Alex se cruzó de brazos.

– Ya tenemos problemas. No confío en ti y nada de lo que digas o hagas podrá hacerme cambiar de opinión.

Dani le miró con los ojos entrecerrados. Parte de ella respetaba su firme determinación, su necesidad de proteger lo que era suyo. Pero otra parte habría hecho cualquier cosa en aquel momento para machacarle.

– En ese caso, intentaré decírtelo de otra manera. ¿Qué tal si me dejas acercarme un poco a la familia antes de arrancarme la cabeza?

No sabía si Alex iba a aceptar aquel ofrecimiento. Se descubrió a sí misma esperando que lo hiciera y no sólo porque quizá fuera hija de su padre. Había algo que le hacía desear gustarle a Alex. Una sensación peligrosa, pensó, teniendo en cuenta su historial sentimental y la posibilidad de que tuviera una relación familiar con Alex.

– ¿Cuánto quieres acercarte? -preguntó por fin.

– Digamos que lo suficiente como para ver sin tener necesidad de tocar.

– Pensaré en ello.

Teniendo en cuenta cuál había sido hasta entonces su actitud, era una gran concesión. Quizá, después de todo, no fuera Terminator. A lo mejor hasta era posible razonar con él. Aunque Dani tenía la sensación de que, si se cruzaba en su camino, Dani sería capaz de arrancarle el corazón sin pensárselo dos veces.

Se hizo el silencio. Un silencio embarazoso que le hacía desear salir huyendo de allí. Sabía que la estaba poniendo a prueba, que el primero en hablar perdería en aquel juego, pero era incapaz de continuar allí sentada sin decir nada.

– La casa es preciosa. Me encanta porque parece hecha para disfrutarla.

– Mi madre tiene un gusto excelente -miró el reloj-. El senador no tardará en bajar.

Dani se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.

– Antes, en las oficinas de la campaña, también has llamado así a tu padre. Te refieres a él como «el senador», no le llamas «Mark» o «mi padre».

– De esa forma es más fácil para todo el mundo. Al fin y al cabo, ése es nuestro ámbito de trabajo.

– Pero ahora no estás trabajando.

Alex fijó la mirada en su rostro.

– De esa forma las cosas son más fáciles para todos -repitió.

¿Por qué?, se preguntó Dani.

– ¿Es una forma de mostrar tu respeto o de asegurarte de que nadie te vea como el niño de papá?

Alex arqueó una ceja, pero no dijo nada. Al parecer, Dani no iba a recibir otra respuesta.

– ¿Te ha molestado la pregunta? -le preguntó-. Yo creo que en realidad lo haces por las dos cosas. Al fin y al cabo, tu padre quiere optar a la presidencia del país -algo que ella todavía no estaba en condiciones de asimilar-, pero a un nivel más personal, estoy segura de que odiarías que la gente pensara que ocupas el puesto que ocupas por la relación que tienes con tu padre y no por tus propios méritos.

– ¿Y tú cómo lo sabes?

– Tengo una gran intuición. ¿Me equivoco?

– ¿Quieres tomar algo?

Dani sonrió.

– No te gusta que hagan preguntas, ¿verdad? Muy propio de un abogado. Os gusta hacer preguntas, pero no contestarlas. No pasa nada. Si ahora te dedicas solamente a la campaña, ¿has pedido una excedencia en el trabajo o algo así?

– Algo así -contestó con desgana-. Si el senador decide optar a la presidencia, me sumaré a su campaña.

– Todo esto de la política es completamente nuevo para mí. Voto, pero eso es todo. De vez en cuando veo algún debate por televisión, pero no le presto mucha atención.

– Los procesos democráticos no son para los tímidos -dijo Alex-. Optar a la presidencia del país no es una decisión que se pueda tomar a la ligera. Y un buen escándalo destrozaría la reputación de un hombre honrado durante el resto de su vida.

– No quiero hacerle ningún daño a nadie -se vio obligada a responder Dani.

– Eso no significa que no lo vayas a hacer.

Dani estaba acostumbrada a ganarse simpatías o antipatías en función de sus propios méritos. No era perfecta, pero tampoco era un demonio.

Antes de que hubiera podido señalarlo, una mujer delgada de unos cincuenta años entró en el salón. Dani se levantó inmediatamente mientras se fijaba en la belleza clásica de sus facciones y en su pelo lacio y brillante.

Alex también se levantó, cruzó el salón y la saludó con un beso en la mejilla.

– Ésta es Dani Buchanan -la presentó-. Dani, mi madre, Katherine Canfield.

