– ¡No me lo puedo creer! ¡Me has chuleado!
– No ha sido así -respondió con voz queda-. Yo no sabía que iba a venir y que se quedaría con nosotros hasta que llamó aquel día. Pero me pareció que sería un buen momento para intentarlo… Sabía que a él le gustaría la idea. Y quería regalarte algo que pensaba que deseabas.
– Ya, claro, ¿como lo de las vacaciones en un campo de golf? -dije yo en referencia al viaje que organizó para nuestro tercer aniversario, pese a que yo no juego al golf.
– ¿Cómo?
– No importa -respondí yo, pasando junto a él en dirección al dormitorio, para terminar de vestirme.
– Pensé que te gustaría -dijo James desde la puerta-. Y te gustó.
Me di la vuelta bruscamente, la garganta tan tensa por una emoción que no sabía si quería que fuera ira o diversión.
– ¡Ni siquiera me dijiste nunca que mantenías el contacto con él, James! Te pasaste años hablando de él como… ¡como si estuviera muerto! ¡Nunca me dijiste que seguías hablando con él! ¡Dejaste que lo invitara a nuestra boda creyendo que hacía años que no hablabais!
– ¡Y era verdad! -gritó él, demasiado fuerte para un espacio tan reducido-. Me llamó para darme la enhorabuena por la boda. Empezamos a escribirnos algún que otro e-mail. A veces me llamaba. ¡No era para tanto!
– ¿Cuál fue el motivo de vuestra pelea? -le pregunté-. Cuando estabas en la universidad y fue a visitarte. ¿Cuál fue el motivo de la discusión que os mantuvo separados durante tanto tiempo? Era tu mejor amigo. ¿Por qué os peleasteis?
James se dirigió a la cómoda y sacó un par de calcetines. Se sentó para ponérselos. No me miró.
Me había puesto de rodillas para él muchas veces, pero esta vez no había ni un ápice de excitación sexual que me ablandara. Puse las manos en sus muslos y ladeé la cabeza para mirarlo a la cara. Cuando se encontró con mi mirada, tenía el ceño fruncido y los labios cosidos por dedos torpes.
– Tengo derecho a saberlo.
James soltó un suspiro y relajó la expresión.
– Hacía tiempo que no nos veíamos. Yo estaba en la universidad y él trabajaba en el parque. No manteníamos contacto en realidad, pero de vez en cuando me llamaba o lo veía cuando volvía a casa en vacaciones. Había cambiado. Iba a clubes nocturnos. Conocía a gente. Yo quería graduarme a tiempo. Las cosas no estaban como siempre entre nosotros. La gente crece.
– Lo sé.
– De modo que un día recibí una llamada suya, así, de repente, cuando estaba preparando los finales. Quería venir a casa a pasar el fin de semana. Le dije que viniera y… bueno, supe desde el primer momento que le pasaba algo, pero no le pregunté. Era como si todo él vibrara. Al principio pensé que se había metido algo, pero me dijo que no había tomado nada. Una noche salimos. Nos emborrachamos. Regresamos a mi apartamento y me dijo que un tipo que había conocido le había ofrecido un trabajo en Singapur y que iba a aceptarlo.
James tomó aire profundamente, muy despacio.
– Pensé que no me importaba. Pero… estábamos borrachos -se pasó la mano por el pelo-. Me dijo entonces que el tipo en cuestión no era un tipo cualquiera, sino un hombre al que se había estado tirando, y… perdí los nervios.
Aquélla no era la historia que había esperado escuchar.
– Oh, entonces vosotros no…
– Tuvimos una pelea muy gorda. Rompimos la mesa de centro y las botellas que había encima -se frotó la cicatriz con gesto ausente-. Estábamos muy borrachos, Anne. Nunca me había agarrado una melopea igual. Me corté. Sangré como un cabrón, lo puse todo perdido -soltó una débil risotada-. Creía que iba a morirme. Alex me llevó a Urgencias. Se marchó al día siguiente.
Yo lo miré.
– Y vas tú y le ofreces un sitio en nuestra cama sin molestarte en preguntarme qué opinaba. Actuaste a mis espaldas y le diste carta blanca para que sedujera a tu mujer, viste cómo me comía el coño, pero no quieres que me folle.
James dio un respingo.
– Creí que…
– No creías nada -le solté.
Nos quedamos mirándonos fijamente. Era la primera vez que discutíamos por algo más importante que quién había olvidado sacar la basura. Me incorporé de mi postura de rodillas, pero me quedé sentada.
– Si no quieres hacerlo… -comenzó a decir James, pero volví a interrumpirlo.
