– Bonitos zapatos -comentó retomando la posición original.
– Bonito pantalón -contestó Claire.
Alex sonrió de oreja a oreja. Lo mismo que Claire. Yo me limité a sacudir la cabeza.
Alex se giró y me miró.
– Buenos días.
– Son casi las tres de la tarde -le dije.
– El jet-lag -contestó él dando un sorbo de café.
Claire se inclinó hacia delante y lo olisqueó un poco.
– ¿Estás seguro de que no es resaca?
– Puede que un poco también. ¿Que tal estaba Jamie esta mañana?
– Se ha ido a trabajar -bebí un sorbo de café, que se me había enfriado.
– ¿James también estuvo bebiendo anoche? -preguntó Claire con cara de sorpresa-. Interesante.
– Alex nos preparó la cena -explique yo-. Había… vino. Y cerveza.
Nunca he prohibido beber en mi casa. Somos todos adultos y sólo porque yo no lo haga no quiere decir que me importe que los demás se tomen una copa de vino o una cerveza con la cena.
– Interesante -fue lo único que dijo mi hermana al respecto.
Le ofreció melón a Alex.
– Toma.
– ¿Que tiene de interesante? -quise saber yo, algo que Alex también había estado a punto de decir.
Claire se encogió de hombros. Alex se rió por lo bajo con aire conspirador. No me hacía ninguna gracia que los dos se aliaran en mi contra, sobre todo porque mientras que Claire podía erróneamente creerse con derecho a juzgarme, Alex no me conocía lo bastante como para tener ese derecho.
– ¿Has hablado últimamente con Patricia?
Nadie como Claire para cambiar de tema cuando no quería hablar de algo.
– No. ¿Debería?
Claire se encogió de hombros con ingenuidad.
– No se. Tal vez. Creo que necesita que la raptemos.
Miré a Alex. No estaba segura de querer tener aquella conversación delante de él. Tenía toda la pinta de que iba a tocar problemas íntimos. Alex estaba ocupado hincándole el diente a las sobras.
– ¿Raptarla? -dijo con la boca llena de carne con arroz-. Parece divertido.
– Nuestra hermana Patricia está casada con un capullo.
– ¡Claire!
– ¿Qué? Lo es. Últimamente se comporta como un capullo, Anne, y tú también lo sabes -se dirigió entonces hacia Alex y dijo-: Necesita descansar de los niños una noche. Además -se volvió hacia mí nuevamente- tenemos que reunirnos otra vez para hablar de la fiesta.
– ¿Vais a celebrar una fiesta? -Alex parecía interesado. Pinchó otro trozo de carne.
– Es para mis padres. Mis hermanas y yo estamos planeando celebrarla en agosto. Por su aniversario de bodas.
– Las cuatro mosqueteras -añadió Claire.
Alex tragó y se limpió la boca con el dorso de la mano.
– Yo también tengo tres hermanas.
Yo sabía que tenía hermanas, pero no cuántas.
– ¿De verdad?
– Pobrecillo -dijo Claire-. Anda que no habrás tenido que escuchar quejas por el puto síndrome premenstrual. Claro que eso explicaría tu gusto a la hora de elegir pijama.
Los dos se echaron a reír dejándome fuera.
– ¿De dónde has sacado este pantalón? -añadió Claire, ladeando la cabeza para verlos mejor igual que había hecho Alex antes con sus zapatos.
– Me lo regalaron.
– ¿Una amiga? -dijo Claire pinchando un trozo de filete del plato de Alex mientras yo observaba, horrorizada y con algo de envidia, la naturalidad con que se comportaba.
– No.
– ¿Un amigo? -Claire sonrió de oreja a oreja.
Alex le devolvió la sonrisa.
– No.
– Como me digas que fue tu madre, vomito.
– Claire, por Dios, ¿es que no sabes preguntar con diplomacia? -la miré, enfadada, y ella me puso los ojos en blanco.
– Ay, Anne, relájate. Este tipo es puro sexo a pesar de llevar un pantalón de pijama de chica. Sólo quiero saber quién se lo regaló.
Alex compuso una sonrisa satisfecha y se levantó de la mesa. Llevó el plato al lavavajillas y se sirvió otra taza de café. Mientras, Claire y yo intercambiábamos una de esas miradas que dicen «no entiendo a qué viene tanto alboroto».
– Fue mi amante -levantó la taza en dirección a Claire-. Resultó que era mi cumpleaños. Me hace gracia Hello Kitty.
Claire le hizo una señal con el pulgar hacia arriba. A mí, sin embargo, no me convenció su respuesta.