Los ojos azules de Katherine se humedecieron ligeramente mientras le daba la bienvenida.

– Dani, cuánto me alegro de conocerte. Estamos encantados de que vengas a cenar con nosotros.

Su tono era tan amable como sus palabras. Dani sabía que la situación tenía que estar siendo difícil para ella, pero no la vio dejar de sonreír en ningún momento.

Katherine se volvió hacia su hijo.

– ¿No le has ofrecido una copa ni nada de comer? ¿Pretendes matarla de hambre?

– Claro que se la he ofrecido -contestó él, ligeramente a la defensiva-. Pero dice que no quiere nada.

Dani se le quedó mirando fijamente. ¿Había alguna grieta en la armadura del dragón? ¿Su necesidad de proteger a su familia se habría debilitado ante la buena educación y la amabilidad de su madre?

Katherine ensanchó su sonrisa.

– Me imagino perfectamente la amabilidad con la que se lo has preguntado -se volvió hacia Dani-. Yo tomaré una copa de vino blanco, ¿quieres tomar tú una también?

– Me encantaría -respondió Dani, y tuvo que reprimir las ganas de sacarle la lengua a Alex.

Alex musitó algo ininteligible y se dirigió hacia el mueble bar. Katherine se sentó y le indicó a Dani con un gesto que la imitara.

– Mark me ha comentado que hace poco que has descubierto la relación que tienes con él.

– Sí, es cierto. Todo esto es un poco complicado, pero el caso es que mi abuela me lo dijo hace varias semanas. Durante todos estos días, he estado intentando reunir el valor que necesitaba para decírselo a él.

– Ya hemos tomado las muestras de ADN -le informó Mark a su madre mientras le tendía una copa. Después le tendió otra a Dani-. Tendremos los resultados dentro de un par de días.

Katherine sonrió.

– Desde luego, tenemos sitio para otra persona en la mesa. Mark y yo siempre hemos querido tener una familia numerosa. Tomamos la decisión de adoptar a todos nuestros hijos mucho antes de casarnos. Pero estoy segura de que, si al final resultas ser su hija, a mi marido le hará muchísima ilusión saber que sus genes pueden continuar perpetuándose.

Todo en Katherine rezumaba elegancia y aceptación de la reciente noticia. Dani estaba gratamente sorprendida. Si a ella le hubiera pasado algo parecido, no estaba segura de que hubiera podido ser tan amable con la hija de su marido.

– Está siendo muy amable conmigo -musitó.

– Demasiado amable -dijo Alex.

Katherine le dirigió una mirada fugaz a su hijo y después se volvió hacia Dani.

– Esta noche conocerás al resto de la familia.

– Ya he conocido a Ian.

– Oh, Dios mío -Katherine sacudió la cabeza-. ¿Y ha dicho algo por lo que tenga que justificarme?

Dani se echó a reír.

– Creo que es genial.

– ¿Y?

– Quería saber si yo era una stripper.

– Dios mío, ese chico es incorregible. Te suplico que le disculpes.

– No, no, por favor, no tiene por qué disculparse -le dijo Dani-. Es un chico encantador, y muy divertido. Me ha caído muy bien -a diferencia de Alex, Ian había sido muy auténtico.

– Ian se enfrenta a la vida a su manera. Es un chico brillante. La universidad de Stanford le ha ofrecido una beca y también otras universidades. Como siga estudiando tanto, al final no sabremos de qué hablar con él.

Parecía muy orgullosa de su hijo.

Alex dio un sorbo a su bebida.

– Siempre podrás preguntarle por la última stripper.

Katherine suspiró.

– Debería haber adoptado solamente niñas.

Dani se echó a reír.

– Estoy segura de que le adora. Lo noto en su voz.

– Por supuesto que le adoro -respondió Katherine-. Es mi hijo.

Era maravilloso ver cómo le aceptaba. Los hijos de los Canfield tenían una gran suerte al poder contar con una mujer como ella. Y también Mark, claro.

– De momento les diremos que eres una amiga de la familia -continuó diciendo Katherine-, hasta que hayamos confirmado tu relación con Mark.

– Por supuesto -dijo Dani rápidamente-. Y en el caso de que al final resulte ser hija de Mark, no tenemos por qué decírselo a nadie. No quiero causar ningún problema.

Algo cambió en la mirada de Katherine, pero antes de que Dani hubiera podido descifrar lo que era, se oyeron pasos en las escaleras. Dani miró hacia la puerta y vio entrar a varios niños corriendo.