– Quiero hacerlo -mi voz sonaba distante.
Para mí, James tenía más culpa que Alex en lo de su pequeña colaboración. Al fin y al cabo, era James el que estaba casado conmigo, era él quien lo había dispuesto para que Alex se quedara en nuestra casa. James era quien, con gran inteligencia, me había introducido en la idea del voyeurismo, el exhibicionismo y el ménage à trois. James me conocía. Alex no.
Debería haber seguido furiosa, pero saber que James había sido el artífice no hacía variar el hecho de que deseaba a Alex Kennedy casi desde el momento en que lo conocí. Como tampoco hacía variar el hecho de que hacerlo con dos hombres era tan fantástico en la vida real como en la fantasía del cuestionario que yo no había contestado. De lo que se trataba en ese momento era de si elegiría creer los motivos de mi marido para emprender aquella pequeña aventura, o si querría escarbar, con el riesgo que ello suponía de desenterrar cosas que deberían permanecer ocultas.
Elegí creer a James.
Encontré la revista en el fondo de un montón en el revistero que había en el cuarto de baño pequeño. Alguien había señalado Dos hombres, una mujer en respuesta a la pregunta de cuál era su fantasía preferida, pero no había sido yo. Volví al dormitorio con la revista y se la tiré a James, golpeándolo de lleno en el pecho. Entonces la agarró.
– Ahí tienes tu cuestionario -dije con tono furioso, aunque en realidad no lo estaba-. Yo no lo rellené.
– ¿Quién lo hizo entonces? -preguntó él, sosteniendo la revista en alto.
– Y yo qué sé -contesté yo, un dedo en la barbilla fingiendo gesto de inocencia-. ¿Quién me da estas revistas? ¿Pudo haber sido… tu madre?
James, consternado y asqueado, tiró la revista como si hubiera aparecido debajo de una piedra y tuviera ocho patas.
– ¡Por Dios, Anne, qué cosas dices!
No pude contenerme más. Lancé una carcajada. James parecía horrorizado.
– Piénsalo -dije.
– No quiero pensarlo -contestó, estremecido.
Me acerqué a la cama y me senté a horcajadas encima de él, le agarré las muñecas y se las sujeté por encima de la cabeza. Quería dejar claro mi punto de vista.
– Como me entere de que vuelves a hacer algo así -le dije con severidad-, no te lo perdonaré. ¿Lo has comprendido?
Él me miró y dijo:
– Sí.
Roté un poco las caderas y James me recompensó empalmándose.
– Si tienes intención de hablar de este tipo de cosas, tienes que contar conmigo.
– Hecho.
Volví a rotarlas. Las pupilas se le dilataron un poco. Elevó las caderas y yo empujé hacia abajo al tiempo que le apretaba los costados con los muslos.
– Y cuando se vaya, se acabó -le dije-. Sólo van a ser unas semanas durante el verano. No es algo que le ofrecerías a una persona cualquiera, ¿verdad? No vas a invitar a Dan Martin a tomarse un vino con un poco de queso y una paja de Anne.
– Claro que no, por Dios -contestó él. Dan Martin era uno de sus obreros. Un tipo majo, aunque yo prefería a los hombres con dientes.
Elevó de nuevo las caderas, pero yo no estaba dispuesta todavía a darle lo que estaba claro que deseaba.
– No quiero que esto suponga un problema entre nosotros, Jamie. Lo digo en serio.
Él sonrió y entonces me di cuenta de que lo había llamado como lo llamaba Alex. Le solté las muñecas y me puso la mano en la mejilla. Nos quedamos así un rato.
– No se interpondrá entre nosotros. Pero si en algún momento quieres que pare, no tienes más que decirlo.
Ponderé su respuesta.
– Sólo quiero saber por qué. La verdad.
– Ya te lo he dicho -contestó él removiéndose debajo de mí, empalmado todavía y a todas luces incómodo-. Pensé que lo deseabas.
Sacudí la cabeza.
– No la respuesta que crees que quiero oír, sino la verdadera razón.
Las manos que me sujetaban las caderas se tensaron.
– ¿Por qué lo hiciste?
– Porque lo deseaba.
Me meció contra él.
– ¿Querías que te tocara?
– Sí.
– ¿Así? -ahuecó la mano contra mi pecho y yo contuve la respiración.
– Sí.
– ¿Y aquí? -llevó una mano hasta mi trasero y lo estrujó.
– Sí, ahí también.
– ¿Y aquí? -me tocó entre las piernas. Arqueé un poco la espalda, impulsándome contra su mano.
– Sí, James, ahí también.
