– No os gastéis mi entrada en una consumición -le dije a James-. Pídeme un refresco.

Alex ya había pedido, dos copas de balón de algo rojo y un vaso de coca-cola.

– Salud -se inclinó sobre mí y me susurró haciéndome cosquillas-: Bebe, Señorita Inocente.

– ¿Qué estáis tomando vosotros?

– Se llaman Pastillas Rojas -contestó Alex-. ¿Quieres una?

James bebió un sorbo y soltó una pequeña imprecación.

– ¿Qué coño es esto?

– Vodka, granadina y zumo de arándanos -Alex sonrió de oreja a oreja-. ¿Te apetece uno, Anne?

– No -respondí yo levantando la mano-. Se huele desde aquí.

Sus sonrisas idénticas ya no me resultaban tan perturbadoras como antes, tal vez porque allí, con la música golpeándonos los tímpanos, las cosas no parecían demasiado importantes. O tal vez fuera porque los dos estaban muy guapos. Lo más probable es que fuera porque las dos sonrisas iban dirigidas a mí.

Alex se bebió el mejunje de un trago y dejó la copa en la barra. James lo imitó. Yo hice lo mismo con mi refresco por no quedarme atrás, aunque el gas me cayó directo al estómago y sentí como si fuera a levitar. Ahogué un eructo con el dorso de la mano, aunque nadie lo oiría con aquella música ensordecedora.

– ¡Vamos a bailar!

Alex señaló hacia un trozo de la pista que estaba menos llena. De nuevo alargó la mano hacia atrás, pero esta vez agarró mi mano y yo agarré la de James.

Llegamos a la pista justo cuando sonaban los primeros acordes del remix de Soft Cell de la canción Tainted Love. La multitud avanzó como una ola desde todos los frentes, saltando, contoneándose, haciendo rotar las caderas con sensualidad. La gente se pegaba y se separaba, como si fueran estrellas de mar. Parejas y tríos se movían al unísono. La atmósfera reinante era salvaje. Lo del collar de ajo lo había dicho en broma, pero no me sorprendería que algunas de aquellas personas tuvieran colmillos.

Pero no me preocupaba. Protegida por James delante y Alex detrás ni un chupasangre podría acceder a mí. Era cojonudo de verdad.

Había bailado con James en bodas y fiestas, y hasta en el salón de casa en alguna ocasión. Habíamos ido a algún club nocturno, pero no habíamos estado nunca en un lugar como aquél. El País de las Maravillas. El caso es que, aunque habíamos bailado antes, nunca lo habíamos hecho de verdad. No así. No aquel ondular, mecerse y follar con la ropa puesta.

James metió la rodilla entre mis piernas y me puso las manos en las caderas. Detrás de mí, Alex mantuvo, al principio, una distancia mínima, pero a medida que sonaba la música y aumentaba el gentío en la pista, se fue acercando hasta que estuvo tan pegado a mí por detrás como James lo estaba por delante. Colocó sus manos sobre mis caderas también, justo por encima de las de James.

Lo único que podía hacer yo era dejarme llevar. No sé cómo pero dieron con el ritmo que se adecuaba a los tres. Uno empujaba mientras el otro tiraba, perfectamente coordinados.

No recordaba haberlo pasado tan bien nunca. Tendría que estar muerta para no disfrutar en una pista de baile, flanqueada por delante y por detrás por dos hombres guapísimos, saltando y frotándonos. Miré a mi marido entre carcajadas. Él se inclinó para darme un beso.

No un beso tierno, sino un beso salvaje, con la boca abierta buscando mi lengua con la suya. Siempre se había mostrado afectuoso en público, abrazándome o tomándome de la mano, pero no recordaba que me hubiera dado un beso de tornillo delante de otras personas. Me habría dado vergüenza de no ser porque, a nuestro alrededor, toda la gente hacía lo mismo.

Debería incomodarme que el amigo de mi marido estuviera restregándose contra mi espalda, y si James hubiera dado muestra alguna de que le molestara, yo le habría puesto fin. No sólo no parecía importarle, sino que tiró más de mí, lo que acercó más a Alex a mi espalda. Deslizaron las manos a lo largo de mis costados y de pronto las entrelazaron. Pulgares varios presionaron mi espalda y mi vientre al mismo tiempo. Noté la hebilla fría del cinturón de Alex a mi espalda cuando se me subió la camiseta. Por delante, James me acariciaba la piel del vientre con los pulgares.