– ¿Una amante no es una amiga?
Él me miró, pero fue Claire la que respondió.
– Venga, ya, Anne.
Yo la miré de una forma que no podía llevarla a error de ninguna manera.
– ¿Venga qué?
Claire sacudió la cabeza.
– Un amante no es un amigo o una amiga. Es alguien con quien follas, nada más.
Miré a Alex en busca de confirmación. Su silencio era confirmación suficiente. Me observó por encima del borde de la taza.
– Ya, supongo que estoy anticuada.
– No te preocupes, tontita -dijo Claire, levantándose para darme una afectuosa palmadita en el hombro-. No es algo que deba preocuparte en tu caso -me dio un suave apretón-. Me voy al centro comercial. He oído que buscan vendedores en una tienda nueva que han abierto.
– ¿Vas a buscar trabajo? -no estaba siendo sarcástica. Estaba sinceramente sorprendida.
Claire frunció el ceño.
– Sí, la verdad es que es una mierda no tener dinero. Y vivir en casa de nuestros padres. Me queda un semestre de clases y hasta que consiga un trabajo de verdad o pueda solicitar una beca de trabajo, lo mejor que se me ocurre es el centro comercial. A menos que dé un braguetazo con un hombre guapo que me mantenga de una forma a la que no me costaría acostumbrarme.
Se volvió hacia Alex agitando las pestañas con sensualidad. Éste le respondió con una mirada tan tórrida que me dieron ganas de encender el ventilador.
– ¿Tienes a alguien en mente, preciosa?
Claire soltó una carcajada.
– ¿Te estás ofreciendo?
A los dos les gustaba flirtear, lo sabía, y, aun así, ver cómo le ponía ojitos a mi hermana me provocó un arrebato de celos.
– No estoy seguro de valer para el mercado de esclavos sexuales -dijo Alex con un tono que sugería que buscaba eso precisamente-. ¿Cuáles son los requisitos?
– Te los enumeraría, pero mi hermana está aquí. Lo mismo le revientan los oídos.
La tórrida mirada de Alex giró en dirección a mí.
– Apuesto a que lo podrá soportar.
Claire levantó las manos, riéndose a carcajadas.
– Uf, tío, ahí sí que no voy a entrar. Anne, nos vemos mañana para cenar. Alex, un placer conocerte. Me largo.
Pasó a su lado y extendiendo la mano, tironeó juguetonamente del cordón que ceñía la cinturilla del pijama.
– Tu amante tenía buen gusto.
Tras lo cual desapareció por la puerta de atrás, dejándonos solos en la cocina. Alex andaba por la cocina como si llevara allí toda la vida. Por una parte, me alegraba que se sintiera a gusto. Pero por otra… bueno, por otra, tenía la impresión de que ya formaba parte de mi casa y no estaba segura de que me apeteciera que estuviera allí.
– Así que esa es tu hermana -comentó cuando se hubo cerrado la puerta.
– Ésa es mi hermana -me levante-. No nos parecemos mucho.
– ¿Eso crees? -se retiró a un lado para dejar que metiera la taza en el fregadero-. Yo sí veo el parecido.
– No me refería al aspecto físico.
Ya estábamos bailando otra vez en la pequeña cocina, así que me enderecé decidida a no dejar que los nervios se apoderaran de mí. Tendí la mano para que me diera su taza, me la dio y yo la puse en el fregadero. Entonces se apoyó nuevamente en la encimera.
Tenía el pelo revuelto de dormir y unos pezones como monedas de cobre sobre una piel del color del papel de buena calidad; bajo los brazos sendas pequeñas matas de vello así como una delgada línea que comenzaba justo debajo del ombligo y desaparecía bajo la cinturilla del pijama de dibujos.
Maldito.
– Es viernes -dijo, arrancándome del examen mental que estaba haciendo de su cuerpo.
– ¿Y?
Sonrió y, pese a mis esfuerzos por no dejarme engullir por su sonrisa, fue inútil. Fracasé estrepitosamente.
– Un amigo pincha música en un club de Cleveland. ¿Por qué no vamos esta noche?
Hacía siglos que no iba a bailar. James y yo salíamos a cenar y al cine, y a veces íbamos a tomarnos una alitas fritas en alguno de los bares de deportes de la ciudad, pero a bailar…
– Me encantaría. Será divertido.
– Será más que divertido. Será cojonudo.
