– No me gusta -terminé con firmeza, aunque mis palabras sonaran lejanas.
Aquello hizo que reaccionara. Sus ojos destilaban un encanto desdeñoso y levantó una de las comisuras de sus labios. Se arrellanó todavía más en la silla sacudiendo un poco la cabeza para quitarse el pelo de la frente.
– ¿Qué es lo que no te gusta?
Agarré la taza con las dos manos y traté de que mi voz sonata neutra.
– Las normas que habéis pactado.
Me mantuve en mi sitio aun cuando Alex se puso en pie de un salto, como un gato. Me quitó la taza de las manos y la puso en la mesa. Yo no retrocedí, ni siquiera cuando se me acercó tanto que podía contar los pelos que le salían de cada uno de sus pezones.
– ¿Cuáles son las que no te gustan?
Él avanzó y yo retrocedí, muy despacio, como ondas en el agua. Nos detuvimos cuando mi espalda chocó con la pared que había entre el banco situado bajo la ventana y la puerta de la terraza.
El corazón empezó a martillearme en el pecho y el latido reverberó en mis muñecas, pero también en lugares extraños como las corvas o detrás de las orejas. Los lugares en los que me ponía perfume, cuando me lo ponía. Lugares en los que me gustaría que me besaran.
Alex puso una mano en la pared junto a mi cabeza.
– Dime una cosa, Anne. ¿No te gustan las normas o el hecho de que no las impusieras tú?
Inspiré en un intento de estabilizar mi voz.
– Las pactasteis entre los dos sin tener en cuenta mi opinión.
Alex tenía la mirada clavada en mí. El peso me embargaba, pero no levanté la vista hacia él. Su piel expedía calor, pero a mí me puso la carne de gallina.
– Tienes razón -murmuró. No me pareció que estuviera siendo zalamero, ni condescendiente, pero tampoco totalmente sincero-. Deberíamos haberte pedido opinión. Así que dime. ¿Qué te parece?
Estaba esperando a que lo mirara, pero yo aparté la vista. Zonas soleadas y otras en sombra cubrían la cubierta de madera de la terraza. La brisa mecía el espantalobos que Patricia me había hecho con cubiertos que ya no usaba. Vi cómo se movía, pero no podía oír su tintineo.
Al ver que tardaba en responder, acercó una mano a mi hombro mientras detenía la otra en la pared al lado de mi cadera. Estaba enjaulada entre sus brazos.
– ¿Te parece bien que te bese?
Yo tragué con dificultad porque tenía la boca seca. No pareció importarle que no respondiera. Su aliento me revolvió un mechón de pelo.
– ¿Te parece bien que te toque?
Pero no me estaba tocando el muy cabrón, aunque todo mi cuerpo estaba en tensión esperando que lo hiciera. A poco que me moviera en cualquier dirección, su piel y la mía se habrían rozado, pero me había quedado helada. El pulso me latía entre las piernas. No llevaba nada debajo de los pantalones de pijama, de modo que cada pequeño movimiento, cada aliento que tomaba, hacía que el tejido se frotara contra mi piel.
– ¿Te parece bien que ponga mi boca en tu coño?
Mi clítoris dio un respingo. Recordé la sensación de su lengua, sus labios contra mi carne mientras me metía un dedo en la vagina. Entreabrí los labios y se me escapó un suspiro. Podría haber inclinado un milímetro la cabeza y haberle besado el torso, podría haberlo chupado sin esfuerzo. Me sentía vibrar por dentro, pero mi cuerpo estaba inmóvil.
– Anne -me susurró, bajando la cabeza para hablarme al oído-. ¿Te parece bien que te folle?
Yo levanté bruscamente la cabeza al oírlo.
– Sabes que no. Es a lo único que James se negó.
Entonces me tocó. Dios mío, qué maravilla sentir su mano en mi sexo ejerciendo la presión justa.
– Menos mal que se pueden hacer muchas otras cosas además de follar.
Creo que pronuncié su nombre, pero puede que sólo fuera un gemido. Fuera lo que fuera, ahogó el sonido con el beso que me dio. Le rodeé el cuello con los brazos. Él me aplastó contra la pared, todos y cada uno de los puntos de su cuerpo presionando todos y cada uno de los puntos del mío. Despegó la boca de la mía y me acarició el cuello y el hombro. Sus manos exploraban mi cuerpo, masajeando y estrujando, rodeándose la cintura con mi pierna, aferrándose a mi trasero.
¿Es adulterio cuando no es secreto? ¿Cuando hay normas? ¿Se puede ser infiel a alguien que ha dado su consentimiento?