Me puso entonces sobre la cama y rodó hasta colocarse a mi lado. Buscó mi boca abierta con la suya, avasallándome con su exigente lengua, saboreando para, finalmente, retirarse. Se apartó y me miró a la cara.
– Querías que te besara y que te tocara. Te puso cachonda.
Iba haciendo todas esas cosas mientras las decía, y empecé a excitarme.
– Ya te lo he dicho, sí.
Tenía el rostro muy cerca del mío. Detuvo la exploración de mi cuerpo para mirarme a los ojos. Acercó entonces la boca a la mía, pero, aunque intenté besarlo, no se dejó. Su aliento me acariciaba el rostro.
– Mientras veía cómo te chupaba el coño, sabía exactamente cómo sabrías, las sensaciones que estaría teniendo cuando te metió los dedos, lo húmeda y caliente que te pondrías. Y lo tensa. También sabía el placer que sentiría cuando te metiste su polla en la boca. Ver cómo se la chupabas mientras yo te follaba…
Su voz se volvió ronca y más grave.
– No te haces idea de lo hermosa que eres cuando te corres -añadió.
Yo quería seguir escarbando, preguntarle más cosas. Quería penetrar bajo la superficie de perfección.
– Si vamos a hacerlo, tenemos que ser sinceros el uno con el otro.
– Por supuesto -dijo él en un susurro que me hizo estremecer-. Absolutamente. Te prometo que no volveré a hablar con Alex sobre ti… a menos que sea para tramar nuevas formas de desnudarte.
Sonreí de manera automática.
– Lo digo en serio, James.
– Llámame Jamie -murmuró, lamiéndome la garganta.
No sé cómo, pero se las había ingeniado para desabrocharme los vaqueros y meter la mano.
– Me gusta -añadió.
– Jamie -susurré-. Lo digo en serio.
James me agarró la mano y yo dejé que lo hiciera.
– No soy gay.
Empecé a decir que no me importaba que lo fuera, que lo amaba sin importarme qué genitales prefería, pero un ruido en la entrada del dormitorio hizo que nos diéramos la vuelta. Alex estaba allí de pie, mirando.
No sabía cuánto llevaría allí. Miró nuestras manos entrelazadas, pero no mostró expresión alguna.
– Venía a ver si ya estabais listos -dijo con un tono monocorde.
James se levantó y me rodeó los hombros con el brazo.
– Sí, tío, ya estamos. Un minuto.
Nuestros ojos se encontraron y se mantuvieron la mirada. Alex asintió una vez. Después se dio la vuelta y nos dejó a solas.
Capítulo 11
A la mañana siguiente encontré a Alex sentado a la mesa de la cocina con su portátil. Tenía el pelo revuelto, iba descalzo y desnudo de cintura para arriba. Sólo llevaba su pantalón de pijama de Hello Kitty. No lo había visto nunca con gafas. Le cambiaban el rostro. Lo convertían en un extraño. De alguna forma lo hacían más accesible.
– Tenemos que hablar.
Él levantó la vista y cerró el portátil.
– De acuerdo.
– James me lo ha contado todo.
No tenía intención de adornar aquella conversación por mantener la paz. Había cosas que era necesario dejar claras.
– ¿De veras? -Alex se cruzó de brazos y se reclinó en la silla.
– Sí.
Yo no soy de naturaleza agresiva, pero mi aspecto debía de resultar amenazador a pesar de ir en pijama y tener el pelo tan revuelto como él. Tal vez fuera la taza de café que blandía como si fuera un arma o la forma en que me erguía frente a él al lado de la mesa mientras él estaba sentado.
– ¿Qué te contó?
Alex era capaz de decir muchas cosas tan sólo con un leve movimiento de cejas o de labios.
– Lo de las normas que pactasteis.
Aguardó un segundo antes de responder.
– ¿Te lo contó el o le preguntaste tú?
– Un poco de las dos cosas.
Alex emitió un breve sonido. Bebí un sorbo de café. Su rostro me parecía desprovisto de expresión, no porque no comprendiera lo que estaba intentando decirle. Aunque tampoco podía decirse que estuviera diciendo nada en ese momento.
Me costaba sacar el tema a la fuerza, pero igual que ocurre con las tiritas, es mejor despegarlas de un tirón.
– Me dijo que estuvisteis hablando de lo que estaba permitido hacer y lo que no.
Maldito fuera. No me lo estaba poniendo nada fácil. No asintió con la cabeza siquiera.
"Tentada" отзывы
Отзывы читателей о книге "Tentada". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Tentada" друзьям в соцсетях.