– No lo sé -contestó la primera-. En cualquier caso, seguro que para él fue de lo más decepcionante. Y esos hijos que ha adoptado… Todos tienen algún defecto. Es horrible. Por supuesto, es algo que no se puede decir en público. Todo el mundo tiene que fingir que es maravilloso.
Entonces fue cuando explotó el genio de Dani. Salió del cuarto de baño y se enfrentó a aquellas tres mujeres tan perfectamente vestidas.
– No hace falta fingir -les dijo-. Katherine es una mujer extraordinaria. Algo que ninguna de ustedes puede decir de sí misma, estoy segura.
Las tres se la quedaron mirando estupefactas. Dani se acercó tranquilamente al lavabo, se lavó las manos, se las secó y salió del cuarto de baño. Todavía estaba temblando cuando entró en el salón.
Malditas fueran esas mujeres y sus estúpidos comentados. Dani no sabía quiénes eran, pero esperaba que Katherine no considerara a ninguna de ellas amiga. Eran como serpientes venenosas.
Miró a su alrededor buscando a Katherine, pero no tardaron en acorralarla dos periodistas.
– Sólo será un minuto, por favor -dijo la mujer. Dani intentó apartarse.
– Éste es un acto privado. A menos que hayan comprado entrada, tendrán que marcharse.
Ambos le enseñaron su entrada. Dani ahogó un gemido.
– ¿Fue usted la que provocó o la que preparó el ataque de ayer para favorecer la campaña electoral de su padre? -preguntó el hombre.
– ¿Es cierto que Alex Canfield y usted han dejado de salir juntos porque su padre salía perjudicado en las encuestas? ¿Han renunciado al amor por culpa de la campaña?
Dani apartó a los periodistas y avanzó hacia el interior del salón. Encontró a Katherine hablando con el coordinador del acto.
– Ya sólo quedan entradas de pie -le dijo Katherine mientras se retiraban a una esquina más tranquila-. Gracias a ti, lo hemos vendido todo.
– Querrás decir gracias a que todo el mundo está deseando ser testigo de algo digno de contar a los amigos -repuso Dani con amargura.
Katherine cambió de expresión.
– ¿Qué ha pasado?
Por supuesto, Dani no iba a contarle la conversación que había oído en el cuarto de baño.
– Algunos periodistas han comprado entradas y han intentado abordarme. Sinceramente, no sé cómo soportas todo esto, estar siempre bajo la luz de los focos. Lo odio. No se me da nada bien y no tengo ganas de vivir así.
– Tiene sus compensaciones -respondió Katherine.
Dani estuvo a punto de preguntar cuáles eran. Desde luego, no podía estar refiriéndose al dinero y al poder. Katherine procedía de una familia muy rica. Además, era una persona discreta y reservada, era imposible que le gustara vivir continuamente expuesta al ojo público.
Después, Dani se acordó de cómo miraba Katherine a Mark y tuvo la respuesta. La compensación de Katherine era que podía continuar al lado del hombre al que amaba y que era capaz de hacerle feliz. Para ella todo giraba alrededor de Mark.
Al pensar en su padre, recordó lo que había pasado la noche anterior en el hospital. Allí se había dado cuenta de que los sueños de su padre podrían tener un impacto real en la historia del país y que ella los había puesto en peligro. Por el mero hecho de aparecer, había arriesgado toda la campaña de su padre.
– Dani, ¿qué te pasa? -le preguntó Katherine.
– Lo he estropeado todo -dijo Dani, intentando permanecer tranquila a pesar de la inquietud que bullía en su interior-. Esos chicos no habrían atacado a Bailey si no hubiera sido por mí. Me reconocieron y así fue como empezó todo.
– Ellos son los únicos culpables de lo que hicieron.
Pero la lógica no servía de nada en aquellas circunstancias.
– Podrían haberle hecho mucho daño a Bailey. Querían violarla, Katherine. Seguramente se metieron con nosotras porque me han reconocido. En el caso de que eso hubiera ocurrido, aunque yo no hubiera hecho nada, ¿cómo crees que me habría sentido?
– Pero no pasó nada, las dos estáis bien.
– ¿Durante cuánto tiempo? -preguntó Dani-. ¿Y quién será el siguiente? ¿A quién más le destrozaré de una u otra forma la vida? ¿Y qué me dices de ti? ¿No odias todo lo que represento? ¿No te molesta lo que dice la gente?
– La gente siempre habla -respondió Katherine-, eso no podemos evitarlo.
– Siempre pareces tener respuesta para todo. Siempre sabes lo que tienes que hacer.
