dani feliz, y suspiró-. A mí también.
Dani regresó a la casa de los Canfield dispuesta a llevarse a Bailey de compras. La adolescente le había llamado el día anterior emocionada porque su madre había dicho que sí, que podía ir de compras con ella, y tenía una tarjeta regalo de Nordstrom para comprarse con ella los zapatos que quería para su cumpleaños.
Pero la persona que le abrió la puerta no fue Katherine, ni tampoco Bailey, sino un hombre alto y atractivo al que recientemente había visto desnudo.
Alex le sonrió, miró por encima del hombro, salió al porche y cerró la puerta tras él. La agarró por los hombros y la estrechó contra él.
Dani alzó la cabeza hacia él anticipando su beso y, en el instante en el que Alex rozó sus labios, sintió el calor y el cosquilleo que esperaba.
Le encantaba que la besara. Adoraba la firme presión de sus labios, su olor, su sabor, lo bien que encajaban con los suyos. Le encantaba sentir su cuerpo fundiéndose con el suyo y ver cómo desaparecían como por arte de magia todas sus preocupaciones. Cuando Alex la besaba, sólo le importaba él, el deseo y el beso.
Le rodeó el cuello con los brazos. Aquella postura añadía la ventaja de que podía presionar todo su cuerpo contra el de Alex; sentir su dureza contra su suavidad, una dureza que destacaba en ciertos lugares de especial interés. Dani se restregó contra él. Alex gimió y retrocedió.
– Eres una fuente constante de problemas -le dijo, acariciándole la mejilla.
– Es la mejor forma de acabar con el aburrimiento.
– Desde luego. Bailey me ha pedido que os acompañe a ese acontecimiento histórico que son las compras de unos zapatos de tacón, ¿te parece bien?
– Claro, ¿pero te apetece pasarte toda una tarde recorriendo zapaterías?
Alex esbozó una mueca.
– Desde luego, no es la idea que tengo de diversión, pero Bailey quiere que os acompañe y así tendré oportunidad de verte.
– Eso me gusta.
– Estupendo -Alex le rodeó los hombros con el brazo y la condujo al interior de la casa-. Me cambio en cinco minutos y vengo. Bailey también se está cambiando. Katherine está en su estudio, ¿por qué no pasas a saludarla?
Dani consideró sus opciones.
– Creo que preferiría ayudarte a cambiarte de ropa.
– Ésa es también mi primera opción. ¿Y si digo que sí?
Dani negó con la cabeza.
– Todo es palabrería. El ayudarte a desnudarte en casa de tu madre se acerca a un nivel de perversión en el que no me siento cómoda en absoluto.
Alex se inclinó hacia ella para volver a besarla.
– En ese caso, te veo dentro de cinco minutos.
Dani le vio alejarse por las escaleras. Miró alrededor del vestíbulo, pero no vio a ninguno de los niños por allí. Aunque le apetecía acercarse a saludar a Katherine, no quería resultar molesta. Aun así, si sólo se acercaba a decirle hola, no tenía por qué obligarla a interrumpir lo que quisiera que estuviera haciendo.
Recorrió el pasillo que conducía al estudio de Katherine, una habitación situada en la parte sur de la casa y, por lo tanto, rebosante de luz. Dani recordaba el cálido contraste de las paredes amarillas y los muebles de color azul del recorrido por la casa que Katherine la había invitado a hacer la última vez que había estado allí.
La puerta del estudio estaba semiabierta. Dani alargó la mano para llamar, pero la bajó cuando oyó que Katherine estaba hablando de ella.
– Por supuesto que estoy encantada con la aparición de la hija de Mark -estaba diciendo Katherine.
Dani cambió de postura y vio entonces que Katherine estaba hablando por teléfono. Comenzó a alejarse, pero se detuvo. Quería saber cómo continuaba aquella conversación.
Sabía que no estaba bien. Que era un actitud irrespetuosa e infantil. Pero aun así, no se movió de donde estaba.
– Por supuesto -continuó diciendo Katherine-. Sí, fue toda una sorpresa, pero no una sorpresa desagradable. Mark está emocionado -se produjo una pausa-. Oh, no. Él conoció a la madre de Dani mucho antes de que nosotros nos comprometiéramos. Las cosas terminaron, yo vine a Seattle y el resto ya es historia. Ajá. Sí, creo que Dani está encantada de haber encontrado a su familia. Sí, era muy pequeña cuando su madre murió.
Katherine se volvió. Dani retrocedió otro paso. Muy bien, había llegado el momento de marcharse. Pero antes de que hubiera empezado la retirada, vio que Katherine se llevaba la mano a la cara y comprendió entonces que estaba llorando.
– Ya conoces a Alex -continuó diciendo Katherine con una risa forzada-. Siempre ha sido muy poco convencional. En realidad entre ellos no hay ningún lazo de sangre y todos la adoramos, así que, por supuesto, estamos todos muy contentos. De esa forma todo queda dentro de la familia.
Había dolor en el semblante de Katherine. Su expresión y las lágrimas que bañaban sus mejillas contrastaban de manera notable con sus palabras. Dani se preguntó con quién estaría hablando. Evidentemente, con alguien con quien no quería sincerarse.