A mi alrededor, todo se redujo a calor y sudor, choque y frotamiento, caricias y suspiros. La música cambió. Empezó a sonar algún tipo de ritmo latino, sensual, que invitaba a mover las caderas. James levantó una mano de mi cadera y la ahuecó contra mi nuca. Me quitó entonces el pasador del pelo y una maraña de ondas me cayó sobre los hombros. Introdujo los dedos en ellas un momento y las esparció alrededor del óvalo de mi rostro.

Ninguno de los dos se inmutó ante el cambio de música. A nuestro alrededor parejas y tríos se pegaban y se separaban al son de la música de una canción a otra, pero nosotros manteníamos un ritmo perfectamente acompasado. Los dos juntos, de manera sincronizada, me instaron a doblarme hacia atrás, donde Alex me sostuvo mientras James me lamía la garganta. Juntos también me invitaron a recobrar mi posición sin esfuerzo alguno. En ningún momento temí caer al suelo. Juntos me hicieron girar dentro del círculo de sus brazos de forma que me quedé mirando a Alex, mientras James presionaba el rostro contra la curva de mi cuello desde atrás. Me arañó la piel con los dientes y la música ahogó mi gemido.

El sudor perlaba la frente de Alex y hacía que se le pegara la camiseta blanca al torso. La hebilla que antes mordiera mi espalda me apretó el vientre. James se pegó a mi trasero. A excepción de él, nadie me había tocado de esa forma desde hacía tiempo. Nunca había deseado que lo hicieran.

No sé si fue porque se habían vestido de forma parecida o porque tenían los mismos gestos. Tal vez fuera porque James me había dado permiso tácito para disfrutar de las caricias de Alex o tal vez fuera el propio Alex, con su encanto y su sensualidad innatos, pero el caso es que parecía incapaz de moverme de allí. Puede que no tuviera nada que ver con James al fin y al cabo.

Alex no me besó. Creo que eso habría sido dar por sentadas demasiadas cosas, incluso para él. Sí que posó el rostro al lado de mi cuello opuesto al que estaba estimulando James. Dos hombres restregándose, contorsionándose y sobándome. Así que, finalmente, me sentí como si fuera un libro y ellos los sujetalibros.

Me encantó la sensación.

¡A qué mujer no le encantaría ser el centro de atención de dos hombres guapos que desbordaban sensualidad? ¿Qué mujer no disfrutaría de una estimulación a cuatro manos, a dos bocas? La música nos embargó y nos dejamos llevar.

No podía seguir así indefinidamente y a la siguiente canción, Alex se desenganchó de nuestro acogedor sándwich.

– Bebidas -le gritó a James, que cerró el puño con el pulgar hacia arriba en señal de conformidad.

Sin Alex, me sentía rara bailando sólo con uno. James colocó nuevamente las manos en mis caderas y volvió a besarme. Me instó a doblarme hacia atrás y me levantó, igual que Johnny con Baby en Dirty Dancing, movimiento que arrancó silbidos. Me agarré entre risas a su camiseta cuando trató de repetir el gesto, impidiéndoselo. Salimos de la pista en dirección a un rincón oscuro.

– ¿Te lo estás pasando bien? -preguntó James limpiándose el sudor de la frente con el borde de la camiseta, dejando al aire una franja de piel en su musculoso abdomen que me dieron ganas de lamer.

Asentí con la cabeza. James se apoyó en la pared y me estrechó contra su pecho. Mi mejilla quedó al nivel de su torso, su muslo entre los míos. Me sujetaba con firmeza por la espalda, cerca de él, y, como siempre, me sentí segura entre sus brazos.

Tardé un segundo en darme cuenta de que momentos antes no me sentía segura.

James enterró el rostro en mi pelo e inspiró profundamente.

– Mmm… espero que Alex nos encuentre aquí.

– James… -dije yo levantando la vista hacia él.

Quería preguntarle si le parecía bien lo que habíamos estado haciendo, si no le molestaba que otro hombre me hubiera puesto las manos encima. Tenía la intención de preguntarle por qué no le importaba… y por qué tampoco parecía importarle que a mí no me importara. Pero Alex apareció con otras dos Pastillas Rojas y una coca-cola para mí y no me dio tiempo a dar voz a mis dudas.

– Gracias, tío -dijo James al tiempo que se metía la mano en el bolsillo en busca de la cartera, pero Alex le dijo que no con un gesto de la mano.

– Yo invito.

– Ooooh, que derrochador -dijo James con una carcajada, levantando la copa para brindar.

– Oye, estoy viviendo en vuestra casa. Invitar a un par de copas tampoco es para tanto.