Todo el mundo sabía que los Canfield habían adoptado a niños con necesidades especiales cuando habían decidido adoptar. Dos de ellos, una adolescente y un chico algo mayor que ella, tenían el síndrome de Down. Las lesiones de los otros hijos eran menos visibles. Miró a Alex. Lo único que sabía sobre su pasado era que le habían adoptado cuando tenía ocho o nueve años. Se preguntaba cuál sería su verdadera historia y por qué le habría elegido Katherine.

Katherine abrió los brazos y los niños corrieron hacia ella, hablando todos a la vez. Katherine los saludaba y les acariciaba mientras hablaba a una preciosa niña de unos once o doce años.

Alex fue el siguiente. El grupo le rodeó para cubrirle de abrazos y bombardearle con decenas de preguntas.

– No me habías dicho que ibas a venir a cenar, ¿por qué no habías dicho nada?

– ¿Viste ayer el partido de los Mariner? Les dieron una buena paliza.

Al final, Alex se sentó a dos niños en el regazo y señaló a Dani.

– Tenemos compañía.

– Es verdad -confirmó Katherine-. Dani, éstos son mis hijos. A Alex ya le has conocido, por supuesto. Julie está en la universidad, así que no podrás conocerla esta noche. El siguiente es Bailey.

– Hola.

Bailey era la chica con síndrome de Down. Era pelirroja, de pelo rizado y tenía una enorme sonrisa.

– Me gusta tu pelo -le dijo Dani.

– Y a mí me gusta el tuyo. Me gustaría cortármelo como tú -Bailey se mecía ligeramente mientras hablaba sin elevar mucho la voz.

Dani negó con la cabeza.

– Hazme caso, tu pelo es mucho más bonito que el mío. Yo en tu lugar no me haría nada.

Bailey se sonrojó ligeramente e inclinó la cabeza.

Katherine miró a Dani un instante y continuó con las presentaciones. A Trisha, que no oía, a Quinn, con serias dificultades para hablar y después a Oliver, el otro hijo con síndrome de Down.

– La más pequeña es Sasha -le explicó Katherine mientras sentaba a la pequeña en el sofá.

Sasha suspiró resignada.

– Siempre soy la última. Odio ser la última. Yo quiero ser la primera.

– Eres la pequeña -respondió Bailey-, a todo el mundo le gustan los pequeños.

– Pero yo quiero ser la mayor.

Dani se agachó al lado de Sasha.

– Yo también soy la pequeña de mi familia. Tengo tres hermanos mayores. A veces está bien, pero otras no me cuentan nada. Y eso lo odio.

Sasha asintió con gesto vehemente.

– A mí me pasa lo mismo.

Alex no se dio cuenta de lo tenso que estaba hasta que comenzó a relajarse. Fueran cuales fueran las intenciones de Dani, con los niños lo estaba haciendo maravillosamente. A diferencia de su ex esposa, que jamás había sabido cómo tratar a sus hermanos. Por lo menos había tenido el buen gusto de marcharse. Porque tener a Fiona en la mesa habría supuesto un nuevo elemento de tensión.

Mientras miraba a sus hermanos, se recordó que la vida no siempre trataba bien a todo el mundo. De alguna manera, Ian era el que más fácil lo tenía. Todo el mundo era consciente de que tenía un problema en cuanto lo veía y, a partir de ahí, le aceptaban o le rechazaban al instante. Pero para otros niños, como Trisha o Sasha, que eran seropositivos, las cosas podían ser mucho más complicadas.

Observó a Bailey, que a su vez contemplaba atentamente a Dani.

Su hermana parecía encantada con aquella invitada. Y no debería extrañarle. Bailey tenía casi quince años, estaba comenzando a crecer.

Oliver se sacó un muñeco del bolsillo y se lo enseñó a Dani. Esta se inclinó para estudiarlo con atención mientras escuchaba atentamente la explicación de Oliver sobre todos los poderes de aquel muñeco.

Miró a Katherine, que hablaba con Trisha utilizando el lenguaje de signos.

¿Qué pensaría su madre de todo aquello? ¿Era eso lo que esperaba? ¿Estaría siendo sincera o todo aquello no era nada más que una actuación?

Se abrió en ese momento la puerta del despacho de su padre y entró Mark en el salón. Todos sus hijos corrieron inmediatamente hacia él, reclamando su atención. Mark les dirigió a Alex y a Katherine una sonrisa ausente y miró después a Dani. Por un instante, pareció haberse olvidado de dónde estaba. Después sonrió.