Alex descendió por mi cuerpo con la boca al tiempo que me bajaba los pantalones del pijama. Me desnudó y me separó las piernas. Entonces se arrodilló delante de mí y colocó la cara entre mis muslos.
Me tapé la boca para silenciar un gemido cuando me besó allí, cuando me lamió el clítoris y me obligó a separar más las piernas para ponerse más cómodo. Sentí el frescor de la pared lisa contra mi espalda.
Los orgasmos son como los copos de nieve, no hay dos iguales. El primero fue como una turbulencia que me recorrió las piernas, estremeciéndolas y haciendo que arrugara los dedos de los pies. Enredé los dedos en su pelo, abundante y suave. Lo observé aprender de memoria la forma de mi sexo con su boca, abrir los ojos y levantarlos hacia mí. Sonrió y yo me corrí nuevamente, en forma de lentos y ondulantes estallidos de placer
Saboreé mis propios fluidos en su boca cuando me besó. Mi sabor unido al suyo. Su lengua acarició la mía igual que me había acariciado el clítoris. Se separó de repente, con la respiración agitada, igual que la mía.
Su pene exigía atención y, con el cuerpo aún débil tras el clímax que acababa de experimentar, estaba descosa de devolver el favor. Lo restregué un poco por encima del pijama. Me gustaba cómo se estremecía a mi contacto, cómo se apoyó en la pared como si le hiciera falta sujetarse.
– Joder, qué boca más maravillosa tienes.
No sabría describir lo liberador que fue para mí ponerme de rodillas delante de él. No había bagaje emocional que valiera. No estaba pensando en la hipoteca, la colada o en nuestra última discusión. No tenía que pensar más que en la sensación que proporcionaba acariciarlo, en su sabor cuando abrí la boca para metérmelo dentro. Sólo anhelo, y me abandoné a él cuando empecé a chupársela.
Me esforcé por hacerlo lo mejor que sabía. Se corrió con un grito antes de que me hubiera empezado a doler la mandíbula, y la rapidez me sorprendió y complació al mismo tiempo. Me lo tragué todo sintiendo cómo palpitaban sus testículos en mi mano. Entonces me levanté.
James me habría besado y abrazado, habríamos compartido un momento íntimo, pero Alex y yo no pretendimos tocarnos cuando terminamos. No habíamos quebrantado ninguna norma. Sin embargo, seguía teniendo la impresión de que habíamos hecho algo ilícito, lo que, por otra parte, era, probablemente, uno de los motivos que lo hacían tan excitante. No éramos unos absolutos desconocidos, pero tampoco nos conocíamos. Me preguntaba si Alex querría conocerme en ese momento, o si era cierto que eran sólo las mujeres las que no dejaban de dar vueltas a las cosas.
– Lo lamento -dijo Alex para mi sorpresa-. No sabía que James no te lo había dicho. Pensé que lo sabías.
Aquella información no me sentó mucho mejor que enterarme de que lo habían tramado entre los dos sin contar conmigo.
– No estoy segura de que me alegre haberme enterado. A nadie le gusta comprobar que la persona a la que amas te ha mentido.
– A Jamie nunca se le dieron bien las mentiras -dijo Alex sonriendo de oreja a oreja-. No es un canalla como yo.
Yo le sonreí un poco.
– Puede que no, pero tampoco es tan bueno como se cree que es.
En mis palabras sonó un regusto más amargo de lo que había pretendido. Alex pareció confuso.
– Tampoco sabía que habíais mantenido el contacto después de nuestra boda. Tenía entendido que no habíais vuelto a hablar desde aquella pelea cuando James estaba en la universidad.
– ¿También te ha contado lo de la pelea?
– Sí. También me lo ha contado.
– Y te sientes…
No tuve oportunidad de averiguar qué se suponía que sentía yo, porque en ese momento sonó como si alguien estuviera intentando abrir la puerta trasera. Creo que los dos pegamos un brinco. Ambos nos movimos atropelladamente en busca de nuestras ropas y nos separamos como cuando tratas de unir dos imanes por el lado del mismo signo.
Probablemente no estuviéramos lo bastante separados, pero la puerta se abrió y Claire se precipitó dando tumbos con un montón de bolsas en los brazos. La puerta rebotó contra la pared y ya se le empezaba a cerrar encima cuando Alex se estiró para sujetarla.
– Gracias, guapo -dijo mi hermana automáticamente, sin mirarlo siquiera. En ella el flirteo era algo natural-. ¿Puedes echarme una mano?