– No siempre. Hace muy poco hice algo horrible.
Dani pasó por alto la referencia a su conversación sobre Fiona.
– Eso no tuvo ninguna importancia. Me refiero a las cosas realmente importantes. Te presentas conmigo en público porque tienes que hacerlo. Sonríes y finges que no pasa nada cuando, en realidad, cada vez que me miras se te rompe el corazón.
Katherine sonrió.
– Dani, creo que te estás poniendo un poco dramática. No me estás rompiendo el corazón.
– Te han hecho mucho daño con todo lo que dicen, con todo lo que se especula sobre ti. No tiene que ser fácil.
– Dani, déjalo ya. Le estás dando demasiada importancia a lo que dicen los demás.
– No lo creo. ¿Sabes, Katherine? Necesito marcharme.
– Dentro de cinco minutos tienes que dar un discurso.
Aquello casi le hizo sonreír.
– No ahora. Lo que quiero decir es que tengo que irme de Seattle.
Katherine la miró fijamente.
– No puedes huir.
– Sí, si de esa forma resuelvo los problemas de todo el mundo.
– ¿Y no crees que deberían ser los demás los que te dijeran si quieren o no que les ayudes a resolver sus problemas?
– Ninguno de vosotros va a pedirme que me marche. Sé que nunca lo haríais -quizá Mark fuera capaz de hacerlo, pero ¿qué sentido tenía decírselo?
Marcharse era la única solución posible, pensó Dani. Cuando ella se quitara de en medio, la vida volvería a la normalidad. Podía irse a una ciudad más grande, como Los Ángeles o quizá Nueva York. Allí había miles de restaurantes, así que no le costaría encontrar trabajo.
– Tú eres una luchadora por naturaleza -dijo Katherine con voz queda-. ¿Por qué vas a rendirte ahora?
– Porque creo que sería lo mejor para todo el mundo.
– ¿Y para ti? ¿Tú que quieres para ti, Dani?
– Eso ahora no importa.
– ¿Y Alex?
Dani todavía no tenía una respuesta para eso.
– Alex lo comprenderá.
Algo cambió entonces en la mirada de Katherine.
– No creo que lo comprenda en absoluto.
Dani no quería enfrentarse a nadie, no quería enfrentarse a las discusiones y las peleas que surgirían en cuanto anunciaran sus planes. Lo único que quería era desaparecer, alejarse de todo el mundo.
Excepto de Alex, pensó con tristeza. Quería estar con él, abrazándole, acariciándole, hablando. Lo quería todo de él, y quería poder darle todo lo que ella era.
Miró el reloj y vio que sólo faltaban unos minutos para que llegara. Se suponía que iban a salir a cenar, a un lugar agradable, le había prometido Alex.
Era una perspectiva que le gustaba, pensó. Una cena tranquila con el hombre al que amaba. Pasar la noche con él. ¿Pero con qué finalidad? Cuanto más tiempo pasara a su lado, más difícil le resultaría dejarle.
Se sentó en la cama de la habitación que utilizaba en casa de Gloria. En el fondo, sabía que no quería marcharse. Quería quedarse allí porque aquél era su mundo. Aquél era el lugar al que pertenecía.? Pero ¿a qué precio? ¿Cómo podía ser feliz consigo misma si a cambio de su felicidad tenía que destrozar las vidas de todos los que la rodeaban?
Se levantó y se metió en el cuarto de baño. Se quitó cuidadosamente el maquillaje que se había puesto para el almuerzo. El color oscuro del ojo contrastaba con la palidez de su piel. Parecía perdida, dolida, que era exactamente como se sentía.
Odiaba todo aquello. Odiaba sentirse desgarrada por dentro. Odiaba la sensación de que no hubiera ninguna solución para su problema. Odiaba sentirse controlada por las circunstancias y por la vida de los demás.
Lo único que ella pretendía era encontrar un lugar al que pertenecer, encontrar a su verdadera familia. Y la había encontrado, sí, pero desde entonces, su vida se había convertido en un desastre. Un desastre que debía comenzar a arreglar cuanto antes.
Bajó al vestíbulo a esperar a Alex. No quería pensar siquiera en que estaba a punto de decirle que se marchaba. Todo le resultaba demasiado triste. Así que, intentando no pensar en ello, se dedicó a pasear por las habitaciones vacías, maravillándose de que Gloria no estuviera allí. Estaba fuera, con sus amigos. Amigos que había hecho en el centro de día del barrio.