Ellos bebieron. Yo también, pero la coca-cola estaba demasiado dulce y no me quitó la sed, aunque la engullí casi toda de un solo trago.

– Voy a por un poco de agua -dije y levanté una mano cuando los dos se ofrecieron a ir a buscarla-. Tengo que ir al cuarto de baño de todos modos.

– No tardes -dijo James.

– Vigilaré que no se meta en líos -prometió Alex con una sonrisa de suficiencia que bastante problemática era ya en sí.

– Sed buenos, ¿eh? -les dije, tras lo cual empecé a abrirme paso a través de la gente en dirección al cuarto de baño.

Estaba frente a las puertas, una con el símbolo que indicaba que era el baño de mujeres y la otra con el de hombres. Y, milagrosamente, no había una de esas colas que las mujeres estamos acostumbradas a tener que esperar. Nada más abrir la puerta del baño de mujeres descubrí la razón.

Puede que las puertas señalaran uno y otro sexo, pero a los ocupantes no parecía importarles lo más mínimo. Hombres y mujeres utilizaban por igual los lavabos y los cubículos. Cuando me incliné para ver qué puertas estaban abiertas, en más de una aparecieron dos pares de pies… y más de dos en alguna.

– Bueno, bueno, Señorita Inocente -dijo arrastrando las palabras una voz conocida desde el sofá de piel de leopardo-. Volvemos a encontrarnos.

Le sonreí.

– ¿Te dejan que te retires de la entrada?

– Una chica tiene que ir al cuarto de baño de vez en cuando. Ya me entiendes -dijo N. E.

No tenía intención de discutirle que él no era una chica en realidad.

– Sí.

– ¡Daos prisas ahí dentro, zorras! -bramó golpeando con la mano la puerta del cubículo más cercano-. ¡Aquí hay gente que de verdad viene a mear!

Los ocupantes del cubículo respondieron con una carcajada y, al momento, la puerta se abrió y de su interior emergieron dando tumbos dos chicos jóvenes. N. E. resopló con impaciencia y puso los ojos en blanco. Los chavales le mostraron el dedo corazón.

– Es todo tuyo, cielo. Puedo esperar.

El travesti prorrumpió en una sucesión de roncas carcajadas guturales.

– Cuando te digo que puedo esperar, lo digo en serio, cielo -añadió.

Entré riendo en el cubículo. Comprobé con gran alivio que el cerrojo funcionaba y que, a pesar de lo que hubieran estado haciendo los anteriores ocupantes, estaba razonablemente limpio. Me acuclillé e hice mis necesidades a toda prisa, contenta de haberme puesto falda, que se levantaba y se sujetaba fácilmente sin el riesgo de caerse al suelo, de dudoso estado de higiene, que tienen siempre los pantalones. Tardé sólo uno o dos minutos, pero cuando salí, el cuarto de baño estaba abarrotado.

Esperé turno para usar el lavabo detrás de dos mujeres que discutían a voz en grito algo sobre meter no se qué en alguna parte, pero no sé por qué me daba en la nariz que no se referían a una maleta. Los tres hombres que iban detrás de mí chismorreaban sobre alguien llamada Candy, que, al parecer, no distinguía entre vegano y vegetariano, lo que en realidad poco importaba porque «¡todos sabemos que esa zorra come carne!». Una pareja hetero había sustituido a N. E. en el sofá, y si no iban a follar allí mismo, con seguridad iban a hacer todo lo posible para que pareciera que sí.

Cuando por fin me llegó el turno del lavabo me sentía un poco como Alicia cuando se cae por la madriguera. Me lavé y me sequé las manos, y después seguí a la gente que abandonaba los placeres de los aseos para seguir bebiendo y bailando… y metiéndose mano por los rincones, sospechaba.

Pedí una botella de agua en la barra y me bebí la mitad antes de regresar al rincón donde había dejado a Alex y a James. Tardé un par de minutos en encontrarlos porque la gente había cambiado y no veía muy bien el sitio. Pasé con la mirada dos veces hasta que me di cuenta de que eran ellos. No los encontraba porque buscaba a dos hombres con camiseta blanca y desde donde estaba sólo veía uno.

Alex estaba delante de James, que estaba apoyado en la pared. Alex tenía una mano abierta sobre la pared, al lado de la cabeza de James. En la otra sujetaba su bebida. Estaba lo bastante cerca como para ver que era de color rojo brillante. Entonces se inclinó sobre James para decirle algo al oído, quien echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.