Alex la ayudó tomando con una mano las bolsas que Claire llevaba repartidas en las dos.
– ¿Dónde las pongo?
– Bonitos pectorales -dijo Claire con picardía-. Supongo que encima de la isla. Oye, Anne, ¿tienes por ahí un ginger ale?
Alex dejó las bolsas mientras yo le hacía un gesto a mi hermana en dirección a un armario.
– En la despensa.
– Gracias -respondió ella abriendo la puerta para servirse uno.
Alex y yo intercambiamos una mirada medio de alivio, medio de diversión. Seguía teniendo el pelo revuelto, pero ahora sabía que yo había contribuido a ello con mis propios dedos. Su boca seguía húmeda de mis besos.
– Madre mía, huele a burritos mexicanos -Claire arrugó la nariz y levantó la lengüeta de la lata. Nos miró alternativamente.
Alex y yo dejamos de mirarnos. Alex abrió nuevamente el ordenador. Yo me puse a vaciar las bolsas. Claire había traído montones de globos y bobinas de cinta, así como varias cajas con utensilios de plástico que parecían de metal.
Bebió un sorbo.
– Los he comprado en el almacén de artículos de fiesta. Parecen cubiertos de verdad.
Alex agarró el portátil.
– Os dejaré a solas para no molestar.
– No hace falta que te vayas por mí -le dijo Claire, mirándonos alternativamente una vez más-. Por mí no te preocupes.
– No me preocupo, preciosa -dijo Alex con una sonrisa descarada y un guiño-. Pero tengo que darme una ducha y ponerme en camino. Tengo una cita de trabajo.
– Oooh, qué excitante -respondió ella, siguiendo con el flirteo.
Los dos se echaron a reír. Yo tardé unos segundos en unirme a sus risas, como una banda sonora desacompasada. Alex pasó por detrás de mí sin rozarme apenas y desapareció por el pasillo en dirección a su habitación. Claire esperó hasta que hubo cerrado la puerta para volverse hacia mí.
– ¿Sabe James que te estás follando al que se supone que es su mejor amigo?
Arrugue las bolsas de plástico para meterlas en el dispensador que tenía debajo del fregadero. No trataba de ignorar a mi hermana. Simplemente le estaba respondiendo con silencio.
– ¡Anne! -exclamó Claire, escandalizada, toda una hazaña.
– No me lo estoy follando -contesté yo. Y era cierto, técnicamente hablando.
– Estás haciendo algo con él. Conozco esa cara. Es la cara de alguien que acaba de follar. Tienes BCP.
– ¿Que? -pregunté, volviéndome hacia ella.
– Boca come-pollas -explicó mi hermana-. Joder, Anne. Le has hecho una mamada, ¿a que sí?
– Claire… -suspiré y me obligué a no tocarme la cara y el pelo o a estirarme la ropa, lo que era prueba de sentimiento de culpabilidad, lo que no era el caso-. No es asunto tuyo.
– ¡Cómo que no!
Oímos el ruido de puertas que se abrían y cerraban en algún lugar de la casa, y el lejano siseo del agua. La miré. Tenía ojeras, algo que le proporcionaba un aspecto muy gótico, si no fuera porque me daba la impresión de que no era obra del maquillaje.
Pensé en su extraño comportamiento de los últimos días.
– ¿Estás bien?
Bebió un sorbo y evitó mirarme.
– Sí.
– Pues no lo parece.
– ¿Ya estamos con ese sentido arácnido tuyo? -se burló ella, pero me pareció forzado.
– Prerrogativa de hermana mayor.
Claire sonrió, pero me miró poniendo los ojos en blanco.
– Vale, sí. Como quieras.
– Ven aquí. Siéntate -la sujeté del codo y la obligué a sentarse en el banco que rodeaba la mesa. Yo me senté a su lado y le puse una mano en el hombro-. ¿Te has metido en algún lío?
El término «lío» comprendía un campo muy amplio.
Pero cuando tardó en responder, resultó obvio el tipo de lío en el que se encontraba. Le acaricié el hombro suavemente con el corazón en un puño.
– ¿Claire?
Cuando tuvo las lágrimas bajo control, tomó una servilleta de papel y se limpió de las mejillas los surcos de máscara de pestañas. Inspiró profundamente un par de veces y expulsó el aire por la boca. Se quedó mirando al techo un momento, con los labios temblorosos.
Yo aguardé. Tomó aire profundamente unas cuantas veces más y volvió a limpiarse los ojos. Entonces me miró.
– Estoy embarazada.
– Oh, Claire -le dije, sin saber qué otra cosa decir.
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