La imagen de su abuela haciendo manualidades con otras ancianas le hizo sonreír, pero era una realidad. Bueno, a lo mejor no se dedicaba exactamente a hacer manualidades, pero salía y conocía gente. Lo de comenzar a ir al centro de día había sido idea de Lori y Gloria le había hecho caso.
Dani entró en el salón y fijó la mirada en las vistas de la ciudad. Lori había sido una influencia maravillosa tanto para su abuela como para Reid. Había unido a la familia. Elissa había sanado el corazón de Walker y le había dado un motivo por el que vivir. Y Cal siempre había estado enamorado de Penny, aunque durante mucho tiempo hubiera sido demasiado cabezota como para reconocerlo.
Llamaron a la puerta. Dani corrió a abrir a Alex. Mientras cruzaba el vestíbulo, recreó su imagen. Sus hombros fuertes, la forma de su mandíbula, aquella boca capaz de convertirle en un charquito de deseo.
Estaba enamorada de él. Después de haber tropezado con tantas ranas, por fin había encontrado un príncipe. Un príncipe al que estaba a punto de abandonar.
– Hola -la saludó Alex, se agachó y le dio un beso en la boca.
Dani se inclinó para devolverle el beso, dejando que su cuerpo le dijera lo que ella no era capaz de decirle: que le amaba, que siempre le amaría, por lejos que tuviera que marcharse, que nunca le olvidaría.
– Hola -susurró Dani mientras Alex se enderezaba.
– He elegido un sitio muy especial para ir a cenar -le dijo Alex-. Luces tenues… muy romántico. Probablemente tendrás que prepararte. A mí, por lo menos, me basta estar contigo para que me tiemblen las piernas.
Dani sonrió; sonrió porque Alex era divertido, encantador y tenía siempre las palabras adecuadas para cada ocasión.
– Pues pareces estar llevando muy bien la situación
– Lo sé -le enmarcó el rostro entre las manos y le acarició el moratón-. Cada vez que te veo el ojo me entran ganas de darle una paliza a esos tres chicos.
– Pero no lo harás.
Alex vaciló un instante, el tiempo suficiente para hacerle saber que la respuesta que iba a darle no era la primera opción.
– No, no lo haré -miró el reloj-. ¿Ya estás lista?
Dani le dio la mano y le condujo al salón. Le invitó a sentarse en el sofá y se volvió después hacia él.
– En realidad no tengo hambre -le dijo-. He pensado que podríamos saltarnos la cena. Hay un par de cosas que necesito…
– No podemos saltarnos la cena -contestó Alex con una expresión que Dani no fue capaz de descifrar-. La cena es importante. He hablado con el chef. El postre va a ser algo muy especial, que seguro que no te querrás perder. Será magnífico.
– Alex, estoy hablando en serio.
– Tenemos que ir a cenar, Dani.
– No puedo. Yo…
Alex frunció el ceño.
– ¿Te encuentras mal? ¿Tienes que volver al hospital?
– No, yo… Alex, me voy.
– ¿Qué?
– Me voy de Seattle. Ya he renunciado al trabajo que tenía en el Bella Roma y todavía no he empezado a trabajar en el Buchanan's, así que es el mejor momento. Necesito marcharme, buscar un lugar diferente. Vivir en una ciudad en la que nadie me reconozca. Quiero recuperar mi vida de antes, vivir en mi propia casa y no tener a la prensa persiguiéndome constantemente. Quiero dejar de hacer daño a la gente que quiero.
Alex se levantó y bajó la mirada hacia ella.
– ¿De qué demonios estás hablando? No puedes marcharte de Seattle.
– Tengo que irme. Es lo mejor.
– Pero eso es huir.
Dani estaba terriblemente decepcionada. Creía que Alex lo comprendería. Aunque era gratificante verlo tan afectado. A lo mejor ella no era la única que se había enamorado…
– A veces una retirada a tiempo es lo mejor para todo el mundo -dijo mientras se levantaba ella también-. Por favor, no te enfades conmigo.
– ¿Por qué demonios no voy a enfadarme? Ni siquiera lo has hablado conmigo. Me dices que te vas así, sin más. ¿Y qué va a pasar ahora? ¿De verdad estás dispuesta a marcharte?
Dani asintió lentamente. Después, tomó aire mientras sentía cómo comenzaba a latirle la cabeza.
– Ahora ya están resueltos los problemas de todo el mundo. Katherine dejará de sufrir. Sé que le he hecho mucho daño y no sabes cuánto lo lamento. Bailey está a salvo. Y mi retirada será buena para la campaña.
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