Capítulo 8
Por fuera, el club no se diferenciaba del resto de los edificios de corte industrial que se alineaban a lo largo de la manzana. Algunos habían sido rehabilitados y transformados en apartamentos de lujo. El resto se habían convertido en populares locales nocturnos.
La cola para entrar me recordó a las colas que se hacían en el parque de atracciones, aunque en esa ocasión la gente constituía la atracción en sí misma. La mayoría iba vestida de negro. Cuero. Vinilo. Lycra. Muchos llevaban gafas de sol, aunque fuera de noche.
– ¿Crees que debería llevar un collar de ajo? -le susurré a James, que soltó una carcajada.
No tuvimos que hacer cola. Alex mostró una tarjeta, mencionó el nombre de su amigo y nos indicaron que pasáramos a una antesala negra como boca de lobo. En un extremo había una especie de sala pequeña sin puerta, flanqueada por dos hombres calvos y fornidos vestidos de negro y con las inevitables gafas de sol. Dentro de la sala, perchas y estantes cargados de armas, esperaba que de imitación, cubrían la pared de suelo a techo.
– Pistolas. Necesitamos montones de ellas -dijo Alex riendo alegremente.
– Bienvenidos al País de las Maravillas -dijo una voz justo al pasar la puerta-. ¿Os apetece una pastilla roja?
La voz pertenecía a un travesti muy alto cuya indumentaria incluía pestañas de cinco centímetros y brillante pintalabios rojo. Parecía un cruce entre el doctor Frank-N-Furter del Rocky Horror Picture Show y un personaje de Matrix. Me di cuenta entonces de que probablemente fuera esa la estética que se pretendía mostrar.
– Creía que se refería al País de las Maravillas de Alicia -dije-. Seré idiota.
Nuestra «anfitriona» se rió alegremente.
– No aceptes ninguna seta cuando entres, cielo. ¡Mira qué trío! ¡Uno, dos hombretones -enumeró- y la Señorita Inocente!
Alex sonrió de oreja a oreja mientras le entregaba un par de billetes.
– ¿Te gusta?
– Mmmm -respondió el travestí-. Sujetalibros. ¿Crees que podrás con ellos? Porque si no puedes, me encantaría echar una… mano.
Su sonrisa viciosa sugería el tipo de mano que estaba dispuesto a echar. Yo solté una carcajada, a falta de otra respuesta. No me había dado cuenta hasta ese momento de que Alex y James se habían vestido de una forma muy parecida. Camiseta blanca y pantalones negros, aunque los de Alex eran de cuero y los completaba con un cinturón con tachuelas. Los dos se habían engominado el pelo hacia atrás y con la extraña iluminación del local no resultaba fácil diferenciar el color. De constitución y altura similares, de verdad parecían un par de sujetalibros.
– Puede con nosotros -dijo Alex al ver que yo no respondía-. Pero lo tendremos en cuenta.
El travesti entregó a Alex tres entradas rojas.
– Entrégalas en el bar, cariño. Te guardaré la palabra. Ven a buscarme si necesitas alguna cosa. N. E.
Me di cuenta de que ése era su nombre. Nos lanzó un beso al aire cuando nos dirigimos hacia los guardias de seguridad de la entrada y las armas.
– No se permiten armas dentro -dijo uno, y como si las armas que tenían a sus espaldas estuvieran allí sólo de adorno, nos cachearon totalmente en serio.
– Hacía meses que no vivía tanta acción -Alex le dio un codazo a James.
– Que disfruten -dijo el otro guardia.
Se hicieron a un lado para dejarnos pasar. Abrimos las enormes puertas dobles labradas y entramos en el club propiamente dicho.
Lo cierto es que se trataba del País de las Maravillas. En la antesala la iluminación era casi inexistente y no se oía ruido, gracias a las paredes insonorizadas. Sin embargo, en cuanto abrías aquellas puertas, los graves retumbaban de tal forma que los sentías palpitar en las muñecas y la garganta, reverberar en la boca del estómago. El haz de los láseres bisecaba las múltiples pistas de baile. Había jaulas y plataformas elevadas donde se contorsionaban y bailaban enérgicamente figuras medio desnudas. Tardé un segundo en llegar a la conclusión de que no se trataba de bailarines contratados, sino clientes que se turnaban para exhibirse.
– ¡Vamos a por algo de beber! -me gritó James al oído-. ¡El bar!
Alex ya se dirigía hacia allí. Alargó la mano hacia atrás sin mirar quién de nosotros dos la tomaba. Fue James, que a su vez agarró la mía, y, encadenados, nos abrimos paso entre la multitud hacia una de las tres barras instaladas alrededor del local.
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