Regresó de nuevo al vestíbulo, arrepintiéndose de haber escuchado a escondidas. Había sido un gesto maleducado y egoísta. Pero precisamente gracias a él, había conocido una incómoda verdad. Acababa de comprender que, involuntariamente, había herido profundamente a una mujer a la que respetaba. Y lo peor de todo era que no tenía ninguna manera de ayudarle a aliviar a aquel dolor.
Capítulo 14
A Alex se le ocurrían otras muchas cosas que hacer infinitamente más divertidas que ir de compras a Bell Square, pero la perspectiva de pasar la tarde con la que era su hermana favorita, aunque no lo admitiría delante de nadie, y con Dani, le había parecido irresistible. Y por lo menos le ayudaría a distraerse durante un rato y a olvidar que tenía que hablar con su padre sobre lo que había pasado en los juzgados, aunque todavía no estaba seguro de lo que le iba a decir.
Su corazón y sus entrañas le decían que se alejara de todo aquello. El mundo de la política no era para él, él no pertenecía a aquel mundo tan complejo. Pero era algo que le debía a Mark y, desde que era muy niño, desde el momento en el que Katherine le había adoptado, Alex había aprendido lo importante que era cumplir con las propias obligaciones. Por eso abandonar no era una opción. Si al final Mark salía elegido candidato y ganaba la presidencia, ya nada volvería a ser lo mismo.
Después de almorzar por órdenes estrictas de Dani para no quedarse sin fuerzas, se dirigieron a Nordstrom.
– El lugar perfecto para comprar unos zapatos -le informó Dani mientras agarraba a Bailey del brazo y comenzaba a marcar el camino-. Tienen una selección fabulosa y los empleados son extraordinariamente amables. Te encantarán.
Bailey sonrió de oreja a oreja.
– ¿Y podré comprármelos del color que quiera?
– Por supuesto -contestó Dani-. Estos zapatos son tu regalo de cumpleaños. Tienen que ser algo especial. ¿Te gustarían unos de color rojo o violeta? Cuando yo tenía tu edad, me moría por tener unos zapatos de gamuza de color rojo. Mi abuela decía que era un color muy chabacano, pero a mí me siguen gustando. De hecho, a lo mejor me compro unos ahora.
Alex, que caminaba detrás de las dos mujeres, se recreó por un instante en la imagen de Dani vestida únicamente con unos zapatos de tacón de color rojo.
Y la imagen tuvo un efecto inmediato.
Entraron en los grandes almacenes y se dirigieron a la zapatería.
Alex también solía comprar en Nordstrom, aunque normalmente iba a los almacenes que tenían en el centro de la ciudad. Se dirigía a la sección de caballeros, les pedía el color que quería, se probaba el traje y en menos de treinta minutos estaba fuera. Si necesitaba corbatas o camisas, Frank, el hombre que habitualmente le atendía, siempre tenía hecha una selección previa. Para Alex, ir a comprar ropa era tan interesante como ir a comprar comida. Al fin y al cabo, la cuestión era comprar lo que se necesitaba y marcharse, ¿no?
Pero las mujeres vivían en su propio mundo, se recordó, un mundo con diferentes expectativas y costumbres.
– Mira a tu alrededor -le aconsejó Dani a Bailey-. Yo también tengo que ir a mirar un par de cosas.
Y se alejó a uno de los mostradores situados en una esquina. Alex le sonrió a su hermana.
– ¿Te estás divirtiendo?
Bailey asintió, pero no sonrió. En cambio, apretó los labios y dejó escapar un trémulo suspiro.
– ¿Estás enfadado conmigo? -preguntó en un tono que indicaba que le aterraba oír la respuesta.
– No -contestó Alex-, ¿por qué iba a estar enfadado contigo?
– Porque… Porque hablé con un hombre y tú le pegaste y te metí en problemas.
– Cariño, no -Alex se acercó a ella y la abrazó-. Bailey, eso no tuvo nada que ver contigo. Tú no hiciste nada malo. Te quiero.
Bailey le miró con los ojos llenos de lágrimas.
– ¿Estás seguro?
– Te lo prometo.
Bailey no había sido el problema en ningún momento y Alex odiaba que su hermana hubiera pasado tanto tiempo preocupada por ello.
– Te quiero -le dijo a su hermana.
Bailey sonrió.
– Yo también. Pero tú no eres mi hermano favorito.
El inicio de aquel juego habitual en la familia le indicó a Alex que su hermana ya estaba bien.
– Claro que sí. ¿Quién va a ser tu hermano favorito si no?
– Ian.
– De ningún modo.
– Claro que sí.
– Estás completamente loca.
Bailey sonrió.
– El loco eres tú.
– Sí, claro, el loco soy yo.
Le pasó el brazo por los hombros. Alex quería a todos sus hermanos con locura, pero Bailey ocupaba un lugar especial en su corazón. No sabía por qué, pero le gustaba aquella necesidad de tener que cuidar de ella.
De pronto, aquel gesto de abrazar a Bailey en medio de unos grandes almacenes y esa necesidad de protegerla, le hicieron evocar un momento parecido. ¿Cuánto tiempo había pasado desde entonces? ¿Dos, tres años?
Todavía estaba casado con Fiona y habían salido los tres de compras. Bailey había tropezado y se había hecho daño en el brazo. Había comenzado a llorar de dolor y Alex había corrido a abrazarla. Fiona acababa de ofrecerle un pañuelo de papel cuando una anciana se había detenido a su lado.
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